La otra Cuba
Y entonces estaba en Cuba, tal vez no la Cuba de siempre, era la otra, la que casi nadie ve, solo los que viven allí. El cielo en ese lugar es más azul de lo normal.
La vida transcurre entre antigüedades, son, tabaco, palmeras y el Ché… ¡Mentira! La vida allá es mucho más que todo eso. Es más bien una inmensidad, una especie de maravilla, un horizonte sin salida.
Las palabras se quedarían cortas para describir esa isla bonita, Cuba se tiene que vivir. Las calles son estrechas, caminitos alegres que cobran vida cada noche. Las lonas corroídas por el paso del tiempo, son el escenario perfecto para captar la intimidad de los boxeadores, guerreros de mil batallas, con sangre indeleble y puños de acero. Cuba es mística, en su aroma, en su piel, en sus sonrisas, en su alegría.
Sentarse en el muelle y admirar los gigantes barcos que arriban al puerto suele ser un plan aburridor, pero en Cuba se trata de una contemplación total, en la que la mente y el cuerpo entran en un trance placentero. El sonido de las marejadas es la música perfecta para bailar y también para soñar. Estas definiciones pueden parecer muy románticas: sólo son las sensaciones que genera un país que no vive al ritmo de buena parte del mundo.
Las casas, de puertas al cielo, son el reflejo de la historia, quizá una estancada con el pasar del tiempo pero que huele a Caribe. Los hombros descubiertos de las cubanas son aun más bellos a ritmo de la canción de turno y los paseos en moto vieja sirven para tratar de alcanzar a las gaviotas allá en la orilla del mar.
Estas son algunas fotografías del paso por Cuba, la otra Cuba, la que todos quieren ver pero nunca pueden encontrar. Siempre será un placer volver y redescubrir los pequeños grandes detalles de lo que ha quedado en el olvido.
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