La verdadera historia de la Navidad
¿Realmente qué es lo que celebramos en estas fechas? De Melchor a Papá Noel, aquí van las respuestas ilustradas de un historiador.
tra vez llega diciembre y nos preparamos para todo tipo de parrandas y excesos auspiciados por esta jubilosa temporada, recurrente como lo son los grandes mitos o las emergencias invernales en Colombia.
Es posible que no tengamos una idea muy clara de qué es lo que se está conmemorando en el tiempo que llamamos Navidad, más allá del nacimiento del Niño Jesús, pero esto nunca ha sido impedimento para festejar hasta el amanecer entre las brisas decembrinas de Barranquilla o los soles navideños de Bogotá. Sin embargo, conocer de dónde vienen las fiestas que tanto gozamos en estos días tal vez nos ayude a celebrar con más fundamento y a brindar con más alegría.
Para empezar, hay que recordar que por ningún lado de la Biblia se especifica la fecha de nacimiento de Jesús, pero es muy probable que no haya sido a finales de diciembre como hoy creemos. Ninguna de las escenas que se narran de la Natividad se habrían podido dar en un clima tan frío como es el invierno de Judea (hoy Israel): ni la búsqueda en las calles de un lugar para pasar la noche que tuvieron María y José, ni los pastores que pasaban la noche con sus rebaños al aire libre y acudieron a saludar al bebé recién nacido, ni los reyes magos caminando desde Oriente con sus camellos a la intemperie habrían sido posibles en el gélido clima del Hemisferio Norte decembrino.
Es por esto que la elección de la fecha del 25 de diciembre como Natividad es una convención arbitraria impuesta por la Iglesia Católica en el siglo IV (la misma época en que se decidieron a dedo las fechas y celebraciones canónicas del cristianismo). No obstante, esta elección no fue al azar: la fecha tiene una raíz pagana, pues era en ese día que los antiguos romanos festejaban el día del Sol Invicto, uno de los muchos dioses de su Olimpo pre-cristiano. Como el 25 de diciembre era el solsticio de invierno (que en el actual calendario se ubica entre el 21 y 22 de diciembre), este era el día en que el sol estaba más reducido y tenía menos horas de brillo en el cielo. Por tanto, era desde este día en que empezaba a crecer, haciéndose cada vez más fuerte y presente en su recorrido hacia el verano. Por eso se decía que el dios Sol nacía muy chiquitico el 25 de diciembre y le hacían grandes festejos durante los varios días de las celebraciones Saturnales en las que los romanos se consagraban a banquetes y se ofrecían mutuamente muestras de afecto y buena convivencia (antes de que las guerras volvieran en marzo, cuando el hielo se derretía y los caminos permitían el paso de los ejércitos). También de los romanos viene la celebración del final del año el 31 de diciembre, pues este era el décimo y último mes del calendario juliano, en el cual está basado, con variaciones, nuestro actual sistema de medición del tiempo anual.
Como el cristianismo se impuso a culturas de todo el mundo aprovechando las fechas que ya eran sagradas para los pueblos paganos, el 25 quedó como día del nacimiento de Jesús, y su víspera, el 24, como la Nochebuena de celebración y preparación para el advenimiento del salvador del mundo. Pero no fue solo la noche previa la que se consagró a la preparación para la llegada de Jesús. Así como existe un período de cuarenta días de preparación para la Pascua o Semana Santa, de igual manera la Iglesia consagró cuatro semanas de Adviento de preparación para la Natividad (el período que hoy conocemos como Navidad). En diversos pueblos y culturas este período de Adviento se ha vivido de diferentes maneras y ha sumado diversas tradiciones. En nuestro país (y en Ecuador y Venezuela) quizás la más conocida sea la Novena de Aguinaldos. El origen de esta tradición también está entre los romanos, que dedicaban nueve noches de velorio para sus difuntos. Pero en este caso el poder mágico del número nueve se usa para anunciar el inminente nacimiento del Mesías, en nuestro caso leyendo la oración publicada en 1784 en Santafé de Bogotá y escrita por el franciscano quiteño Fray Fernando de Jesús Larrea a petición de la caleña María Clemencia Caycedo, fundadora del Monasterio Colegio la Enseñanza. Esta misma oración es la que rezamos en nuestros días, aumentada y condimentada con las consideraciones y los gozos (“Ven a nuestras almas. Ven no tardes tanto”) que hizo a finales del siglo XIX la monja bogotana María Ignacia (nombre de convento de Bertilda Samper Acosta). A pesar de lo arcaico del lenguaje utilizado y de las confusiones jocosas que pudo producir en tantos niños frases como “José, padre putativo de Jesús”, la Novena de Aguinaldos sigue siendo la excusa perfecta para reunir vecinos y familias en torno al fervor religioso y a la comida abundante durante la Navidad.
Por supuesto, estas novenas se suelen rezar junto al pesebre, que fue una adición muy posterior a los festejos navideños, pues no fue hasta 1223 que el italiano Francisco de Asís empezó la tradición de no solo recordar el pobre nacimiento de Jesús, sino de recrearlo con todo y animales. En nuestro país la construcción del pesebre es una de las prácticas más divertidas y eclécticas, ya que solemos adornarlo con cualquier figurilla que se sostenga erguida, y a veces llevamos nuestras improvisaciones estilísticas hasta los límites del buen gusto o incluso de la lógica. Igual, no deja de ser contradictorio que una tradición empezada por el santo patrono de la ecología haya sido la culpable de que por tantos años en Colombia destruyéramos los forros vegetales de nuestros bosques para poner musgo en el pesebre. La otra gran tradición de reminiscencia vegetal en estas fiestas es, por supuesto, el árbol navideño. En este caso las raíces de la costumbre están otra vez en el Hemisferio Norte, donde los pueblos germanos y escandinavos solían festejar en invierno la temporada del Yule adornando pinos y otros árboles de hoja perenne, ya que eran el símbolo de la naturaleza que podía sobrevivir y mantenerse a pesar de la nieve, el frío y la muerte del verdor.
En nuestros países tropicales no haría falta rendirles homenajes a los pinos durante diciembre, pues nuestra vegetación se mantiene rebosante todo el año. Sin embargo, así como emulamos la nieve y los renos (elementos ajenos a nuestra geografía), también repetimos sin cuestionar las otras herencias nórdicas. Una de ellas es el festejo de las luces y las velas durante Navidad. Como el invierno es una época tan oscura, desde tiempos inmemoriales las fogatas, las velas y las luces celestes eran motivos mágicos durante esta temporada. Hoy en día aún se celebran con velas fiestas decembrinas como el Festival de Santa Lucía en el norte de Europa o la Janucá judía, en la que durante ocho días se enciende una vela en la menorá o candelabro típico de esta religión. Como ya deben suponer, nuestro equivalente es el Día de las Velitas, víspera de la Inmaculada Concepción, establecida para el 8 de diciembre por el papa Pío IX en 1854, y que se festeja en nuestro país con velas encendidas y tíos prendidos en todas las casas.
Después de todas estas fiestas y celebraciones con tantos orígenes distintos, llegamos al final de diciembre bastante agotados y gordos, pero con nuestros relucientes regalos recibidos el 25 (también esta tradición viene de los strenae romanos que se repartían en esta temporada y de donde sale el verbo estrenar). En nuestro país, los regalos los suele traer el Niño Dios, a quien no esperamos únicamente porque nos trae la promesa de la salvación de la humanidad sino por sus juguetes de plástico y las anchetas de comida. Menos autóctona pero igualmente extendida es la tradición de Papá Noel o Santa Claus, un personaje que en el siglo XX fue remodelado por publicistas norteamericanos como reminiscencia de Nicola di Bari, un sacerdote italiano del siglo IV, al que la leyenda ha atribuido numerosos milagros, entre los que se incluyen revivir niños muertos o dar a jovencitas casaderas dotes para poder casarse.
Aunque en algunos países son los Reyes Magos los que traen los regalos, en Colombia dejamos la celebración de estos para el 6 de enero. Aunque en la Biblia no son tres ni son magos (son sabios), ni se llaman Gaspar, Melchor ni Baltazar, ni hay uno blanco, uno negro y uno árabe (todas estas características se han añadido después), en torno a ellos se ha creado en una gran celebración que marca el final de las fiestas navideñas, y que coincide con la conmemoración de la Epifanía, es decir, el momento en que el Niño Jesús se hace visible al mundo y brilla con toda su magnificencia. En Colombia usamos esta fecha para hacer la última gran parranda de la temporada decembrina y los últimos totes de esta festividad suelen sonar como el llamado del nuevo año a retomar las responsabilidades dejadas de lado por tanto tiempo.
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