Las cosas importantes
Veinte personas decidieron mostrarse a sí mismos a través de sus objetos más valiosos.
En el proceso nos enseñaron varias cosas.
“¡Si renunciamos al significado, no nos queda nada!
¡Nada! ¡Ninguna cosa!
¡Nada en absoluto!”.
- Nada, Jane Teller -
na vez al año decido dedicar un día entero a la limpieza de mi cuarto. Le digo limpieza porque en mi casa dicen que debo tener “pura basura” guardada en todas partes. Pero cada año pasa lo mismo: al empezar me doy cuenta de que no es eso lo que estoy haciendo sino que más bien es el momento en el que agarro objeto por objeto y recuerdo qué hace ahí, de dónde salió, cómo llegó hasta mí, quién me le dio o de dónde lo saqué. Si de todas estas preguntas resultan respuestas muy importantes, respuestas con valor alguno para mí, “la basura” vuelve a donde estaba y nunca llega a la bolsa negra de 85 x 105 centímetros. Sería falso decir que la bolsa negra vuelve vacía a su lugar, porque generalmente se va llenísima y necesito otra para meter algunas cosas que faltaron.
Sucede algo curioso con algunos de los objetos que pasan por la revisión anual: un año me parecen importantísimos y no los boto, pero al siguiente año no entiendo qué hacen ahí, estorbando, y los pongo de inmediato en la bolsa negra. Libros, cartas y dos muñecos han sobrevivido al inclemente paso del tiempo. Las cartas, sobre todo las cartas, tienen una cosa que no sé bien qué es y que no me deja deshaceme de ellas. Creo que es la firma de quien las escribió, que me demuestra que esa persona estuvo ahí, en ese pedazo de papel y decidió decirme esas cosas. Todas esas personas que han firmado las cartas que he recibido con seguridad ahora piensan muy diferente. Seguro ya ni me aman, ni me quieren, ni su adiós escrito fue para siempre, ni les parece que las cosas son como las plantearon un día. ¡Y precisamente por eso me gustan tanto las cartas!
Necesito saber que muchas cosas importan y verlas, tocarlas, fotografiarlas, olerlas. Necesito saber que no soy la única que guarda muñecos tuertos y cosidos, cartas viejas y llenas de cursilerías. Así que este año no revisé qué había para botar y qué había para repensar en mi cuarto. Este año decidí dedicar algunos días a mirar para afuera y preguntarles a los otros. Si para mí son las cartas, ¿qué es para otros lo más valioso? ¿Cuál es objeto que no pondrían en la bolsa negra si un día yo fuera de puerta en puerta pidiendo su basura?
El resultado es absolutamente hermoso. Veinte personas decidieron contarme y mostrarme qué es eso que tanto valor tenía para ellos y que llevaba en sus casas años y años. Veinte personas decidieron mostrarse a sí mismos a través de sus objetos más valiosos y me demostraron varias cosas.
La primera de ellas es que entre nosotros, entre humanos, nos significamos. Unos a otros nos pasamos el significado de generación en generación o simplemente de mano en mano. Para nueve de estas personas el objeto más valioso es uno que alguien les dejó, que alguien les regaló. Al igual que las cartas, supongo, esos objetos tienen algo de alguien más que estas personas no van a tirar a la basura. Qué bonito el día en el que una mujer llega con un collar en la mano y se lo entrega a su hija pequeña diciéndole que es eso lo que la va a mantener segura durante toda su vida. El día en el que un hombre muere y su hijo menor decide apoderarse de un objeto suyo para mantenerlo siempre cerca y significar la vida de su padre a través de él. El día a día de un padre que no vive con su hijo, pero que cada vez que lo ve guarda algo de ese encuentro en el bolsillo de su pantalón y traslada todo ese significado de pantalón en pantalón cada mañana.
La segunda que descubrí es, para mí, impresionante: nos significamos a nosotros mismos a través de la fe en algo más. Cuatro personas escogieron como su objeto más valioso uno que representa la presencia de Cristo en sus vidas. Creo que la religión es una relación estable con uno mismo. Así que aunque alguien les haya regalado esa Biblia que tienen en sus manos, ese crucifijo o ese cuadro del rostro de Jesús, no es ese alguien quien le dio el valor que tiene ese objeto, son ellos mismos quienes decidieron que ese objeto valdría lo que vale ahora y que se convertiría en el símbolo del lugar al que van cuando se sienten tristes, ansiosos y desean pedir ayuda; o cuando se sienten muy felices y desean agradecer.
También vi con claridad el significado que tiene el conocimiento. Cinco personas pusieron delante de mi cámara libros. Uno de ellos, Alberto Salcedo Ramos, me dejó ver su libro en construcción, y los demás, sus libros más preciados. El tema de cada libro es irrelevante en este ejercicio. Lo realmente valioso es lo que hace el conocimiento en nuestras vidas. Encontramos significado en cada una de las palabras que construyen esos discursos. Alguien los escribió, pero jamás pensando en nosotros, si nos serviría para algo o no, ni siquiera si nos gustaría o lo ignoraríamos. Y nosotros llegamos de alguna forma a esos textos y encontramos ahí, en un momento cualquiera de un día cualquiera, acostados en la cama, sentados en un sofá o metidos en una biblioteca, el significado que estábamos buscando.
Alberto Salcedo Ramos
Alejandro Cardona
Aura Inés Murillo
Camilo Goez Restrepo
Daniel Zuluaga
Diana Malena Tapias
Gilda María Wolf
Isabel María Simanca
Jorge Enrique Zuluaga
José Manuel Villafañe
Lina Pérez Saldarriaga
Lukas Bravo
Marcela Medina
Margarita Ortega Castaño
María Alejandra Carrillo
María Restrepo
Mariana Sanín
Mateo Sepúlveda García
Piedad Ortega
Sebastián López
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