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Ulrich Seidl, el cine como la isla de los juguetes rotos

Ulrich Seidl, el cine como la isla de los juguetes rotos

El polémico director austríaco visitó la capital en el marco de la retrospectiva de su obra que se proyectó durante el pasado Bogotá International Film Festival, BIFF. En entrevista, Seidl recapitula sobre los intereses y búsquedas que han atravesado su obra, para recordar que no siempre hacen falta historias cómodas ni finales felices.

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Ulrich Seidl habla con voz calma, inspira respeto. Su presencia se impone sin necesidad de proyectar un tono fuerte, simplemente y quizás debido a la fuerza fricativa del alemán con el que habla. Nacido el 24 de noviembre de 1952 en Viena, Austria, Seidl es una de las voces del cine que aún insiste en contar historias incómodas, relatos de personajes rotos o en proceso de quiebre que nos interpelan en el lado más sombrío de nuestro inconsciente. Conocido por su estilo distintivo y provocador, que aborda temas sociales y psicológicos de manera cruda y directa en sus películas, su obra ha sido reconocida por su enfoque, a menudo explorando la naturaleza compleja y oscura de las relaciones humanas, la violencia y la sordidez del encuentro sexual, al que ingenua y eufemísticamente y con insistimos en llamar “hacer el amor”.

Seidl inició su carrera en el mundo del cine como documentalista, destacándose por su habilidad para capturar la realidad con una mirada incisiva. Mezclando realidad y ficción, sus primeras obras fueron proyectadas tanto en cines como en televisión durante la década de los setenta. Austria, su lugar de origen, era a menudo el lugar que enfocaba principamente desde su agudo ingenio crítico. Sin embargo, no fue hasta que su película Hundstage (Dog Days, en los mercados internacionales) tuvo éxito en festivales internacionales en 2001 que Seidl finalmente obtuvo reconocimiento a nivel mundial. 

Su incursión en la ficción es dolorosa e impactante y sus películas a menudo exploran la alienación, la intimidad y las dinámicas sociales de manera visceral, haciendo que la experiencia del espectador no sea cómoda. Entre sus obras más destacadas se encuentra la trilogía Paradise, compuesta por Paradise: Love (2012), Paradise: Faith (2012) y Paradise: Hope (2012). Estas películas exploran diferentes aspectos de la búsqueda del amor y la conexión humana, examinando las complejidades de las relaciones en distintos contextos. Esta serie, junto con Wicked Games, Safari y la infernal Dog Days, hizo parte de una muestra retrospectiva del director austríaco en la pasada edición del BIFF (Bogotá International Film Festival) proyectada en algunas de las salas centrales del cine arte en nuestra capital. 

Hablamos con el director sobre su exploración quirúrgica del corazón humano, la manera cómo dirige a sus actores principalmente amateurs y por qué es importante seguir contando historias que cubren de sudor y esputos el rostro ameno y caucásico del correctismo político en el cine.

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La decisión de contar historias a través del lenguaje audiovisual. 

Seidl ha sido un personaje polémico desde sus primeras incursiones fílmicas. Aunque llegó tarde a la realización de películas, pues antes quiso ser publicista, fotógrafo e incluso cura, el austríaco encontró en el cine el vehículo perfecto para contar historias que le permitieran explorar el borde del abismo y las consecuencias que implican cruzarlo para perderse en caída libre al fondo de una oscuridad húmeda y angustiosa. 

“Mi interés, evidentemente al venir de la fotografía, era la imagen como tal, el cuadro. Dentro de ese cuadro, la imagen. Hasta los 28 años decidí que lo que quería hacer era cine y empecé a ir a la Academia de cine de Viena y me di cuenta que no iba a ser camarógrafo sino que quería estar detrás de cámaras, pero manejando mis propias conclusiones de qué quería como imagen”, explica el director quien, de hecho, fue posteriormente expulsado de esta escuela por la presentación de The Prom en 1982, que molestó a la escuela por su montaje y edición. Las leyes austríacas le permitían a Seidl quedarse con la cinta, por lo que la distribuyó de manera independiente. Sin embargo, al no sentirse estimulado dentro de su proceso creativo, no quiso volver al espacio académico en el que, además, ya había sido tildado de subversivo. 

“El cine es una de esas artes que es casi única en su forma de expresión. Bien existe el teatro, bien existe la literatura, bien existen otras formas artísticas como la pintura para expresarse”, explica Seidl. “Pero el cine lo que te permite a ti es definitivamente desarrollar un lenguaje visual que hoy en día, en el fondo, se usa cada vez menos porque lo que se está haciendo es filmar y tiene una gran importancia el diálogo y no tanto la imagen”, reflexiona el director sobre su arte, un ejercicio minucioso y a veces doloroso en su obsesivo cuidado que lo lleva a construir retratos vivos de la abyecto, lo periférico y lo monstruoso en la comodidad del espacio doméstico. Dog Days es un implacable ejemplo de ello, pues nos transporta a un suburbio acomodado en el que sus habitantes, al resguardo privado de sus gruesas paredes, violentan y son violentados, odian, sufren y lloran conforme un sol abrasador cubre de perlas salinas sus pieles bárbaras.

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La crisis en las historias y la sombra como resistencia artística

“Respecto a la pregunta de por qué sigo haciendo las cosas a mi manera es porque precisamente quiero que las películas que hago tengan un efecto en el público”, enfatiza el provocador cineasta. “Es decir, que no sea para el entretenimiento sino para crear un desorden mental, un movimiento por dentro del espectador. Lo que quiero es que el público, después de que salga de ver la película, se ocupe y reflexione sobre lo que vio. No se trata simplemente de confirmar ‘ah, esto también puede sucederme. Me identifico’, sino realmente cuestionar casi que individualmente cada cosa que sucede porque finalmente hacemos parte de una sociedad y no se está mostrando nada distinto. Sí, es incómodo. Pero muchas veces el público se muestra muy, muy agradecido, porque de alguna u otra manera llegó a una manera de entender y de revisarse a sí mismo. Eso le da un impulso a su propio funcionamiento”, añade. Y tiene razón: pese a la dificultad de meternos en la piel de sus personajes, muchas veces agradecemos vernos reflejados en sus grietas y hendiduras, entendiendo la génesis de su violencia en la herida del abandono, en la larga soledad de cafés fríos y cigarrillos que se fuman hasta quemarnos los dedos.  

Su más reciente escándalo tuvo como protagonista a Sparta, una película sobre un profesor de judo pedófilo no pederasta, que se debate entre la culpa, el deseo, el dolor y el odio propio. La película fue retirada de festivales como el de Toronto en 2022, un día antes de su estreno, luego de que un diario publicase una serie de acusaciones sobre la falta de información que se le dio a la familia de los actores niños. La reputación de Seidl se vio fuertemente golpeada, aunque después de una rigurosa investigación por parte de las autoridades austríacas, se falló a favor del director. Empero, el daño estaba hecho y la película que hacía parte de un díptico con Rimini, terminó convirtiéndose en un único relato en Wicked Games: Rimini/Sparta, la versión que se presentó durante el BIFF en octubre. 

“Desde hace una década para acá existe este problema”, reflexiona el director sin referirse directamente al caso de Sparta. “Fue muy rápido el desarrollo de una tendencia en la que las productoras y la crítica de cine no revisan tanto la sustancia misma de la cinta sino que los análisis se hacen precisamente a través de ese correctismo político que se hace y ese es el juicio que se lleva a cabo. Ese es el comienzo del fin del cine”, añade. En una era en la que la pregunta se enuncia desde la apropiación, la paridad y la representación, es muy difícil que los personajes fragmentados y complejos de Seidl sean reconocidos como parte de una conversación. Y es que precisamente allí estriba el problema: las políticas de género no son historias, la diversidad no implica necesariamente un desarrollo más importante de la trama. 

“Teniendo en cuenta esto, sobre todo una generación joven de directores y hacedores de cine, está marcada por el miedo de no ser reconocidos, de que su obra no sea reconocida por los gremios y las programadoras”, añade Seidl, con cuya trilogía de Paradise presentó a una serie de personajes anodinos y rotos en busca del amor y la identidad en lugares tan periféricos como el turismo sexual de hombres en Kenia o un campamento juvenil para obesos. “A lo que se llega es a una autocensura y eso llega hasta el punto de no hacer la película con el contenido que estas personas creen necesarias, de poder decir qué es el ser humano, porque están atadas al hecho de lo que trae el éxito y a esta idea de lo que es realmente el éxito. Reitero: es el comienzo del fin”, añade. 

Actores naturales, personajes descentralizados. 

Seidl ha construido una versión adulta de la isla de los juguetes rotos. Sus filmes retratan como pocos la soledad humana, el apego emocional, la torpeza emotiva, la incapacidad de amar y sentir cuando la vida nos ha enfrentado una y otra vez con sus avatares más complejos. No creo que todos los personajes que trabajo estén todos en la periferia. Por ejemplo, en Rimini hay personas comunes y corrientes o, en Im Keller, existen extremos al observar cómo se comportan las personas en su privacidad y lo que hacen en sus sótanos cuando nadie los ve. Pero esos abismos que se muestran los tenemos todos nosotros”, explica Seidl. “El punto es hasta dónde los mostramos, hasta dónde los escondemos, si los reflejamos o simple y llanamente no permitimos que suceda después la caída”. 

“Si revisamos la película Paradise: Love y nos preguntamos por qué es una cinta que vieron tantas mujeres seguramente se debe a que estas mujeres tienen dentro de sí este deseo de encontrar el amor, pero muchas veces no se atreven a buscarlo, tal vez porque tienen hijos”, recapitula sobre una cinta en la que una mujer madura con una hija adolescente viaja a Kenia como turista sexual y, luego de verse utilizada y convertida en una sugar mama, termina encontrándose desnuda en su vulnerabilidad, sus estrías y la gravedad del mundo que insiste en atraer sus carnes hacia el suelo. Para lograr este nivel de honestidad, como es costumbre, Seidl trabajó sin un guion tradicional, desarrollando escenas individuales a partir de una planificación detallada y la interacción de actores profesionales y no profesionales. 

“En cuanto a mi método, sobre todo se trata de escenas en las que prima la improvisación, realmente ellos no tienen un texto antes. Su preparación es una escena, no un parlamento. También se preparan para su rol a través de la investigación”, explica el director quien, para Sparta, por ejemplo, sentó a su actor con pedófilos reales y lo llevó a clínicas para hablar con psicólogos especialistas. “Un actor tiene una base, que puede estar escrita, pero por lo general también se involucra como persona en la película. Eso debe fluir dentro del rol que está llevando a cabo. ¿Qué significa eso para el director? Significa que uno tiene que estar dispuesto a no ponerse límites, a entender que cada vez puede haber algo que cambia y que les da el tiempo a los actores para entrar a la trama y al contenido”, concluye.

Ulrich Seidl ha construido una carrera fulgurante en medio de las sombras del individuo. Su exploración de lo más difícil del alma humana lo ha convertido en uno de los provocadores más notables del circuito de festivales, el cine de autor y aquella extraña enunciación que es la etiqueta del cine arte. Antes de provocar por el hecho de regodearse en la polémica, los ojos de Seidl escrutan con precisión clínica los quistes y tumores del cuerpo social, para abrirlos ante el público, corroborando que todos sangramos, que las lágrimas son el lenguaje común de la miseria y que también hay algo de esperanza en la soledad del espíritu. Porque cuando nos reconocemos en los dolores del otro generamos otro tipo de empatía. Y no todos los personajes tienen que ser virtuosos para enseñarnos. A veces, simpatizar con el villano puede ser necesario, sanador. 

Puede ver algunas de las películas de Ulrich Seidl aquí.

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Ignacio Mayorga Alzate

Literato e historiador del arte, selector de vinilos y periodista cultural. Aprendió a leer en silencio para que no se lo llevara el Diablo. Fanático de lo periférico, lo terrorífico y lo sangriento. Escribe frases largas y párrafos extensos. No muestra su rostro en video.

Literato e historiador del arte, selector de vinilos y periodista cultural. Aprendió a leer en silencio para que no se lo llevara el Diablo. Fanático de lo periférico, lo terrorífico y lo sangriento. Escribe frases largas y párrafos extensos. No muestra su rostro en video.

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