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Vendiendo fotos

Vendiendo fotos

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En un mundo saturado de imágenes, parece utópico vivir de la venta de fotografías. Los sitios de microstock, como Fotolia, abren una posibilidad para artistas profesionales y aficionados, o, por lo menos, eso dicen. 

Para muchos, la web es una entrometida. Desde que llegó a nuestras vidas, querámoslo o no, para bien o para mal, y poco a poco, se ha metido en nuestros asuntos: en nuestras relaciones, en nuestro trabajo, en nuestra salud y hasta en nuestro tiempo libre. Ya no llamamos, chateamos. Ya no escribimos, tecleamos. Ya no buscamos, stalkeamos y, de paso, creamos palabras extranjeras en conjugaciones propias: ¿stalkear?

Actualmente, en el plano artístico, los códigos binarios son un punto clave en la creación, exhibición y venta de alguna obra, sea cual sea el medio. En la fotografía, por ejemplo, en el mercado de stocks, de agencias fotográficas, la web creó un santo (o monstruo) que día tras día crece y promete ser una de las mejores opciones para mostrar y monetizar los trabajos de cuanto fotógrafo (y cámaras) hay en el mundo.

Microstock

Santiago tiene más de 40 años de experiencia como fotógrafo de stock. La mayoría de sus imágenes (empresariales, estilos de vida, salud, etc.) se consiguen en agencias que compran, venden y distribuyen sus trabajos. Cada foto la vende desde un millón hasta 20 millones de pesos, todo depende de la calidad o necesidad de los empresarios. Los derechos de la imagen, con el negocio, pasan a un tercero; Santiago deja de ser dueño de la imagen y por ende no puede ofrecérsela a otra persona, campaña o compañía. El fotógrafo recibe unos buenos millones y el comprador se queda con una imagen exclusiva.

Rodrigo lleva 10 años haciendo fotos de stock. Pocas agencias le recibían sus trabajos porque, argumentaban ellos, le faltaba experiencia o talento para el asunto. Cada mes recibía un sobre de manila con un CD y una nota que decía: “Revisamos sus fotografías. Lastimosamente no nos sirven. Gracias por tenernos en cuenta”. Hace 5 años abrió una cuenta en una agencia de microstock que aceptaba y vendía sus imágenes a terceros sin perder el derecho de autor sobre éstas. El fotógrafo “amateur” ganaba $3.000 por cada imagen comprada, la agencia ganaba $5.000. “Algo es algo”, pensaba él.

Hoy en día, y conociendo las lógicas del microstock, Rodrigo tiene más de 500 fotos en línea y en su cuenta hay más de 100 millones de pesos por el derecho de uso, no exclusivo, de sus imágenes. En una semana, más de 200 personas habían comprado una foto de la mujer embarazada, sonriente, en traje de baño, con una pelota de voleibol entre sus manos. “Hoy vi mi foto, la de la mujer embarazada, en un afiche de una agencia de turismo. Ayer vi esa misma foto en un hospital, creo que para una campaña de prevención de riegos de mujeres embarazadas”, le decía Rodrigo a su novia. Todas esas descargas equivalían, más o menos, a 10 millones de pesos. “Nada mal para un puto principiante”, repetía cada vez que veía su cuenta bancaria.

La realidad

Fotolia, Shutterstock, iStock, 123RF y Dreamstime son algunas de las cientos de agencias de microstock que, desde hace menos de 15 años, incursionaron en el mundo de los bancos de imágenes y agencias fotográficas. Cada una, números más y números menos, tiene en sus archivos más de 30 millones de imágenes, más de 5 millones de usuarios y cerca de 250.000 colaboradores (fotógrafos profesionales y aficionados) que han vendido más de 50.000 fotografías que cuestan entre uno y cincuenta dólares.

Con esas cifras, los optimistas dicen: “con el microstock cualquier cámara vale”, “no hay que ser un fotógrafo reconocido”, “no es necesario estar en la rosca”… Aunque el microstock es una alternativa a las dinámicas de las grandes agencias, entrar en él y sobrevivir, por un buen tiempo y con ganancias, es igual de complejo, a veces más, a veces menos, que en las grandes empresas.

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“Intenté hace mucho poner algunas fotos en Shutterstock pero tenían filtros muy duros”, cuenta Nathaly Mancera, fotógrafa joven y colaboradora de Bacánika. “Al final no seguí”. Las empresas de microstock no aceptan todas las fotos para “exhibirlas” en sus páginas. Cada imagen tiene que cumplir ciertos parámetros técnicos (no pueden tener franjas, muarés o desenfoques); además, deben tener cierta lógica “empresarial” para que realmente se vendan. Las fotografías que más circulan son las de estilo de vida, de negocios, de belleza y de salud.

Si las imágenes son aceptadas, el fotógrafo tiene que mostrarlas entre millones de competencias. Y si el comprador las ve y le interesan (que en sí ya es un logro), las comprará por 0,33 dólares o, dependiendo del plan, 10 dólares. De ese dinero, entre el 20% y el 50% van para el fotógrafo, el resto para la agencia que intermedió en la compra.

Para vivir humildemente del negocio del microstock es necesario subir, en promedio, cien fotografías por mes, cerca de 3 diarias. Se deben vender, cosa que no depende de uno, cerca de mil imágenes por año, tiempo en el que se empiezan a ver las ganancias. Con estas cifras, aproximadamente, y dependiendo de su suerte y de qué tan acertado sea para ponerle tags a las fotos, usted ganará al mes 20 millones de pesos. Si tiene más fotos, más dinero ganará.

El fotógrafo más famoso del microstock, Yuri Arcurs, vende cerca de 650.000 licencias individuales al año; cada foto, en promedio, se vende cien veces y, mensualmente, sube 400 fotos (hoy en día posee más de 10.000 fotos en las agencias donde trabaja). Arcurs tiene un equipo de trabajo de más de 40 personas, un estudio propio y una cuenta bancaria donde le llega, anualmente, más de un millón de dólares por sus imágenes. Arcurs lleva más de 10 años en el mercado.

No es un negocio democrático. Tampoco es para todos y mucho menos es la contrapartida del macrostock. Simplemente, el microstock es otra alternativa para sobrevivir, si se tiene suerte, en un mundo que no es para “amateurs”, así la web prometa lo contrario.

Juan Sebastián Salazar
Periodista, y no comunicador social. Lector, más que escritor. No escribo desde Bogotá (Colombia) para el mundo; escribo desde mí para mí. Ahora, si mis textos generan sorpresas, odios, halagos, desacuerdos, burlas... magnífico; ahí es cuando me doy palmaditas en el hombro.
Periodista, y no comunicador social. Lector, más que escritor. No escribo desde Bogotá (Colombia) para el mundo; escribo desde mí para mí. Ahora, si mis textos generan sorpresas, odios, halagos, desacuerdos, burlas... magnífico; ahí es cuando me doy palmaditas en el hombro.

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