
Una historia a las carreras: el running de Maratón a las pistas de hoy
¿Cómo es que tantos seres humanos han terminado corriendo distancias y tiempos cada vez más asombrosos? ¿Qué buscan, qué nos ha atraído a trazar carreras y trayectos que no creíamos posibles con los pies? En busca de los orígenes de este deporte hecho de mil disciplinas, el autor nos cuenta tras las huellas de pioneros y leyendas.
Cuenta la leyenda que un día de guerra, un día decisivo en la historia antigua y moderna al mismo tiempo, Filípides, un mensajero ateniense, fue enviado a Atenas a dar una noticia: la ciudad llevaba la victoria sobre los persas en Maratón. Y como tantas cosas en la vida, la noticia era para ayer. Entonces, Filípides tomó sus cosas y echó a correr.
Como todos los de su oficio, los heraldos, mensajeros profesionales que entrenaban para llevar noticias y comunicaciones a pie cubriendo distancias asombrosas, sus sandalias sacudían caminos hecho de miles de pasos de otras mujeres y otros hombres, caminos hecho del polvo amarillo que aún hoy es la estampa de todas las imágenes del Ática, del Peloponeso y demás penísulas e islas de lo que será, algún día, Grecia: entonces conjunto de ciudades y puertos donde fueron inventadas muchas de las cosas que harían todos los herederos de la cultura occidental más tarde y, entre ellas, la que él, que aún no lo sabe, está por inventar. O más bien, por inmortalizar: correr.

Dice la leyenda que Filípides cumple su misión: entrega la noticia y tan pronto como cumple su destino, agotado por el esfuerzo, muere. Y desde entonces, dice la tradición, muchos han competido repitiendo su hazaña, poniendo a prueba eso que compartimos con tantos animales pero tratamos de reconocer como humano: tener un buen corazón, uno capaz de aguantar lo que ninguno ha hecho.
La historia del running es entonces esa: la de un mensaje que cruza kilómetros inverosímiles en el cuerpo, la del esfuerzo de un órgano que se dispone a resistir un número mayor de latidos antes de que llegue el último. No es la del atletismo, de la velocidad, de la pista o los relevos junto a las otras disciplinas de estadio, sino la historia de los pasos sobre los pasos de otros por caminos que cruzan ciudades, campos, eras. Historia que arrastra a cualquiera que se ponga sus tenis y en la calle trace una ruta que abre un camino, una marca, un primer día. Es la historia de los muchos pasos que ofrecen unas horas de innecesaria, dichosa y profunda entrega sobre el paisaje. La historia de todos los que se preparan para ella.
Quizás por eso sorprenda a muchos que la historia de Filípides parece ser a todas luces un invento, o al menos una tergiversación. Hace un par de años una nota de National Geographic recordaba que en los nueve libros que escribió Heródoto, el padre de la historia occidental, sí aparece un Filípides que corrió desde Maratón, pero no para anunciar una victoria, sino para algo más urgente: conseguir refuerzos para derrotar a los persas. El Filípides documentado por Heródoto logró correr no 40 kilómetros hasta Atenas, sino 246 hasta Esparta en menos de dos días, sin mencionar que los repitió de vuelta para llevar la respuesta de los espartanos al campo de batalla.

Lo que es indudable es que, antes de que Filípides corriera en el 490 a.C., los griegos ya lo hacían por deporte. Los Juegos Olímpicos más antiguos de los que tenemos registro tuvieron lugar en el 776 a.C., y el ganador de la única competencia de aquella primera Olimpiada, una carrera a pie de 192 metros conocida como stadion, nombre de la distancia y de este ancestro de los 100 metros planos modernos, fue Koroibos de Elis, según registra World History Encyclopedia. Y por siglos corrieron los atletas desnudos para exhibir la belleza de sus cuerpos y en distintos formatos, cada vez más diversos y largos, incluso con armamento que podía pesar más de veinte kilos, para coronarse ganadores con olivo silvestre, honrando a los dioses y a Zeus, en particular, con sus hazañas. Hasta que el emperador romano y cristiano Teodosio prohibió los Juegos por su vocación pagana en el año 393 de nuestra era.
Sin embargo, para que las carreras de larga distancia se hicieran deporte y competencia hizo falta la historia moderna. En 1788, en pleno Siglo de las Luces, el caminante y precursor del ultramaratonismo Foster Powell logró la extraordinaria hazaña de ir y volver de Londres a York en cinco días cubriendo más de 600 kilómetros, lo que le ha valido ser inmortalizado en distintos grabados de su hazaña. También en Inglaterra, en 1837, un grupo de soldados organizó la primera carrera de cross country, a campo abierto con un componente desafiante de obstáculos naturales incluyendo barro, lluvia, pastizales, entre otros. En menos de un siglo, su popularidad llegó a darles un lugar en los Olímpicos de 1912 y 1920, aunque fue prohibido en los de París de 1924 por considerarse demasiado peligrosa su exigencia física, y en especial en el calor del verano.

El maratón, por su parte, tuvo que esperar al final del siglo XIX para entrar en escena. Mientras el Comité y los Juegos Olímpicos modernos nacían impulsados por el barón Pierre de Coubertin, el lingüista y académico clasicista Michel Bréal pensó en una carrera de aires antiguos: de Maratón a la colina del Pnyx en Atenas, sede de la temprana democracia ateniense. Esos 40 kilómetros serían la contraparte de fondo de los primeros 100 metros planos que se correrían también en los Olímpicos de Atenas de 1896. El ganador de aquel primer maratón, otro griego: Spyridon Louis, un aguatero de 23 años admirado en su servicio militar por su resistencia y velocidad que, después de ganar y convertirse en héroe nacional, decidió no volver a competir jamás y regresar a su pueblo para continuar con su vida cotidiana, modesta y tranquila. Entre los honores que se le rindieron, el rey de Grecia le ofreció lo que quisiera por su hazaña. Louis pidió una carreta y un burro para poder llevar más cómodamente el agua.
Doce años más tarde, el maratón estandarizó su distancia: los 42,195 metros que hay del Castillo de Windsor hasta el Palco Real, para complacer a la Reina Alexandra de Inglaterra durante los JJOO de Londres en 1908. En esa misma ciudad correría la primera mujer a la que se le permitió realizar oficialmente la prueba del maratón, la británica Violet Piercy en 1926, que la completó en 3 horas 40 minutos y 22 segundos.
Antes de ella, otras mujeres ya habían comenzado esa carrera que aún no para por hacerse un lugar en las pistas, las calles y los podios más allá de los prejuicios machistas sobre sus cuerpos, aptitudes y deberes en la sociedad: se ha podido rastrear en la prensa, por ejemplo, que en los primeros olímpicos modernos corrieron extraoficialmente dos griegas: Melpómene, quien lo completó en 4 horas y 30 minutos, y al día siguiente de la carrera oficial masculina, Stamata Revithi en 5 horas y media; sin mencionar a otras pioneras de inicios de siglo como Marie-Louise Ledru en París o la alemana Karoline Radke que marcó un asombroso récord mundial de 2 horas 16 minutos y 8 segundos en una fecha tan temprana como los JJOO de Amsterdam de 1928.
Hay quienes piensan que la popularidad creciente del running se debe a su sencillez: no nos faltan más que nuestras piernas y el espacio por recorrer, ahí delante nuestro esperando que lo atravesemos, y quizás que le digamos a otro: a ver quién llega primero. Y, a pesar de la tendencia actual a adquirir zapatos y equipos de punta para correr, la historia del primer africano en ganar un maratón parece una prueba irrefutable de la absoluta futilidad de todo artefacto ante las llanas capacidades del extraordinario cuerpo humano. Quizás sí, solo hace falta echar a correr y ya.

El etíope Abebe Bikila ganó el maratón de los Juegos Olímpicos de Roma en 1960 con un asombroso tiempo de 2 horas 15 minutos y 16 segundos. Descalzo. Llevó a casa la primera medalla olímpica dorada de Etiopía; cuatro años más tarde lo volvería a hacer. La victoria de Bikila anunciaba el dominio que la región norte del Gran Rift Africano, donde se presume que pudo haberse originado nuestra bípeda humanidad hace millones de años, ha tenido en las carreras de fondo desde los años 90 marcando entre hombres y mujeres múltiples récords mundiales como los de Dennis Kimetto (Kenia), Catherine Ndereba (Kenia), Mary Jepkosgei Keitany (Kenia), Brigid Kosgei (Kenia), Tigst Assefa (Etiopía), Eliud Kipchoge (Kenia), y por supuesto, los actuales masculino y femenino: el de Kelvin Kiptum de 2 horas y 35 segundos en 2023 y el de Ruth Chepngetich de 2 horas 09 minutos y 56 segundos en 2024, ambos keniatas.
Pero los seres humanos han querido más. Mientras nuevas maratones han abierto sus puertas a los miles de adeptos que el running ha ganado en todo el mundo desde finales del siglo XX en ciudades tan distintas como Río de Janeiro, Lima o Tokyo, también ha habido un surgimiento de carreras para quienes tratan de llevarse al límite en sus capacidades. La popularidad del skyrunning, maratonismo en alturas donde el oxígeno es escaso, ha aumentado de la mano de atletas como Matt Carpenter, una verdadera leyenda que cuenta por decenas sus títulos, dueño de tiempos asombrosos como el de 2 horas 52 minutos y 57 segundos en Tingri, Tíbet, a 4.370 metros de altura sobre el nivel del mar en 1993.
Y todo esto sin hablar del ultramaratonismo y del trail que son mundos en sí mismos y hoy suman adeptos en todo el globo atraídos por carreras como el Espartatlón —que se organiza desde los años 80 entre Atenas y Esparta en homenaje a la misma ruta que cubrió en su tiempo el histórico Filípides— e inspirados por corredores como el norteamericano de raíces griegas Dean Karnazes, otra leyenda, aunque muy criticado por todo el mercadeo que ha hecho de sí mismo. Se diga lo que se diga, no deja de ser impresionante que sea el dueño del récord de la carrera ininterrumpida más larga sin meta que se haya corrido desde que se tenga registro: 560 kilómetros corridos en 80 horas y 44 minutos durante los cuales no durmió y no paró, a lo mejor al borde mismo del aliento como lo hacían aquellos viejos heraldos que alguna vez atravesaron el mundo para unir ciudades, culturas y vidas con las marcas de sus sandalias.


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