Retrospectiva del Premio Arte Joven 2008-2023 en Cartagena
El 25 de enero se inaugura en Cartagena la muestra que celebra los 16 años del premio creado por Colsanitas y la Embajada de España. Las obras de dieciocho artistas colombianos estarán expuestas en el Centro de Formación de la Cooperación Española hasta el 10 de marzo.
La curaduría de María Isabel Rueda, artista cartagenera y curadora de las dos últimas ediciones del premio, reúne dieciocho obras finalistas y ganadoras entre 2008 y 2023, que dan cuenta de la pluralidad estética y conceptual del arte colombiano del siglo XXI.
La muestra incluye pintura, dibujo, fotografía, video, gráfica e instalación. Los creadores provienen tanto de centros urbanos que convocan las dinámicas tradicionales del arte como de zonas periféricas que dan cuenta de la complejidad de nuestro país. En cada obra palpitan las preguntas sobre la identidad individual y lo social, el género y el deseo, lo privado y lo público, las raíces y el territorio, el pasado histórico y la historia personal; miradas que nos confrontan desde el arte joven.
1. Hetera Friné (Premio del público en 2022)
El detrás de / The behind of
Video monocanal (4:31 min.)
Soacha
¿Desde dónde se define lo que es bello y lo que está de moda; quién aprueba lo que es aceptable, admirable e imitable? La obra de Hétera Friné conjura con brillante malicia el deseo de la belleza, la envidia de lo inalcanzable y la burla ante aquello que es tan ignorante como influyente.
Artista de Soacha y beneficiaria del programa ser Pilo Paga, Hetera desarrolla su obra en tránsito permanente entre los extremos de las clases sociales, cuyas fronteras han sido duramente delimitadas en Colombia con la invención de los estratos. Por un lado está la Universidad de Los Andes, en la que estudió la artista: una isla de la élite capitalina en medio del convulso centro bogotano; en el otro extremo está su natal Soacha, esa ciudad inmensa a cuyos 523.000 habitantes les queda estrecho el rótulo de “municipio” y a quienes buena parte de los bogotanos miran de reojo y con suspicacia a pesar de la cercanía.
El detrás de / The behind of derrumba esa muralla ficticia entre las clases, desdibujando los límites estéticos y subrayando los prejuicios socio-económicos. El cuerpo de la artista es el eje de un fashionismo ruidoso e irreverente, mezcla de Gucci, Prada, calles sin pavimentar y gallinas criollas huyendo de un sancocho hirviente. Entre ellas está Dior Dinaria, la mascota de la artista y co-protagonista del video.
El escenario deconstruido nos permite conocer el verde del croma sobre el cual se han proyectado desde las ilusiones arribistas de la clase media, que aterrorizada ante la inminencia de la pobreza busca desesperadamente revestirse con marcas costosas. La acción performática registrada en el video monocanal es tan sensual como cómica, la belleza resulta desbordante e incómoda y la crítica social planteada por la artista se mofa de manera simultánea del arribismo y de las carencias propias.
La obra resultó ganadora del Premio del Público en 2022. Para ello, Hetera Friné sumó una capa performática a esta reflexión sobre el consumo y el deseo al llevar a cabo una campaña de popularidad, un acto de vanidad y urgencia. Al final, al momento de recibir el premio, se presentó a la ceremonia con una corona y una banda de reina de belleza; una reina popular, elegida por sí misma y por las masas virtuales, sin mediación del jurado. Al respecto, concluyó: “Todos queremos ser objetos de consumo y que nuestra obra sea consumida. El sistema funciona en ese punto de encuentro. Yo no soy para nada ‘anarquía pura’, no. Yo hago parte del sistema, yo me jacto del sistema”.
2. Steven Moreno Pinzón (Premio del público en 2023)
Bocanada
Fotografía impresa sobre tela (185 x 130 cm)
Fusagasugá
El fuego. La basura arde en medio de la noche y una pareja se besa junto al calor de las llamas. La escena capturada por la cámara de Steven Moreno es tan salvaje como urbana, tan apasionada como indiferente. En espacios agitados como el skatepark de Fusagasugá lo excepcional resulta cotidiano y esta imagen podría disolverse entre las muchas que surgen en una noche cualquiera entre los jóvenes que visitan el lugar. Sin embargo, al sustraer esa imagen de su contexto, la fotografía le devuelve su carácter sobrecogedor y la impresión sobre tela materializa un recuerdo quizá perdido para muchos en la memoria nocturna.
Fusagasugá es un municipio periférico a pesar de estar muy cerca del centro, de la capital; el skatepark de Fusagasugá convoca el espíritu marginal de los extramuros a pesar de estar muy cerca del centro de la ciudad. “¿Ciudad chiquita o pueblo grande?”, se cuestiona Steven al recorrer esa triple frontera entre lo urbano, lo rural y aquello que desde el centro se ha acordado en llamar “la provincia”.
El trabajo de Steven se sitúa en esa cercanía y distancia entre el centro y sus formas de poder y las múltiples periferias y su diversidad de carencias. La vitalidad, la estética y la resistencia tienen en común el poder de subvertir esas jerarquías: desde la vitalidad de las tablas en movimiento, no existe la quietud de la noche; desde el calor del fuego, lo incierto del futuro luce excitante; desde la resistencia de los barrios marginales que rodean el skatepark, el conservador centro de Fusagasugá parece marchito, parte de un pasado al que no hace falta regresar.
El viaje de regreso de esta fotografía es directamente hacia su lugar de origen y ante los ojos de sus protagonistas: Steven lleva la tela en blanco y negro de vuelta al skatepark, donde los metaleros, emos, skaters, descastados y ociosos se apoderan de ella y posan de nuevo ante la cámara. La segunda capa de esta obra es precisamente ese autorretrato colectivo, esa fotografía de la fotografía, esa espiral entre la noche y el día que solo la fotografía puede descifrar con tanta precisión documental como intensidad emotiva.
3. Andru Suárez Rojas (Finalista en 2022)
La creación de los hombres
Tríptico en acuarela y gouache (43 x 38 cm cada pieza)
Barranquilla
Toques de realidad y deseo, pero intensamente maquillados con entornos de fábula, es lo que abunda en los perfiles de los usuarios de cualquier app de citas. En el caso de Grindr, enfocada exclusivamente en hombres gay, esta idealización está marcada por los mismos estereotipos machistas que atraviesan la sociedad heteronormativa: no locas, no plumas y cuerpos de gym. Estos tres imperativos componen la receta de un hombre idealizado, recreado a través de palabras en esa interfaz, y son también los ingredientes de este tríptico de acuarelas y gouache.
Lejos de las pantallas, la obra La creación de los hombres de Andru Suárez Rojas recrea una atmósfera surreal en la cual una reina encerrada en una torre da vida a los hombres con base en los mandatos de Grindr. Un conejo la acompaña en la preparación de esta receta. Ambas juegan con las ideas preestablecidas de lo femenino: las facciones fuertes de ella y el género ambiguo de los conejos protagonizan una escena doméstica en la cual, cocinando y tejiendo –aquello que se supone que las mujeres deben hacer–, conspiran para reinventar a los hombres.
La receta está condimentada por referentes no normativos, como respuesta a los comentarios recurrentes en contra de lo femenino que abundan en Grindr, espacio en el cual las mujeres trans y los gays afeminados suelen ser cancelados. La reina Isabel I, la diva española Rossy de Palma y la cantante Taylor Swift acompañan a Andru en la creación de este universo. Detrás de ellas están las surrealistas Remedios Varo y Leonora Carrington, cuyas obras Samaín y La tentación de San Antonio alimentaron este trabajo.
“Todos mis referentes son mujeres; mujeres fuertes, independientes, que nunca necesitaron un hombre a su lado para defenderse”, afirma la artista. Pero la primera de todas fue Frida Kahlo, cuya obra conoció gracias al profesor William Gutiérrez, quien se la presentó cuando Andru se recuperaba de un doloroso accidente que la inmovilizó durante años de su infancia: al igual que ella, Frida también estaba herida, pero podía reinventar el mundo y volver a crear a los hombres desde la oscuridad de su habitación.
La revelación de esta mujer era algo urgente en su vida. Andru ha vivido entre dos Barrancas: el municipio de La Guajira en el que nació y la antigua Barrancas de San Nicolás, ciudad amnésica y festiva que el mundo aplaude por su Carnaval. En ambas Barrancas, los hombres son aupados por el simple hecho de existir y las mujeres suelen servirles, incluso a través del cuidado de su cuerpo que busca complacer los ideales de belleza que ellos esperan. Esta relación con el cuerpo femenino –frágil y sexualizado– y con el masculino –fuerte e impositivo– se replica en las comunidades gays de las dos ciudades. Pero, a diferencia de lo que ocurre en las interacciones hetero, en la dinámica de Grindr lo masculino es lo único deseable; de nuevo: no locas, no plumas y cuerpos de gym.
Las tres acuarelas de Andru Suárez Rojas buscan conjurar una idea de la belleza, de la fuerza, del cuerpo y de lo que resulta deseable en lugares donde lo femenino suele estar en segunda línea, en función del deseo masculino. “La creación de los hombres” es también una deconstrucción de lo masculino, una caricia demoledora desde la suave fuerza de la creación.
4. Camila Arévalo (Segundo lugar en 2020)
Barbarroja
Performance, registro fotográfico y vestigio de vello facial (10 piezas de 32 x 48 cm)
Ibagué
¿Dónde comienza el cuerpo? ¿Hasta dónde se extiende? ¿El cuerpo opera como factor determinante de nuestra identidad o como el principal medio de expresión de la misma? ¿Es la piel solo una frontera entre el adentro y el afuera o también el plano que delimita lo que realmente somos y lo que otros ven?
En su obra Barbarroja, finalista del Premio Arte Joven 2020, Camila Arévalo transgrede su propia piel y extrae del interior restos vivos de su cuerpo, ajenos a su identidad. En este performance, la artista de Ibagué extrae su vello facial con una pinza depilatoria. La acción, a la vez violenta y delicada, deja en la piel un rastro de sangre e irritación que traza la silueta de una barba enrojecida, pero ausente: una barba sin barba, una piel desnuda que exterioriza la disforia de la artista hacia sus rasgos masculinos.
Aunque Camila hizo un registro audiovisual de esta acción performática, el formato de la obra expuesta en la Galería Nueveochenta está conformado por una serie de nueve stills tomados del video y dispuestos a manera de secuencia fotográfica. La décima pieza que conforma Barbarroja es un dibujo trazado con el vello facial de la artista. La decisión de presentar el performance de manera documental y la de elegir imágenes fijas en lugar de movimiento dan cuenta de su relación con el cuerpo y el espacio, con una clara intención plástica y conceptual.
Camila llegó al performance después de haber transitado por técnicas tradicionales como el dibujo y la pintura, formas de representación de la realidad. Pero cuando se adentró en el trabajo con el cuerpo, su forma de ver y relacionarse con el mundo cambió totalmente. “Desde entonces, el arte ha sido central para entenderme y conocerme. A mí no se me da la puesta en escena pública de una acción, porque es algo que ocurre en mi privacidad. En este caso, se trata de una acción cotidiana e íntima que comparto a través del registro documental. La última pieza de Barbarroja es un dibujo hecho con fibra capilar, con tejido vivo dispuesto sobre una hoja de papel. Son los restos de una persona que sigue viva; vestigios de un cuerpo masculino, separados de mí”, afirma Camila.
El tema del género es transversal a su obra, pero su acercamiento al mismo ha evolucionado con los años: “Ahora estoy en una búsqueda más allá de la dualidad hombre-mujer, mi pregunta actual es por la identidad, incluso su disolución asociada con el binarismo del género”, afirma. Barbarroja fue concebida durante la cuarentena, mientras estaban vigentes las medidas de pico y género, y esta pregunta forzosa por cómo aparecemos ante los ojos de la sociedad fue uno de sus detonantes. “El Estado daba a la ciudadanía la potestad de definir qué es un hombre y qué es una mujer, a partir de las construcciones tradicionales de estos roles. Yo traté de cuestionar esa imposición exhibiendo las marcas en mi piel enrojecida. Eso me confrontó de nuevo con la certeza de que mi imagen no es mía, sino de quienes la están percibiendo”, recuerda la artista.
El nombre de la obra no solo obedece de manera textual a esa cara enrojecida de la artista. Se trata también de un juego con las connotaciones viriles asociadas a ese nombre genérico que se ha atribuido a distintos personajes históricos: un corsario otomano, un emperador del Sacro Imperio Romano Germánico y una egresada de la Universidad del Tolima. Los dos primeros: machos, conquistadores, con abundante pelo rojo en la cara; la tercera: huesuda, delicada, en una búsqueda por responder preguntas y disolver prejuicios a través de su cuerpo.
5. Raquel Sofía Moreno (Primer lugar en 2022)
No control
Acrílico y pasteles grasos sobre lienzo (184 x 184 cm)
Bogotá
Mujeres a puerta cerrada, mujeres que sudan, tienen pelos, sueltan pedos, desean, odian, aman, sangran. Raquel no está sola, una cohorte de mujeres la acompañan y aparecen en cada uno de sus retratos, ellas son la inspiración, la motivación y la proyección de la identidad silenciada de esta artista bogotana.
Para llegar a ellas, Raquel ha tenido que entregarse a un doble ejercicio, primero de intimidad y después de desdoblamiento. Una puerta separa a Raquel de esas mujeres y a esas mujeres de sus pinturas.
Fuera de su espacio, al momento de usar las palabras, Raquel es tímida, su voz tiembla, su mirada es huidiza. El lenguaje con el cual se siente cómoda es otro: al cerrar la puerta, entre acrílicos, pasteles grasos, lápices y marcadores, Raquel, es otra, es otras, es muchas.
Algunas están inspiradas en la literatura, otras en la música, en grupos como Pixies o Él Mató a un Policía Motorizado. Otras surgen de su imaginación o son amigas tutelares que la protegen y la acompañan, otras son simplemente un espejo, un espejo desnudo y franco.
La obra No control, un acrílico de casi dos por dos metros, es la manera en la que Raquel intenta recuperar el control. Otra ella; sangrante, con pelos en las tetas, en los sobacos, con los ojos rojos, sangrantes, alucinados, habla por sí misma en un momento en el cual su cuerpo rechaza los medicamentos y las hormonas están en crisis.
El cuadro de gran formato surge a partir de un pequeño dibujo que Raquel ha calcado y ampliado desde un acetato en un retroproyector.
Con acierto la artista llama a estas mujeres “dibujos furia''. Trazos sin control, fuera de los contornos; como las mujeres, los brochazos también tienen pelos, los pasteles también manchan. El gesto es fuerte, rudo. En el resultado final, todas ellas son más grandes que Raquel. La puerta de la intimidad se abre a través de la obra de Raquel Moreno. Estas pinturas nos invitan a entrar en su intimidad y liberan a todas las mujeres que son ellas, para que puedan salir y gritar en silencio.
6. Julián Santana (Tercer lugar en 2015)
Mujer wayúu cargando Caterpillar 797
Fotografía digital (114 x 75 cm)
Bogotá
En La Guajira convergen lo minúsculo y lo inmenso, el carbón y el océano, lo wayúu y lo alijuna. Esos desencuentros convierten el desierto en un bosque de historias silenciadas. La obra de Julián Santana ata esos dos extremos en tensión y los revela con la claridad de la fotografía.
El 797 es el modelo de volqueta más grande construído por Caterpillar Inc: una máquina con capacidad para más de 300 toneladas de carga y un peso propio algo menor a una tonelada. Con una altura de siete metros, cualquier individuo ante él es reducido apenas el radio de uno de sus rines. Es una obra de ingeniería con cuatro mil caballos de fuerza que resulta ser una pluma para lo que es capaz de llevar sobre sí. La misma desproporción que la fotografía de Julián Santana ubica entre la enormidad de la explotación minera que se ha llevado a cabo en la Guajira y la carga que pesa sobre los Wayúu.
La obra es parte de un conjunto de fotografías intervenidas digitalmente para poner en evidencia los conflictos y paradojas que atraviesan el territorio a partir de un extenso trabajo de campo e investigación. Se trata de una de las líneas más prolíficas que ha atravesado la obra de Santana entre 2008 y 2016, y por la cual ha sido expuesto en diálogo con otras miradas desde 2015. En la Retrospectiva Arte Joven 2008-2023, la pregunta por la minería, la economía extractivista y las dinámicas neocoloniales es un horizonte conceptual que Mujer wayúu cargando Caterpillar 797 comparte con Caracoles de no colores de Jahirton Betín.
Julián Santana es egresado de Artes Visuales de la Universidad Nacional de Colombia. Su trabajo se ha desarrollado ampliamente en el campo de la reflexión sobre la realidad del país a través de la experimentación con lo documental, por medio de la fotografía, el video y el trabajo con comunidades como medios para exponer diferentes problemáticas sociales. Su obra ha sido expuesta en espacios nacionales e internacionales y ha sido beneficiario de numerosos estímulos, becas y residencias como residencia internacional para un artista en el museo municipal de bellas artes Castagnino + Macro en Argentina o la beca de investigación para artistas y arquitectos del Deutscher Akademischer Austausch Dienst en la Kunstakademie Münster (Alemania) bajo la tutoría del profesor Andreas Köpnick (Film & Media), entre otras.
7. Juan Sebastián Fonnegra (Mención de honor en 2014)
Parque de juegos
Fotografía (6 piezas de 55 x 73 cm)
Cali
Las luces de la noche no hacen el negativo del día. En las sombras que dibuja el alumbrado público, los objetos se realzan en los espacios abandonados por sus habitantes. Nadie juega en el parque o la cancha. La oscuridad hace más profundas las grietas de un tablero en la cancha de básquet, el vacío de la arenera, las cicatrices que el tiempo ha ido dejando sobre cada uno de los juegos infantiles. Son todas esculturas en recuerdo de algo que no es ya. Algo en ellos se desdobla lejos de la vida que los llena en el día. Pareciera que flotaran tal como lo hacen en las fotografías de Juan Sebastián Fonnegra Parque de juegos.
“Parque de juegos es un proyecto en fotografía que busca recorrer un sitio predilecto de la infancia —usualmente relacionado con la luz del día—, bajo la luz y soledad de la noche”, señala Fonnegra sobre la obra. “Es un recorrido por un lugar que evoca una sensación vívida de alegría, pero que se combina con la nostalgia que provoca la reminiscencia de un pasado que se alberga entre el olvido y el recuerdo, como un fantasma que reclama su presencia. El origen del proyecto tiene que ver con la añoranza de ese lugar cálido infantil, ahora visto desde el otro lado, del adulto y su noche”.
La mayor parte de la obra de Fonnegra ha sido una exploración de “temáticas que giran alrededor del inconsciente, la identidad, la familia y la interpretación de las imágenes”. Obras suyas han sido expuestas en diferentes muestras tanto individuales como colectivas, incluidas varias ferias de arte en México y Colombia. Además del tercer lugar y mención de honor en Arte Joven en 2014, también fue ganador de la Beca de Exposiciones Individuales de los 16 Salones Regionales de Artistas (2017) y del Premio Nacional de Fotografía (2020), ambos otorgados por el Ministerio de Cultura de Colombia.
La sensación de soledad nocturna que se respira en esta serie dialoga con otras obras de la muestra, como los dibujos de Valentina Rodríguez. Las fotografías de Fonnegra visitan la soledad desde la nostalgia; mientras que los dibujos de Rodríguez intentan conjurar la soledad forzosa a la que nos sometió el confinamiento por la pandemia del Covid-19: la narrativa de la soledad es tan individual como el momento en el cual se experimenta.
8. Eider Yangana (Selección oficial 2022)
Chakaruna
Video performance (1:56 min)
Ríoblanco, Sotará, Cauca
La frontera entre el cuerpo y la naturaleza es una invención de la modernidad. Eider Yangana tensiona sus músculos en medio de rocas y aguas y desde ese lugar es uno con el universo del cual su tradición ha bebido desde siempre. “La acción transcurre en el Estrecho del Magdalena, en San Agustín, Huila. Para el pueblo Yanakuna, los ríos Cauca y Magdalena conservan un vínculo espiritual muy fuerte, pues es en la Corona del Macizo donde nacen y despliegan su cauce”, afirma el artista.
En frágil equilibrio, entre la meditación y el esfuerzo, el artista caucano invoca una pausa urgente a la cual nos invita. En esta posición arqueada sobre el agua del río Cauca emula un puente que establece conexiones entre mundos lejanos y abre caminos entre generaciones de su comunidad separadas por décadas y por visiones cambiantes de la realidad.
Eider es director de “Yanacroma” cuerpo colectivo, donde moviliza procesos artísticos, pedagógicos, de intervención y exhibición. También hace parte de una generación de jóvenes artistas de la región, formados en la Universidad del Cauca, bajo la tutela de maestros como Jim Fankugen. De orígenes diversos, estos artistas comparten el arraigo en el territorio, la reflexión sobre el desencuentro triétnico de este enorme departamento y el anclaje ancestral en contraste con la evolución y deconstrucción de las tradiciones indígenas. Varios de ellos han pasado por el Premio Arte Joven, como Julieth Morales (finalista en 2022), Diego Fernando Vergara (selección oficial en 2023) y Doreiby Perafán (ganadora en 2023), quien también hace parte de esta muestra.
9. Doreiby Perafán (Primer lugar en 2023)
Cogerle corte
Instalación: 120 mazorcas de cerámica y ameros
Aguas Regadas, Los Milagros, Bolívar, Cauca
La idea del territorio suele alternar entre lo vasto de una región y lo muy local e íntimo de una vereda. En el caso de la artista Doreiby Perafán, la parcela en la que vivió hasta los once años en la vereda de Aguas Regadas es el lugar donde se encuentran las raíces de su familia campesina. El inmenso y agitado Cauca –uno de los departamentos con mayor diversidad negra e indígena y con una capital que se precia de ser “la ciudad blanca” de Colombia– es el marco más amplio en el cual se viven las tensiones de una historia violenta, la ilusión de un océano negro de sal y viche, y la expresión cultural y de resistencia de pueblos como los Misak y los Nasa. La pregunta por el territorio suele ser un cliché, la respuesta en el caso de Doreiby es larga, metafórica, labrada en maíz y barro.
La instalación Cogerle corte está compuesta por 120 mazorcas hechas en cerámica. Los granos arrancados de cada una de estas tusas trazan una línea que reproduce el comportamiento estadístico de las importaciones de maíz a Colombia. El territorio es inevitablemente identitario, pero también político y, por supuesto, económico. Estas facetas se nutren en esa tensión constante que define las realidades de regiones tan complejas como el Cauca.
El título de la obra es una expresión campesina que el papá de Doreiby usa para referirse al trabajo de la tierra: cuando hay mucho que hacer, es necesario hacerlo por partes, cogerle el corte. El dispendioso trabajo de cada una de las cerámicas tiene para Doreiby una dinámica similar a la de la tierra: “He querido relacionar el trabajo del campesino también con el proceso artístico en la medida que cada uno trabaja con lo que está dentro de sus posibilidades. A veces el campesino carece de herramientas sofisticadas y tiene que utilizar lo que tiene en sus manos para crearlas. Yo creo que el artista lo hace de la misma manera”, afirma la artista de origen indígena.
Doreiby hace parte de una camada de artistas formados en la Universidad del Cauca, cuyas motivaciones, problemáticas y soluciones formales dan cuenta de procesos formativos, de las dinámicas de la región y del diálogo creativo entre ellos. Diego Vergara, también finalista de esta edición de Arte Joven, refleja intereses y materialidades similares en su obra Chacra y boñiga; Julieth Morales, artista misak y finalista de la edición anterior del premio, da cuenta de su tradición indígena a través del tejido. Los tres han coincidido en el espacio académico y han tenido en común referentes y maestros como el profesor Jim Fankugen.
Cada una de las 120 mazorcas de cerámica está prendida de su respectivo amero: la hoja orgánica se encuentra con el barro moldeado y horneado para ser colgadas en lo alto, lejos de la tierra. Desde ahí, la línea de granos ausentes exhibe el absurdo de un país en el cual se siembran vastas plantaciones de un producto que también se importa de manera creciente desde 2007. A dos metros de altura, estos cuarenta kilos de mazorcas cerámicas rinden homenaje a las raíces de una artista yanacuna de solo 21 años.
10. Jonathan Peña (Mención de honor en 2016)
El horizonte
Óleo sobre lienzo (104 x 154 cm)
Medellín
Horizontes, de Francisco Antonio Cano, es una de las obras pictóricas más representativas del arte antioqueño del siglo XIX. La pareja arriera que contempla, a cielo abierto, el paisaje montañoso y exuberante parece sintetizar el orgullo paisa: un pueblo que se precia de ser trabajador, familiar y “berraco”.
Este imaginario de carriel y arepa ha sido ampliamente difundido y reproducido en diversos homenajes pictóricos. El paisaje bucólico puede ser respirado con la añoranza de tiples y ruanas, pero también abre la puerta a las sensaciones contradictorias de nuestra agitada historia: la pausa en el viaje de los arrieros bien podría ser una contemplación del futuro anhelado o un giro hacia el camino recorrido para ver el pueblo de origen del que han sido despojados.
La pintura de Jonathan Peña, mención de honor del Premio Arte Joven en 2016, sitúa a esos tres personajes sentados sobre la misma montaña y señalando con el mismo índice enfático que ha promovido el rumor de que la obra original estaba inspirada en La creación de Adán, de Miguel Ángel. Lo que es radicalmente distinto, lo que reescribe la pintura y la transforma en documento, es la aparición de una serie de personajes en segundo término. La violencia, sigilosa hasta el momento del estallido, asoma con otras tonalidades de verde: una reducción dramática del horizonte.
El índice del arriero apunta hacia otra obra antioqueña de esta exposición: quizá ese viajero está mirando hacia las otras Antioquias, negras, indígenas y pobres, invisibilizadas estructuralmente y que son protagonistas de la pieza de Astrid González, situada en el centro de la sala.
11. Valentina Rodríguez (Segundo lugar en 2021)
Ansia
Video en rotoscopia y ocho dibujos en carbón vegetal (25 x 30 cm cada pieza)
Bogotá
La experiencia del confinamiento marcó profundamente el proceso creativo de muchos artistas y, en algunos casos, se convirtió en el tema central de sus obras surgidas desde el inicio de la pandemia del Covid-19. Tal fue el caso de la obra Ansia de la artista Valentina Rodríguez.
Entre los medios predominantes en la obra de la artista bogotana están el video –ha participado en varios festivales de cine experimental– y el dibujo. Ambas técnicas convergieron simbióticamente en esta obra que ganó el Segundo lugar del Premio Arte Joven 2021.
Durante 2020, Valentina grabó escenas cotidianas que transmitían la sensación de opresión, monotonía y desesperación asociadas con los meses más duros del aislamiento. El video fue procesado en rotoscopia adquiriendo textura y valor de línea. A partir de esta animación, la artista responde a la quietud del encierro como motivación para reproducir esas escenas en más de 300 dibujos en carboncillo y óleo; una suerte de reducción del movimiento audiovisual a la quietud plástica, como reflejo del paso desde el acelerado ritmo habitual hacia la interrupción abrupta de la actividad durante la pandemia.
La pieza que fue expuesta aquel año en la Galería Nueveochenta presentaba nueve de estos dibujos acompañados de la animación en rotoscopia: un espacio de la sala que conecta al espectador con una experiencia reciente que resuena en el cuerpo como estatismo, soledad, contemplación, Ansia.
12. Francisca Jiménez (Primer lugar en 2020)
Esta no es una historia sobre China
Video monocanal (15:40 min)
Bogotá
Un camión de mudanzas es interceptado y asaltado en la vía a Tumaco cerca del año 2005. La familia de la artista Francisca Jiménez Ortegate pasaba esa época entre un trasteo y otro, siguiendo los pasos de su padre militar. Para entonces, ella tenía apenas 12 años. Meses más tarde recibieron una caja enviada por las Farc: adentro había un montón de fotos familiares, que se convertirían en la materia prima de la obra Esta no es una historia sobre China.
A partir de ese archivo, la artista bogotana va adicionando capas de significado hasta crear una pieza documental de 15:40, en la que esas imágenes de su padre cuentan una historia completamente distinta y distante: delicada, roja, ficticia, china. Una vez ha desclasificado el álbum familiar, la primera capa que Francisca añade es plástica: cada fotograma está sutil o ruidosamente intervenido, alternando entre revelar y ocultar detalles a través del fotomontaje. Después se suman las capas narrativas: por un lado, el material originalmente inconexo es organizado a través del montaje para estructurar un relato coherente; y por el otro, la voz en off de Bo Jie Huang relata en chino tradicional una ficción tan improbable como seductora: una truncada historia de amor nacida durante la invasión militar colombiana a China.
La historia inventada transcurre durante los años ochenta. La forma en que está contada, desde la voz femenina que encarna el arquetipo anacrónico de la doncella oriental, recuerda a Hiroshima, mon Amour o a la ópera Madame Butterfly. El recurso del archivo familiar para una recreación documental con tintes históricos hace eco de películas como No intenso agora de João Moreira Salles. Sin embargo, esta pieza no es una cosa ni la otra: la memoria histórica está viva desde el horizonte familiar, pero lo que esas fotos contenían antes de ser reinterpretadas, intervenidas y resignificadas corresponde a una realidad ajena. La fotografía tiene la capacidad de capturar un instante, la edición tiene el poder de reescribirlo.
El relato escrito por la artista también reúne fragmentos de las historias que su padre le ha contado muchas veces. La China del video está conformada por imágenes de Vietnam, Japón, Singapur, Colombia y China misma, país que su padre conoció durante un entrenamiento militar a bordo del Buque Gloria. El anecdotario de varios militares nutre la voz de la narradora: el personaje observa a este hombre desde sus ojos inexistentes y recrea en cierta forma la manera en que los ojos grandes de Francisca ven a su padre. “Creo que la ficción es una de las herramientas que tenemos para entender la realidad. Todo para mí es una ficción, una reconstrucción. La historia, con mayúscula, también lo es: es un conjunto de hechos e imágenes montados por un grupo de personas, es una construcción social. Me gusta jugar con lo que es supuestamente imaginario y con lo documental, que supuestamente es la verdad, pero también es una invención, una ficción, que depende de quién haga el montaje”, afirma la artista.
Esta no es una historia sobre China, pero sí es una historia china y colombiana. Es el testimonio material de un conflicto que se ha transformado en un territorio latinoamericano, es la reinvención de la memoria histórica desde un juego cómico con la ficción, y es el registro de un país remoto al que se pretende conquistar, al menos estéticamente. El video es rojo, como China y como el corazón de esa artista a la que su padre militar llama con cariño “mi hija, la comunista”.
13. Daniel Castellanos Reyes (Primer lugar 2013)
La actualidad ilustrada
Serigrafía de Beatriz González intervenida con vinilo reflectivo tipo espejo y moho (72 x 67 cm)
Bogotá
Una pareja posa en colores pastel. Adivinamos un vestido de sastre, un traje de gala de marina, una disposición física propia de fotografías sociales. Tenemos ante nosotros una impresión burlesca de factura pop. La obra toma su título de una sección de la revista Cromos, en la que aparecía la actualidad, lo ilustrativo, los ilustres protagonistas del presente. Pero la obra ha sido transformada, algo no corresponde. En los rostros de los personajes, los espectadores se ven reflejados.
“[La obra] sigue la dinámica de los objetos encontrados”, explica Daniel Castellanos Reyes, ganador del primer lugar en la edición 2013 del Premio Arte Joven con esa serigrafía intervenida. “Rescaté esta obra de Beatriz González de una construcción de un espacio de oficinas. Al parecer la obra fue olvidada por su anterior dueño y estuvo almacenada en un baño por 10 años sin ningún tipo de cuidado de archivo. Al rescatarla reconocí su importancia y quise darle una nueva vida, dado que estaba estropeada por el tiempo y por la descomposición de sus materiales. Jugué un poco con el título real de la obra y quise hacer una reinterpretación ajustada al momento de mi creación con las recientes redes sociales como Facebook.”
Castellanos intervino aquella obra de modo que los rostros de la princesa Ana y el Capitán Mark Phillips fueran espacios reflectivos para que el espectador de la obra pudiera jugar con los retratos “como si jugaran con sus fotos de sus perfiles o como si fueran un filtro”.
14. Astrid González (Finalista en 2022)
Frigio
Instalación: video y 2 prints en papel de algodón (70 x 100 cm cada pieza)
Medellín
Esta no es una clase de historia. Pero vale la pena recordar que en 1791 François Toussaint-Louverture lideró una improbable batalla de Independencia frente a los colonos franceses. Vencieron y Haití se convirtió en el primer territorio libre en el continente americano. Repito: era un triunfo improbable. Los franceses tenían armas, habían efectuado el tránsito de la colonización simbólica a la material y habían impuesto una sólida estructura política; pero no contaban con dos variables que reescriben las historias: los haitianos no tenían nada que perder –preferirían la muerte antes de seguir sufriendo las vejaciones de las que eran objeto– y contaban con un líder que pensaba como haitiano y como francés.
Diecinueve años más tarde, el ejército de Simón Bolívar continuaría una secuencia de gritos independentistas con el triunfo en Colombia. Un líder mestizo, muy alejado de la inflexible voluntad negra de Toussaint-Louverture, encabezó a los criollos. Dos batallas distantes y distintas con intercambios de cartas y voluntades. Sin embargo, el símbolo es el mismo: un sombrero rojo con un ridículo aire pitufino que se arroga el significado de “libertad”. Ese gorro se llama Frigio, al igual que la poderosa obra de identidad y lucha con la cual Astrid González se convirtió en finalista del Premio Arte Joven 2022.
La obra está compuesta por un video en el cual un hombre negro se funde en humo blanco; dos impresos con los escudos de Haití y Colombia en los cuales el sombrero frigio grita en ruidoso rojo sangre sobre fondo negro; y un libro de artista con versos y cartas de nuestras siempre relativas independencias.
Antioqueña, hija de padres chocoanos, Astrid no es paisa. Esa narrativa de carriel y montaña que el pueblo antioqueño ha construido como versión única de su identidad, ha sabido invisibilizar la presencia indígena y a la inmensa población negra del Urabá. Antioquias, en plural, fue el nombre con el cual la venezolana Nydia Gutiérrez inauguró su gestión como curadora del Museo de Antioquia en 2018. Un reconocimiento estético de la diversidad silenciada. Esta no es una clase de historia, pero no está de más escribir que esa curaduría buscaba arrojar luz sobre lo obvio, sobre lo que para muchos es antropología, literatura o arte, pero que para cientos de miles de antioqueñas, como Astrid, es biografía y conciencia de la invisibilización.
Ese humo que todo lo blanquea en su video ha estado presente en Antioquia desde mucho antes de que ella naciera y sigue ahogándolo todo, tratando de ocultar lo inocultable. En palabras de Astrid: “Las experiencias de racialización me llevaron a preguntarme por qué pasaban estas cosas. Las lecturas de antropología e historia abrieron el camino. Luego me acerqué a grupos de jóvenes afrodescendientes que estaban en las mismas búsquedas y llegué a las artes visuales como camino de expresión”.
El poder de lo simbólico es la única fuerza capaz de crear la ficción de una patria. El poder de lo simbólico es también lo único capaz de apaciguar la voluntad de un pueblo, incluso más que las torturas y las armas. El poder de lo simbólico es, sin exagerar, capaz de convertir un poema disparatado de Rafael Núñez en júbilo henchido a todo pulmón en un estadio lleno de gente contemplando a un ejército de futbolistas al borde de la eliminación. No está de más recordar que el poder de lo simbólico es capaz de muchas cosas, pero no de convencernos de que un sombrero rojo significa libertad en este pueblo que niega lo negro y lo indígena y que perpetúa la esclavitud mental. Pero esta no es una clase de historia.
15. Santiago López (Primer lugar en 2017)
Ocupar
Fotografía digital (2 piezas de 104 x 64 cm)
Bogotá
Dos fotografías, dos ventanas, dos interioridades. En esta obra, Santiago López abre preguntas sobre las fronteras entre lo público y lo privado a partir de la más cotidiana, quizás anodina, de las tareas: acumular cosas, guardarlas, ocupar un espacio. Ocupar comparte etimología con la palabra caber. Ambas vienen de la voz latina para contener, darle cabida a algo, capere. Y a todo lo que le damos cabida en nuestra vida, tiende poco a poco a tomarse un espacio. “Muchas veces este habitar, como sucede en las zonas comerciales de Bogotá, se convierte en una forma de ocupación, en donde el espacio intervenido parece un escenario ficticio o inhabitado”, declaró el artista.
En estas fotografías, el paisaje interior de los espacios deshabitados está ocupado por el papel. La alusión al archivo, como testimonio físico de la memoria, es transversal a esta exposición: esos papeles acumulados constituyen un vestigio documental silente, hallado y apilado, que resuena con la materialidad de la obra Paisaje (para Carlos Rojas) de Juan Pablo Uribe.
Por decisión de la curadora, la obra fue montada aprovechando la arquitectura de la sala en el Centro de Formación de la Cooperación Española en Cartagena. Fue ubicada en altura para dar la sensación de estar asomando a una ventana, propuesta que contrasta con la obra que tiene justo a su lado 9 de Abril de Andrés Vergara, cuyos escombros grabados establecen un diálogo y un contraste entre levedad y gravedad.
16. Andrés Vergara (Segundo lugar en 2019)
9 de abril o el fin del tiempo o el tiempo del fin
Impresión giclée y grabado sobre escombro (59 x 99 cm y 64 x 81 cm)
Ibagué
La Historia se reconstruye con los escombros que dejan tras de sí las sociedades. Toda fuente histórica es un vestigio que se cuestiona por su lugar en el conjunto que alguna vez formó con su contexto. En 9 de abril o el fin del tiempo o el tiempo del fin, Andrés Vergara esculpe los restos para despertar la memoria y volver a esa historia que para bien o para mal nos lega sus frutos. La obra consta de una fotografía del Bogotazo impresa sobre los dos bloques de escombro, trabajados más tarde con martillo y cincel.
“En general, mis obras parten de procesos separados que poco a poco se van conectando”, explica Vergara, quien estudió, además de artes, filosofía. “Venía trabajando con archivo fotográfico que imprimía en gran formato y pegaba a las paredes de mi estudio, para eliminar partes de la imagen con un cincel. El proceso dejaba una marca en la pared y yo entendía este gesto como alusión a la idea de la fotografía como marca o indicio y como un proceso arqueológico de revelar la memoria oculta”.
Mientras tanto, Vergara investigaba sobre el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, El Bogotazo y sobre los ecos históricos de aquel evento en el país. Hasta que un día encontró los dos pedazos de pared que usó para la obra, en una casa en demolición en las inmediaciones de su taller. “Aunque no estaba seguro para qué los iba a usar, luego entendí. Pegué sobre ellos una de las fotografía más icónicas del bogotazo, tomada por el fotógrafo Sady González y comencé el proceso de eliminar con un cincel los objetos y personajes de la fotografía, de este modo la imagen final muestra unas marcas sobre el escombro que sugieren la icónica imagen como parte de este".
En aquel entonces, Vergara se había dedicado a buscar formas de expandir la fotografía a otros medios como la escultura y la instalación. “Esta exploración me llevó inevitablemente a preguntarme por la memoria: yo desde pequeño tuve muchos problemas para recordar los nombres de las cosas, de las personas y de lo que leía. Con el tiempo me di cuenta de que muchas cosas que no podía recordar con palabras las recordaba de otro modo, desde las sensaciones o desde la intuición; como si de algún modo siguieran ahí latentes”, señala el artista. Desde el 2017 hasta el 2021, Vergara trabajó en esa línea dentro del proyecto El olvido no es igual a la nada. La obra 9 de abril o el fin del tiempo, o el tiempo del fin hace parte de ese gran proyecto.
Desde el premio, la obra de Vergara ha seguido creciendo con Meridiano Nómada, el proyecto al que se ha dedicado desde 2021 y que fue expuesto el año pasado en ArtBo. Sus obras han sido expuestas en espacios institucionales como El Museo de Arte Miguel Urrutia MAMU, El salón Regional de artistas, El Centro de Memoria, Paz y Reconciliación, El Centro Cultural y Biblioteca Pública Julio Mario Santo Domingo, El Planetario de Bogotá, entre otros. En febrero del 2024, Meridiano Nómada estará expuesta en Salón Acme durante la semana del arte en Ciudad de México y, a mediados del 2024, en La Bienal de La Fundación Gilberto Alzate Avendaño en la ciudad de Bogotá.
17. Juan Pablo Uribe (Primer lugar en 2018)
Paisaje (para Carlos Rojas)
Papel apilado sobre estructura metálica (2 piezas de 120 x 28 cm y cuatro de 27 x 38 cm)
Bogotá
A pesar de que los ángulos y la simetría son rígidos, y aunque el corte transversal del papel lo convierte en un bloque compacto, esta obra transmite al observador la levedad que tuvieron todas esas hojas antes de ser apiladas.
El artista partió de un ejercicio de observación y acumulación: recogió miles de papeles al caminar por Bogotá y, pacientemente, los clasificó hasta hallar la forma de convertirlos en un perfecto gradiente de color. El resultado es una obra a la vez escultórica y pictórica.
“Paisaje remite a las composiciones pictóricas del modernismo. Está compuesta por cinco piezas que conforman 3 módulos. Recorrer la ciudad, frente al antiguo Teatro San Jorge, donde no solo reciclan sino que también clasifican el papel. Hojas de contabilidad del SENA, hojas para empacar la pólvora”, afirma Uribe en una entrevista para la Universidad de los Andes.
Uribe es artista y arquitecto bogotano, egresado de la Universidad de Los Andes y de la Universidad de Columbia en Nueva York. Su trabajo ha hecho parte de exposiciones colectivas e individuales en Colombia, México, Perú y Estados Unidos. “La ciudad, la acumulación, la repetición y el absurdo son todas ideas presentes en Paisaje y que siguen siendo las que guían mi obra”, concluye.
18. Jahirton Betín (Segundo lugar en 2022)
Caracoles de no colores
Instalación: piezas en carbón vegetal y resina
Santa Marta
Jahirton investiga las problemáticas medioambientales asociadas con su territorio: el Caribe colombiano, entre la Ciénaga Grande y la Sierra Nevada de Santa Marta. De acuerdo con lo que afirma en sus statements, en la obra del artista costeño los ecosistemas de la región y la fauna son protagonistas y recrean composiciones que aluden a lo cinematográfico, a filmes distópicos y a criaturas gigantes.
Creció en Santa Marta. En esa ciudad, sus ojos se nutrieron con los paisajes improbables abiertos entre la exuberancia de la Sierra y la amplitud del mar Caribe. Simultáneamente, sus manos fueron conociendo el tacto de pinturas, dibujos y fotos en el taller de marquetería que su padre, Alfredo Betín, tenía en la Avenida El Libertador, en el centro histórico de la samaria. Cada tanto, Jahirton heredaba las cámaras análogas obsequiadas por los fotógrafos clientes, los papeles finos que sobraban después de un corte y los trozos de madera que definían los límites materiales de obras ajenas, años antes de que empezara a enmarcar las suyas.
Entre la marquetería del padre y la concreción de la obra propia, faltaba la mediación de la academia. Los primeros acercamientos tenían el erotismo y el cuerpo como tema, y el carboncillo y los acrílicos como materiales. Sus años en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad del Atlántico ampliaron el espectro técnico y los referentes estéticos que ya le habían presentado maestros y amigos como el profesor Wilmer Martínez de la Universidad del Magdalena. Fue así como las impresiones frente a ese océano tachonado de heridas negras se convirtió primero en una pregunta terca, después en un proyecto de grado y finalmente en la obra que fue finalista del Premio Arte Joven 2022.
Durante los años noventa, la vía entre Santa Marta y Barranquilla era un bosque de esqueletos. Las obras de la carretera habían desequilibrado la salinidad y el horizonte oceánico se había llenado de árboles muertos que se secaban junto a pueblos palafíticos tan miserables como el paisaje. Era una evidencia ante los ojos de todos; la contraparte inocultable del impacto silente que a pocos kilómetros generaban las multinacionales extractivistas del carbón colombiano. Jahirton vio los cadáveres de los árboles tantas veces y empezó a reparar en el invisible efecto de la minería bajo las aguas.
Su obra Caracoles de no colores reúne carbón mineral y resina para conformar una instalación que emula conchas marinas teñidas de negro sobre vestigios de la labor minera que ha desangrado las costas por décadas. La instalación está dispuesta sobre el suelo, entre la aleatoriedad de lo ambientalmente incontrolable y la meticulosidad de lo plásticamente premeditado. Una naturaleza muerta, negra y Caribe. Un reflejo opaco de lo que nunca será visible.
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