Señorita intelectual
Los reinados de belleza lo han perdido todo. ¿Qué es una reina? ¿Qué significa la belleza? Frente al espejo, nuestra columnista Brusquita de Cara confronta las sinrazones de este evento convertido en tradición y ahora, esperemos, al borde de la extinción.
abriela Tafur, señorita Colombia, abogada uniandina, filántropa, deportista, aprovechó el escenario de Miss Universo, que veían unas 500 millones de personas en todo el mundo, para hablar de dos temas importantísimos en Colombia: el Paro Nacional y el aborto libre.
De repente todos le paramos bolas a un concurso que se dejó de transmitir por primera vez en la historia de la televisión nacional porque el rating era tan bajo que hasta RCN Televisión, “el canal oficial del Concurso Nacional de la Belleza”, se corrió. (Una lástima, ahora que lo pienso, hubiera sido una joya escuchar lo que dijo Tafur en vivo por RCN).
En todo caso, las redes estallaron: “Tenemos reina, señores”. “Esta mujer está más preparada que Duque para gobernar el país”. Otros sacaron a relucir la vieja y confiable “Petro les paga a cantantes, reinas y gente de la farándula para promover el Paro”. La mayoría del universo tuitero celebró, y hasta las que no vemos un reinado ni por error –o sea, las feministas– salimos a celebrar las palabras y la belleza de Tafur como si hubiera ganado el Junior.
Pero esto también es una falsa estrella. Se nos olvida que la tarima de Tafur es un reinado de belleza, que no es “un programa de becas” como dirían en Miss Simpatía. Es un desfile de cuerpos estandarizados para la mirada masculina, una inmensa pasarela de marcas y cánones de belleza que mueven miles de millones de dólares y que traquetean con nuestras autoestimas. Todo lo que suceda en un concurso de belleza más allá de los bikinis y las coronas es accidental.
Un reinado celebra la belleza, no las bellezas, constriñe lo ”bello” a unos cuantos cuerpos posibles y lo peor, se hace llamar universal. Perdonen que me ponga dramática, pero para mí, es el germen de otros episodios trágicos como el Reinado el Chontaduro en Putumayo, la Red de Caracol TV o los ránking de las niñas más lindas y más feas del salón que hacíamos cuando niñas.
Que usemos los cuerpos de las mujeres para vender o promocionar ha sido criticado por el feminismo por mucho tiempo. Los concursos de belleza son tan dañinos como la publicidad que usa cuerpos desnudos de mujeres para vender desde ataúdes hasta candidatos. Pero parece que esa lógica perversa dejó de importar cuando “nuestra reina” habló de cosas maravillosas y urgentes con su boca maquillada.
De repente volvimos a estar muy cómodos con la lógica perversa de usar a las mujeres. Ya no está tan mal explotar cuerpos femeninos para la política porque por fin es nuestra política, la de los derechos fundamentales como el aborto o la protesta. Es como querer que Antonio Nariño salga en ruana y tanga repartiendo copias de la Declaración de Derechos Humanos, faltaba más. Y si esto suena ridículo, lo es tanto como un reinado nacional de la belleza.
Todo bien con Gabriela Tafur y las reinas de belleza, no debe ser un trabajo fácil. El problema no son ellas (del todo). Se preparan, se entrenan físicamente, se someten a entrenamientos de dicción, de pasarela. Es arduo. Además, son ingenieras, abogadas, comunicadoras sociales, bailarinas, artistas y ahora, activistas. Pero si no hubiesen puesto sus cuerpos estandarizados para el ritual caníbal del consumo de cuerpos femeninos por TV en vivo, no hubiéramos escuchado lo que tienen para decir.
Ahora, entiendo lo importante que es la representación y que el feminismo se haya infiltrado en un reinado, el hijo lustroso de nuestro machismo. Este Miss Universo lo ganó una mujer negra, Zozibini Tunzi, de Sudáfrica. "Crecí en un mundo en el que una mujer como yo, con mi tipo de piel y mi tipo de pelo, nunca era considerada guapa. Y creo que es hora de que eso se acabe", dijo. La señorita Brasil, Julia Horta, sostuvo una pancarta que decía “Stop violence against women” (toda una paradoja si me lo preguntan). La señorita España del año pasado, Ángela Ponce, fue la primera mujer trans en concursar. Las que en apariencia no habrían tenido un espacio en esa tarima lograron desfilar y algunas colaron sus gotas de revolución por entre las rendijas de sonrisas rígidas y joyas prestadas.
Pero atentos porque los cánones de belleza cambian con la historia y el consumo se adapta velozmente. Ahora, las mujeres negras, indígenas, transgénero también pueden estar oprimidas por igual. Ya no solo hay esclavitud doméstica, feminicidios, discriminación salarial, ahora todas podemos ser de todo, hasta reinas de belleza (a menos que no seas flaca, clase alta o la aparentes, soltera, joven y cisgénero). Pasen esa maizena, chicas, celebremos.
Honestamente, mi problema con los reinados y las reinas es que puedo pensar como una reina pero jamás ser como ella o cualquier otra. Para lograrlo tendría que reinventarme completamente: convertirme en un milagro médico, mujer cyborg (mitad carne-mitad silicona), venderle el alma a algún peluquero de las estrellas, refinar mi discurso y decir “derechos sexuales y reproductivos” y no “aborto libre y seguro”, sonreír cuando esté malgeniada, creer que ser bonita es mi destino, o que es imperativo. ¿Acaso no es eso lo que hacen tantas mujeres? ¿No es lo que veo en las cientos de imágenes que me asaltan la cara cada que abro Instagram? ¿No que el Paro era la revolución? Pues que lo sea entonces. Los concursos de belleza no nos dan esas posibilidades de ser, sólo nos venden la urgencia, y no los banco.
Recuerden que Betty, otra reina nacional, se quedó con el trabajo, con la plata y con el insípido Don Armando, pero solo fue feliz cuando dejó de ser fea, y yo no quiero dejar de ser una fea.
Yo que nací abolida de belleza propongo que abolamos los reinados de belleza y de paso los blowers, la depilación con cera, los mitos sobre Thalía quitándose dos costillas para ser más flaca, el botox a los veinte años, las tetas como regalo de quince, la revista Jet Set, la publicidad machista, a la industria de la moda y sus maquilas, a Sex and The City, a las Kardashian y a las señoras del Carulla. Si Fendi ya mató a los ángeles de Victoria’s Secret, ¿por qué no matar a los reinados de belleza del mundo?
Matémoslos para poder ser “bella monstruosidad, ejercicio de inventora, de ramera de las torcazas, mi ser yo entre tanto parecido, entre tanto domesticado, entre tanto metido “de los pelos” en algo, otro nuevo título que cargar”, como escribe la poeta argentina Susy Shock en “Reivindico: mi derecho a ser un monstruo”. Matémoslos para que dejemos de usar los cuerpos de las mujeres como plataforma política, como instrumento de consumo. Para que las feas podamos ser grotescas, y frescas.
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