Hablemos de emprendimiento: la ilusión de las editoriales independientes
Durante los últimos años, las editoriales independientes colombianas se han ido multiplicando y han ampliado sus catálogos, muchas veces con autores emergentes, como ellas. ¿Cuánto hacen realmente esas editoriales por estos autores?
Llega un punto en la vida de un lector en el cual es saludable –y también positivo en términos de edad, dignidad y gobierno de uno mismo– echarle un vistazo a la producción literaria nacional. Para estar en sintonía con los tiempos que corren, nada mejor que buscar libros de autores colombianos publicados por editoriales independientes, porque si allí no está lo verdaderamente valiente y transgresor, entonces ¿en dónde? Una opción sería solicitarlos a la Luis Ángel Arango o a alguna otra biblioteca, o incluso intrigar para obtenerlos regalados, como es práctica generalizada entre booktubers, periodistas y actrices, a quienes cada vez es más difícil distinguir los unos de los otros, si bien es innegable que entienden de qué va todo esto del emprendimiento.
Pero no: es mejor comprarlos.
Es mejor comprarlos porque de esta manera uno puede ayudar a la «cadena del libro», sintagma que todas las personas que hacen parte del «ecosistema del libro» van lanzando siempre que tienen un micrófono delante o Twitter abierto. En realidad, yo los compro o pienso o pensaba comprarlos porque era una manera de ayudar al que a mi modo de ver es el verdadero emprendedor de esta cadena y este ecosistema: la persona que decide poner su trasero en una silla durante un periodo indeterminado de semanas, meses o años para redactar un texto que nadie le ha pedido.
Sí: la escritora o el escritor. Porque sin la editorial, sin el distribuidor y sin la librería puede que haya libro, pero sin escritores no hay nada. Ojalá lo pudiéramos entender.
La idea, entonces, era comprar la cantidad de libros que pudiera adquirir con lo que me pagaran por ese artículo. Según mis cuentas, este número ascendería a unos diez o doce ejemplares, que ya serían todo un panorama de la literatura nacional en los primeros años de la década de 2020.
Hecho esto, me sentaría a leerlos y pegaría un párrafo detrás de otro con mis opiniones.
Sin embargo, lo que he ido descubriendo tras hablar de manera informal con autores y autoras nacionales ha desnudado un medio tan absolutamente putrefacto que no pienso hacer mayor cosa por él.
Hablemos de plata:
Un libro de una poeta joven de nuestro país vale 45.000 pesos. Parece un poco caro, pero el papel está muy costoso y el dólar y bla-bla-bla: lo decente en este caso es ponerse del lado de los editores independientes que tanto se esforzaron por sacarlo. Con mi compra, a esa escritora le llegarán 4500 pesitos (porque, esa es otra: parece criminal que al autor solo le corresponda el 10 % del precio de venta del libro, pero como esta ignominia es práctica generalizada en el mundo, dejémosla pasar), que, sumados a los otros 4500 pesos de los 73 ejemplares que vendió –además del que yo compré– en ese semestre, representarán en su cuenta un saldo positivo de 333.000 pesos.
Con estos 333.000 pesos la poeta no podrá vivir durante seis meses, pero ningún dinero que haya obtenido durante ese periodo sabrá tan bien como el que obtuvo gracias a que un día se sentó a escribir. Solo un autor o autora puede entender lo que esto significa, y de pronto sus allegados, que en algunos casos salen beneficiados con algún detallito; en resumen, un momento feliz en una vida que con total seguridad será difícil.
La módica suma que semestralmente debería engrosar el saldo bancario de una escritora colombiana y hacer que al menos ese día sea bueno sucedería en un mundo ideal, pero no sucede en el mundo de los editores independientes colombianos.
Para decirlo sin rodeos –y este es el fragmento a destacar, amable diseñador o diseñadora asalariado de la publicación que me compró este texto–: los editores independientes colombianos suelen robar a sus autores. No todos, no siempre. Pero casi todos y casi siempre.
(Aquí me permito un paréntesis. Entiendo que la afirmación en la que desemboca el párrafo anterior puede ser problemática, en parte porque son muchísimas las editoriales independientes en este país. Aclaro que no estoy al tanto de toda la información, pero lo que he averiguado es preocupante. En últimas, si usted está interesado en adquirir un título de una editorial independiente, y si de verdad está interesado en que el dinero le llegue a la persona que escribió el libro, puede realizar una pequeña averiguación, que fue justamente lo que yo hice para escribir este texto, y que me hace ratificar este pequeño axioma: si al escritor o escritora no le va a llegar un solo peso, lo mejor es no comprar el libro.)
En esta columna me abstendré de mencionar a los autores y autoras por sus nombres, porque todos están cagados del susto de que los editores o editoras se enojen por lo expuesto o sugerido y procedan a cancelarlos, porque pobrecitos los editores, con todo lo que se esfuerzan por la cadena y por el ecosistema y bla-bla-bla-postureo-postureo.
Lo más curioso, o lo más horrible, es que los empleados de la editorial reciben un sueldo, y el editor también, cuando no es el dueño, porque cuando es el dueño pasa a obtener su tajada, al igual que el distribuidor y la librería.
Pero al escritor no le toca nada. Nada.
No solo no le toca nada, sino que se espera que sea un muchacho o una muchacha muy decente, que nunca se queje o, si tiene algo para decir, que no venga con reclamos ni groserías ni nada de eso. Finalmente, le están publicando su libro. ¿Qué más puede querer?
Aunque no es común con los editores independientes colombianos, a algunos autores les han dado un adelanto (500.000 pesos o un milloncito, como mucho), y en el informe que la editorial debe presentarles todos los febreros y todos los julios con la información del semestre inmediatamente anterior, se verán reflejadas las ventas en librerías, las ventas directas y el saldo que le queda a ese escritor o escritora para cubrir el adelanto y comenzar a obtener un dinero que se ha ganado de manera totalmente honorable.
Los adelantos suelen retratar a los editores: los independientes de este país los reservan para los autores extranjeros que entran a perfumar sus catálogos, o para los colombianos que viven en Rosales, Chapinero o El Poblado y hayan publicado previamente con Planeta y Random: ese parece ser el estándar. Otra actividad que su desidia estandarizó consiste en nunca presentar informes. Para qué, si ya les dieron plata.
Volvamos a la poeta colombiana:
La realidad es que a esta joven escritora no le ingresará un solo peso a su cuenta, ni en este semestre ni en ningún semestre, no le dieron adelanto y no le presentan ningún informe de ventas de un libro que ella concibió y escribió de principio a fin, porque, y he aquí una de las cosas que más me indigna, sus editores no consideran importante cumplirle al señor o a la señora cuyo nombre figura en la tapa del libro.
Porque eso requiere trabajo: desarrollar un sistema que permita saber cuántos libros se venden en librerías y en ferias, llamar a gente y presionarla, contratar empleados que armen los informes en PDF, enviárselos a los autores, pedirles documentos, consignarles.
Y no, qué pereza: un emprendedor no tiene tiempo para eso.
Una vez le escuché una perla a un connotado editor independiente: “¡Al impresor no le puedo quedar mal, a ese sí tengo que pagarle!”.
Y yo le respondo por aquí lo que él ya sabe: “Pero al escritor sí, ¿verdad?, porque ninguno te pide cuentas”.
Así, cuando un autor o autora llama a su editor o editora para preguntarle cuántos ejemplares ha vendido y cuándo le estará llegando el informe, y qué pasó con lo de la venta a la plataforma de audiolibros, el editor o editora comenzará a realizar las piruetas que ya todos les conocemos (es decir, se acordará de repente de que puede llevarlo a una feria, le ofrecerá una entrevista, una reseña, hasta un café o un almuercito; lo que sea para quitárselo de encima) y tras un rodeo o dos colgará la llamada, dará un suspiro de alivio y no volverá a pensar en el tema nunca más, porque los verdaderos emprendedores no se amilanan ante las adversidades.
Un asunto muy importante es que buena parte de las editoriales independientes surge a partir de ayudas para emprendedores del Ministerio de Cultura o de Idartes (o del equivalente de Idartes en Medellín, Cali, Barranquilla, etcétera). Los editores entonces pergeñan felices su propuesta, y más felices aún reciben el dinero. Después de dosis importantes de postureo sacan el libro y se toman fotos, pero resulta que ninguno de los pesos que recibieron como ayuda le llegará jamás a quien más ayuda necesita: el escritor o la escritora.
¿Y por qué no le llega dinero al escritor o la escritora?
Principalmente, por voluntad (es decir, por maldad), por desidia y por desconocimiento. Lo que algunos editores hacen es copiar uno de los contratos totalmente asquerosos que se ven por ahí, que estipulan que al escritor o escritora le darán 50 libros de los 500 que sacaron, y listo, que no joda más.
Con esto se aseguran de que nunca hay que darle cuentas de nada. Ah, y perdón si solo te dimos 13, es que hemos tenido muchas cosas.
A todo esto, el escritor o escritora sabe que lo mejor que puede hacer es cerrar la boca. Los ejemplares que le dieron los regaló, porque si tuviera alma de vendedor lo mejor sería autopublicarse, ¿no?, y bueno, en últimas le publicaron su libro, entonces ¿para qué molestar tanto a esta gente tan buena, a estos emprendedores que están tratando de sacar adelante su negocio y sus familias, y que además son bien vanidosos y no toman bien los comentarios o críticas que uno pueda llegar a hacerles?
Pero, de pronto, vendido el primer tiraje, el escritor o escritora pregunta un día, bajando la mirada y temeroso, si a él o ella no le corresponde algo de la venta de los derechos, de la traducción o de lo que sea, momento en el cual los editores se comienzan a tirar la pelota entre ellos, cinco jóvenes PhD de importantes universidades estadounidenses, todos activos en Twitter y en el ecosistema, nunca pensaron que de pronto al idiota este había que darle plata en algún momento, porque además ya le hicimos el favor de la vida, publicarle su libro, ahora ¿qué es lo que viene a reclamar?
En resumen, y más allá de que gran parte de las editoriales independientes roben y desprecien con total impunidad, lo más grave es que precarizan el medio. Es decir, si los escritores nunca llegan a ser profesionales, porque nunca reciben un peso, tendrán que volcar sus esfuerzos en labores que les permitan garantizar su subsistencia, y esto los aleja de su desarrollo y su camino como artistas. Así, los libros que produzcan difícilmente llegarán a algo, como tampoco lo harán editoriales ni cadenas ni ecosistemas.
Para decirlo de otra manera: cuando un editor independiente decide no dedicarle tiempo a cumplirle a su autor o autora, porque en su cabeza ya ha hecho las cuentas y para qué pasar por todos los trajines si son solo 17.000 pesos, en realidad se está dando un tiro en el pie y no está haciendo nada por nadie, ni siquiera por él mismo (por más de que a veces pueda arañar un viaje pagado por el Ministerio, que a lo mejor eso es lo único que les interesa).
Y, entonces, ¿qué queda? Un medio precarizado donde solo figuran escritores y escritoras correctos, decentes y, en algunos casos, muy lambones; también suelen destacar quienes trabajan o han trabajado para algún medio o institución de la cultura, o quienes son íntimos de los editores de Random o Planeta y logran embucharles su librito.
Es lo que hay.
Desde luego, no son todas las editoriales independientes. Después de mis averiguaciones, puedo afirmar que existen editoriales que les cumplen a sus autores y en general muestran prácticas editoriales saludables; algunas pagan tarde, pero, a la luz de las circunstancias, este es un mal menor. Las otras, por ahora, tienen que probar de qué lado están. Por supuesto, es apenas natural que un editor o editora independiente serio, verdaderamente honorable –me encantaría poder conocerlo o conocerla– se indigne al leer estos párrafos. De ser este el caso, no tengo ningún problema en retractarme o pedirle disculpas en privado o en público, pero primero lo tiene que demostrar. ¿Cómo? Haciendo pública la información.
Entonces tiene que pensárselo muy bien, porque robar a un autor es robarlos a todos.
En cualquier caso, en este momento el sistema está montado para favorecer a los editores independientes, porque como que se da por sentado que ellos se encargarán de los autores. Pero eso no sucede.
De hecho, los editores se aprovechan de esta idea tan manida (y tan tonta) de que a los artistas no les interesa ni debería interesarles el dinero.
Por su parte, el Ministerio de Cultura, Idartes y otras instituciones tienen que hacer algo por cuidar a los autores, porque ahora, tal como están las cosas, están apoyando al emprendedor equivocado, porque este emprendedor se está aprovechando del emprendedor de verdad.
Una idea es vetar a las editoriales que no les cumplen a sus escritores.
Averiguarlo es facilísimo: los llaman y les preguntan.
En cuanto a los escritores, hay que hacer algo, hermanas y hermanos, porque nos están robando muy feo. Sé que están asustados ante la posibilidad de no volver a publicar, y también porque los autores estamos en clara desventaja frente a un editor, pero esta lucha hay que darla.
Y a los editores independientes… uf, qué decirles.
Veo que acaban de crear la Cámara Colombiana de la Edición Independiente y están volando y nada los detendrá… ¿Cómo serán esa viajadera y ese postureo, por Dios santo? ¿Será que tuvieron tiempo, dentro de sus múltiples ocupaciones, de pensar en los contratos que les ofrecen a sus autores, y del cumplimiento de los mismos? Y, por cierto, leo que esta entidad tendrá una dirección tripartita. ¿Ya alguien ha averiguado si estas personas proceden de editoriales que les cumplen cabalmente a sus autores?
La pregunta es buena, y vale la pena plantearla.
Algunos editores independientes dan la impresión de llevar el emprendimiento forjado a fuego en la frente. Es decir, es como si nunca fueran a cejar en su empeño de figurar (porque es que ni siquiera es enriquecerse), y a juzgar por lo que sale de sus bocas, les daría lo mismo haber montado un negocio de muebles o uno de empanadas, si ese emprendedor o emprendedora, tampoco seamos injustos, leyera un libro de vez en cuando.
Y los más afortunados entre ustedes, los más glamurosos, eventualmente logran el sueño de la mayoría de colombianos: conseguir puesto en una multinacional. Así, llegan a conglomerados editoriales transnacionales pletóricos de ideas y energía, le publican un libro a su cónyuge y todos los que produzcan sus amiguis redactores, aunque llegará el punto, porque ustedes ahora son muy importantes, en que pasen de robar a sus autores a ignorarlos.
Es un avance, y es lo que suele suceder.
Termino con el llamado que originó este texto, porque es positivo en términos de edad, dignidad y gobierno de uno mismo darle una mirada seria al gremio al que uno pertenece:
Por favor, no nos olvidemos de quienes son los verdaderos emprendedores de esta cadena y este ecosistema.
***
Juan Fernando Hincapié (Bogotá, 1978). Es autor de los libros de relatos Gringadas y La ley del ex, de las novelas Gramática pura y Mother Tongue: A Bogotan Story, y del ensayo El Chavo del 8: una media maratón. Tres de estos libros los ha publicado con la editorial independiente Rey Naranjo. Rey Naranjo siempre le ha pagado a JFH; en los últimos años este pago ha llegado tarde, hasta cinco meses tarde. A eso se refería el autor con la expresión «mal menor». Nunca ha recibido una explicación sobre esta demora.
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