La hierba de hoy no es la de ayer
Miles de años y los hábitos de las más diversas civilizaciones han transformado el uso y el significado –incluso el nombre– de la marihuana en cada contexto. Esta breve mirada al pasado celebra la controversial y sorprendente historia de esta planta.
ara empezar, a la de ayer le decían cannabis o cáñamo (el nombre marihuana se popularizó apenas en el siglo XX) y era más conocida por sus propiedades industriales que sicotrópicas. Rastros de esta planta han sido hallados en tumbas en China de hace 2.500 años y era bien conocida por los antiguos egipcios. Muy pronto fue la variedad cáñamo, más alta y con menos flores, la que se popularizó en climas templados y fríos, mientras variedades más bajas como la sativa creció bien en climas tropicales y era la que ofrecía mayor cantidad de tetrahidrocannabinol (THC), el componente sicotrópico que la caracteriza.
El cáñamo estuvo presente durante milenios en muchas culturas del mundo que usaban sus semillas para hacer aceite y de sus tallos extraían fibras para producir telas, cuerdas y celulosa para papel. Mientras tanto, los pueblos de tierras más cálidas se familiarizaron con la variedad de mayor concentración de THC que crecía en sus territorios y la usarían (masticada o hecha humo) como aromatizante en los baños turcos que se hacían en las costas del Mediterráneo, como estimulante sexual en los encuentros íntimos de las noches árabes y como droga para envalentonar las batallas africanas.
Los primeros intentos para cortar las alas de esta mágica hoja vinieron de la Iglesia católica y del papa Inocencio VIII, quien en 1484 la prohibió en su bula “Summin desiderantes affectibus”, cuando se la asoció con la proliferación de cultos paganos en el corazón de la cristiana Europa. Sin embargo, los conquistadores y esclavos que muy pronto habrían de ocupar el nuevo mundo al otro lado del océano no se afanaron mucho en cumplir los dictámenes del monarca de Roma. El propio Hernán Cortés llevó cáñamo al reino que estaba creando en tierras mexicas con el fin de levantar su economía en 1530 después de que habían tomado todo el oro que podían y que la población se había disminuido a causa de guerras y pestes. Por su parte, los africanos esclavizados, que ya conocían el cannabis en su continente, lo volvieron a utilizar en América como una manera de paliar el dolor y el cansancio de las jornadas de maltrato en las que se convirtieron sus vidas.
Al tiempo que prosperaba su variedad industrial y se consumía su variedad sicotrópica, se fueron descubriendo los variados usos medicinales de sus muchos componentes (los que ahora llamamos “canabinoides”). Con sus emplastos, inhalaciones o ingestas se podían paliar males que iban desde el insomnio hasta la gonorrea. Hoy sabemos que componentes como el canabidiol (CBD) tiene una acción relajante y desinflamante al tiempo que muchos otros canabinoides (se han encontrado más de 400) sirven para regular el apetito y el sueño.
La planta adquirió carnet de identidad cuando Carl Linneo la clasificó en 1753 y descubrió que si se aislaba a la mata hembra, sin presencia del polen de los machos que la fecundara para hacer semillas, esta empezaba a producir más y más flores con resina rica en THC. Estas plantas sexualmente frustradas y superproductoras de mota han sido la nota predominante desde entonces en el paisaje de cultivos de la marihuana recreativa. Con la traba de estas flores los rastafari de Jamaica amalgamaron las diversas tradiciones africanas, hinduistas y cristianas que se encontraron en la isla y los soldados mexicanos pelaron las guerras para liberarse de España en 1808 y para defender su territorio contra Estados Unidos en 1846. Precisamente, la continua presencia del cannabis en las mochilas de las tropas mexicanas hizo que se la comparara con las famosas juanas que ayudaban a los soldados en sus tareas cotidianas. En este caso, la hierba María Juana era la más apreciada de todas las juanas y en su honor se entonaron cantos como el que lamentaba la suerte de la “cucaracha [que] ya no puede caminar, porque no tiene, porque le falta marihuana que fumar”.
Luego de perder más de la mitad de su territorio contra Estados Unidos y de una revolución interna que desoló sus campos desde 1910, los mexicanos se volvieron una población con gran presencia en los estados sureños de su vecino del norte durante el siglo XX. Al mismo tiempo, los legisladores estadounidenses hicieron eco de los sectores más puritanos de su país, que desde el siglo XIX venían abogando por la prohibición de drogas y alcohol en su territorio. Al final, no prohibieron el tabaco por su extenso arraigo popular (y por el fuerte cabildeo de las empresas tabacaleras) ni el alcohol (después de un breve experimento en los años veinte).
Pero criminalizar la marihuana era la ocasión perfecta para perseguir y controlar a los mexicanos pobres y a los negros pobres (sus mayores grupos consumidores) que pululaban en sus ciudades. Con la Convención Internacional para la Supresión del Tráfico de Estupefacientes, de 1936, y Marijuana Tax Act, de 1937, entre otras iniciativas legales se fue cerrando el cerco contra la hierba. Esta cacería terminó de estrangularla cuando el presidente estadounidense Richard Nixon declaró la guerra total contra las drogas en los años setenta como una manera de controlar la contracultura y el malestar social que habían pelechado frondosamente durante los sesenta.
No obstante, esta persecución no logró disuadir a los consumidores de todo el mundo que la siguieron fumando gracias a la producción proveniente de países como Colombia, o de los cultivos caseros que prosperaban en techos bajos gracias al tamaño pequeño de las variedades la índica y la ruderalis. Como estos consumidores se hicieron cada vez más tolerantes a la hierba, se les empezó a satisfacer su deseo de experiencias cada vez más fuertes con una serie de cruces de variedades para producir flores con un contenido cada vez más alto de THC. Esta carrera ha hecho que más del 90 % del componente consumido en las hierba de hoy sea THC, por encima de los otros canabinoides.
En el nuevo milenio, varios países se empezaron a dar cuenta de lo evidente: la guerra contra las drogas ha sido un fiasco, y han empezado a legalizar la marihuana, para fines recreacionales la minoría, y para usos medicinales el resto. Esto ha hecho pulular las empresas y tiendas inscritas en el negocio de la marihuana medicinal. Los administradores de estas empresas se parecen cada vez menos a los hippies o a los rastafaris, y más a los yuppies ansiosos de desarrollar una exitosa idea de negocio. Así, hemos llegado a un presente en el que la hierba que nos venden ya no es la de ayer, y sus vendedores, tampoco.
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