“Los hombres no lloran”
Desde niños, los hombres aprendemos a enmascarar nuestras emociones y a expresarnos por medio de la violencia. ¿Por qué? ¿Qué consecuencias tiene este aprendizaje? ¿Cómo hallamos formas más sanas de hablar de lo que sentimos?
Yo estaba borracho cuando le conté a mi mejor amigo por primera vez que mi madre tenía cáncer. Llevábamos mucho sin hablar y sin quererlo habíamos establecido una dinámica entre los dos: no teníamos ningún contacto durante semanas, a veces meses. No conversábamos por Whatsapp o alguna otra red social. Nos acostumbramos a no saber nada de la vida del otro por largos periodos de tiempo, hasta que alguien de nuestro grupo de amigos convocaba a una reunión. Luego todos nos veíamos, yo lo veía a él y después de varios tragos empezaban a aparecer las grandes noticias. Las conversaciones se hacían más profundas a medida que aumentaba la borrachera. Más emocionales.
"Estoy aprendiendo otro idioma", "voy a cambiar de carrera", "mi madre tiene cáncer", "quiero irme del país", "mi madre superó el cáncer", "tengo problemas en casa", "tengo problemas con mi novia", "vos sos uno de los amigos que más aprecio", "gracias por todo, güevón". Nunca lo acordamos, pero el alcohol se volvió una excusa para hablar de nuestros sentimientos. Las cosas que yo quería decirle y que me costaba expresar y las que él se había guardado simplemente emergían después de los tragos.
Me di cuenta que estaba haciendo lo mismo que había visto hacer a mi tío durante mi infancia, quien era la persona más seria e inexpresiva siempre que no estuviera bebiendo. También me di cuenta que el hombre al que llamaba mi mejor amigo no sabía casi nada de mí porque yo no sabía cómo hablar con él a menos que los dos tuviéramos una cerveza en la mano.
Sé que no soy el único que ha utilizado el alcohol como un catalizador para las emociones. Muchos hombres hemos sido instruidos desde pequeños para guardarnos nuestros sentimientos por temor a ser ridiculizados. Ya saben a lo que me refiero: los hombres somos fuertes, estamos siempre en control y, sobre todo, no lloramos. En sociedad aprendemos estas normas tácitas del comportamiento masculino y cuando crecemos pasamos a ser árbitros de los demás para asegurarnos de que todos las cumplan.
Quizás el llanto sea el comportamiento que más estrictamente vigilamos entre nosotros mismos. Rodrigo Sandoval, quien ha sido profesor en diversas universidades y ha investigado a fondo el tema de las masculinidades, considera que los hombres debemos aprender a llorar, ya que esta es una forma básica de expresar nuestros sentimientos de la cual nos privamos desde chicos. La gente llora cuando está feliz, triste, enojada, asustada y en muchas otras situaciones. No poder hacerlo afecta nuestra capacidad para tramitar emociones y para tener conversaciones de una forma que no sea violenta, me explica Rodrigo.
Para hablar de por qué los hombres tenemos prohibido llorar es necesario discutir las expectativas sociales de lo que debería ser un comportamiento masculino. Aquí hay que reconocer que estas expectativas pesan de forma diferente sobre todos nosotros y dependen de muchas variables distintas al género, como la raza, la cultura en la que vivimos o la clase social. No obstante, podemos identificar algunas que aplican de forma más o menos general para nuestra realidad occidental.
La primera expectativa de la que me habla Rodrigo que recae sobre los hombres es no parecer una mujer. Por supuesto, esto también trae consigo una serie de ideas de lo que se supone que es un comportamiento femenino. Bajo este lente aparecen prohibiciones como que "los hombres no podemos ser sensuales, no podemos usar aretes, no podemos tener el pelo largo, no podemos usar faldas, ni ser delicados". Entre estas prohibiciones también está la de no ser demasiado emocionales y claramente la de no llorar.
El marco de referencia del que vienen estas expectativas de las que hablamos es el patriarcado. Una definición muy sencilla de este concepto es la de un sistema que promulga, entre otros presupuestos, una supuesta inferioridad biológica de las mujeres para justificar su dominación. ¿Pero por qué hablar de patriarcado en un artículo sobre las emociones de los hombres? Porque este sistema también nos perjudica, aunque claramente no en la misma medida en que afecta a las mujeres.
Los hombres gozamos de privilegios dentro del patriarcado, pero al mismo tiempo se nos exige que todo el tiempo demostremos nuestra masculinidad. Por eso esta primera expectativa de la que me hablaba Rodrigo es tan importante: no parecer una mujer. Esta también es la razón por la que las mujeres transexuales son las personas que más violencia sufren dentro del espectro de género. Esto me lo explica Juliana Martínez, investigadora y coordinadora de proyectos en el medio de comunicación Sentiido. Ella también señala que en este sistema a las mujeres se les asigna el rol emocional, mientras que los hombres asumen el rol de la fuerza y de la razón. Llorar sería, entonces, una demostración de feminidad.
No se trata solo del llanto. Otras formas de expresar nuestros sentimientos como el afecto, la amabilidad o la ternura también son estigmatizadas desde muy temprano en nuestras vidas. En el colegio nos acostumbramos a que una muestra de amor entre dos hombres suela venir acompañada de un pequeño pánico posterior en el que tenemos que asegurar que no somos homosexuales solo por demostrar cariño.
No obstante, hay una emoción que sí tenemos permitido expresar. Y no solo eso, sino que también se espera que subordinemos nuestras demás emociones a esta. Se trata de la ira. Ya es un cliché a estas alturas, pero todos tenemos en la mente la imagen de un hombre que descarga su frustración dándole un puñetazo a la pared. La ira es una emoción que se asocia frecuentemente con la masculinidad y que suele ser expresada por medio de la violencia.
Esta es otra de las expectativas de comportamiento de las que me habla Rodrigo. Se espera que los hombres seamos fuertes física y emocionalmente, también que tramitemos con violencia cualquier otra emoción que se nos presente, ya sea la tristeza, la rabia o incluso la alegría. Esto es algo fácil de ver cuando notamos que algunos de los días más violentos de Colombia son aquellos en los que a la selección Colombia le ha ido mejor en el fútbol, me explica él.
Otro ejemplo de esto lo da Robert Kazandjian en su ensayo Desempeñar la masculinidad, donde cuenta cómo aprendió a expresarse a través de la violencia imitando a su padre mientras veían juntos los partidos del Manchester United. "Si [él] golpeaba brutalmente el puño contra la mesa del café de pura rabia, ahí iba yo, esperando que mi padre no notara el dolor que casi se me escapaba por los ojos. A través del prisma que me otorgaba ver el fútbol con mi padre, entendí que lo que se esperaba de mí era tragarme la decepción y la tristeza, transformarla en ira y escupirla como la llama de un dragón".
Tramitar nuestras emociones a través de la violencia es un problema que tiene consecuencias dolorosas para los hombres, pero evidentemente y sobre todo para quienes nos rodean. La violencia doméstica, por ejemplo, es una muestra de cómo, al negar nuestra tristeza o frustración, se termina hiriendo e incluso asesinando a las personas de nuestro entorno, como lo muestran las cifras de Medicina Legal, que hasta octubre del año pasado registraban más de 45’000 casos de este tipo de violencia tan solo en el 2022. De todos estos casos, 35’255 tenían como víctimas a mujeres.
La negación de nuestras emociones desde pequeños se torna aún más contradictoria cuando observamos estudios que indican que los niños en sus primeros años suelen ser más emotivos que las niñas. Un estudio de 1999 de la Escuela de Medicina de Harvard y el Hospital Pediátrico de Boston citado en este artículo del New York Times encontró que los niños eran más propensos a mostrar expresiones faciales de enojo o molestia y tienden a llorar más que las niñas.
Esta sensibilidad es la que aprendemos a ocultar a medida que nos hacemos grandes y nos integramos a la sociedad. Como resultado de esto, muchos hombres se derrumban ante el peso de los estándares que la masculinidad impone sobre sus espaldas. Kali Holloway explica en su ensayo La masculinidad tóxica está matando a los hombres que la ocultación de los sentimientos es un proceso que inicia entre los tres y los cinco años, pero del que padecemos sus efectos más adelante.
Kali también menciona que si bien las mujeres son más propensas a sufrir depresión que los hombres, estos últimos suelen enmascarar su comportamiento, lo que lleva a que muchos diagnósticos no sean reconocidos. Del mismo modo, los hombres somos menos abiertos a ir a terapia, aún cuando somos más susceptibles de incurrir en conductas destructivas como la adicción al trabajo, la ingesta desmedida de alcohol, el abuso de las drogas y el suicidio.
Aprender a hablar de nuestras emociones de una forma sana es un proceso que requiere trabajo desde varios enfoques, pero que es necesario para superar la alienación y la violencia que resulta de negarlas. Implica que conversemos sobre nuevas formas de masculinidad que sean más amables y tolerantes de la diversidad. Que enseñen a los niños no a enmascarar sus sentimientos, sino a compartirlos. Que valoren los lazos de amistad y que defiendan la ternura y el afecto por encima de las manifestaciones violentas.
Otras medidas que deberíamos tener en cuenta son promover lugares de escucha en espacios públicos como universidades y centros de salud, además de facilitar el acceso de todas las personas a terapia psicológica. De igual modo, vale la pena resaltar las palabras de Rodrigo Sandoval, que destaca la importancia de que aprendamos a llorar; así como las de Juliana Martínez, quien nos invita a reconocer y aceptar nuestra naturaleza: “la vulnerabilidad no es femenina ni masculina, es humana”.
Suscríbase a nuestro boletín
Sin spam, notificaciones solo sobre nuevos productos, actualizaciones.
Dejar un comentario