UNO: rompo huesos, luego gano
Detrás de sus colores primarios y la posibilidad de jugarlo dentro de una piscina, el UNO está diseñado para sacar a relucir nuestro lado más calculador, competitivo y animal.
l objetivo de cualquier partida de UNO es esquivar golpes o al menos saber recibirlos con gracia. Aceptar ese +4 de manera digna, pero no dejar el ataque impune. Perder –si no hay otra opción– pero no con el peso de 17 cartas encima. Y bueno, también ser el primero en quedarse sin cartas.
Merle Robbins, un barbero estadounidense que murió en 1984, inventó el UNO. Su propósito era crear una versión simplificada del juego Crazy Eights, donde también gana el primero en quedarse sin cartas, pero que se juega con dos barajas inglesas (las de picas, tréboles, diamantes y corazones) completas.
Robbins, su esposa Marie, su hijo Ray y su nuera Kathy invirtieron 8000 dólares para imprimir 5000 barajas del juego que distribuyeron desde la barbería de Robbins y otros negocios de Ohio. En 1972 Robbins vendió los derechos del juego a International Games, una compañía que le pagó 50.000 dólares en regalías y 10 centavos de dólar por cada baraja vendida, y que hace parte de Mattel desde 1992.
Desde entonces el concepto del UNO se ha interpretado de mil maneras: hay barajas temáticas de películas y videojuegos, una en braille, otra para daltónicos y una “nonpartisan” que no tiene cartas rojas ni azules y que solo tiene sentido en Estados Unidos, donde demócratas (azules) y republicanos (rojos) están sumidos en una eterna disputa política. También hay una máquina que dispara cantidades aleatorias de cartas a un desafortunado jugador, una baraja con algunas cartas en blanco para que uno se invente sus propias reglas (tipo llama/escribe a tu ex o roba 25 cartas) y el famoso UNO Splash, la versión impermeable deseada por todos los niños en vacaciones.
La primera vez que leí las reglas oficiales del UNO fue para escribir este artículo. Aprendí que uno debería jugar con un sistema de puntos, que gana el primero que llegue a 500 puntos y que los puntos se anotan en un bloc de notas que viene incluído en el juego. No sé si esa parte de la dinámica se le ocurrió a Robbins o si alguien la ideó después de que yo comprara mi UNO, y de todas maneras no lo puedo verificar: la caja de mi UNO a duras penas contiene todas las cartas y aunque supongo que alguna vez contuvo un folleto de reglas, dudo mucho de la existencia del bloc de notas.
Mi amiga Juanita, con quien he jugado UNO hasta en un carro en movimiento, me respalda: “¿Cómo así que tiene un bloc de notas? Nunca lo he visto. Me niego a creerlo. Es un mito”. Sobre el folleto con las reglas, Juanita dice que “esa hojita nunca está”. Claro, seguro sí está dentro de todos los UNO que están sellados en las tiendas, pero parece desvanecerse cuando asumimos que la primera regla del UNO es que todas las demás reglas se pueden interpretar.
Ese libre albedrío ha derivado en que todos los jugadores de UNO tengamos una serie de reglas que vamos alimentando a medida que conocemos a otros jugadores. Reglas que administramos según la ocasión y la compañía: si uno quiere jugar mil horas, decreta que todos deben entregarle su mano al jugador de la derecha cuando salga un 0. Si quiere que haya movimiento, activa la opción de robar turnos con la misma carta. Si quiere joderle la vida a los demás, autoriza la acumulación de +2 y +4.
Pero no olvidemos el consenso. Si vamos a administrar las reglas como se nos dé la gana, que al menos todos los presentes estén de acuerdo. Mi amiga Andrea, que no le ve sentido a la prohibición de ganar con una carta de poder (yo les digo así a las que no son números), no juega una partida donde esa sea la ley. “Una vez no me dejaron ganar por eso, y yo les dije “bueno, por favor sigan jugando. Yo me retiro”. Ella se acuerda de la última vez que le pasó. Hubo un 2 amarillo involucrado que lanzó antes de quedarse con una carta con la que no podía ganar. “María Andrea, eso no tiene sentido”.
Como en todos los juegos, el objetivo del UNO es ganar. Pero partiéndole la pierna al otro, tacleándolo para que caiga al suelo o entrándole con los taches sin pena bajo la excusa de que “solo es un juego”.
En Bacánika, el UNO nos sirvió para desenmascarar a algunos practicantes que parecían inocentes (¡hola, Paula!) y para hacer más llevaderos nuestros almuerzos. Ahora, las cartas están guardadas en un cajón desde hace dos meses, y con ellas reposan las burlas hacia quienes veían cómo una avalancha de +4 les arrebataba la victoria. El UNO era una manera de mantener al equipo unido, y ahora, un recuerdo más de que atravesamos épocas extrañas y de que no sabemos qué nos espera del otro lado.
Suscríbase a nuestro boletín
Sin spam, notificaciones solo sobre nuevos productos, actualizaciones.
Dejar un comentario