Amor virtual
uguemos a plantear casos hipotéticos. Se conocen en un bar, se gustan, se besan. Comienza la comunicación entrecortada mediada por la tecnología y ansiando un segundo encuentro.
Con el pasar de los días, conectarse a una red social para hablar se vuelve un hábito. Intercambian teléfonos y gracias a la mensajería instantánea se cuentan la intimidad de sus días y hasta sus mayores secretos. Algunos sucesos se agrandan por si acaso, y con la ayuda de signos de exclamación prolongados, de emoticones y de eternos “jajajaja” se acentúa el flirteo.
Intentan adivinar expresiones y caras detrás de las palabras escritas con constancia. Son expertos lectores entrelíneas y saben con perfección la diferencia entre un “hola” y un “hola!!”. Nunca harán una pregunta cerrada, porque un simple “si” o un “no” como respuesta, acabaría el tema de conversación. Se comparten cuanto dato curioso encuentran en la red y sonríen al oír el “bip” del mensaje respondido.
Han construido un lugar seguro en esas respuestas y la monotonía diaria se sobrelleva al sentir la compañía de las letras. Han pasado meses también; y aunque tan solo uno o dos encuentros reafirman la conexión expresada en texto, hay mucha historia typeada por los pulgares como evidencia de una relación implícita.
Otro caso hipotético: Ella llora al encontrar un mensaje en su bandeja de entrada en el que le agradecen por el tiempo compartido y le aseguran que, por motivos ajenos a su personalidad, prefieren dejarla libre para que pueda ser feliz. Su amiga la consuela mientras piensa en la cobardía del sujeto -seguramente contagiado por el generalizado síndrome del “miedo al compromiso”- y en lo patético que resulta una relación cuyos eventos importantes son escritos y no dichos; Esa, donde los abrazos, compuestos por la extensión del calor de dos cuerpos unidos, han sido remplazados por el movimiento de los dedos sobre un teclado de uno de tantos aparatos tecnológicos.
Algo me suena demasiado familiar en estas situaciones, pero dejémoslo como supuestos para no caer en el fastidioso acto de generalizar y mucho menos, en la necesidad de ponerles nombres a los personajes. Quizás sea mejor contarles la historia de dos extraterrestres: su nombre es Juanita y se pone nerviosa cada vez que ve a Daniel.
Suspira y le sudan las manos cuando lo tiene cerca, pero él no la ha visto por primera vez y no se da por enterado de cómo lo mira. Finalmente, los presentan en alguna fiesta en la que se encuentran por casualidad. Él la saca a bailar y mientras se balancean, con los ojos conectados, le pide que se identifique. Sonríe al verla, sabiendo que Juanita siente un enjambre de mariposas en la panza que es correspondido.
Lo que queda por delante es una historia juntos: 13 años de noviazgo, de verse todos los días, de crear pretextos para encuentros y de mirarse cara a cara. Alguna que otra pelea de convivencia, por supuesto, pero nada que las palabras no pudieran arreglar. Tres o cuatro separaciones por unos cuantos meses, debido algún viaje de negocios o los tiempos repartidos entre las vacaciones familiares. Y con todos los ires y venires, son los dueños del récord de 4. 745 noches esperando que venga el día siguiente para estar sujetándose las manos.
Juanita y Daniel asistieron a todos los matrimonios de sus amigos - de los amigos de los amigos- creyendo que casarse es para toda la vida. Vieron crecer a los sobrinos y asistieron a todos los cines de la ciudad para comer perro caliente a la salida. Así, cogidos de la mano y con la constante del tibio vaho del beso de despedida, sonaron campanas para ellos. Llevan ya 25 años de casados – un dato más para sumar a las cuentas -, tres hijos y muchos sueños y viajes realizados. Aún hoy se comparten la mirada detrás de unos ojitos arrugados y se van a la cama luego de decirse “Te quiero”.
Los oigo metida entre mis cobijas desde la habitación contigua.Increíble pero cierto, al menos en un mundo distinto al de los casos hipotéticos. Admito que tanto amor en esta historia –quizás por que suena a imposible- resulta un tanto empalagosa para mi cabeza.
También, es verdad que jamás renunciaría a mi independencia femenina para vivir un episodio parecido –esa que me deja llegar a una cita por mi propia cuenta, compartir los gastos de pareja en mitades y hasta declararle mi gusto al sujeto antes de que él si quiera lo piense-. Sin embargo, si en mi estuviera y tuviera el poder mágico de cambiar las cosas, obligaría a todos los enamorados a abrazarse con fuerza; a sostenerse la cara, en la profundidad de la mirada, para descifrar la conexión mientras se expresan sentimientos.
Incluso, obligaría a todos los hombres a admitir de frente que tienen miedo y que, justamente por eso, se retiran del juego. Eso, con todo y la voz temblorosa que suscita lanzarse a un abismo y tener una persona delante.
A las mujeres, por otro lado, les reñiría hasta que digan lo que piensan, tal y como se les viene a la cabeza, sin esperar que los otros adivinen lo que hay en sus mentes como por arte de magia. Haría Ctrl+ alt+ Supr en la capacidad femenina de enredar las cosas mentalmente y les haría aceptar, públicamente y ante sus parejas, que las hormonas influyen en sus cambios de temperamento.
¡Se imaginan cuantas peleas se ahorraría la humanidad con tal preaviso! Haría tantas cosas; pondría en las calles letreros gigantes que dijeran “Bienvenido al mundo real: Aquí se permite tocar, hablar y gritar de frente, viéndose a los ojos, en las condiciones más materiales y fisiológicas del caso”. Pero más que nada y de una vez por todas ¡botaría todos los celulares inteligentes a la caneca!
Suscríbase a nuestro boletín
Sin spam, notificaciones solo sobre nuevos productos, actualizaciones.
Dejar un comentario