Prueba aterradora del paso del tiempo: ya pasaron 5 años de esos extraños primeros días de cuarentena. Pensar en la pandemia pone en perspectiva la vida de hoy con todo lo que cambió entonces: para algunos poco y para otros, quizás la mayoría, mucho; seguridades, trabajos, relaciones y hasta seres queridos se fueron. Otras cosas llegaron. El autor nos cuenta y reflexiona sobre su experiencia.
11 de marzo de 2020 la OMS decretó oficialmente el estatus de pandemia para el Covid-19. Ya han pasado cinco años desde aquello. En estos días de conmemoración silenciosa no puedo dejar de preguntarme: ¿qué pasó con nosotros?, ¿qué pasó conmigo?, ¿a dónde se fue ese tiempo y a dónde me fui yo con él? De repente, me sorprendo mirando al piso con la sensación de que dejé caer algo parecido a una moneda, la busco disimuladamente, pienso que de pronto está bajo la cama, bajo el sofá, en una esquina acumulando polvo entre dos paredes; pero el tiempo, a pesar de que tiene peso y consistencia como una moneda cualquiera, no cae a nuestros pies esperando ser recogido. El tiempo cae y se pierde y no vuelve.

Cuando sucede, levanto la mirada y continúo haciendo lo que la vida que llevo ahora me pide que siga haciendo. Sin duda alguna, es una vida por completo distinta a la que tenía hace cinco años. De hecho, es una vida completamente distinta a la que entonces creía que tendría hoy.
—Oiga, si al comienzo de la pandemia alguien le hubiera dicho que en cinco años estaría acá, que esta sería su vida, ¿lo hubiera creído?
Con N jugamos a las hipótesis todos los días. Estamos en el apartamento que compartimos viendo algunos capítulos sueltos de How I Met Your Mother mientras se va el domingo y comienza otra semana. Yo estoy acostado en la hamaca y él en el sofá. Los capítulos que elegimos aleatoriamente nos están recordando algunos de los desaciertos de estos años, como si estuvieran removiendo los cimientos de una pared que dejamos de usar porque un día casi se viene abajo. N me dice que probablemente no, no lo hubiera creído. Me devuelve la pregunta.
Quiero responder y lo primero que viene a mi lengua son esas frases que llevo rumiando con paciencia los dos últimos meses. En “EL CLúB”, Bad Bunny alcanza uno de esos estados reflexivos que cada tanto lo llevan a soltar barras durísimas, pensamientos que zarandean esa pared a punto del colapso. La intensidad de la música baja y dice: «2019, un pestañeo y ahora estamo’ aquí». Y agrega: «2020, la última vez que yo fui felí’». Y, como si no bastara, agrega una vez más: «La vida no me cumplió nada de lo que le pedí».

Quiero responderle a N, pero entonces la pregunta abre una ventana en la que veo mi vida reciente pasar en el intervalo de ese pestañeo, y caigo en la trampa de preguntarme si el 2020 fue la última vez en la que fui feliz y si acaso la vida me cumplió con lo que le pedí. Me pregunto lo que nadie debería preguntarse un domingo.
Estamos viendo el segundo de los dos capítulos que componen la pedida de mano de Barney a Robin, aquella en la que él se comporta como un idiota para confirmar que ella lo ama, que su mejor amigo ya dejó de amarla y que ya no necesita seguir siendo el hombre promiscuo que ha sido desde el comienzo de la serie. En estos cinco años, N escribió un libro conmovedor sobre esa serie, y antes terminó una relación maravillosa y después inició y terminó otra relación también maravillosa. En cinco años sé que ha amado y que lo han amado, y todo lo que hay en medio. Ignoro si la vida le cumplió con lo que pidió.
En la pantalla, Robin está llegando a la terraza en la que está la hoja con el plan macabro de Barney bajo una rama de muérdago en donde él la besará treinta segundos después. Suspiro y desvío la mirada hacia la ventana, porque aún me son insoportables las pedidas de mano. En uno de los edificios frente al nuestro, un tipo fuma en su balcón; el sol acaba de irse y estoy seguro de que vio crecer la sombra del cielo hasta ocuparlo todo. ¿Cómo habrá cambiado su vida desde el Covid?, me pregunto; ¿habrá perdido a alguien?, ¿habrá cumplido sueños?, ¿cuánto habrá amado? Tal vez esa sea una buena medida: ¿cuánto hemos amado en este pestañeo?
Dos meses antes de que arrancara oficialmente la pandemia dejé un trabajo que me hacía feliz e inicié una maestría luego de ganar una beca, unos meses después me mudé con L, con quien tuve una relación de trece años, en ese apartamento hice amigos, los vi emborracharse, me emborraché. Luego el tiempo cayó más rápido. Me gradué, estuve un par de meses fuera del país con L, debí tener un gesto como el de Barney, me equivoqué muchas veces, recibí rechazos, escribí, leí, adopté una gata que pesaba medio kilo y tenía pulgas. Amé, me amaron. Mi relación se acabó, me mudé, lloré, estuve otro par de meses fuera del país, ahora solo, soñé que me moría y en secreto lo deseé, descubrí la amistad, me mudé otra vez, entendí que algunos de mis sueños no se cumplirían y aún hago las paces con eso.
Crecí o algo parecido. Vi pasar un año, dos, tres, cuatro, y vi llegar el quinto.

El mundo siguió y yo seguí con él. El Covid no me acabó, sin embargo, no tengo idea de a dónde se fue el tiempo que le siguió. Llegará el sexto año y el décimo y la suma seguirá aumentando. Nada especial: me sucedió lo mismo que al 99% del planeta.
—No —respondo y N me mira y me pregunta cómo me imaginaba entonces mi vida ahora.
Es un juego. Ambos sabemos que en retrospectiva todas las decisiones parecen simples. ¿Acaso no es estúpido preguntarnos si la vida nos cumplió con lo que le pedimos?, ¿por qué tendría que cumplirnos con algo? Lo que hacemos es seguir buscando el tiempo que se nos cae de las manos, como si encontrar esa moneda nos fuera a salvar de la pobreza. Al final de La Señora Dalloway hay una idea que me cuesta entender; dice Virginia Woolf que nada es lo suficientemente lento ni nada dura demasiado, que ningún placer puede equiparar el de habernos perdido en el proceso de vivir para encontrar el proceso de vivir, mientras nace el sol, mientras muere el día. Quisiera preguntarle cómo hacerlo.
Cuando termina el capítulo, N me pide un número del 1 al 9 y otro del 1 al 24. Busca la temporada y enseguida el episodio de turno; entramos de lleno en el arco de la crisis de Lily, cuando acepta que no será artista, que ese sueño no lo cumplirá. Ambos reímos. Igual continuamos viendo y cada tanto nos planteamos una pregunta hipotética que el otro responde con un absurdo. Han pasado cinco años desde que arrancó la pandemia y ese tiempo no aparecerá por ninguna parte. Debemos conformarnos con saber que mañana es lunes, luego martes, y los días seguirán cayendo, a veces con la velocidad de las monedas y a veces, ojalá, con la entereza de los muros que se resisten al vértigo.



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