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Verdades incómodas sobre los anticonceptivos

Verdades incómodas sobre los anticonceptivos

Ilustración

Para hablar de anticonceptivos hay que hablar también de las mujeres que los toman, los métodos que utilizan y de los médicos que los recomiendan. Aquí conectamos esos puntos narrando la búsqueda de seis mujeres por una contraconcepción libre de efectos secundarios. También sumamos al final fichas informativas ilustradas sobre algunos de los métodos que exploramos a lo largo de la investigación.

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aura tiene 24 años y ha visitado 3 ginecólogos en búsqueda de asesoría para encontrar el mejor anticonceptivo para ella.

Como resultado, ha utilizado condones de látex, anticonceptivos orales, anticonceptivos de emergencia y un dispositivo intrauterino (DIU) hormonal. Pero ha tenido efectos secundarios con todos los métodos que ha probado: los condones irritaban su piel mientras tenía relaciones, las pastillas la mareaban y le daban náuseas constantes, y los anticonceptivos de emergencia desordenaron tanto su ciclo que Laura pensó que estaba embarazada. Así terminó utilizando el DIU, que se puso por la insistente recomendación de una doctora.

A causa del DIU, Laura tuvo casi dos años de migrañas y de cólicos tan fuertes que le impedían caminar. Fue una época de esperar a “que el próximo mes mi cuerpo se fuera a adaptar”, de batallar con la idea de perder el dinero que costó el dispositivo y de convencer al médico que se lo quitó de que, por favor, si era tan amable, se lo quitara.

Laura dice que a los médicos que la trataron no les importó su salud. Sus desafortunadas experiencias con esos médicos le hicieron sentirlo. En primer lugar, ella cree que tiene una alergia al látex y que por eso su piel se resiente cuando utiliza condones. Sin embargo, asegura que se lo ha comentado a los ginecólogos que la han tratado, y que ellos no han verificado si tiene la alergia o no. Al contrario, le han dicho que no descarte el método y que utilice lubricante para ver si ayuda. No ayuda. Respecto a las pastillas anticonceptivas, Laura dice que probó con al menos cinco marcas distintas por sugerencia de sus médicos. 

Durante gran parte de la búsqueda por un anticonceptivo que le funcione, la vida sexual de Laura ha cambiado. Ahora usa Maya, una aplicación donde lleva registro de sus ciclos para saber en qué días puede tener relaciones sin protección y no quedar embarazada, o toma anticoncepción de emergencia. También utiliza condones de vez en cuando, “pero tiene que ser rápido” para que los efectos en su piel no sean tan fuertes. A veces la solución es no tener sexo.

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Laura no sabe qué hacer para disfrutar de su vida sexual sin lastimar su cuerpo, y estar sentada frente a ella mientras llegaba a esa conclusión me hizo pensar en que está simplemente mal que ella —que cualquiera— tenga que enfrentarse a algo así. E igual lo hacemos: nosotras, nuestras amigas, las amigas de nuestras amigas; muchas tenemos historias con los anticonceptivos, que enfrentamos en condiciones distintas y con consecuencias variadas. Por eso decidí buscar mujeres que usaran métodos distintos, que los adquirieran a través de varios medios, que tuvieran efectos secundarios o que se sintieran cómodas y seguras.

Entre las historias que encontré, incluso las que tienen desenlaces positivos, hay muchos aportes a la discusión y sobre todo un deseo latente de hablar sobre los anticonceptivos. Ese deseo, entendí, parte de una certeza que todas las mujeres con las que hablé tienen: quienes podemos quedar en embarazo (esto incluye a personas que no se identifican como mujeres) somos quienes tenemos que asumir la carga de alterar nuestros cuerpos para evitar concebir. Sin embargo, creo que más que discutir de dónde vienen certezas como esa, lo problemático está en que su existencia ha hecho que normalicemos las consecuencias negativas de los anticonceptivos y que quienes puedan, paguen un precio altísimo para esquivarlas.

Mi caso es un buen ejemplo.

Llevo tres años utilizando anillos vaginales para no quedar embarazada. Cada mes utilizo uno, de la marca NuvaRing, que cuesta unos 80.000 pesos (cerca de 25 dólares).

El Plan de Beneficios en Salud no cubre los anillos y por eso no puedo acceder a ellos de manera casi gratuita. Tampoco están dentro del Régimen de Control Directo, una iniciativa del gobierno para bajar los precios de los medicamentos y donde recientemente se incluyeron 64 presentaciones comerciales de anticonceptivos, que en algunos casos cuestan entre 12.600 y 22.300 pesos (o entre 4 y 7 dólares).

Aparte del precio, los anillos tienen que estar refrigerados hasta el momento de usarse. Eso quiere decir que los tengo que guardar en la nevera de mi casa y que las droguerías deben hacer lo mismo hasta que los vendan. El problema es que no todas las droguerías de la ciudad tienen nevera, así que cuando me quedo sin existencias tengo que ir a ciertas droguerías y tratar de juntar la mayor cantidad de anillos que pueda para posponer la siguiente ronda de búsqueda.

Por último, los anillos generan más desechos que muchos otros métodos anticonceptivos. Al usarlos no solo me deshago de una caja, un folleto de instrucciones y un sobre plástico cada mes, sino de un anillo que también es plástico y que se va a degradar en quién sabe cuántos años.

La única ventaja que le encuentro a este método y que justifica gastar dinero, hacer scouting de droguerías e ignorar la cantidad de basura que produzco, es esta: no siento efectos secundarios. En todo el tiempo que he usado el anillo mi salud física y mental no ha presentado cambios, y mi vida sexual no ha sufrido reveses.

El asunto es que llegué al anillo porque era más barato que el parche (la otra recomendación de mi médico) y que a pesar de que no había garantías de que fuera a ser el método adecuado para mí, lo ha sido. Dicho de otra forma: me encuentro en esta situación, pagando un método anticonceptivo carísimo pero que no genera efectos secundarios en mi cuerpo, por privilegio. Tuve la asesoría de un buen médico, en cierta medida por azar. Pero, a lo largo de esta investigación, pude constatar que mi caso es la excepción y no la regla.
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Dar con el anticonceptivo adecuado (es decir, el que evita el embarazo y no te vuelve mierda el cuerpo y la cabeza) requiere de una asesoría médica correcta. ¿Pero qué quiere decir “correcta”? Dos ginecoobstetras, Marcela Otálora, adscrita a Medisanitas, y Juan Carlos Vargas, asesor científico de Profamilia, me lo aclararon.

1. Las necesidades de la paciente
Otálora comienza sus asesorías preguntándole a las pacientes qué esperan de los anticonceptivos. La mayoría quiere evitar un embarazo no deseado, pero existen otros motivos por los cuales podrían querer tomarlos (como regular el ciclo menstrual o controlar el acné) y el médico debería tenerlos claros.

2. Historia clínica y examen físico
Todos los cuerpos reaccionan de manera diferente a los medicamentos, y la mejor manera de evitar o prever esas reacciones es analizando ese cuerpo. Hay dos maneras de hacerlo: la primera es una historia clínica, donde el médico hace preguntas para saber si su paciente tiene alguna condición previa o un antecedente que deba tenerse en cuenta. La segunda es un examen físico, que también puede revelar condiciones previas y orientar al médico frente a los métodos que puede recomendar. De acuerdo con Vargas, los exámenes de sangre están de más.

3. ¿Qué métodos existen?
Vargas y Otálora difieren en este punto. Él opina que los médicos deben explicar cómo funciona cada uno de los métodos anticonceptivos disponibles, mientras que Otálora se inclina por explicar únicamente los que se adaptan a las necesidades de la paciente (ver punto 1) y por hacer énfasis en la doble protección, es decir, en utilizar algún método anticonceptivo para prevenir un embarazo y, además, un condón para protegerse de enfermedades e infecciones de transmisión sexual.

De cualquier manera, la idea es que la paciente reciba información sobre más de un método y que, según lo que dicen los dos médicos, en esa información estén incluídos los efectos secundarios que cada método podría generar. La idea es que la paciente sepa qué reacciones podría tener, y que no se apresure a dejar de usar el método si llegase a tener alguna.

4. Controles
Hay mujeres que se adaptan a sus anticonceptivos sin problemas y otras que tienen que probar muchos antes de dar con el suyo, pero en ninguno de los dos casos debería dejarse de lado el acompañamiento médico después de la primera asesoría. La idea es encontrar un ginecólogo con el que haya empatía y confianza, como explica Otálora, para poder manejar de manera adecuada cualquier situación que se presente.

5. Depende a dónde vayas
Hay entidades como Profamilia donde la dispensación o aplicación del anticonceptivo se hace inmediatamente después de la asesoría médica. Al menos así lo explica Vargas, quien asegura que ese es un “principio” de la entidad que existe para evitar que las mujeres vuelvan embarazadas a su próxima cita. Otálora, que está adscrita a Medisanitas, no trabaja así.
 
El asunto con estos puntos, con este “deber ser” de las asesorías médicas sobre anticonceptivos, es que no hay garantías de que los médicos los cumplan todos durante sus consultas. No pasa ni siquiera en los servicios más caros o más “exclusivos”, y bueno, tampoco en los más baratos.

A pesar de que deberían, algunos médicos se limitan a abrir historias clínicas y recomendar uno o dos métodos. Así fue conmigo.

Hablé con mujeres que han utilizado distintos métodos anticonceptivos por recomendación de médicos que trabajan en Entidades Prestadoras de Salud, en compañías de medicina prepagada, en instituciones privadas como Profamilia y de manera particular. Aunque cada cuerpo reacciona de manera distinta hasta al medicamento menos complejo, varias de ellas tuvieron malas experiencias con esos anticonceptivos.
 
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Andrea, de 25 años, dejó de tomar pastillas anticonceptivas hace tres. Lo hizo porque quería, porque ya no las necesitaba, pero al hacerlo sintió que volvía a tener control de sus emociones.

En ese momento ella no sabía que tenía un trastorno de ansiedad. Pero ahora, que está diagnosticada y sabe reconocer cuándo está teniendo un episodio, Andrea asegura que no se ha vuelto a sentir como se sentía cuando tomaba las pastillas. Ella reconoce que “las pastillas pueden no ser el único factor” porque desde entonces ha ido a terapia y ha crecido, pero igual: dice mucho que a pesar de su trastorno, su “claridad mental” haya aumentado desde que dejó de tomar pastillas.

Ahora Andrea utiliza condones como método anticonceptivo. Sin embargo, está interesada en empezar a usar un método que tenga cargas hormonales más bajas, y en que ese nuevo método esté acompañado de la asesoría de lo que ella considera que es un médico “real”, es decir, uno particular que ella pueda escoger a su criterio.

A pesar de su experiencia con las pastillas, las hormonas siguen siendo una opción para Andrea porque le dan “libertad para tirar todo el mes”, cosa que no pasa con algunos métodos no hormonales como Daysy Latin, un monitor de fertilidad que se basa en la temperatura basal del cuerpo para determinar en qué días es “seguro” hacerlo o no. Sin embargo, tiene claro que no está dispuesta a negociar su salud física y mental ni su libido a cambio de evitar un embarazo, e incluso afirma que para ella los efectos secundarios son señal de que “los anticonceptivos están mal diseñados”.

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Martina Cocco, psicóloga y magíster en estudios de género con experiencia en temas de salud sexual y reproductiva, me explicó que “la carga de los anticonceptivos” cae sobre las mujeres porque somos nosotras quienes podemos quedar embarazadas. De acuerdo a Cocco, las mujeres aceptamos esa carga porque nos han impuesto la idea de que, mientras no sea deseado el embarazo es algo que tenemos que evitar cueste lo que cueste, y que los anticonceptivos hormonales son el medio ideal para ello. Como consecuencia, muchas mujeres ven los efectos secundarios, el dinero y hasta el tiempo que toma conseguir los anticonceptivos como concesiones que tienen sentido si a cambio pueden tener relaciones sexuales y no quedar embarazadas.

Dicho de otra forma, muchas mujeres entendemos la anticoncepción según las interpretaciones que hacemos de la maternidad no deseada, y por eso nos hemos acomodado a la fórmula de embarazo no deseado=perdición; anticonceptivos=salvación.

Este no es el artículo para hablar de por qué pensamos lo que pensamos sobre la maternidad no deseada, pero sí para dejar algo claro: en ocasiones, los médicos que nos recetan anticonceptivos están ayudando a reforzar nuestras interpretaciones sobre el tema, y también a ubicar los anticonceptivos como la única salida.

De acuerdo con Cocco, las relaciones entre mujeres y médicos suelen ser “muy verticales”, pues “a las mujeres no se les pone en las condiciones de entender exactamente qué significa tomar anticonceptivos, sino que lo único que se les dice es que así no van a tener hijos”.

Y aunque es cierto, esa imagen parece traída del pasado. Remite a los años sesenta, cuando se lanzó al mercado la primera pastilla anticonceptiva y muchas mujeres encontraron la manera de controlar si tenían hijos o no. Ahora, como explica Cocco, las mujeres siguen recurriendo a las pastillas y a otros métodos anticonceptivos para controlar si tienen hijos o no, pero tienen otros cuestionamientos. Uno de ellos, precisamente, es: ¿qué pasa con mi cuerpo?
 
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Natalie tiene 23 años y desde hace 5 toma Veroniq Mini, unas pastillas anticonceptivas. Lo hace principalmente para no quedar embarazada, pero también para tratar el síndrome de ovario poliquístico, una condición que su médico descubrió que tenía mientras la examinaba para recomendarle el anticonceptivo adecuado.

Ella está cómoda: no ha sentido efectos secundarios y su médico (al que consulta de manera particular) le regala las pastillas. Esa situación le ha permitido determinar que no está dispuesta a ceder terreno y que para ella “el malestar no es una opción”. Aunque sabe que podría estar a la vuelta de la esquina: “el pajazo mental es que las pastillas no me generan ningún efecto secundario. Pero no tengo ni idea, a largo plazo, si eso va a cambiar”. Como consecuencia, Natalie ha pensado en “explorar formas más naturales” de anticoncepción que involucren la medicina, pero también el autoconocimiento.

Valentina, una estudiante de 19 años, también toma pastillas anticonceptivas (las de ella se llaman Bellara) por recomendación de una ginecóloga adscrita a su compañía de medicina prepagada, y utiliza condones masculinos porque así lo acordó con su novio.

Ella eligió tomar pastillas luego de que su ginecóloga le hablara de todos los métodos que existen y de que la acompañara en un “periodo de prueba” de un par de meses donde le escribió por WhatsApp constantemente para saber cómo le estaba yendo con las pastillas. Igual que Natalie, Valentina accede a las pastillas fácilmente (su mamá se las compra) y también, sin tener efectos secundarios, se cuestiona qué podrían generar las pastillas a largo plazo en su cuerpo: “lo que siento es que estoy obligando a mi cuerpo a funcionar como a mí se me da la gana, y eso puede no ser saludable”.

Ante la posibilidad de cambiar de método, Valentina dice que está contenta con las pastillas y que solo las dejaría porque ha tratado de reducir el plástico que usa y los desechos que genera. En ese sentido, consideraría utilizar un método de largo plazo, como un DIU, pero “sería exclusivamente por eso”.

Natalie y Valentina son de clase media-alta, viven en Bogotá o cerca de la ciudad y son mujeres blancomestizas. Ellas acceden a sus anticonceptivos sin mayor problema, no solo porque no pagan por ellos sino porque han tenido de dónde escoger, además de que cuentan con el acompañamiento correcto para hacerlo. Además, son dos mujeres con buenas condiciones de salud, que probablemente podrían utilizar otros métodos anticonceptivos y no verse en apuros por encontrar algo que les funcione y no las lastime.
 
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Los anticonceptivos hormonales generan efectos secundarios porque están hechos a partir de moléculas sintéticas que, aunque similares a las que produce el cuerpo, siguen siendo sintéticas.

Como explica Juan Carlos Vargas, asesor científico de Profamilia, “el tema de eficacia anticonceptiva está superado. Ya se sabe cómo se hace”. Ahora, “la investigación trata de buscar moléculas que sean más parecidas a la producción endógena y que tengan la menor cantidad de efectos secundarios”. Los avances de la investigación también se pueden evidenciar en que las concentraciones de esas moléculas han disminuido: “en los años sesenta o setenta teníamos 50 microgramos de etinilestradiol [una molécula sintética que se utiliza para la anticoncepción] como principio activo, y hoy vamos en 20 o 15”.

En esa línea, los médicos suelen recomendar métodos con “menos hormonas” para tratar de reducir la cantidad de efectos secundarios en las pacientes. Un método con menos hormonas es el implante subdérmico, pues a diferencia de otros métodos que combinan progestinas y estrógenos (dos hormonas sintéticas), el implante solo tiene etonogestrel, una progestina.

Yiseth, una periodista de 23 años, tiene puesto un implante subdérmico de la marca Implanon NXT. Ella tiende a desarrollar alergias a algunos medicamentos, y según lo que le dijeron en su EPS, lo más conveniente para esa condición era un método que tuviera “menos hormonas”. También le dijeron que solo puede utilizar métodos que únicamente contengan etonogestrel, así que se puso el implante, el único método disponible en Colombia que solo contiene etonogestrel.

Han pasado dos años desde que Yiseth se puso el implante, y se lo quiere quitar. Sin embargo, no lo ha hecho porque en su EPS le dijeron que solo podían hacerle el procedimiento si ella tenía una reacción alérgica al dispositivo, si su vida llegara a estar en peligro o una vez pasaran los tres años de utilidad del implante. A Yiseth le dijeron también que si presentaba efectos secundarios como dolor de cabeza o acné no era necesario retirar el implante porque “esas reacciones son normales y no son importantes”. Aún así, Yiseth siente fuertes dolores de cabeza constantemente, ha tenido acné  y su periodo se ha vuelto irregular: a veces le deja de bajar por varios meses, y luego le llega y le llega y le llega.

Lo que no le dijeron en su EPS es que el Plan de Beneficios en Salud sí cubre el procedimiento quirúrgico “para sacar el dispositivo con el medicamento que evita el embarazo, que había sido colocado debajo de la piel”, y que según eso, la entidad debería hacer y cubrir el procedimiento así el motivo sea que ella se lo quiera quitar.

Yiseth ha ido a controles durante el tiempo que ha tenido el implante, “pero parece que todos los médicos pensaran igual”. Todos le han asegurado que los efectos secundarios del implante son normales, y entre líneas, que debería aguantárselos porque no está quedando embarazada. ¿Pero quién dice qué es “normal”? ¿Los mismos que nos dicen que un embarazo no deseado es lo peor que nos podría pasar, y por ende, que deberíamos evitarlo incluso si eso implica sentir dolor? Embarazo no deseado=perdición; anticonceptivos=salvación.
 
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Según la edición más reciente de la Encuesta Nacional de Demografía y Salud (ENDS), que se hizo en 2015, más del 75 % de las mujeres entre 13 y 49 años, en uniones conyugales y fuera de ellas, utiliza algún método anticonceptivo. En ambos grupos, las pastillas, las inyecciones mensuales y los implantes subdérmicos están entre los cinco métodos más utilizados, aunque el de mayor prevalencia es la esterilización femenina (o ligadura de trompas). El condón masculino también está entre los cinco más usados, pero las cifras dejan ver que los métodos hormonales tienen fuerza y que muchas mujeres recurren a ellos.

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La ENDS también concluyó que en los cinco años previos a la encuesta, el 18,2 % de las mujeres encuestadas dejó de usar un método anticonceptivo por los “efectos colaterales”. En ese periodo de tiempo, los métodos con mayores porcentajes de discontinuación fueron: implantes (36,4 %), DIU (29,1 %), inyección trimestral (28,8 %) e inyección mensual (24,4 %). Por otro lado, la investigación también confirmó que entre las mujeres que no están usando métodos anticonceptivos y que no planean hacerlo en el futuro, el 9,4 % llegó a esa decisión por “Razones relacionadas con el método”, que en la ENDS se separa en “Razones de salud” y “Miedo a efecto secundario/incómodo de usar/interfiere con procesos del cuerpo”.

Las cifras que arroja la ENDS no son recientes, pero dan cuenta de mujeres que, preocupadas por los efectos secundarios de los anticonceptivos, estuvieron dispuestas a dejar de tomarlos. Aunque no dice qué hicieron esas mujeres después (si decidieron usar otro método, por ejemplo), la encuesta deja claro que, al menos en cifras de un dígito y hace cuatro años, hubo mujeres que hicieron a un lado algún método anticonceptivo para darle prioridad a su salud física y mental.

Los ginecoobstetras Marcela Otálora (adscrita a Medisanitas) y Juan Carlos Vargas (el asesor científico de Profamilia) insisten en que cada organismo tiene una respuesta individual a los medicamentos. Y aunque es verdad, ellos mismos reconocen la importancia de la correcta valoración médica para mitigar las respuestas incómodas, inesperadas, molestas o perjudiciales para la salud. Vargas afirma que “si todas las píldoras anticonceptivas se vendieran después de una valoración y una prescripción médica, esos efectos serían mucho menos frecuentes”. Otálora, por su parte, asegura que “si esto fuera así de fácil”, se pararía en la puerta de su consultorio y diría “bueno, las que vienen a planificar, tomen todas esto”.

Ambos profesionales también hacen énfasis en dos malas prácticas que pueden influir en las experiencias de las pacientes: la autoformulación y la dispensación de medicamentos sin prescripción médica. En ambos casos la paciente llega a sus anticonceptivos sin que haya consejo médico de por medio, y al menos en el caso de la dispensación sin prescripción médica, la escogencia del método puede estar atravesada por los intereses de otras partes. Como los laboratorios, por ejemplo, que según Varas y Otálora, actúan en todos los frentes de la cadena comercial para aumentar sus ventas.

Hasta ahora, la conclusión más evidente es que obviar la correcta asesoría de un médico puede hacer “que el uso de los medicamentos no sea óptimo”, como dice Vargas, y que la paciente esté así expuesta a efectos secundarios. Sin embargo, hilando fino, otra conclusión es que dar con una correcta asesoría médica —al menos en Colombia— es cuestión de suerte y, en algunos casos, de tiempo. ¿Qué pasa cuando el médico no es riguroso? ¿La paciente debería dejarlo y buscar a otro? ¿Cómo sabe ella si algún día va a dar con un médico que se tome el tiempo de revisar si es alérgica al látex o si puede usar otro método que no sea el implante?

Otra veta que atraviesa la relación de las mujeres con los anticonceptivos es que no suelen ser “medicamentos que necesitemos para estar vivas”, como explica Martina Cocco, la psicóloga con experiencia en temas de salud reproductiva. Son medicamentos que más que curarnos o sanarnos, nos están librando de una condición que es inherente a nuestro sexo y con la que cargamos, muchas veces, solas. Bueno, y también son medicamentos que están dirigidos a más de la mitad de la población del planeta, que se nos han presentado como la mejor solución a un supuesto problema y que pueden tener consecuencias negativas con las que tristemente muchas personas han aprendido a vivir.

Pero son medicamentos con los que muchas mujeres elegimos vivir. Y otras no, y eso también es válido. El asunto, y lo que nos debemos a nosotras siempre, es entender que los anticonceptivos (tanto usarlos como no) deberían ser una decisión consciente e informada donde los médicos solo intervengan como facilitadores de esa conciencia e información. Debería ser una decisión que contribuya a desmantelar poco a poco eso que se espera de nuestros cuerpos, y a construir, ojalá más rápido, los cuerpos que queremos ser.

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Fichas informativas ilustradas sobre algunos de los métodos que exploramos a lo largo de la investigación.

Elegimos cuáles destacar según su disponibilidad en el país, los porcentajes de uso que reportó la ENDS y los que han utilizado las mujeres que entrevistamos. La información que incluímos es de la Organización Mundial de la Salud y Planned Parenthood Federation of America.

Estos no son los únicos métodos anticonceptivos que existen. Si usted quiere empezar a utilizar alguno, consúltelo con su médico antes.

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María Andrea Muñoz Gómez

Como Dorothy Parker, odio escribir, pero amo haber escrito. Quiero vivir en una montaña con mis dos perras.

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