Comer en china
Una de las cosas que más disfruta este periodista es la comida, por eso no le importó ir desde su casa, en Chapinero, hasta el barrio La Gaitana, en Suba, para probar diferentes platos de la comida china.
La primera similitud entre el restaurante China Shanghay (sic) y el país que inspiró su nombre es que ambos quedan muy lejos. Luego de llegar hasta la estación de Transmilenio de Suba, hay que tomar un bus alimentador que, por cuenta de las estrechas y serpenteantes callejuelas del barrio La Gaitana, puede tomarse tiempo en llegar relativamente cerca al lugar, enclavado en una calle sin pavimentar. Digamos que desde el Centro hasta el lugar se puede uno tomar una hora y media. La segunda similitud tiene que ver con la vocación comercial del barrio. Cacharrerías, papelerías, misceláneas y droguerías que son a la vez perfumerías hacen parte de un panorama que a uno, inmediatamente, se le antoja asociar con lo que más se vende en esos establecimientos: productos “made in China”.
A diferencia de tanta chuchería importada, la carta del restaurante ubicado en la calle 132D con carrera 126A (todo el lejano oriente en el extremo occidente), advierte que la suya es comida china, sí, pero hecha exclusivamente por colombianos. Se entiende: uno de los meseros nos confía que esta zona no sólo es muy bogotana sino que, incluso, es más costeña que bogotana, pues por alguna razón el barrio tiene una alta densidad poblacional de nacidos en la Costa Caribe nacional. No hay quien de esa colonia no sea cliente fijo.
“Mis padres trabajaron muchos años en un restaurante chino y aprendieron todos los secretos de su comida”, cuenta Patricia Gómez, una de las hijas de la dueña del restaurante. “Y luego un amigo nacido en oriente les recomendó que le pusieran ese nombre”. Ella lo cuenta mientras el restaurante es atravesado por trabajadores que cargan bultos de arroz, papa y verdura. Con un local más en Kennedy, este futuro imperio chino va ampliando la cobertura que le ha permitido darle comida, educación y techo a sus creadores y descendientes.
Dos leones dorados, una puerta corrediza y un tablero con el menú en combo dan la entrada a la sede Suba de China Shanghay. El plato más caro entre los referenciados en esa tabla de la entrada (combos de arroz, papa o ensalada, pollo, pescado o costilla) no sobrepasa los $7.000. La carta convencional trae las opciones más generales, algo más costosas pero absolutamente razonables, de lo que conocemos como comida china. Están los tradicionales rollos primavera, las carnes agridulces, los arroces (chow fan) y las verduras hervidas (chop suey). Desde que llego, manifiesto mi antojo por un buen arroz a la valenciana, que es como suele conocerse a un plato de arroz frito con una porción de pierna-pernil de pollo tamaño avestruz. Cristina, mi compañera, que es toda una gourmet de spring rolls, no deja de pedirlos como entrada antes de decidirse por el tradicional arroz, pero sin camarones ni cerdo. Y de acompañamiento, la mejor bebida que colombiano alguno pudo ingeniarse y que, por infortunio o falta de visión, se ha ido convirtiendo poco a poco en una excepción en restaurantes: Naranja Postobón.
El decorado del lugar, como ocurre con otros restaurantes de similar vocación, es producto del sincretismo logrado a partir del estereotipo de lo chino –lámparas de papel rojo, muñequitas de ojos rasgados, cuadros con retratos de osos panda– y lo ineluctablemente colombiano –mesas de madera, una nevera con patrocinios, un televisor que el sábado después de mediodía no puede sino estar sintonizado en Los Simpson. Al fondo, y en eso tampoco es una excepción China Shanghay, la cocina se erige como el secreto guardado con mayor celo.
Mi arroz a la valenciana es utopía. El mesero me ha confirmado que no hay presas de pollo enteras, por cuenta de lo cual me decido por la única opción con la que uno va a la fija en cualquier restaurante chino: el arroz de la casa. No contamos con que, al igual que en todo establecimiento de esta guisa que se respete, las porciones aquí son pantagruélicas. Los enormes spring rolls y dos medias porciones que suponíamos discretas, bastan para alimentarnos a nosotros, a Luis, el fotógrafo, y a su acompañante. Y queda suficiente como para llevar. Y lo más increíble, todo ello por $29.000. ¿Será que así es la verdadera China? Se entiende que el fuerte en el lugar sean los domicilios. Normalmente la clientela es la misma de La Gaitana, pero cuando hay pedidos que lo ameriten, los mensajeros no tienen lío en atravesar las fronteras que sea necesario flanquear.
Como referencia geográfica, el nombre de China Shanghay es un acierto. Sencillo y poco pretencioso, se aleja de los estereotipos rimbombantes y extraños que ofrecen nombres como Dong Yang, Ying Seng o Chor Lau Soeng; ni cae en el chiste fácil en que otros han redundado al bautizar a su restaurante Kung Fu, Jackie Chan, Chan Kon Chan o Yokomo. Este restaurante no estará sobre la costa del río Yangtze y seguramente de su gigantesco lugar de inspiración solo lleva el nombre. Pero lo que sí podemos decir es que colma la expectativa de quien llega con espíritu explorador, el alma libre de prevenciones y mucha hambre.
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