Descubriendo primates
El reconocimiento científico no se parece en nada a la fama.
Sin embargo, es más apasionante que cualquier película de Hollywood.
El jardín
Esta historia no comienza en un laboratorio sino en un jardín. El protagonista no es un artista que espera a su musa sino un científico. Un niño científico. En el patio trasero de una casa ubicada en La Castellana, en Bogotá, Hugo Mantilla-Meluk empezó a sentir curiosidad por el fenómeno de la vida. Fue un adelantado: creció en un ambiente adulto y varios de sus familiares son académicos. Así que mientras los niños de su edad tuvieron de ídolos a superhéroes o futbolistas, Hugo soñaba con parecerse a Darwin y jugaba a ser naturalista en un jardín. Por medio del método de observación pudo inferir que esas larvas de aspecto demoniaco llamadas chizas se convierten en abril en los cucarrones que revolotean por los parques bogotanos. Fue su primer descubrimiento, lejos de un laboratorio. Aunque el bogotano sentía pasión por la biología, terminó estudiando ingeniería electrónica. Después de dos semestres, pasó por el jardín de su infancia y decidió que el programa de Biología de la Universidad Nacional sería su destino.
La selva
El método de los científicos se parece al de los detectives: reúnen evidencias y las interpretan para llegar a conclusiones. Estamos en la Universidad Nacional en 1995. La teoría que llevó a Hugo a trabajar con el primatólogo norteamericano Thomas R. Defler en el Amazonas es la siguiente. Una pareja de biólogos que colabora con el estadounidense estudia a unos primates que viven en grupos conformados por la pareja adulta y una cría, cuando estas crecen siempre se desplazan en la misma dirección para establecer nuevos núcleos familiares. La pareja de biólogos no puede descifrar el comportamiento. Mantilla-Meluk expone su explicación: “en los bosques amazónicos el río corre de forma meándrica (curva pronunciada en el curso de un río). Esto implica que se vaya comiendo las orillas, un fenómeno que da como resultado la liberación de terreno. Siguiendo este recorrido se establecen las plantas, que son básicas en la alimentación de los monos”. El resultado del razonamiento es un ofrecimiento por parte de Defler a Mantilla-Meluk para que estudie al primate Cebus apella (monos capuchinos) en la estación Caparú a Orillas del Río Apaporis en el Vaupés. Hugo dura un año siguiendo a los primates. El bogotano pasa de ver a su profesión desde la ecología (vínculo que se da entre los seres vivos y su medio ambiente) a tener una perspectiva afín con la biología evolutiva (ascendencia común y descendencia de las especies y de los cambios de los seres vivos a través del tiempo).
El azar
En séptimo semestre, Hugo tiene material suficiente para redactar una tesis pero se encuentra con un obstáculo. Debido a que Defler no es profesor de la Nacional, le toca archivar su interés por los primates ya que no puede trabajar con un maestro ajeno a la universidad. Un día, Mantilla-Meluk descubre la colección de murciélagos de la institución y queda deslumbrado. Gracias a la colección de murciélagos, el bogotano se interesa por la museología (técnicas de conservación y catalogación). Entonces, empieza a trabajar como asistente del doctor Alberto Cadena, que por esos días es el director de la Colección de Mamíferos del Instituto de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional. Su formación como especialista en sistemáticas y evolución resulta definitiva para el rumbo que toma la carrera de Mantilla-Meluk.
Ahora saltamos al 5 de junio de 1799, en el puerto español de La Coruña. Ese día, Alexander von Humboldt parte hacia Cuba. La travesía dura 40 días, en los cuales Humboldt y su amigo –el naturalista Aimé Bonpland– sueñan con las perspectivas científicas del Nuevo Mundo. No todo es felicidad: en el barco se desata una epidemia. Debido a la crisis, el capitán decide atracar en el puerto venezolano de Cumaná, al cual arriban el 16 de julio de 1799. Humboldt y Bonpland quedan fascinados con el lugar y deciden comenzar su expedición desde ahí. En este recorrido, encuentran unos primates que denominan Lagothrix. En 1812, en París, Humboldt describe el género, lo que significa que el simio es reconocido como un nuevo descubrimiento.
Un detective de la evolución
Es 1999 y Mantilla-Meluk está a punto de graduarse. Gana una beca para asistir a un curso impartido en Perú por la Organización para los Estudios Tropicales llamado Ecología de Ecosistemas Amazónicos. Ahí conoce a John Terborgh, director del Centro de Estudios Tropicales y del Centro de Primatología de la Universidad de Duke, en Estados Unidos. Mantilla-Meluk es invitado a trabajar para la OET. Lo supervisa la primatóloga Nora Bynum, que también es profesora de Duke. El bogotano pasa entre 1999 y 2001 como visitante académico en esta universidad y trabaja en la investigación de la ecología de primates neotropicales. Paralelo a esto, en 2000 inicia una serie de estadías académicas en la colección de mamíferos del Instituto Smithsonianiano y se interesa por los trabajos primatológicos de Humboldt. Como tiene una relación con una española, visita la península ibérica con regularidad. En estos viajes aprovecha para buscar las descripciones del alemán. No tiene éxito.
De vuelta, exactamente a Chicago, en una librería de segunda mano encuentra un tesoro: la descripción del Lagothrix del Orinoco realizada por Humboldt compilada en un texto de 1812. Su interés por el género no es nuevo. Hugo lo tiene en la memoria desde que vio los primates de la Colección de Mamíferos de la Nacional. Además de leer a Humboldt, Mantilla-Meluk consulta la descripción de los monos de alta montaña en la Cordillera Central publicada por Daniel Giraud Elliot en el Annual Magazine of Natural History (1907). El trabajo tiene una particularidad: describe al Lagothrixlugens, mejor conocido como mono lanudo colombiano, especie endémica.
Es el año 2002. Hugo inicia su doctorado en Sistemática y Evolución en la Texas Tech University. Son tiempos de estudio puro y duro y, de nuevo, la evolución le da una cachetada. El Centro de Mastozoología de la TTU tiene la colección más grande de tejidos mamíferos del mundo. Es como una tienda de dulces para un genetista. Mientras Hugo se entretiene perfeccionando sus técnicas de museología llega a sus manos un trabajo del Dr. Jack Fooden de 1963. “Después de ver tantos especímenes en colecciones, el ojo se acostumbra a detectar variaciones morfológicas”. En este punto radica la importancia del trabajo de Fooden: “Analizó una vez más la variación de especímenes de Lagothrixlugens. El resultado es que halló tres tipos de coloración del pelaje asociadas a poblaciones que habitan diferentes zonas de Colombia. Unas estaban a 3.000 metros en los Andes, otras en la Amazonía”.
El azar contraataca
Saltamos a Chicago. Es 2008 y Mantilla-Meluk ganó una beca para ser visitante del Field Museum of Natural History. Investiga murciélagos en la colección de la institución. Es un trabajo de 24 horas: “cuando me aburría de ver murciélagos, me pasaba por la colección de primates. Una noche abrí un cajón y el mundo se me vino encima”. Aquí aparecen los nombres de Philip Hershkovitz y K. von Sneidern, dos científicos que estuvieron vinculados al Museo, que visitaron Colombia en la década del cuarenta del siglo pasado y se llevaron a Chicago varios especímenes del país.
Otro salto temporal. Es 2010 y Hugo quiere comprobar que lo que vio es lo que cree, pero debe obtener recursos y sacar tiempo aunque está de cabeza dando las puntadas finales a su tesis doctoral. Mantilla-Meluk envía una propuesta investigativa a las directivas del Museo. El inconveniente es que resulta imposible ganar una beca nuevamente: por política, la institución no subvenciona dos veces a la misma persona. Hugo se olvida del asunto. En Texas lo espera una tesis con los colmillos afilados.
El científico está en Nuevo México, asiste a un congreso de mastozoología. Un curador del Museo de Chicago, el Dr. Bruce D. Patterson, le dice que han decido patrocinarlo nuevamente en virtud de la calidad de su propuesta. Para comprobar que ha descubierto dos nuevas subespecies, Mantilla-Meluk estudia evidencia de tipo morfológico (fisionomía craneal) y de variación en el pelaje (que para los primates es importante porque representa un mecanismo de selección de parejas). Entonces, el mundo les da la bienvenida a dos subespecies de primates: el Lagothrixlugensdefleri y el Lagothrixlugens sapiens. Las mismas que Philip Hershkovitz y K. von Sneidern dejaron olvidadas en la colección de mamíferos del Field Museum de Chicago y que Mantilla-Meluk descubrió en una noche de desvelo.
Los nombres
Desde que Carolus Linnaeus propuso su sistema binomial, todo científico que descubra un animal debe nombrar en primer término su género (Lagothrix), su especie (lugens) y por último la subespecie (sapiens). En sus investigaciones, Mantilla-Meluk vio en el cajón del Field Museum algunos elementos que Philip Hershkovitz usó en su primer viaje a Colombia (1948). Entre ellos está una libreta. El bogotano saca a relucir a uno de sus héroes: Jorge Ignacio Hernández Camacho, quien fue el fundador de la colección de mamíferos del Instituto de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional. En la libreta de Hershkovitz aparece el número telefónico del científico colombiano y a su lado el adjetivo sabio. En honor al encuentro entre Hershkovitz y Hernández, Hugo bautiza a una de las subespecies que descubre como sapiens (sabio en latín). El otro nombre es un homenaje a Thomas Defler (defleri), su primer mentor.
La fama científica
En la actualidad Hugo se encuentra investigando el efecto del levantamiento de los Andes en la conformación de la diversidad de mamíferos en Colombia y las enfermedades zoonóticas (que se trasmiten de animales a humanos) asociadas a ellos. Así mismo, está generando la colección de mamíferos y el Museo de Historia Natural de la Universidad del Quindío, donde transmite su conocimiento y experiencia en un ambiente que aún no cuenta con los recursos de las universidades gringas. Además, hace poco descubrió una nueva especie de murciélagos que llamó Uroderma bakeri. Y, como no se cansa de estudiar, ganó el Oliver Pearson Award, que es el galardón más importante que da la American Society of Mammalogists a un científico latinoamericano, un premio en efectivo que le permitirá seguir con sus investigaciones. No será un Grammy ni le merece portadas en revistas de chismes, pero sí representa uno de los puntos más altos a los que ha llegado un colombiano en la Biología
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