La papa convertida en obra de arte
En puré, oro, cemento o cerámica, la papa ha sido el elemento fundamental en la obra del artista Ernesto Restrepo Morillo. La primera cosecha de “El Papas” celebra sus 30 años con una muestra en el MAMM.
En el extremo izquierdo del sofá de Ernesto hay un par de cojines con forma de papa. Su casa en Bogotá es también su taller, el almidón y la tierra se han transformado en su médula desde hace treinta años. Si busca en internet su nombre posiblemente encontrará noticias donde lo nombran como “el colombiano que logró vender una papa criolla en 130 millones de pesos”.
Este año, su proyecto Cosecha de papas cumple 30 años y una de sus primeras papas puede encontrarse expuesta en la entrada del Museo de Arte Moderno de Medellín por estos días.
Ernesto Restrepo Morillo, conocido como “El Papas”, tiene gafas naranjas, el cabello y la barba teñidos por los años. Con una esencia teatral y familiar, genera confianza desde el primer minuto en que se le escucha hablar. Este artista, “campesino”, diseñador industrial y cuasi arquitecto nació en Montería, Córdoba. De madre costeña y padre paisa vivió sus primeros años en un hotel en Cartagena, conociendo diversas culturas.
Se estabilizó en Medellín durante sus años universitarios, estudiando Arquitectura en la Universidad Pontificia Bolivariana, carrera que cambiaría por diseño industrial. Más adelante, realizó una Maestría en Artes con énfasis en medios combinados en la Universidad de Filadelfia, Pensilvania. Finalmente sería un creador, pero un creador medio pirata, medio explorador y medio bicho raro que llegaría al mundo del arte a incomodar a unos cuántos y sembrar duda en varios.
Sus obras se encuentran en las colecciones del Banco de La República de Colombia, El Museo Rufino Tamayo en México, El Museo de Antioquia y El Museo de Arte Moderno de Medellín. Ha participado en las subastas de WhiteBox Gallery en Nueva York, en la VertexList Gallery de Brooklyn, en la Fundación Infantil Santiago Corazón y en la Subasta de Espacio Odeón.
La primera cosecha
Todo comenzó como una respuesta que mutó a debate. Era 1992 cuando Ernesto recibió una invitación en la controvertida celebración de los 500 años del “descubrimiento” de América. En el ámbito cultural y artístico las reacciones fueron particulares pero esperadas, pues la carga social y política que conllevaba la celebración surgió como un detonante para hablar sobre lo que significó en la historia de América y Europa. Tomando distancia de la crítica anticolonial de siempre, que se sentía anacrónica y repetitiva, El Papas decidió ir un pasó más allá dándole la vuelta a la arepa -o a la papa-.
Su primera obra se tituló Apertura económica, fue un símil en el que América conquistó a Europa con el oro beige –y a veces amarillo claro– de los Andes: la papa, “otras frutas o vegetales respondían muy fácilmente o muy congruentemente a las estéticas europeas. Era muy fácil que un tomate le gustara a un europeo: es rojo y bonito o la piña que es exótica. Entonces eran muy fáciles de querer, de que le gustara a la gente, pero la papa no”, responde Ernesto sobre su decisión de escoger este tubérculo como centro de su obra.
En octubre del 92, El Papas vivía en Medellín y trabajaba como diseñador industrial con lucecitas de arquitecto. En su frutero representaba la Medellín violenta llena de guaro y montañas, con un bodegón compuesto de frutas de bronce, que al madurarse se comenzaban a pudrir, “era una manera de pensar lo perecedero contra lo permanente, lo artificial con lo natural, lo local y lo universal… o lo nativo y lo invasivo… o América y Europa”, argumenta Ernesto.
Este tubérculo asimétrico, sucio, chiquito, enterrado y “entierrado” funcionó como metáfora de nuestros ancestros quienes cultivaban la papa y a su vez eran chiquitos, sucios y “entierrados”. Esta obra tuvo una serie de 12 papas de bronce –material de las estatuas de los conquistadores, reyes y gente importante en la historia– organizadas en pilas como en los mercados de plaza, fueron hechas por el mismo Ernesto luego de su maestría empírica en el taller de Hugo Zapata donde aprendió técnicas de fundición, pulido y sand-blasting.
Apertura económica fue además, un vestigio histórico de principios de los años noventa, durante el gobierno de César Gaviria y el neoliberalismo que se imponía a pasos agigantados. Fue entonces una representación de la globalización análoga dentro del ejercicio de economía y mercado, elementos estructurales de todos los sistemas contemporáneos de vida. Esta primera “cosecha” –como luego comenzaría a nombrar sus obras– fue expuesta inicialmente en La Galería de la Oficina, en Medellín. Luego estuvo en el Salón Regional y en otras exposiciones del MAMM.
Las siguientes cosechas las ha creado en cerámica, representando a los quechuas y los muiscas, pero también a la cultura burguesa. Luego fueron de yeso y de cemento como material de construcción propio de los obreros. Una de sus cosechas más recientes fue la de Bling Bling Paps, como una crítica que conserva los vestigios del timo de Colón a los nativos, cambiándoles el oro por espejitos. Y eso son, papas hechas de tela que simulan collares de oro pero son hechos en tela dorada, una risita cínica al arte contemporáneo y sus consumidores. Y así, cada cosecha ha respondido según el contexto a asuntos económicos, históricos y culturales.
Puré de papa, Pringles y papas rellenas
Al principio, mientras su obra comenzó a calar, Ernesto se tomó el tiempo de ir al campo y hacer el ejercicio de sembrar papas, una de sus obras más conocidas es la acción Depósito de papas, la cual ambienta este espacio tan común con afiches de futbol, costalados de papas y escritorio.
Convirtiéndose entonces en un “campesino conceptual” o burgués, debe sobrevivir bajo los parámetros de la agenda noticiosa. Cada vez que la papa sube o baja le da más ideas para crear nuevas cosechas, a la vez que genera una crítica sobre los derivados que pueden obtenerse de la papa –como el licor– que han sido poco explorados en el país.
Las situaciones expansivas que ofrece la papa pueden tomarse desde sus formas y tipos hasta sus preparaciones, “la papa criolla, por ejemplo, apareció en mi obra 20 años después porque llamaba mucho la producción de esta variedad de papa, a ciertas horas del día los arrumes de papas cosechadas me parecían como montañitas de oro, entonces decidí hacer una papa criolla de oro sólido”, confirma Ernesto mientras me explica la importancia y diferencias de la papa criolla que es “la joya de la corona” comparándola con las variantes de la papa capira, la sabanera, la R12, la pastusa y la nevada.
En el simposio“PIEDRAPIEDRAPIEDRA: Encuentro de Arte y Cocina”, Ernesto creó la pieza-acción comestible HUMBOLDT EN MARTE , como un paisaje híbrido extraterrestre entre Marte y la tierra, en una futura diáspora humana al espacio con la papa como acompañante. Estas montañas de puré fueron devoradas por el público simulando además el consumo de la tierra.
Hasta durante nuestra conversación fuimos víctimas de la deconstrucción misma de la papa como objeto y como alimento. Las Pringles, por ejemplo, son hechas de puré de papa en forma de tajadas de papa. O uno de nuestros fritos más icónicos: la papa rellena, la cual simula la forma de una papa y está rellena de papa. El Papas tenía razón, es fácil convertirse en un maniático con la papas. Pero como él mismo afirma, “las manías se disfrutan, la obsesión no”
Potato salesman & EL PAPAS Productions
Más que la belleza o la fascinación por el objeto que representaban las papas de Ernesto, su decisión de fijar su obra y vida en este concepto surgió tras notar las conversaciones que crearon las papas desde la primera cosecha, “muy rápidamente entraba y se expandía uno, se podía quedar uno conversando sobre la papa. Eso me dio pie para seguir desarrollando la obra y fue lo que definitivamente determinó que yo al final abandonara otros proyectos y me quedara con la papa. La papa precisamente por ser tan buena conversadora de alguna manera me sigue dando más conversación, más formas, ya se volvió un comodín en mi trabajo”, concluye.
Ernesto vivió un tiempo en el exterior tan pronto su obra cogió vuelo, cuando regresó a Bogotá la gente reconocía su obra y lo llamaba “El Papas” o “el de las papas”, así comenzó a crearse este personaje, el Potato Salesman. Este reconocimiento le dio pie para crear su marca usando a su favor la vaga memoria de los demás para recordar su nombre.
En el pequeño tour virtual que me brindó El Papas por su estudio pude visualizar tantas papas como santos en un altar de alguna casa religiosa y tradicional colombiana. Habían papas de tela, de cerámica, de cemento, disecadas y acabadas de cultivar. Y es que aunque muchas de sus obras han estado en museos, es también una obra doméstica que reposa sobre mesas de centro y estanterías.
Su última cosecha fueron 800 papas blanditas y de tela que envió a Neiva en el marco de la Comisión de la Verdad, representando la papa como la esencia obrera con la infantilización de sus materiales de peluche. Esta cosecha responde a una teoría sobre la inmadurez o la suerte pueril latinoamericana: seguimos siendo infantiles ante un gobierno que pretende ser paternalista junto a la Iglesia, ejerciendo control sobre la gente y evitando que nos terminemos de desarrollar.
Durante tres décadas, la obra de El Papas ha situado este alimento cotidiano en otro contexto para evidenciar aquello que de tanto ver dejamos de notar: el tubérculo sale de la tierra al museo, pero no deja de hablarnos sobre esos territorios de los que proviene; su pulpa almidonada es reemplazada por oro sólido y al multiplicar su peso y su valor nos interroga sobre los mercados del arte y del agro; y el campesino convertido en artista nos recuerda a los otros campesinos que solemos ignorar en las ciudades y en los circuitos artísticos.
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