Los viejos clásicos
Hace 30 años las salas de cine de Bogotá empezaron a desaparecer.
Bogotá continúa devorando edificios que se convierten en recuerdo. Así ha sucedido con las salas de cine. Una lista larga sin conclusión matemática agrupa a teatros como el Lux, el Teusaquillo, el Metro Riviera, el Palermo, el Royal Plaza, el Olympia, el Ópera y el Azteca, entre otros.
Es inevitable ver la historia de estos teatros como una realidad desalentadora, llena de conclusiones para una ciudad que ha crecido de una forma desordenada y afanada. Sin embargo, en boca de algunos viejos nostálgicos aún quedan recuerdos de los años maravillosos de una ciudad que prometía modernidad y no olvido.
El Teatro Olympia, con certeza, es uno de los recuerdos mejor cuidados que guarda Bogotá. Con la película La novela de un joven pobre, el 17 de diciembre de 1912 se estrenó este palacio del cine, el primero en Bogotá. El teatro -construido por los hermanos Di Domenico frente a lo que hoy es el Parque del Centenario y con capacidad para tres mil personas- se mantenía ocupado gracias a las películas italianas que estaban en furor en el mundo, las mismas que después se alternaron con las francesas y por último vieron reaccionar al público con la comedia norteamericana que le daba cada vez más fama al cómico Charles Chaplin.
El Olympia, donde además de la proyección de películas se llevaban a cabo reuniones políticas, zarzuelas y diferentes eventos culturales, tenía dos salas: una con un telón negro y otra con un telón blanco en el que los subtítulos se proyectaban al revés. En una de las crónicas del cine bogotano de los años 50 realizadas por Hernando Salcedo Silva, se asegura que para los que permanecían tras la tela blanca una de las soluciones fue el “hábil ejercicio en el que algunos se volvieron maestros hasta el grado de comprometerse, por algunos centavos, a leer de corrido las apasionadas declaraciones de Gustavo Serenna a Pina Menichelli. Otros, menos emprendedores, recurrían a los espejos que al reinvertir la imagen, permitían leer los títulos normalmente”.
HACER MEMORIA
El recuerdo de estos lugares que construyeron la historia del cine en Bogotá permanece en la memoria de algunos cinéfilos y en las paredes de la Fundación de Patrimonio Fílmico Colombiano.
La arquitecta Martha Castañeda asegura que “la gente olvida que estas construcciones hicieron parte de la identidad de los barrios más clásicos de la ciudad y constituyeron el camino adoptado en el diseño de las grandes estructuras; la herencia europea, la experimentación con movimientos como el Art Decó y, sobretodo, el entendimiento del espacio público”.
Aun así, el Teatro Teusaquillo, ubicado en la calle 34 con carrera 13, fue diseñado en los años 30 por Ricardo Ribas Seva -uno de los representantes en Colombia del Movimiento Moderno del francés Le Corbusier- y hace parte de ese pasado mágico. Fue uno de los fuertes sobrevivientes hasta el año 2008. En sus primeros años esta sala cargó con el mito de que el espíritu de una joven de 20 años llamada Yolanda -degollada durante la proyección de una película- rondaba por los pasillos. A pesar de esto, el Teusaquillo recibió durante años 1.000 espectadores en sus estrenos. En su peor momento y cuando se cerró recibiría apenas las ganancias de la venta de elementos que caracterizaban la sala; cada silla fue vendida por $50.000 pesos y los seis proyectores por $2’000.000 de pesos cada uno. Después se convertiría en el centro de conciertos y fiestas Teatro Metro.
Otro de los teatros que en su época fue de gran impacto y que sufrió una transformación desoladora fue el Teatro Lux o Roxi, ubicado en la carrera 8A con calle 20. Fundado en 1938, muy pronto se convirtió en uno de los más visitados de la ciudad gracias a que era una sala popular con material muy actual; en su mayoría películas norteamericanas de comedia y drama, proyectadas por tarifas más bajas que las del resto de salas. César Ocampo, aficionado al cine, recuerda con emoción que “lo mejor eran las tarifas de cine continúo o dobletes, en las que uno pagaba boleta y media y podía ver dos películas seguidas y así el plan de cine se convertía en pasarse la tarde en la sala”.
La imagen más desgarradora, que con seguridad vio este lugar, fue cuando por la competencia con los Múltiplex el dueño decidió convertirlo en un parqueadero. Ahí permaneció el telón amarillento de unos 12 metros de alto por 15 de ancho y un montón de sillas arrumadas en un balcón del segundo piso. Hoy, en la fachada cuelga un letrero que anuncia la construcción de un centro comercial.
La historia fue similar para el Teatro Libertador, la actual discoteca-museo Vinacure. A pesar de conservar gran parte de las sillas y uno de los telones, perdió su batalla contra la modernidad. El Metro Rivera, en el que se realizó el estreno de E.T, también pasó a ser parte de la vida nocturna bogotana y fue uno de los primeros sitios donde la rumba homosexual se posicionó: la discoteca Theatrón. El Teatro Palermo, ubicado en la calle 45 con carrera 13, es ahora un billar en el que se realizan campeonatos locales.
Otros teatros en la lista del olvido son el Teatro Mogador –antiguo distribuidor exclusivo de la Paramount- que pasó por sala triple X y centro de convenciones hasta convertirse en la sala de conciertos Downtown Majestic, así como el Cid, hoy abandonado, y el Azteca, auditorio de la Universidad Central.
De igual forma, el Olympia y el Alcalá son ahora oficinas financieras; el Atenas, el Rex, el Rivoli y el Granada fueron demolidos; el Tisquesusa es el casino Aladín junto al hotel Tequendama; el Ópera se convirtió en un centro comercial y el Egipto en una iglesia. Los que corrieron con mejor o peor suerte son plazas de mercado, centros comerciales, locales o bodegas.
Algunos casos más alentadores son de teatros que continúan en la pelea. Tal es el caso del Teatro Faenza –inaugurado el 3 de abril de 1924– que está en remodelación y del Teatro Astor Plaza, actual escenario de obras de teatro. Para Jairo Suárez, un artista plástico que en compañía de sus colegas Juan David Laserna y Camilo Ordóñez ensamblaron la exposición Cinema Insostenible (sobre la desaparición de las salas de cine), el proceso de decadencia fue bastante rápido. “Lo que interesa no son solo las películas, sino lo que hay más allá de la proyección: un asunto social”, dice Suárez.
El diagnóstico no es simple, estas historias son el resultado de una muerte natural, pero la decadencia de la arquitectura y de la cultura tal vez se parece más a un homicidio. Sin embargo, echar un vistazo atrás y hacer reverencia a estos viejos clásicos no está de más, al fin y al cabo son esos recuerdos los que hacen de Bogotá una ciudad con un pasado para contar.
Fotos: Juan Camilo Palacio (www.juancamilopalacio.com)
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