Melancolía tropical
La tripulación del vuelo 813 con destino Bogotá les da la bienvenida a bordo. La duración estimada es indefinida.
a temperatura es de 9 grados centígrados con un sol que quema, usual en este país tropical. Esperamos que su estancia sea de mucho agrado, no olvide ponerse chaqueta al salir y disfrutar de las eternas posibilidades de la capital.
Al principio todo ese discurso sonaba obvio. No puede ser tan diferente una ciudad de tu mismo país. Luego quería que la azafata que me dio la bienvenida me obsequiara un manual de sitios y gente parcialmente parecidos a Cali, mi pueblo caliente. No fue así. Entonces, todas las horas transcurridas en los buses (y en Bogotá son muchas) mis ojos con filtro saturado y con ganas de colores han estado atentos a lugarcillos que por momentos parecen de otra parte, sacados de mis recuerdos calurosos, acompañados de cocteles con sombrillita pero que sorprendentemente dan fe de que Bogotá también es tropical… a su modo.
El frío debería acercarnos más a la gente pero no en los buses ni en las filas, allí hace calor. En la calle apenitas siento el viento, trato de buscar una palmera meneándose que me recuerde señoras bailando. ¡Ay, qué buenos son los jugos fríos cuando el sol está contento! Aquí hay rastros de los que prefieren más de 20 grados, yo los veo luciendo colores en su ropa, comprando fruta en la esquina.
Y así, huyo de los grises y los paraguas; del humo y los trajes formales. Paso los días entre lugares con ambiente fiestero, colores pasteles y paredes blancas. Lugares con canastas de frutas en la plaza (esas cuyo jugo no necesita azúcar).
A mí nada me va a quitar esta melancolía. Siento una espinita al hablar bien de donde vengo pero al mismo tiempo duele no quedarse. Porque en Bogotá se vive bueno; porque mientras haya trabajo y pueda comprar fruta fresca, todo marcha bien; porque aunque no soy de acá me gusta el ajiaco (con tostadas de plátano, claro) y porque alguien aprenderá a saludar con sonrisa de oreja a oreja, y a alguien le pegaré el “vé”, ya veré.
// Texto y fotografía: Nathaly Mancera. //
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