Mi segunda adolescencia ilustrada
Invitamos al ilustrador caleño Juan Pablo Cáceres, ganador de una mención de honor en el Salón Visual Bacánika, a salir de su zona de confort y asumir el reto de escribir con palabras e imágenes sobre la adolescencia. Este es el resultado del experimento.
Cuando me escribieron de Bacánika para ponerme el reto de ilustrar un concepto o una experiencia que fuera significativa para mí, muchas ideas pasaron por mi cabeza. Después de pensarlo bastante, me di cuenta de lo mucho que me marcó la adolescencia. En mi historia personal fue un momento decisivo y sé que para muchos es igual. La veo no solo como una etapa de la vida, sino como una serie de transformaciones profundas, de rituales de paso y de referentes con los cuales nos identificamos a esa edad: reflejos de lo que hemos sido, de lo que estamos dejando atrás y de lo que anhelamos ser en la vida adulta.
Después de escoger el concepto y de pensar en las razones que me unían a él, empezó el reto estético, el que enfrentamos los ilustradores cuando tratamos de poner en imágenes ideas que son expresadas a través de palabras. Esta vez tenía la complejidad adicional de que las ideas eran mías y tenían que ver esencialmente conmigo: siento que en cierta forma, escribí con las imágenes e ilustré después con las palabras. Buena parte de mi trabajo en ilustración, incluso la pieza con la que obtuve mención de honor en el Salón Visual Bacánika, tienen referentes visuales del esoterismo. Recurro usualmente a elementos místicos, del tarot, por ejemplo. Pero esta vez quería comunicarme de manera más directa y con un público más amplio: compartir con muchos a través de esa imagen una serie de emociones y recuerdos con los que pudieran también identificarse y quizá interpretarlos a partir de su propia experiencia.
Para escuchar otras voces, además de mi adolescente interior, acudí a las redes sociales. Pregunté por Instagram y la comunidad me contestó sobre lo que habían vivido y sentido: temas de responsabilidad, dinero, emociones, primeros amores, embarazos tempranos, felicidad, tristezas, personajes de animación y mucha música. Así es mi segunda adolescencia ilustrada.
La ilustración se desarrolla de abajo hacia arriba y en esa misma dirección va subiendo la paleta de colores, pasando de fríos a cálidos. A medida que se va ascendiendo se desarrolla la transición que define esa etapa de la vida. En la base está Colibritany, ella es la quinceañera, quien en teoría representa el paso de niña a mujer, pero que en realidad sigue con un pie en la infancia.
Junto a Sebastián, el director de arte de Bacánika, trabajamos para que los personajes femeninos de la ilustración tuvieran cierta ambivalencia: que fueran figuras delicadas, pero también un poco rudas; son femeninas, pero no desde el estereotipo que algunas veces se presenta en las caricaturas. Las de mi adolescencia son rudas por fuera pero guardan mucha sensibilidad; como pasa con Helga, que aparece aquí con una foto de Arnold: ella lo quiere, pero al no poder expresar ese afecto siempre es dura con él. A mí me pasaba algo parecido. En mi proceso de identidad, yo sentía gusto por los niños –porque desde pequeño sentía atracción, un sentimiento de felicidad al compartir con ellos más que con ellas–, pero sabía que no podía expresar mis emociones porque era algo distinto de lo que había visto como ejemplo, me sentía como Helga ocultando ese gusto y sin saber cómo expresarme.
En el centro están otros personajes animados y elementos que enmarcan el ritual con el que nuestras culturas celebran los quince años. Homero Simpson representa la figura del padre, quien en la fiesta de la quinceañera es el encargado de cambiarle una zapatilla por un tacón. También en la franja central está Calamardo, el personaje de Bob Esponja, quien aparece sosteniendo la quinceava vela. El campo de rosas se debe a que esta es la flor que reciben las quinceañeras tanto en México como en Colombia y varios países de Latinoamérica durante la celebración. Ponerse el tacón, apagar las velas y recibir la rosa son los símbolos de este ritual de paso.
Antes de seguir subiendo, quisiera detenerme un poco en uno de esos personajes. Me gusta mucho Calamardo. A veces él termina siendo más icónico que Bob Esponja, es uno de esos personajes que se supone que acompañan al protagonista pero que acaban robándose el show por su carácter, como Helga. Las personas que los vemos nos identificamos con ese tipo de personajes más reales, porque uno no es como Bob Esponja que está feliz todo el tiempo. ¡Eso es mentira! Nadie es así. Uno se la pasa como Calamardo, mamado del trabajo, amargado, con problemas. Su distancia con Bob Esponja es también la distancia entre la infancia y la adultez. Calamardo quiere tocar el clarinete y dibujar y a Bob Esponja todo le sale mejor sin ningún esfuerzo, es una frustración tan grande. Al final uno termina diciendo: “Marica, ese man soy yo a veces. Soy Calamardo, no Bob Esponja”.
En ese paso de abajo hacia arriba nos ayudan otros personajes: los pájaros de la Cenicienta y los Padrinos Mágicos vuelan juntos y elevan una cinta, otro símbolo del cambio. La presencia de los Padrinos Mágicos me parece muy importante porque se supone que ellos acompañan a los niños y desaparecen cuando alcanzan cierta edad. Por eso en esta ilustración, ellos van subiendo y se van quemando mientras ascendemos a la adultez. En esa misma línea de los deseos que cumplen los Padrinos Mágicos, aparecen al fondo estrellas fugaces, pero en ese cielo también empiezan a caer asteroides en llamas: no todo son sueños e ilusiones y algunas cosas comienzan a estrellarnos de frente.
La parte superior es más luminosa. Hay cierta lucidez. Y la protagonista de esta sección es Miley Cyrus. Ella no solo es una ídola pop con un rebelde espíritu adolescente, antes de eso, antes de su ascenso, ella fue otra persona, otro personaje, incluso con otro nombre: antes de ser Miley era también una estrella, pero para los niños, era Hannah Montana.
Algunos accesorios en sus brazos se relacionan con lo que está viviendo y las emociones que experimenta. En una manilla tiene una calavera y se lee: “Adiós, bye” junto a unos ojos que lloran. Otros símbolos ocupan sus muñecas, como la cruz católica, alusiva a la fe, o representaciones del dinero, una de las conciencias más fuertes que llegan al momento de la adultez, tener que ganarse la vida. A ella le tocó antes de tiempo: Hannah tiene que responder por sus presentaciones, cumplir contratos, ocuparse de cosas de adulta desde mucho antes de serlo.
La contraparte –o el complemento– de Hannah es Miley, ese espíritu juvenil tratando de luchar con todo lo que está pasando, mientras reafirma su independencia y se relaciona de manera libre con su imagen y su cuerpo. Son muy distintas, pero están unidas por un vínculo: la música, que está representada en el micrófono. La música es también celebración y muchas veces es amor –o desamor–.
En la ilustración, el enamoramiento adolescente es un poco idealizado, inocente, como el aire esperanzado que se respira en una fiesta de quince. Pero todas estas promesas que adornan la parte inferior de la ilustración contrastan con el mundo distópico que se está quemando arriba. Arriba, hacia la adultez, hacia allá va también nuestra Colibritany.
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