Mis lecturas de 2014
Dejen la pereza y aprovechen las vacaciones para leer algo más que el estado en Facebook de sus amigos.
Normalmente lo que escojo para leer no está determinado por la lista de los más vendidos o la novela de la que todo el mundo está hablando. Voy a mi aire: a veces novedades, a veces clásicos, a veces esas deudas que todo lector va dejando por el camino. Este año salieron tres novelas nacionales que quisiera haber leído, pero no lo he hecho: El hombre que no fue jueves de Juan Esteban Constaín, El libro de la envidia de Ricardo Silva y La Oculta de Héctor Abad. Las tengo esperando, les llegará su hora. De novedades internacionales mejor ni hablemos: hay tantas obras apetitosas que nada más ponerlas en lista llenaría esta columna.
Así que esto, más que una lista de los mejores libros del año, es un breve compendio de mis lecturas favoritas durante 2014. Las que más disfruté, las que me movieron el piso, las que me regalaron momentos que seguirán conmigo un buen tiempo más. Quizá alguno de los títulos o de las razones que doy para ponerlo aquí le suena a alguno de los lectores de esta nota y lo anime a buscar el libro. Es justo la idea.
Ana Karenina, de León Tolstoi (Bruguera). La gente le tiene miedo a los clásicos por largos, por complicados, por antiguos. Nada más lejos de la verdad: pocos libros entretienen tanto como las novelas del siglo XIX. Estaban llenas de aventuras, puntos de giro, personajes impactantes. Porque esas novelas eran las telenovelas y series de esos tiempos: casi todas salían por entregas, entonces los escritores debían asegurarse de que los lectores esperaran con ansias cada una de ellas. Mi recomendación es leerlas así, por capítulos. Uno o no más de dos en cada sesión de lectura. Dejar para mañana lo que puedes leer hoy, para que mañana seguro vuelvas a abrir el libro. Así leí esta, una deuda que tenía desde hace años, y la pasé del carajo con los personajes, con los decorados, con el esplendor del imperio ruso y la profundidad de las almas que aquí se retratan.
Libertad, de Jonathan Franzen (Salamandra). Nadie ha pintado la clase media actual de Estados Unidos con tanta precisión como Jonathan Franzen. No me queda duda de que es el Tolstoi de nuestra época. Su construcción de personajes es tan meticulosa que se va hasta dos o tres generaciones atrás de cada uno de ellos. Es tan absolutamente minucioso que aterra —en el mejor sentido del término—. El retrato de una familia de clase media —los Berglund: padre, madre y dos hijos— le sirve para representar a todas las demás de ese país y de medio mundo: sus intereses, sus reacciones, sus expectativas. En últimas, su idiosincrasia. Franzen nos hace conocernos mejor. Y lo que se ve no es bueno, pero es necesario verlo si queremos ser más perspicaces, estar mejor informados, ser un poquito más inteligentes.
Diez de diciembre, de George Saunders (Rey Naranjo). Escritor de amplio registro —irónico, realista, espiritual—. Creo que fue la voz más original que leí en 2014, la más independiente, la más única. Moderna es una palabra que podría calzarle a la textura de estas narraciones de ficción pura. Hace rato no me divertía tanto con un libro de relatos. Algunos son crueles, otros enigmáticos, unos graciosos. Todos son ambiciosos. Quizá lo mejor sea la atmósfera que construyen los narradores para el lector, el uso de un lenguaje rico, que no teme ser un momento sucio y al siguiente lírico. Exige, pero satisface en igual medida. Como todo lo bueno de la vida.
Satura, de Jaime Alberto Vélez (Editorial Universidad de Antioquia). Si uno quiere ser escritor, editor, periodista cultural, profesor de literatura, traductor, investigador… en fin, ocupar algún eslabón de la cadena del libro, tiene que leer esta breve pero sustanciosa colección de ensayos. Le enseñará a no dar papaya, a no hacer el tonto, a no tragar entero. Le dará consejos y recomendaciones, pero no con sermones sino con ironía y perspicacia. Sobre cierto tipo de literatura infantil, por ejemplo, dice: “En la actualidad se ha venido a saber que la misión de la literatura consiste en preparar al niño para la caída de los dientes, para la separación de los padres, para el ingreso al colegio, para el autoritarismo del maestro, para la muerte de la mascota, para la aceptación del vecino homosexual. El gran desacierto de Perrault, en consecuencia, consistió en no haber escrito un manual de instrucciones para sobrevivir a los peligros del bosque”. Pocos libros más entretenidos e interesantes sobre la llamada “República de las Letras”.
Hubo otros que me gustaron muchísimo, que me tocaron, pero tuve que escoger unos pocos para esta nota —dos novedades y dos publicados hace tiempo—. Así que nada más voy a mencionarlos, por si algún título les llama la atención. Están en librerías y bibliotecas públicas; también pueden leer un comentario o un fragmento de algunos de ellos en el blog El ojo en la paja.
Ebrio de enfermedad, de Anatole Broyard (La Uña Rota), Amistad de juventud, de Alice Munro (Lumen), Lo que no tiene nombre, de Piedad Bonnett (Alfaguara), Memoria para el olvido, de Robert Louis Stevenson (Fondo de Cultura Económica), Pensamientos despeinados, de Stanislaw Jerzy Lec (Pre-Textos) y Lo mejor de Octavio Paz (Seix Barral).
Cordialmente invitados a leer.
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