Un balneario llamado Colombia
Al lado de un centenar de productos criollos, hay uno que, a escondidas, es más autóctono que cualquier otro porque reúne todas las cosas que nos hacen creer ser colombianos: el sombrero vueltiao, el café, los militares, las chanclas, el chingue, los puentes festivos, las comidas, el paseo de olla, la música y los mitos. Todos ellos están, sin miedo a equivocaciones, en los balnearios.
La palabra balneario viene del latín balnearius, que, etimológicamente, tiene dos divisiones: balneum (baño) y -ario (lugar); o sea, baño público u hospedaje con baños, generalmente medicinales. Sea agua salada, dulce, natural, superficial, con animales, con azufre, con corriente o sin ella, los balnearios están llenos de bañistas de todos los estratos, de solteros, niños o familias enteras que quieren descansar, olvidar, sanar o molestar.
Esta es una guía –parcial– de balnearios de Colombia o, lo que es lo mismo, una narración alternativa (como haría la Escuela de los Annales) de lo que son o somos los colombianos.
Para los bañistas artificiales:
El padre de las piscinas artificiales (dulces) se llama Melgar y es que, como dice el himno de ese territorio, “El turismo melgarense / Que al visitante fascina / Hace de nuestra ciudad, Melgar, un mar de piscinas”.
Melgar es un balneario por naturaleza: algunos lo llaman Ciudad de las piscinas (¡tiene más de cinco mil!); allí se celebra el Reinado Internacional Mar de Piscinas; existen más de 130 hoteles de todos los tipos y en su territorio está uno de los centros de recreación más sonados entre la cultura bogotana: Piscilago, sinónimo de toboganes, de niños en las aguas con calzoncillos de tela, de gente comiendo en las orillas, de familias enteras que van a divertirse al son de canciones de fondo como “La sirena viene hacia mí...” o “Me ilusioné, sucedió al mirarte..”.
Esta ciudad del departamento de Tolima, además, tiene un zoológico, una zona rosa, un parque donde puede comprar papa rellena, helado, cholado o flotadores, bloqueadores o un combo de pollo asado de PPC.
Pero este territorio no es el único de agua dulce en Colombia; Girardot, en Cundinamarca, no se encuentra lejos; Anapoima, con sus caminatas ecológicas, ecoparques, ciclopaseos, arte rupestre, rappel, chivas turísticas, espeleología, ciclomontañismo y piscinas, también lo es; Flandes, atravesado por el río Magdalena y a 134 kilómetros de Bogotá, es muy parecido; Anolaima, Carmen de Apicalá, Honda, Villeta, Guaduas, La Vega, La Mesa, Jamundí (Valle del Cauca), Santa Fe de Antioquia y Filandia (Quindío), entre muchos otros, son el paraíso piscinero de un millar de personas que viven en las grandes ciudades; son, por sus climas, por sus centros vacacionales (de cuanto centro de compensación existe), por sus mecatos, por sus actividades, por sus cercanías (fácilmente son viajes de un día o dos) y hasta por sus precios, baños dulces para cualquiera.
Para los bañistas salados:
Podríamos decir, fácilmente, que Santa Marta y Cartagena son los mayores balnearios salados de Colombia. Sin embargo, ¿qué clase de guía turística sería esta si les recomendáramos estos lugares? Por esa razón, y siguiendo nuestra línea, les reseñaremos algunos destinos que, por su cercanía a las grandes ciudades, podrían ser la excusa perfecta para hospedarse cerca a un baño de playa, brisa y mar.
Juanchaco y Ladrilleros son dos poblados que quedan a 45 minutos, en lancha, del puerto de Buenaventura (a tres horas de Cali); allí, con el Océano Pacífico frente a frente, usted puede acampar, quedarse en un hotel o hasta alquilar una pequeña habitación en una casa familiar. Cada playa tiene una distancia de 35 minutos si la recorre caminando (en moto puede demorarse menos de la mitad). El mar de estos lugares por la tarde y noche puja (la marea es más fuerte) y por la madrugada, mañana y parte de la tarde se retrae, formando pequeños islotes en medio del mar y atrayendo, en temporada de ballenas, a los plancton, quienes por las noches, con el contacto del agua se iluminan (¡es un espectáculo!).
En temporada alta las playas están medianamente llenas, en temporada tibia o fría, están casi vacías. Allá se come pescado o iguana (para el bañista más atrevido); también se toman tragos típicos como el arrechón o el biche cuando hay rumba (casi todas las noches); pero ojo, no acepte intercambios entre paisanos: generalmente los pobladores del lugar, sobre todo los más jóvenes, le piden al turista su pantaloneta por un par de cocos; créame, los borrachos, por efecto del biche, aceptan.
Otro balneario salado de Colombia es Rincón del Mar, corregimiento del municipio de San Onofre (Sucre), que queda a dos horas de Cartagena y a una hora de Sincelejo. Allá, frente al Golfo de Morrosquillo y al Mar Caribe, hay hoteles de diferentes tipos y hostales que, con plan o sin plan incluido, lo guiarán y lo convencerán de ir al Parque Nacional Natural Marino Corales del Rosario y San Bernardo.
En Sucre existe otro baño de agua salada con un aire más comercial y menos tranquilo que Rincón del Mar. Tolú (Coveñas) tiene de todo a una hora de Sincelejo y a tres de Cartagena; otro lugar como San Bernardo del Viento, en Córdoba, y con más de 30 kilómetros de playa (a 78 kilómetros de Montería), puede ayudarle también a purificar su podredumbre citadina.
Para los bañistas dulces:
A los bañistas dulces les encanta el río; salir un fin de semana, un puente festivo –con la familia– a las orillas de las corrientes hídricas para hacer paseos de olla, para tirarse de los puentes, para agarrarse de las piedras y sumergir el cuerpo horizontal mientras resiste la fuerza del agua.
Un balneario dulce por excelencia es el trayecto entre Cali y Pance (Valle del Cauca); allí, en el medio de la capital y del corregimiento, hay estaderos, cabañas, zonas de camping, chorreras, piscinas naturales, centros recreativos y el Parque Nacional Natural Los Farallones. La distancia desde Cali es mínima y la temperatura (caliente) obliga al visitante a echarse un chapuzón mientras las ollas hierven al lado del río o mientras el tío, sentado en una silla de plástico rojo, exhibe su panza prominente.
Y si de carros o buses mojados estamos hablando (porque el niño no se quiso quitar el bóxer con el que se metió al río), Acacías o Guamal –en el Meta– siempre levantan la mano; Acacías tiene una temperatura media de 24 grados, está a 28 kilómetros de Villavicencio y a 126 kilómetros de Bogotá; el río que lo atraviesa es el balneario de casi todos los turistas, perros o habitantes del pueblo; sus piscinas, en centros recreativos al lado de la carretera, también son famosas. Guamal, a 43 kilómetros de Villavicencio y con una temperatura media de 26 grados, se esconde “bajo un cielo de acuarelas”, como dice el himno de esa población; hay hoteles, cabañas, fincas agroturísticas y restaurantes que atraen al cliente con las atracciones principales del lugar: los ríos Guamal, Humadea y Orotoy; centros de ollas y madera para el deleite del bañista dulce que se deja llevar por la corriente.
Finalmente, otro balneario, menos concurrido y sin ollas, es Minca, un pequeño poblado de la Sierra Nevada, a 25 minutos, en carro, desde Santa Marta; allí se pueden avistar aves, se puede hacer ciclismo de montaña, senderismo, barranquismo, tubing y, cómo dejarlo de lado, se puede piscinear en el río Minca, en el Pozo Azul, en las cascadas Marinka y en el arroyo Las Piedras. La temperatura por las noches baja por las brisas de la sierra, pero por la tarde la temperatura es alta. Un plan para relajarse y retirarse del movimiento citadino con chingue en mano.
Para los bañistas azufrados:
Las aguas termales, con sus curaciones milagrosas gracias a los componentes sulfurados del líquido, son el balneario predilecto para los más viejos, achacados o enfermos (no son los únicos, pero sí la mayoría). Allí, entre gemidos y respiraciones hondas, las personas se sumergen en las aguas naturales que alcanzan altas temperaturas y que, más que nadar, son un sedante para el cuerpo (aunque no falta el niño que practica natación o el joven promiscuo que toma cerveza en la orilla mientras morbosea a la ecologista que quiere pasar un fin de semana en paz).
Paipa, en Boyacá, es uno de los balnearios termales más importantes de Colombia; está separado de Tunja por 40 kilómetros y de Bogotá por 184. En el Parque Acuático, dicen, está “el centro termal que posee las mejores aguas termominerales del mundo”, habrá que comprobar ese dato científicamente pero quedan varias certezas: hay piscinas, centro de hidroterapia, lodoterapia, masajes y sauna. Además de lo anterior, Paipa tiene deportes acuáticos en el lago Sochagota y caminatas ecológicas en el Parque Natural Municipal Ranchería.
Otro balneario azufrado es Santa Rosa de Cabal, en Risaralda; está ubicado a 30 minutos de Pereira, a seis horas de Bogotá y a cuatro de Medellín. Cerca del pueblo hay dos centros de aguas termales: Santa Rosa y San Vicente; los dos, a su manera, atraen a los bañistas a punta de trucha, agua de panela y agua caliente. Los dos son “spa balnearios” y con sus combos de salud, que incluyen lodoterapia, masajes con arena, masajes con piedras volcánicas y fuentes termales naturales, atraen a cientos de viejos y niños que quieren purificar y compartir sus chascos físicos, amparados en el azufre, con otros.
Tabio, a 45 kilómetros de Bogotá, también tiene sus fuentes termales; en El Zipa, al mejor estilo de Piscilago, pero con agua hirviendo, los bañistas pueden darse un chapuzón natural en piscinas recreativas y medicinales, jacuzzis y turcos. Pero ojo, “el ingreso a la piscina debe ser con gorro y con vestido de baño de nylon, poliéster o lycra. ¡No se permiten pantalonetas en tela!”.
Finalmente, Curití, municipio de Santander, cuenta con piscinas naturales, cascadas, parques naturales, senderos ecológicos, deportes extremos, hoteles y campings; y Chaochí, con sus 18 grados de temperatura, sus fuentes azufradas y sus doce quebradas, puede ser una muy buena opción para el bañista de azufre; sin contar con que también tiene la cascada más alta del país y apenas se encuentra a media hora de Bogotá
Colombia es un balneario y sus habitantes, generalmente citadinos, necesitan de sus aguas para purificar sus rutinas o sus problemas; estos baños públicos, de todos los precios (en un hotel de mala muerte en Melgar o en un condominio en Santa Fe de Antioquia) son la purga y el reflejo de lo que somos y no queremos ser: un poblado de bañistas que, con chingue en mano, espera darse un buen chapuzón para olvidar y disfrutar.
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