Un viaje en el corruptour
Corruptour se inspira en el teatro en movimiento, una propuesta del checo Petr Šourek. Un vehículo de turismo –las coloridas chivas de nuestro país– sirve para denunciar y hacer un acto de reivindicación histórica.
Cuando me cuentan que hay una obra que se desarrolla dentro de una chiva, un cosquilleo de desconfianza no tarda en recorrer mi piel. Cuando dicen que es un recorrido por los personajes y lugares que hacen parte de la maraña de sucesos que envuelven la muerte del humorista Jaime Garzón, la curiosidad aniquila la duda para dar paso a la aventura.
Y así es. Corruptour, una obra de Verónica Ochoa codirigida junto a Felipe Vergara, ganadora de la Beca de Dramaturgia 2014 y de la Beca de Creación 2015 del Ministerio de Cultura, es un paseo cínico y revelador por esa Colombia corrupta que observamos como un circo lejano desde hace décadas. Cuatro azafatas (una de ellas es la propia Verónica) vestidas con faldas cortas, medias veladas y mallas, tejen un discurso sarcástico y provocador desde el punto de encuentro: la estatua de Garzón situada a pocos metros de Corferias, lugar en el que fue asesinado el 13 de agosto de 1999.
Aunque no sea raro ver chivas en la ciudad alquiladas por amigos o empresas para simular algo parecido a una celebración –en la que bailar y disfrutar es un reto por el frío y el agujereado pavimento capitalino–, esta chiva, La Prepago, convierte la fiesta en una máquina del tiempo. Investigaciones judiciales y noticias narradas con humor y dolor por las guías se contrastan con el paisaje bogotano, que también cumple su rol como escenario principal: el desmantelado DAS, la Escuela de Infantería del Cantón Norte, el Club El Nogal y el mural de Garzón en la calle 26, entre otros puntos, marcan el trayecto. Este proyecto funciona como un ejercicio de vitrina de la memoria: los asistentes se atiborran en las ventanas para ver a los personajes que, de estación en estación, se suben al vehículo.
Un humorista fracasado que se lamenta de su pequeño don, una Dioselina Tibaná temerosa que sale huyendo por las calles, dos militares que se besan apasionadamente, Inti de la Hoz y John Lenin que abren fuego en una guerra de almohadas que suaviza el tono solemne, el Quemando Central revela en un interrogatorio lo autómatas que pueden ser las fuerzas militares en el cumplimiento de su deber, Edson Velandia que interpreta la canción “La muerte” –dedicada a Garzón–, un burócrata del gobierno con problemas de alcohol y el coronel Jorge Eliécer Plazas, que con mirada altiva y gestos amenazadores humilla a las azafatas hasta el punto de que le lavan los pies y él, horondo, se marcha con su miembro al aire.
“En caso de que un carrotanque, patrulla con vidrios polarizados o con placas diplomáticas pretendan interrumpir este recorrido, todos a la señal de ¡Uepajé! deben pararse a bailar y simular que esto es una chiva común y corriente y ¡pilas con las motos!”, dicen las guías.
Son dos horas en las que los asistentes, conocidos entre sí o no, se vuelven cómplices de esta resistencia de la memoria llevada al pavimento y a una lectura crítica de la historia que no deja títere con cabeza. Y si cree que los transeúntes nocturnos no se inmutan ante este espectáculo, puede que se equivoque: en uno de los actos del recorrido, algunos actores golpeaban salvajemente a un payaso y un taxista (no era actor) arribó valeroso con una varilla dispuesto a pelear por la integridad del clown. Gesto noble o colombianísimo, dependiendo desde dónde se mire, la realidad nacional supera cualquier ficción de un programa prime de nuestra caja mágica.
Si está dispuesto a invertir su noche en algo más que redes sociales o películas en internet a baja resolución, déjese llevar por el pasado para así, tal vez, entender un poco de nuestro presente. Si en su recorrido usted se divierte o se duerme, al final, cuando vea a un Garzón inmenso e inmortal en una pared, su piel lo traicionará por el frío y el dolor de ver su sonrisa.
Para conseguir entradas a este Corruptour, regístrese aquí antes del 28 de noviembre.
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