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Jhon Isaza

Fábulas de la irracionalidad colombiana

Ilustración

Pensar mal es deporte nacional: he ahí una mentira que muchos creemos verdad. Y para dejar de caer en falacias como esa generalidad, le pedimos a Jhon Isaza, filósofo y autor amigo de esta casa, cinco fábulas de animales muy colombianos para ilustrarnos sobre esa lógica que –casi siempre– tanto nos falta.

Pertenecemos a ese tipo de animales para los que crecer significa incrementar preocupaciones. 

A medida que avanza la vida nos preocupamos por lo que sucede y lo que no sucede. Nos preocupamos por cosas que dependen y cosas que no dependen de nuestra voluntad. Los insomnios, las ansiedades y las voces que aturden a nuestra mente, a las que la filósofa y poeta Chantal Maillard llama la habladora, nos acechan con incertidumbres por los muchos futuros posibles que nos esperan, nos aturden, nos asedian con el temor del error y el de atraer hacia nuestra vida alguna desgracia. ¿Qué hacer entonces, cómo ayudarnos en este valle vulnerable en el que se cobra caro el pensar confuso y enmarañado?

Lo peor es no entender.
Lo peor es también creer que se entiende, cuando no.
Y lo peor sucede por muchas razones. 

El engaño es multiforme, maleable, y sabe escabullirse hacia nuestro hogar por muchas entradas, por puertas traseras, laberintos y pasadizos ocultos. Podríamos vivir muchos años en la comodidad de nuestras creencias sin sospechar siquiera que hemos creído en quimeras, sin darnos cuenta de que las certezas que hemos defendido con mayor fiereza son tan sólo ilusiones torpes dando vueltas en la nada.

Creer que sabemos cuando no, es quizá la más común de las burlas en las que hemos caído todas las personas. Es un error que nos aleja de la posibilidad de entender. Y en este bosque de la confusión si algo nos hermana es el error. La irracionalidad intrusa aprovecha para camuflarse de explicación coherente, abre camino para que las ideas que son fruto de su vientre habiten nuestra casa, se acomoden con rapidez a sus anchas y se conviertan en parte privilegiada de nuestra visión del mundo. Y así sucede que a punta de parpadeos, afanes y quimeras vamos siendo presas de la confusión y el error. A medida que a nuestro hogar ingresan las ideas intrusas se van convirtiendo en propietarias, y casi como un destino nos convertimos en ellas, porque las ideas que hemos creído marcan nuestra identidad, nuestros actos… qué somos sino eso.

Dicen de caballos que viven en la esclavitud a pesar de que los que se hacen llamar sus dueños les dejan cada tanto atados débilmente a una silla plástica: ¡Libérate, anda, corre!, dicen que les dicen los caballos vecinos atados fuertemente a una columna de madera, pero estos pobres caballitos están seguros de que un lazo y una silla son más fuertes que un caballo. Poca cosa más peligrosa que una certeza tramposa.

Creemos cuando aceptamos como verdadero un enunciado: creo que debería enviar un corazoncito verde como respuesta a ese mensaje, significa que asumo que es verdad que enviarlo causará el efecto positivo que deseo. Creo que un lazo amarrado a una silla plástica vencería mis esfuerzos por correr y libertarme, significa que asumo que lo contrario es imposible. Asumir la verdad de un enunciado es un proceso interno que requiere razones o motivaciones para darse. Toda creencia exige evidencia. 

Lejos de lo que hemos creído, no se cree porque sí, se cree siempre por algo, aunque no sepamos ni entendamos en ocasiones qué sea ese algo. La diferencia entre creer que debería o que no debería enviar un corazoncito verde como respuesta, depende de mis razones, mis sospechas, mi evidencia o mi intuición. Quizá sea el lazo amarrado y los intentos previos que el caballo hizo de liberarse lo que le ha convencido de que todo esfuerzo es imposible, quizá su certeza venga de no considerar que la fuerza que le ha hecho resistencia antes no viene sólo del lazo sino del lugar al que este está atado. 

Siempre que tomamos una decisión ponemos en juego todo un arsenal de habilidades en ese proceso. En ocasiones todo es sencillo: tenemos toda la información que necesitamos para entender, gozamos de evidencia fiable y construimos razonamientos coherentes para actuar sin mayor riesgo de error o daño. Sin embargo, no siempre brilla el sol en nuestra orilla, y son precisamente las decisiones más difíciles las que suelen estar permeadas de confusión.

En estas circunstancias, en ausencia de información clara y concluyente para actuar, la mente selecciona y prioriza a su antojo, lejos de lo que hemos creído, no se cree siempre a voluntad, no siempre elegimos qué creer, lo más común es justo lo contrario, y allí intervienen estereotipos, prejuicios, sesgos, falacias, necesidades, deseos, temores y toda una serie de disposiciones cognitivas de las que no hay registro de homo sapiens sapiens que se encuentre a salvo, disposiciones que toman cada vez más fuerza entre menos cuestionamos nuestras certezas mal fundadas y en su mayoría cómicas

Este arsenal que es en ocasiones útil para la supervivencia, en otras traza el camino hacia la irracionalidad, por él incumplimos las reglas que nos ayudan a pensar sin tantos errores, sin tantos riesgos a equivocarnos. Se presume que hace más de trescientos mil años este arsenal truculento, estos vicios del pensamiento, ha sido responsable de buena parte del daño recibido y causado, incluso cuando no es esta la intención: poca cosa logra la buena voluntad en una mente irracional. 

Qué hacer para liberar el hogar del asedio, cómo sacar al huésped que no ha sido invitado pero que tampoco vemos, cómo revelar el camuflaje del error interior, qué quedará de nuestra identidad cuando las intrusas no estén. Preguntas, preguntas, preguntas. La buena noticia es que los riesgos de errar en el creer pueden reducirse, y este arsenal truculento puede ser combatido con algunas estrategias.

Por milenios otros animalitos igualmente asediados han desarrollado técnicas para identificar ideas ladinas y sacarlas de casa. Y entre las muchas, construir comunidades de aprendizaje y confianza es una de ellas. Si corremos con suerte, podremos encontrar otros animales que nos ayuden a poner en duda el interior, rastrear nuestras certezas, revisar la casa y sacar a las intrusas, si corremos con suerte aprenderemos juntas a reforzar la vigilancia, ampliar el cerco y mejorar la mirada.

Para ello hemos diseñado estas fábulas que revelan trampas, pasadizos y certezas chuecas. Esperamos que estas historias de la irracionalidad colombiana, estas fábulas en las que un animalito lento ayudará a otros animalitos a mejorar sus vidas, les ayuden también a ustedes y a los suyos en el amable camino de mejorar sus creencias, porque creer es quizá el acontecimiento cotidiano más importante de toda vida, de cada vida, de toda las vidas nuestras.

1. Cada burro con sus orejas (Falacia ad hominem)

A la fiesta estaban invitados todos los animales. Sarita, una zarigüeya a la que le encantaba hacer juegos para animar la fiesta, estaba de cumpleaños. Como el bosque estaba repleto de animalitos diferentes y no quería ser injusta, me llamó para ayudarle con el conflicto. Le propuse que hiciéramos concursos distintos, y se nos ocurrió uno sencillo para iniciar: ganaría el mamífero con las orejas más chiquitas. Esta vez sólo podían participar guatines, armadillos, zarigüeyas y ardillas. El tío conejo quería participar, a pesar de todo, pero el burro, que era el árbitro del juego, no se lo permitió: 

—Eres muy orejón, le dijo.

—¡Já, un burro hablando de orejas!, contestó el tío conejo.

¡Claro que puede un burro hablar de orejas!, de hecho él y cualquiera puede hablar de lo que quiera, siempre y cuando lo que digan se ajuste a los hechos.

Nuestro burro estaba diciendo algo cierto: las orejas del conejo eran muy largas para el concurso. Que el burro tuviera las orejas grandes era verdad también, pero no era el asunto a discutir. ¿Y podría una babosa como yo decirle lenta a una tortuga? ¡Puedo, claro que puedo! Pues es verdad que la tortuga no se caracteriza por su velocidad, y es verdad que yo soy incluso más lenta que ella, pero el tema es la lentitud de la tortuga, no la mía, por mucho que esto irrite a la tortuga. Siempre es recomendable cuestionar las afirmaciones que creemos falsas, no a las personas que las pronuncian. Entre otras razones porque hacerlo implica desviarse del tema a discutir, y el desvío en estos casos no suele llevarnos a un buen fin.

¿Y puede un osito perezoso decirle perezoso a un gato dormilón? 

Apuesto a que ya saben la respuesta.

2. Entre la copa y el suelo, las ramas están (Falacia de pendiente resbaladiza)

Después de la fiesta yo estaba masticando unas hojas de ese yarumo hermoso que está cerca a la casa de Sarita, y de repente fui testiga de una conversación un tanto incómoda: Ramón y Ramiro, la pareja de monos tití que vive en el penthouse del yarumo, estaban discutiendo por celos. 

Ramón encontró en los bolsillos de Ramiro una hoja con un mensaje muy sospechoso, yo diría ambiguo, juzguen ustedes: “qué monito tan monito”, decía la hoja. Y el pobre de Ramón se puso como un tití, pelaba los dientes, abría grandes sus ojos, saltaba de una rama a otra y le decía a Ramiro que seguro él tendría otros monos, y que entonces si eso era así significaba que ya la relación se acabaría, y entonces Ramiro ya no lo amaba, y entonces tendrían que vivir en árboles separados y entonces Ramón ya no encontraría nadie más que le amara y se quedaría solo y sin nadie que le saque piojos el resto de la vida y entonces moriría hundido en la ciénaga de la tristeza. Cuando terminó de hablar, Ramón gritaba desde muy muy lejos, pues estaba cayendo hacia al suelo sin percatarse de la importancia de irse agarrando de las ramas.

Es peligroso no agarrarse de las ramas. Ramón, víctima de su temor quizá, y de algunas intrusas, fue muy irracional. Es cierto que es probable que Ramiro lo deje de amar y Ramón muera sin otro monito que lo despioje, pero como me decía mi abuela: cada hoja lleva su afán.

La forma de pensar de Ramón es como si hubiera saltado hacia el suelo desde la copa del árbol sin agarrarse de las ramas y entonces no pudiera parar y llegara violentamente hasta el suelo, lastimado y triste. Pero la realidad no es del todo así, para que Ramón muera de soledad primero deben pasar muuuuuchas cosas que aún no han pasado. Entre la copa del árbol y el suelo hay muchas ramas, no conviene dejarlas pasar. Y a veces, sólo a veces, nuestros temores se reducen un poquito con un cambio de perspectiva, como en el caso de Ramón: cuando subió de nuevo a la copa del yarumo, afligido tras su raudo y doloroso paseo hacia el suelo, Ramiro le entregó la hoja de nuevo y le pidió que mirara su reverso, y en el reverso decía: “mi monito Ramoncito”.

3. Sin evidencia mejor prudencia (Causa falsa o inatinencia)

Resulta que Andi y Pipe llevaban horas discutiendo y nada que solucionaban el chicharrón. Andi, el Cóndor, juraba y comía mocos afirmando que Pipe, el Gallinazo, le había robado un pedazo de un marranito muerto que encontraron ambos al tiempo.

Dividieron el difunto en mitades iguales, y cada cual a lo suyo. Parece que Andi fue al bosque a llevar un trozo de cerdo a sus polluelos, pero cuando regresó su mitad ya no estaba. Mientras Andi graznaba a Pipe, reclamándole por su parte extraviada, él seguía en su festín, afirmando que no había tenido nada que ver. Entonces, como eran carroñeros inteligentes, antes de agarrarse a los picotazos decidieron llamarme para ayudarles a solucionar su pleito. Casi que no llego, porque siempre que monto en golondrina me mareo. Cuando los tuve en frente, pregunté:

—Andi, ¿confías en Pipe?
—No, sabia babosa, no confío ni un poquito en ese gallinazo ladrón.

Lo de ladrón era cierto, Pipe había pagado sanciones con la ley del bosque, pues lo pillaron robando en más de una ocasión.

—¿Y viste a alguien más alrededor cuando te fuiste o cuando regresaste?
—No, sabia babosa, no vi a nadie más.
—¿Y qué prueba tienes de que fue Pipe quien robó tu parte?
—Pues que es un gallinazo ladrón, y no vi a nadie más

¿Puede un cóndor afirmar que otro carroñero ladrón robó su carroña? Puede, claro que puede, sólo si tiene pruebas. Pero nuestro cóndor no tenía pruebas. El hecho de que el gallinazo tenga antecedentes, y que no nos expliquemos cómo no podría ser el ladrón en este caso, no justifica la afirmación de Alvi.

Ningún animal es algo siempre, ninguno es la misma cosa durante toda la vida, las orugas y las mariposas lo saben muy bien, ninguno es siempre infante o joven, ni fiero ni dócil. Haber sido no es ser. Todos los animales atendemos a las circunstancias. 

—Y entonces, con los datos que tenemos, ¿Pipe es o no responsable?, me preguntó Andi.

Apuesto a que ustedes ya sabrán qué responder.

4. Cada guatín con su botín (Apelación equivocada a la autoridad)

Iba yo resignada, tranquila, desplazándome sobre mi baba, cuando de repente veo a Roberto, el señor guatín, regalando sus frutos, semillas y hasta unas lagartijas muertas a Carmenza, la osa perezosa. Mencha estaba feliz, pero mamá guatín estaba desesperada, implorando a Roberto que por favor no regalara el fruto de tantos días de trabajo, ¡¿qué darían de comer a sus guatincitos?! Creo que por eso me detuvo a mitad de mi camino, y me pidió que hablara con él, que intentara convencerlo de que esto era una locura. Roberto insistía que él no era un tonto, que sabía lo que hacía y que de hecho lo hacía por el bien del hogar. Como no entendí nadita de nada, le pedí a él que me explicara:

—Emy, querida, no te preocupes que yo sé perfectamente lo que hago. Además, yo sólo sigo consejos de gente exitosa, como Jaime.
—¿Jaime, el águila?, pregunté.
—¡Sí, sí! Veo que lo conoces. De hecho, hoy está lanzando su último libro, Volar es fácil, en la FilBo, la Feria del libro del Bosque.
—Entiendo, querido Roberto. Y… ¿qué consejos te dio?
—Pues que si queremos llegar alto, como él, debemos soltar todo, todas las posesiones y todo lo material, porque para volar, querida Emy, para volar debemos ser ligeros, leves, como las aves, exclamó el guatín.

Yo estaba enternecida con la belleza poética que había en las palabras del señor guatín, y conocía bien la reputación del águila, el arpía ese que, por cierto, era un experto y afamado cirujano. Jaime es una autoridad en cirugía, y parece que a causa de su éxito ha adquirido una sabiduría excepcional, o por lo menos eso aparenta. Yo no sé si el señor guatín haga bien en creerle a Jaime, pero sospecho que quizá estaría mejor que se asesorara de un animal experto en inversiones, y no sólo de alguien con éxito, entre otras razones, porque ser experto en cirugía sólo hace del águila un experto en cirugía.

Quizá volar sí sea tan fácil como extender sus alas al viento, y batirlas, cosa que al señor guatín le costará un poquito más. Quizá a Roberto le vendría bien saber esto, y saber que a veces nuestros sesgos y nuestras necesidades nos llevan a reducir la complejidad de las circunstancias, de la realidad.

A Roberto le vendría bien saber esta y otras cositas, pero yo estoy cansada, y finalmente Roberto no ha pedido mi opinión. Así que le dije que ojalá aprendiera pronto a volar, le hice ojitos, y seguí mi camino a casa.

5. No tan rápido, sabia babosa (Generalización apresurada)

Cuando llegué a casa era más baba que persona. Aunque mis amigas dicen que me gano la vida fácil, sólo hable que hable, realmente no es tan fácil, pensar cansa, y además, debo ser sincera conmigo misma, mirarme al espejo, ver mis antenas y mis ojos, y preguntarme: ¿para qué Emy, para qué te desgastas tanto? ¡No tiene sentido! El mundo está lleno de insensatez e irracionalidad, los animales ya no se preocupan por pensar despacio, por seguir reglas, van afanados afirmando cosas sin evidencia y haciendo daño con juicios y prejuicios. ¡Yo creo que por eso es que se extinguieron los dinosaurios y los humanos, y así sucederá con todas las otras especies, y ya no quedará nada porque la irracionalidad habrá devorado todo, todo, TODO!

De repente, por una de las grietas de la piedra debajo de la cual tengo mi apartaestudio, salió una luz, y luego un espectro: era el espíritu de mi ancestra, la gran babosa marina, sacerdotisa milenaria. Bajé mis antenas ante su majestad, y entonces me dijo:

—Querida y veloz Emy, no vayas tan rápido en tus conclusiones, por favor, no te dejes convencer de las intrusas. Hoy sólo has tenido evidencia de que algunos animalitos del bosque andan confundidos, y seguro que –como ellos– hay muchos más, pero recuerda que la parte no es el todo. Tu eres pequeñita y aunque muy inteligente, lo que conoces es apenas una parte de una parte de este bosque, y este bosque es apenas una parte de una parte de todos los bosques. Tus afirmaciones serán tan sólo conjeturas parciales de una fragmento del mundo, no hagas caso a las intrusas que gozan con las frases generalizadoras. Recuerda siempre que no todo lo que ves es todo lo que hay. El universo es mucho más grande que tus sabios pero limitados pensamientos. Hasta pronto, sabia babosa, y recuerda que de los afanes no queda sino el cansancio. 

Jhon Isaza

Estudió, estudia y enseña filosofía. Es librero en Libélula Libros, en Armenia. Escribe ocasionalmente para Bacánika, Bienestar Colsanitas, Revista Corónica y Universo Centro. Le interesa explorar múltiples y nuevas formas de llevar las reflexiones filosóficas a los diálogos cotidianos. Actualmente adelanta proyectos sobre justicia restaurativa en el Sistema de Responsabilidad Penal Adolescente.

Estudió, estudia y enseña filosofía. Es librero en Libélula Libros, en Armenia. Escribe ocasionalmente para Bacánika, Bienestar Colsanitas, Revista Corónica y Universo Centro. Le interesa explorar múltiples y nuevas formas de llevar las reflexiones filosóficas a los diálogos cotidianos. Actualmente adelanta proyectos sobre justicia restaurativa en el Sistema de Responsabilidad Penal Adolescente.

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