Pulsos de luz: destellos sobre el trabajo de ilustrar poesía
¿Cómo se ilustra lo que insinúa un verso, una metáfora, un canto? Seis artistas e ilustradoras, una poeta y una editora, todas colombianas, nos comparten algunas ideas desde su experiencia sobre la hermosa, curiosa y delicada labor de ilustrar poesía.
¿Cómo hacer una imagen de algo que está hecho de imágenes? Incluso podríamos preguntar, ¿por qué o para qué ilustrar poesía?
Imaginemos que seis artistas e ilustradoras, una poeta y una editora aventuran algunas ideas basadas en su propia experiencia para responder a estas preguntas en un lugar idílico, que bien podría ser la biblioteca de un apartamento en el que cuelgan cuadros con pinturas, ilustraciones y fotos junto a un ventanal desde donde entra el sol hasta una mesa en la que hay una jarra de café.
Lo primero que podrían decir es que hubo una época en que la gran mayoría de los libros, también los poemarios, venían con grabados que cumplían una función distinta que adornar simplemente el texto. Artistas como William Blake, que además era poeta, hicieron dibujos o ilustraciones de textos propios y ajenos abriendo las palabras como si fueran una fruta para liberar aromas que de otra forma hubieran permanecido ocultos. Y puede haber ahí una primera respuesta.
—La ilustración también llevó a que la gente dejara de tenerle miedo a la poesía. Los dibujos requieren un tipo particular de lectura, igual que un poema, más desde el sentir que desde el entender. Ahí hay una idea errada: incluso quienes leemos poesía con frecuencia no entendemos la poesía. La ilustración te permite acercarte desde los sentidos. Es como si la ilustración te enseñara a leer el poema —dice la editora, Alejandra Algorta, fundadora de la editorial Cardumen, que desde su primer libro, hace diez años, le apostó todo al team imagen-palabra.
Cardumen tal vez sea la editorial que mejor ha sabido explorar la relación entre ilustración y poesía, pues prácticamente todos los libros de su catálogo le han apostado a lo mismo. Pero no es la única. Antes estuvo Tragaluz y al mismo tiempo o poco después vinieron La Jaula, Atarraya, Lectores Secretos, Sincronía e inclusive Himpar, y cada una, a su manera, ha ido respondiendo el por qué o para qué.
—A veces pasa que te encuentras con un poema impenetrable: no es para ti, no es el momento o no has vivido lo que tienes que vivir; pero entonces tienes esta otra canción sonando al lado que te habla de otra cosa y te hace el libro mucho más amable —continúa Alejandra, que probablemente estaría sentada sobre el sillón luciendo un vestido largo y suelto de un color oscuro—. De hecho, a las canciones no les pedimos entendimiento, e igual las cantamos, porque hacen sentir.
La artista María Isabel Rueda, que hizo la imagen de La mata, el poemario sobre la masacre de El Salado escrito por Eliana Hernández, cuenta que el dibujo del libro se fue creando con el ritmo y la sonoridad del poema, como si la música de una lengua moviera la otra, logrando que la naturaleza creciera pacientemente alrededor de una casita hasta ocupar toda la página y después todo el libro.
—El libro me pareció bellísimo y me hizo sentir muchas cosas por asociaciones con el territorio mismo, que ya conocía —dice—. Intenté hacer una imagen que va hacia un lugar que uno no sabe en dónde está; que pareciera que está dentro del cuerpo y que también está afuera en el territorio, que se deslocaliza, de adentro hacia afuera.
—La pregunta que yo me hice fue hasta dónde ponerme sin robarle la luz del protagonismo a Tania —dice Sandra Restrepo, la ilustradora de Rara, escrito por Tania Ganitsky. Probablemente, mientras el sol sigue entrando por la ventana del apartamento imaginado, las seis artistas asentirían con la cabeza porque esa pregunta estuvo más o menos presente durante su proceso creativo: qué tanto acercarse o alejarse del poema—. Si uno es muy fiel a la representación puede tirarse el poema, porque el poema tiene un aura de misterio que no se puede perder —agrega Sandra.
—A Sandra yo le mostré algunas fotos del lugar en el que escribí el libro y que de alguna forma estaba presente en los poemas —dice Tania, la poeta de esta falsa conversación en la que el café se entibia en las tazas—. Pero las imágenes que hizo son chéveres porque generan más hilos o posibilidades de lectura. Y eso hace que el libro sea menos mío. En la traducción se pierde algo, el poema se hace menos tuyo; y con las imágenes también, es un ejercicio de desapropiación, de desposesión.
Por lo general los libros ilustrados de narrativa nombran solo al autor en la cubierta. Con los de poesía sucede lo contrario. El ejercicio de desposesión viene de la mano con uno de posesión por parte de la ilustradora, lo que le permite distanciarse de los poemas tanto como quiera hacerlo para construir imágenes que sean otra cosa distinta del poema, esto es, que partan de él para ir a otro lugar menos evidente, menos ilustrativo, menos decorativo.
—Eso es lo mismo y no hay nada peor que lo mismo, que la mismidad, lo uno, lo individual. Cuando no es lo mismo, sino que es la diferencia, la otredad, la alteridad, hay cocreación. Lo mismo, por lo general, lleva a lo ornamental y no a construir una atmósfera para el libro —añade Tania.
—En Rara hay una imagen de un sapo sobre un círculo negro —dice Alejandra, que fue la editora del libro—. El poema que aparece al lado va sobre un sapo. Pero cuando lees el poema te vas dando cuenta de qué es ese círculo negro y la imagen cambia por completo. “El sapo convaleciente dijo: /amé el sonido de la lluvia /la noche de la lluvia /la taquicardia de la lluvia /la bilis negra de la lluvia /los charcos”. Ese charco es la sangre que lo rodea mientras muere. Es tenaz. Es mi favorito. Lloro cada que lo leo.
—No se trata de robarles las imágenes al texto mismo. Sino de construir otras a partir de esas —agrega Sandra, mirando a la ventana imaginada—. Se necesita cierto pudor en la imagen para no revelarlo todo. Generalmente cuando uno está ilustrando quiere mostrar todo y creo que uno debe hacer lo contrario. Uno tiene que editarse y saber que hay imágenes a las que es necesario quitarles elementos.
—Creo que depende de la pregunta que quieras responder con la imagen. Si es “cómo se ve esto”, entonces harás algo más representacional. Pero si es “cómo se puede ver esto” o “qué significa esto”, una pregunta mucho más compleja, necesitas alejarte de la representación —dice Alejandra.
Casi todos los libros de Tania son ilustrados y la manera en la que cada ilustradora ha asumido la pregunta de “cómo se puede ver esto” ha conseguido que estén a años luz uno del otro. Por ejemplo, entre Rara y La suspensión de los objetos flotantes, ilustrado por Ana María Lozano, hay un universo de por medio.
—Tania tenía imágenes muy claras de lo que quería, algo envolvente, del cosmos, de lo flotante, de lo que se deja —dice Ana, que llevaría el cabello negro recogido dejando al descubierto dos mechones rubios—. Y yo comencé ilustrando cosas muy literales de los poemas: si había una flor, dibujaba una flor. Hasta que Tania me dio un consejo que cambió radicalmente la imagen.
El consejo fue: “Lee el poema, olvídate un poco de él y, luego, con ese recuerdo nebuloso, dibuja algo que a ti te guste dentro de tu propia obra”. Tania lo aprendió del artista José Sarmiento, con quien trabajó en Cráter, uno de sus primeros libros. A partir de entonces, las imágenes de La suspensión se convirtieron en unas que están siempre en el aire a punto de deshacerse y al mismo tiempo de rehacerse en otra cosa distinta. Al igual que los poemas, están hechas de reflejos, aguas estancadas, islas flotantes, espacios que un día fueron habitados por humanos y en donde ahora solo está el silencio condicionando la suspensión de los objetos flotantes.
—Siento que la imagen cataliza los textos para expandirlos o alargarlos hacia otros lenguajes. Está la posibilidad de situar al lector en un lugar-no lugar de una forma que sería más difícil solo con el texto —asegura Ana.
Para esas ilustraciones Ana utilizó negro, morado y un rojo traslucido que bien podría ser la luz infrarroja que captan los satélites en el espacio y con las cuáles la Nasa construye esas “fotografías” impresionantes que retratan un lugar al que posiblemente nunca llegaremos. Aunque Rara y La suspensión comparten un mismo ambiente de lo deshabitado, el no-lugar al que cada ilustradora llegó pertenece a mundos distintos.
—Lo que hace el dibujo es permitirnos acudir a un sentido mayor del que nos permite la gramática —dice Alejandra, la editora—. Un poema puedes contarlo, narrarlo. Una imagen solamente puedes describirla, a pesar de que la imagen te esté contando una historia. Es como contar un meme.
—Por eso el principal reto de ilustrar poesía es no recrear las metáforas y analogías que la autora crea con el lenguaje —dice Alejandra Hernández, ilustradora de Los analfabetas de María Paz Guerrero, jugando con el cuncho del tinto—. Tuve que acercarme mucho a los textos y luego dejarlos de lado, y quedarme con los rezagos de ellos: imágenes de plantas espinosas, troncos, raíces, frailejones, partes del cuerpo fragmentadas, manos, uñas, piel, heridas. Quise crear sensaciones del desgarre, del rasguño.
—Para mí los poemas son dibujos en sí. El reto es no condicionar a la persona que los lee, dejar que las imágenes que aparecen en los poemas invadan al lector con su propio universo. Para mí la ilustración debe sugerir y no condicionar —agrega Powerpaola, ilustradora de Del porno y las babosas de Fátima Vélez, a lo mejor con una libreta de dibujo sobre las piernas. (En este paisaje imaginario en el cae el sol alargando la sombra de las tazas de café casi vacías, ¿cuántas de ellas tendrían una libreta a la mano?).
Las ilustraciones de las novelas ilustradas con frecuencia son ornamentales. Pareciera que su propósito es traducir término por término la palabra a la imagen, como si una forma fuera idéntica a otra. Se sabe que la poesía quiebra esa lógica. Es archifamosa la frase del poeta Robert Frost que dice que “la poesía es todo aquello que se pierde en la traducción”, porque aplica para las lenguas y para los lenguajes. No hay términos equivalentes entre las imágenes y las palabras: la palabra “casa” nunca será equivalente al dibujo de una casa.
Las imágenes de Alejandra, la ilustradora, consiguen esa sensación de desgarro que ella menciona. Hay una página en la que una mano de uñas largas rasga el papel que es también una superficie sólida que es también una piel; no obstante, lo bello del dibujo es que suena: ahí está el chirrido que dejan las cosas que se abren. En la página contraria, el poema habla de pescozones, inflamaciones, sangre, hambre, moretones. Heridas que arrastran su sonido.
—Cuando algo se traduce, el original no queda —dice Tania, que le imprime ritmo y seguridad a sus palabras, mientras mira los estantes de la biblioteca que van quedando en penumbra a medida que termina la tarde—. En cambio, con la ilustración se crean sentidos de manera conjunta, y no solo sentidos semánticos sino emocionales y corporales; empiezas a sentir de otra forma el mar o el óxido o el vacío. La imagen le da una atmósfera al poema.
Las imágenes que Powerpaola dibujó para Del porno y las babosas son lo más lejano posible a una traducción. Son pornográficas cuando los poemas son elusivos, son sugerentes cuando los poemas son sucios, son insistentes cuando los poemas son dóciles. No hay traducción sino diálogo. Se trata de imágenes y textos que comparten un mismo ambiente emocional y corporal, en donde los animales, delfines, cucarachas, caballos, cerdos, chinches, aves y babosas comparten el cuerpo con otras formas de vida iguales y diferentes a sí mismas.
—Con la ilustración existe la posibilidad de comunicar con una amplitud de sentido increíble, proponer, si se quiere, juegos polisémicos. En ocasiones, las palabras o las definiciones limitan —añade María Duque, la ilustradora de Animal ajena de Carolina Dávila.
—Un poema está creando sentido a través de las palabras, pero también a través de cómo suena, cómo se ve, qué tan rápido es, qué tan lento es. Algo similar sucede con la imagen. Y cuando ambos lenguajes colisionan se crean atmósferas complejísimas —continúa Tania.
—El reto siento que está en no hacerle ruido. La poesía es una compañía generosa —dice María—. Yo procuré no representar un poema específico o de crear una suerte de espejo o reflejo. Hubo momentos en que sí busqué dejar destellos, elementos propios de algunos poemas, porque imagino un momento en el que haya una identificación sorpresiva y emocionante desde les lectores.
Sus imágenes, que además están hechas a partir de collage, comparten no solo el mismo ambiente, la misma atmósfera, sino el mismo ecosistema de los poemas de Carolina Dávila; un ecosistema en donde el desecho, el residuo y ciertas formas de la naturaleza que están siempre en camino de transformación fluyen sin descanso. En las composiciones de María hay ganchos de ropa, bombillos, navajas suizas, cráneos, flores artificiales, flores reales, ramas, caparazones de moluscos conformando figuras cíborg que se mueven entre lo orgánico y lo artificial. Imagen y texto hablan sobre vidas que siempre están en el punto de lo posible.
Tal vez en eso consista el trabajo de ilustrar poesía: hacer pulsos de luz que sean el destello de algo que está en otro lado y en otra lengua. Eso es un destello: una imagen que se ilumina fugazmente a partir de otra. Una como la de esta tarde en la que seis artistas e ilustradoras, una poeta y una editora recogen sus cosas y salen del apartamento hablando sobre el lugar al que se dirigen, dejando la sala vacía, las tazas de café con un cuncho asentándose en el fondo, ahora que el último pulso de luz del día termina por perderse en el silencio de la noche.
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