Mujeres y cuarentena: nuestros cuerpos en aislamiento
La cuarentena ha tenido efectos particularmente intensos sobre el cuerpo de las mujeres. En un ejercicio de introspección, investigación y empatía, la autora se enfrenta a su propio cuerpo y abre la conversación con otras mujeres en torno a experiencias que las unen a pesar del aislamiento.
Las mujeres somos cuerpos’, se ha dicho muchas veces.
Nuestros cuerpos han ocupado el centro del concepto de identidad femenina y han sido el referente inmediato de diferencia respecto a los hombres. Hemos sido solo cuerpos cuando nos convertimos en territorios de conflicto físico e ideológico; también cuando nuestro físico ha sido tratado como una norma reguladora que se vuelve en contra nuestra en forma de legislación, prohibición, opresión. Pero también hemos querido ser nada más que cuerpo al recuperar el propio, y el de otras mujeres, acercándonos a él a través del amor y la reivindicación, y no como la extensión de una lógica social patriarcal que nos sobrepasa en muchos momentos.
En esta pandemia no ha sido diferente. Nuestros cuerpos son la primera línea sensora del encierro y del virus, y a través de ellos hemos registrado este tiempo: nos hemos vuelto más conscientes del espacio que ocupa y del mayor cuidado que ahora requiere. En este momento el mundo es un solo cuerpo inmenso, un organismo único conformado por todxs, y controlado también por todxs, a la mejor versión de la biopolítica de Foucault. Siempre ha sido así, pero al estar unidxs por la enfermedad, el contagio y el miedo, el organismo parece más uniforme y acentúa las desiguales relaciones de poder.
En estos días, la Línea Púrpura de la Secretaría distrital de la mujer y la Línea 155 de la Consejería presidencial para la equidad de la mujer están atiborradas atendiendo un 140% más de llamadas por situaciones de violencia doméstica, y se han registrado más de 20 feminicidios en toda Colombia. El encierro también ha hecho más evidente la necesidad de balancear la responsabilidad en el cuidado del hogar, en un país donde las mujeres dedicamos en promedio más de siete horas diarias al trabajo doméstico no remunerado, según cifras del Dane.
Aparte de estas problemáticas urgentes nuestro cuerpo, el de las mujeres, ha empezado a sentir efectos diferenciados de la pandemia. Efectos sobre nuestros ciclos vitales, sobre la percepción de nuestra imagen –influenciadas por el espacio virtual que ahora es el principal espacio público– y sobre la forma en que otros se relacionan con nosotras, en ocasiones a través del acoso, el abuso y la violencia.
Un ciclo irregular colectivo
Acomodo mi cuerpo sobre la cama suavemente, con dificultad. Siento que no quepo en el cuarto, que las paredes me tallan las extremidades hinchadas y adoloridas. Sudo como si me estuviera cociendo en mis propios jugos. El dolor que siento me hace imaginar cómo esa protuberancia deforme y palpitante que ahora es mi estómago rebasa el techo, atravesándolo, y mi ombligo se asoma de cara al cielo para saludar a la luna creciente de esta noche. La única parte de mi cuerpo que habría salido los últimos días de esta cuarentena que nos va a enloquecer a todxs.
Nunca he podido poner en palabras lo que siento días antes de menstruar. Es un dolor omnipresente, impositivo, inacabable. Un corrientazo en el vientre, en las venas que me queman como colillas apagándose en mis muslos, en ese par de bolsas rellenas de agonía rebotante que antes eran mis tetas. Un hierro ardiente me atraviesa por la mitad, y mi cuerpo se convierte en una masa amorfa y tirante, despojada de energía.
Para varias son días donde nos convertimos en nuestras peores enemigas: el cuerpo propio en contra, nuestra mente agobiada, nuestro ánimo en oscilación extrema. Todo nos cuesta el doble, nos duele el doble, nos traiciona y nos hace maquinar de más. El acto más simple y las interacciones más básicas se convierten en una emboscada mental y anímica. Pero tenemos que sobreponernos como sea, para no quedarnos atrás mientras la máquina de los días pretende seguir funcionando con este nuevo delirio de normalidad durante la pandemia.
Empecé a preguntar en mis redes, y las cifras llegaron por sí solas. De las 182 mujeres que me respondieron, 178 afirmaron tener su ciclo menstrual patas arriba, incluyéndome. Si no era la intensificación de los síntomas pre menstruales, era la ausencia de menstruación, o el aumento de los días menstruales. Muchas respondieron que llevaban toda la cuarentena menstruando. Casi todas me hablaron de cólicos, acné, cambios radicales de ánimo, mayor agotamiento, tristezas prolongadas, migrañas, ansiedad, dolor en las tetas, bajas anímicas incapacitantes, sensación de fastidio en la piel, falta de motivación y un llanto que, para algunas, se ha extendido durante estos más de 60 días de encierro.
A Laura* le molesta que las pantallas sean ahora el único medio para acercarse, cuando uno de sus síntomas premenstruales es la migraña; a Sharon solo se le antoja estar acostada en su cama sin interactuar con nadie, se siente triste y rabiosa; para Luisa es evidente que el hecho de experimentar colectivamente una pandemia ha generado un clima emocional que ha influido en su ciclo, y María estuvo tan baja de ánimo que tuvo que tomarse un par de días fuera del trabajo. Su cuerpo tiene una certeza del encierro: “No puedo dar una explicación ni establecer una causalidad, pero el SPM (síndrome premenstrual) hasta me ayudó a exteriorizar una cantidad de emociones que tenía por la cuarentena y que no me había permitido sentir plenamente”.
Para el ginecólogo de Profamilia Juan Carlos Vargas, estas afectaciones no se diferencian de los cambios que vivían las mujeres en sus ciclos durante la guerra: “se ha visto que por ejemplo en la Segunda Guerra Mundial situaciones de estrés, como el hambre, hacían que la capacidad de ovulación se bloqueara”. Esto sucede, explica Vargas, porque hay una conexión entre la corteza cerebral y el centro del cerebro, donde se ubica el hipotálamo y la hipófisis, la zona que controla las hormonas y envía a nuestros ovarios el mensaje de ovular. “Esas conexiones se afectan con el estrés y eso produce una alteración en la ovulación”, afirma Vargas. ¿Y eso qué quiere decir? “Que va a haber meses que se ovule más temprano, otros más tarde, habrá otras veces que no se ovula, y eso produce la irregularidad en la menstruación”.
Para Yolanda Valverde, licenciada en psicología, educadora en derechos humanos sexuales y reproductivos y especialista en pedagogía menstrual en México, que se nos afecte el ciclo quiere decir que se nos afecta todo el sistema, todo el metabolismo. “Cuando hay una situación de crisis, muchas personas le hacen frente modificando sus hábitos alimenticios, igual que sus hábitos de movimiento”. Yolanda explica que factores como aumentar el consumo de productos procesados, bebidas alcohólicas o cafeína, como muchas estamos haciendo, genera “un neurofeedback que va del cerebro a los ovarios y de los ovarios al cerebro, y eso se traduce en cambios notables”.
Valverde explica que el ciclo menstrual es, idealmente, un ejercicio de estabilidad corporal. Si el cerebro tiene una neuroquímica estable, responde bien a los agentes externos y esa relación se comunica de manera adecuada con los ovarios. Pero en este momento, debido al encierro, no contamos con agentes externos. “El estado anímico también tiene mucho que ver con las respuestas que naturalmente tendríamos para poder salir de procesos que nos generan ansiedad, dolor, preocupación y mortificación. En este momento están anulados, porque generalmente dependen de lo externo”. Vernos con nuestros amigxs, salir de levante, emborracharnos en una discoteca mientras bailamos, ir a cine… actividades que nos ayudaban a lidiar con días críticos quedaron suspendidas, dejándonos la labor del estímulo positivo en días difíciles de nuestro ciclo a nosotras solas, sin ayudas externas.
¿Hay esperanza? ¿Nuestro ciclo se va a normalizar durante los siguientes días de cuarentena? Vargas dice que depende: “es muy posible que el organismo se acostumbre un poco al nuevo planteamiento de la vida, y ahí se volverían a regularizar los ciclos menstruales, pero dependiendo mucho de la situación particular de cada mujer”, es decir, siempre y cuando no se esté viviendo una carga de estrés importante.
El problema es que la pérdida de trabajo, la reducción de los ingresos, la violencia doméstica y el aumento en las labores del hogar constituyen una realidad que se traduce en un conjunto de factores de estrés para miles de mujeres colombianas. Y la situación no parece estar mejorando en las últimas semanas. Los indicadores del Dane evidencian una brecha de género en cuanto al trabajo: entre enero y marzo de este año la tasa de desempleo en mujeres está en un 16,4% y la de hombres en un 9,8%. Por su parte, el Observatorio Colombiano de las Mujeres advirtió que se triplicaron las llamadas que registraban algún tipo de violencia al interior de los hogares, frente a las cifras de 2019.
“Es muy posible que ahorita a mitad de año, que es cuando la cuarentena va a cambiar de severidad, va a disminuir un poco el nivel de estrés”, afirma el ginecólogo. Actividades como poder trotar en la mañana, algo que ahora está permitido bajo ciertas precauciones específicas, son agentes externos que podrían ayudarnos a liberar algo del estrés producido por el encierro, y por ende regular nuestros ciclos menstruales.
Enfrentadas al espejo (y a las redes sociales)
“Es la primera vez que escribo esto, que se lo menciono a alguien: hace una semanas me induje al vómito”. En su parte más racional, Camila entiende que los cuerpos perfectos no existen. Que la belleza, cómo nos la han impuesto, de manera violenta, es una mentira, una norma patriarcal que nos sigue rigiendo y nos coge ventaja incluso por estos días. Pero a pesar de eso, se le atraviesa constantemente el pensamiento de que no es bella. “Desde hace muchos años no soy capaz de verme al espejo de cuerpo entero: ni desnuda, ni vestida y ahora es cada vez más fuerte. Ni siquiera me miro la cara: cuando me cepillo los dientes no me miro al espejo, cuando paso cerca a uno, volteo el rostro”.
Nervios, cansancio, impaciencia, ira fueron algunas de las sensaciones registradas por el ’Estudio de solidaridad: respuesta social a las medidas del Gobierno para controlar el nuevo coronavirus durante la etapa temprana en Colombia’, una investigación que hizo Profamilia entre el 8 y el 20 de abril, entrevistando a más de 3.500 colombianxs para tomarle el pulso a la manera en la que estamos enfrentando la pandemia y el encierro en casa.
En el estudio, un 26% de lxs encuestadxs corresponden a ‘los que sufren’, quienes están más afectadxs por la cuarentena. El grupo se compone en un 73% por mujeres, de las cuales 64% son menores de 29 años y tienen algo en común: no cuentan con hábitos saludables, no tienen un hobby desarrollado y tres de cuatro personas en este grupo están viviendo episodios de ansiedad y depresión.
A ello se suman los trastornos en la relación con nuestra imagen corporal y los trastornos en las conductas alimenticias. Al preguntar en mis redes sociales sobre la manera en que el encierro estaba afectando la relación con nuestro cuerpo y nuestra imagen, 133 de 134 respuestas fueron afirmativas: durante la cuarentena la mayoría de nosotras no nos hemos sentido a gusto con nuestro cuerpo y, en muchos casos, trastornos dismórficos corporales y trastornos alimenticios han vuelto a asomarse o se han intensificado.
Así le está pasando a Camila, se siente acechada por la ansiedad y eso la hace pensar en comer constantemente: “Comer de todo, lo que pueda, comerme a mí misma: mi corazón, mi amor propio. Comérmelo todo”. Camila ha hecho postres, ponqués y tortas en estos días de cuarentena, y le dan ganas de comérselos en una sola sentada. “Nunca estoy satisfecha y el sistema me recuerda que no soy satisfactoria para él. Que no quepo”.
Con el traslado de nuestra vida pública a lo virtual, las redes sociales están jugando un doble papel en nuestra vida. Por un lado, se han vuelto más necesarias para sentirnos conectadas con nuestrxs seres queridxs y con todo lo que ahora consideramos la realidad. Pero al mismo tiempo son un dispositivo de control que nos está recordando constantemente –a través de marcas, influencers, rutinas de ejercicio, rutinas para la piel, tips para rendimiento en el trabajo y demás– las exigencias que la sociedad sigue demandando de nosotras, y estas expectativas afectan nuestra imagen corporal y la manera en que nos concebimos como mujeres.
Así, algunas hemos vuelto a hacer cosas que no queremos. Por ejemplo, aunque no quiere introducirlos en su cuerpo, María volvió a usar métodos anticonceptivos hormonales para controlar el acné que ha reaparecido con la ansiedad; movida por un miedo irracional a engordar, Laura se está sometiendo por primera vez a intensas rutinas de ejercicio; Lina decidió quitar los espejos de su casa, Adriana y yo estamos experimentando lo que llamo el ‘síndrome Zoom’: con el registro facial que nos devuelven las videollamadas nos sentimos cada vez más grandes, más deformes, más asimétricas. Un sobreanálisis de la imagen propia que es comparable a cuando repetimos una palabra muchas veces, hasta que va perdiendo sentido.
Valeria, por su parte, está viviendo el retorno de trastornos alimenticios que sentía bajo control antes de la cuarentena, en parte gracias a espacios seguros que tenía con seres queridos en su oficina. Valeria se ha encontrado de nuevo comiendo una vez al día, engañando al hambre con siestas largas, con más cigarrillos y agua o con exceso de trabajo. Después de esos largos periodos sin comer, le ha dado rienda suelta a la ansiedad en enormes atracones; un ciclo interminable que ha llegado al extremo de varios días de ayuno e incluso episodios de bulimia. “Hace dos días tuve una crisis nerviosa por sentirme ‘demasiado fea’ y pensar que nadie podría quererme por ser ‘tan fea’”, confiesa por su lado Alejandra, que aparte de su trastorno dismórfico corporal, terminó una relación durante la cuarentena.
La Asociación Nacional de Desórdenes Alimenticios en Estados Unidos (ANAD por sus siglas en inglés), asegura que la percepción que una persona tiene sobre su imagen corporal se puede distorsionar por factores que muchas veces no pueden controlarse. Las redes sociales se han vuelto determinantes en esta situación. ‘Aunque los desórdenes alimenticios surgen por una compleja mezcla de situaciones como la genética y el ambiente, es cierto que las imágenes en los medios que vemos a diario tienden a aumentar nuestros problemas de imagen corporal’, explicó la ANAD a medios.
Por su parte, la revista médica The Lancet publicó un contenido donde, basados en casos de brotes como el Ébola y el H1N1, están intentando medir el impacto psicológico de la cuarentena. La revista afirma que seis u ocho meses después de que se levanten las medidas de aislamiento, es probable que muchxs de nosotrxs desarrollemos episodios de estrés, depresión, insomnio, ansiedad, irritabilidad, fatiga emocional depresión y estrés postraumático. Todos estos síntomas se relacionan con cuadros de trastornos alimenticios, cómo indican varios estudios.
Acoso en línea
A Cristina* le pasó. “Un ex profesor mío de la universidad me contactó esta semana por Instagram con comentarios muy inapropiados. Me mandó varios mensajes diciendo que estaba muy linda, que siempre le había gustado”. Ella afirma que nunca tuvieron contacto fuera de la universidad o por medios no institucionales, no tenían ningún amigo o seguidor en común en sus redes sociales, y aún no entiende cómo la encontró por redes. “Lo más perturbador fue que en medio de esos mensajes me dijo textualmente ‘veo que estás chiquita, como siempre’”. Cristina lo bloqueó.
La experiencia de vivir una cuarentena en el siglo XXI tiene una gran diferencia respecto a periodos de aislamiento en el pasado: la tecnología permite que no estemos aislados por completo de la gente que queremos. Pero el uso continuo de nuestras redes también tiene un precio, además de las presiones sociales, el acoso virtual parece haberse intensificado durante la cuarentena. Y, debido al uso más frecuente de plataformas de encuentro como Zoom o Parchís, los casos no solo han aumentado sino que también se han diversificado.
Fue famoso hace unos días el ‘Zoom bombing’, irrupciones en conferencias virtuales de personas desconocidas que proyectan a la fuerza fotos o videos pornográficos o videos de torturas, como ocurrió en una reunión de la Universidad de Antioquia. Y sigue existiendo el acoso tradicional en diferentes redes sociales. A Cristina le pasó en Parchís, una plataforma para jugar parqués virtual. “Los tipos me dicen cosas súper desagradables e insisten en que les dé mi información personal”. Uno incluso llegó a mandarle mensajes en Facebook.
Ella lo relaciona directamente con la cuarentena: “Yo creo que sí tienen que ver con el aislamiento. Me ha tocado bloquear varios perfiles en redes que me mandan mensajes o fotos que no pido”. Si bien esto no es algo nuevo para Cristina, ahora le está pasando casi a diario.
En Argentina las Mujeres de la Matria Latinoamericana (MuMaLá) hicieron una encuesta. En su informe, 65% de las participantes fueron contactadas por un desconocido a través de las redes sociales durante los últimos días. De 836 mujeres que respondieron a la encuesta, al menos el 62% ‘recibió fotos o videos de contenido sexual de otras personas sin pedirlo’.
La cuarentena está construyendo una nueva normalidad en torno al encierro y las mujeres lo estamos viviendo de un modo distinto. Socializar estas afectaciones, construir fortalezas en red y acompañarnos desde la distancia puede servirnos como método de emergencia ante un sistema que, incluso durante la normalidad, nos recuerda a diario las opresiones que implica ser mujer en una sociedad patriarcal. Es evidente que esas experiencias no son iguales para todas, pero, independientemente de la forma en que cada mujer y cada cuerpo está viviendo este periodo de cuarentena, tenemos que saber que aunque estemos encerradas no estamos solas.
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