Alejandra Estrada y su preferencia por el lápiz
“Sin proponérmelo, el confinamiento del escritorio me ha condicionado a detenerme en la delgadez de las líneas y los intersticios que genera un cuerpo al limitar con otro: tan negros y profundos”.
De sus treinta y cuatro años, Alejandra Estrada ha dibujado veintiséis. Ha participado en más de catorce exposiciones colectivas, ha ilustrado cinco libros y un documental, ha trabajado como diseñadora de comunicaciones, coordinadora de diseño y publicaciones, curadora, directora de arte y de diseño gráfico en diferentes eventos y corporaciones de Medellín, y en la actualidad reparte su tiempo entre dibujar, ilustrar y editar el periódico Monteadentro de la Corporación Rural Laboratorio del Espíritu de El Retiro (Antioquia).
Alejandra es artista plástica y magíster en estética de la Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín. Ha investigado el dibujo desde la historia, las técnicas y la vinculación con la cultura, y cuando ilustra saltan a la vista sus rasgos de dibujante clásica.
En la tesis con la que obtuvo el título de magíster, Alejandra dibujó su estudio y lo describió claramente: “Prefiero la comodidad del escritorio y su blancura, que por algún motivo me predispone al aislamiento del resto de la habitación y del ruido del mundo. La iluminación abundante y a la izquierda como me enseñó mi papá, porque a la derecha proyecta la sombra de mi mano obrera. La mano izquierda está atrofiada desde pequeña, pues estamos entrenados a usar solo una mano relegando la otra al rol subordinado de sostener el papel o el sacapuntas, o acomodar la luz. Sin antes verlo de esta manera, tal vez prefiera dibujar en formato pequeño por todas estas comodidades. Sin proponérmelo, el confinamiento del escritorio me ha condicionado a detenerme en la delgadez de las líneas y los intersticios que genera un cuerpo al limitar con otro: tan negros y profundos. La preferencia por el lápiz no me parece, de repente, tan gratuita: se ajusta a la medida de mi práctica, es acorde con las dimensiones del lugar de trabajo al que estoy acostumbrada y que me resulta cómodo en todo aspecto”.
Antes de graduarse como artista plástica, Alejandra ganó una pasantía que le permitió una estancia en L’École Supérieure d’Arts de Lorient (Francia) por tres meses. Lo que más la impactó fue la sensación de injusticia con la que se encontró, pues “en Lorient, donde estaba, tenían un nivel de vida muy alto y yo pensaba: esta gente vive así de bien a costa de otra gente”. Alejandra se refería a haber comprendido su lugar en el mundo: era colombiana, latinoamericana, o sea, “otra cosa” diferente a ese entorno europeo que la trató como extraña, pues mientras ella se sentía como visitante, la hicieron sentir como inmigrante.
Me encontré con Alejandra cerca del Parque Explora, donde trabaja. Allí participa en un proyecto de gestión de ambientes para la transformación estratégica de la Biblioteca Pública Piloto. A nuestra cita llegó con el cabello corto, negro y revuelto, coloreado por escasas canas, y en las orejas dos topitos pequeños en forma de triángulo. Su rostro es blanco y ovalado, sin maquillaje. Tiene la nariz recta y gruesa, la boca menuda, y los como de aprendiz de pianista. Cuando habla emite una voz suave y pausada que transmite que todo marcha bien.
Cuando le pregunto por sus referentes, Alejandra me habla con soltura y experticia de Helen Oxenbury, Mitsumasa Anno, Tomi Ungerer, Winsor McCay, Marjane Satrapi, Joe Sacco, Alberto Durero y Katsushika Hokusai. Sin embargo, cuando pienso en sus trabajos infiero la huella explícita de Oxenbury, Durero y Hokusai, pues las ilustraciones de Alejandra se caracterizan por un manejo de la anatomía, la perspectiva, la composición, la luz y la sombra, fundamentales en la formación de los dibujantes clásicos.
“Yo creo que los referentes no son para hacer las cosas parecidas. A mí, por ejemplo, de Satrapi y Ungerer me maravilla el humor, y hay una economía en la línea que siempre me ha seducido. Cuando hago cosas más acabadas no hago eso, pero sí cuando me comunico con amigas. Yo pienso que de cada uno tomo elementos, pero como las ilustraciones de ellos se mezclan con historia escrita, sus imágenes son distintas, complementadas”.
Sobre su cercanía a las ilustraciones de Oxenbury, me responde: “No es tanto que yo haya crecido viéndola, fue más un descubrimiento posterior. Si uno se pone a mirar a los artistas en general, puede identificar unas líneas comunes que pueden ser temáticas o formales. Yo crecí admirando ciertas cosas. Quiéralo o no, Winnie the Pooh me parecía muy hermoso. Me fui yendo por ese lado, dibujando entre lo que era capaz de hacer y lo que me salía de algún lado, del alma. No sé por qué razones quedé más cercana a Oxenbury que, digamos, a Satrapi, aunque hay elementos del dibujo clásico que están presentes siempre en lo que hago”.
Cada vez que dibuja, Alejandra se siente resolviendo problemas, decidiendo cómo mostrar lo que desea, y para esto los japoneses han sido guías importantes. “A veces digo, por ejemplo: necesito hacer agua. Entonces veo de qué manera los japoneses hacen el agua: hacen unas rayitas, y uno sabe que es agua. En general los japoneses tienen unas soluciones muy económicas y muy acertadas. Y por eso los reviso mucho”.
Algunos libros del catálogo de Alejandra
El perro de arena (Tragaluz, 2014). Proyecto ganador de la Beca para la Creación Artística y Cultural de laSecretaría de Cultura de Medellín en 2013. Los dibujos del perro cambian, corroborando que “un dibujo no es dos veces el mismo dibujo”. Le pregunto a Alejandra por el efecto de tristeza que puede producir en el lector el hecho de que el perro se deshace hacia el final y me dice: “Ese libro tiene muchas interpretaciones. Para mí es un libro que cumplió su cometido en tanto es ambiguo. En él no se sabe si el perro es de verdad o no, si se murió o qué, o si la niña está loca… Y eso me parece fantástico, pues creo que las cosas más eficientes, en términos de arte, son las más ambiguas”.
El mar (La Diéresis y Alfaguara, 2014). En este libro, las imágenes invierten, como es usual en algunos libros infantiles, lo que evoca el texto, escrito por Jairo Buitrago. La trasposición de la narración que habla del mar, con la niña que vive en la ciudad, está muy bien manejada. Dibujándolo, me cuenta Alejandra, tuvo entera libertad para realizar sus propuestas, y su imaginación pudo volar y jugar sin barreras.
Para dibujar las figuras humanas de Hic (Océano Travesía, 2014), Alejandra se basó en personas que conoce. Y aunque los rostros no son fieles por completo, sí alcanzó de manera sorprendente la expresión del movimiento de sus cuerpos. En estos dibujos, Alejandra manifiesta una mayor cercanía a Tomi Ungerer, “porque la línea es más sintética y los colores son menos trabajados”.
El recurso de combinar dibujos con imágenes fotográficas le permitió a Alejandra jugar con los cambios de escala sin perjudicar la verosimilitud del cuento La caja de Helena (Tramuntana, 2016). Durante aquel trabajo comprendió que las descripciones exhaustivas de la narración implican menos juego en la composición visual.
En 2015, Alejandra obtuvo varios reconocimientos: mención honorífica en el XX Premio Internacional del Libro Ilustrado Infantil y Juvenil de la Secretaría de Cultura de México (Conaculta), finalista del Premio Fundación Cuatrogatos de Miami (Estados Unidos), y cuarto lugar en el Premio Internacional Compostela (España).
En cada proyecto editorial, Alejandra se puede demorar entre seis meses y un año, y su reto consiste en encontrar la solución técnica adecuada. La metodología es similar a la de otros ilustradores: recibe un texto en Word, lo divide hasta establecer las páginas con los textos y las imágenes posibles, emprende una ardua labor de experimentación técnica –probando diferentes calidades de trazado para la representación de objetos y figuras, y combinando dibujos y fotografías–, y elige los colores que utilizará, define la composición –qué va en qué lugar de la página–, y comienza a realizar las ilustraciones definitivas. Para las decisiones finales se comunica con el editor, el autor o incluso amigos, pero finalmente son sus trazos y marcas la última palabra.
Cuando ilustra para niños hasta de diez años se pregunta “¿qué creemos que son los niños, qué deben leer y a qué edad”, y en los años recientes ha encontrado algunas respuestas: “Yo creo que a los niños desde chiquitos les tocan cosas duras. Y siempre he pensado que la literatura le ayuda a uno a tramitar esas cosas duras que nos ocurren. Así que los libros infantiles pueden permitirles a los niños hablar de esas cosas. Hace poco entró una frase a mi inventario: ‘Un niño puede con cualquier verdad, menos con el silencio’, y esto me enseñó que las cosas duras hay que hablarlas. Porque si no, uno fabrica muchos fantasmas. Yo sé que uno quiere proteger a los niños de muchas cosas, pero eso no quiere decir que las cosas no estén”.
La formación de Alejandra como artista plástica le ha permitido una versatilidad importante como ilustradora: convertirse en una emisora de comunicaciones claras con ilustraciones en las que aparece “el vestido presintiendo al cuerpo que cobija”.
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