Ana juega a ser Dios
Ana María Puerta le da su vida a los personajes que fabrica.
Simón, Ester, Candelaria y Tintín son algunos de los personajes que acompañan a Ana María Puerta en una de sus casas. En la otra vive con su mamá y su abuela.
A sus 21 años, Ana se describe como artista plástica empírica. Ha sido formada en varios espacios de Medellín, pero no hace parte de ningún pregrado relacionado con el arte. Desde los siete hasta los diecinueve años estuvo en un programa de artes plásticas infantil y juvenil en la Fundación Universitaria Bellas Artes. La pedagogía tradicional y, más tarde, la Waldorf, hicieron parte de su formación, pero el bachillerato lo terminó en la Colegiatura Colombiana.
Terminado el colegio y después de intentar un pregrado en Artes Plásticas en la Universidad Nacional, Ana María decidió volar a Chile para asistir a dos talleres que más tarde marcarían definitivamente su proceso artístico. Ambos cursos fueron sobre marionetas: el primero de construcción (dictado por la artista belga Natacha Belova) y el segundo sobre manipulación, animación y dramaturgia de las marionetas (dictado por varios artistas, entre ellos la chilena Teresita Jacobelli).
De las dos casas de Ana, la que más llama la atención es la de sus marionetas. Entrar a su taller es conocer a quienes acompañan a esta artista la mayor parte del tiempo: un montón de cabezas, manos, pies, ojos y bocas en los que ella reconoce vida propia. Un taller de marionetas en medio de un apartamento de soltero.
Aunque el proceso del arte plástico es en el que Ana María ha tenido más trayectoria, el teatro y la danza son cosas en las que siempre ha participado. Cuando no encontró la suficiencia de lo que quería hacer en ninguna de estas disciplinas por separado, esta artista las juntó todas para poner a bailar y a actuar a sus personajes.
¿Qué significa el arte para usted?
Yo siento que todos, todo el tiempo, tenemos un montón de muñequitos en la cabeza que nos están diciendo muchas cosas. Creo que para el ser humano es indispensable darle lugar a todas esas voces afuera, expresarlas, ponerlas sobre la mesa porque ¿qué puede ser más importante que lo que vos mismo estás pensando o sintiendo?
Entonces creo que el arte es el lugar en el que tenemos permiso de poner todas esas cosas que nos gustan, nos angustian, nos atormentan, nos motivan, todas esas cosas que queremos hacer o que no hicimos. Es como una fotografía del cerebro pero expuesta en cualquier formato, sin límites: desde llorar hasta escribir, pintar, bailar; todo eso hace parte de esa expresión.
¿Cómo es el proceso de construcción de sus marionetas?
Hay dos cosas que me hacen sentarme a darle vida a un personaje. Una es que esté sintiendo algo desde hace rato, algo que necesite salir. A principio de año, por ejemplo, estuve mucho tiempo muy triste y eso tenía que salir de alguna manera. Decidí ponerlo en un niño, en una marioneta. Y si lo ves, es un niño realmente triste porque necesitaba liberarme de eso. Por otro lado, puede ser un problema técnico. Ahora estoy haciendo un bebé y trabajándole mucho a él porque sé que es una cosa que se me dificulta. Porque son medidas muy precisas, texturas muy limpias las de los bebés, entonces ese personaje nació de una necesidad de aprender algo, de perfeccionar la técnica.
Ahora, siempre, incluso cuando hago cosas por encargo, hay un proceso de conversación. Puede ser con quien necesite la marioneta o conmigo misma. ¿Qué tiene que tener ese muñeco? ¿Debe abrir la boca o no? Eso define los materiales. Hay una búsqueda de imágenes, de personas que puedan parecerse a lo que estoy a punto de crear. Entonces imprimo todas esas imágenes, las pego en la pared y empiezo a dibujarlas, a darles rasgos que yo quiera entregarle al personaje.
¿Qué la inspira?
La historia. Me encanta leer historia y eso me entrega miles de datos que después se convierten en características de mis personajes. Últimamente he leído mucho sobre Irlanda y, a través de esas lecturas, me surgen preguntas y respuestas. ¿Quiénes podían ser esos líderes del IRA? Tal vez revolucionarios que se alzaron en armas porque nadie más los escuchaba. ¿Qué podían tener en la cabeza? ¿Qué pudieron sentir cuando se los llevaron en cautiverio y qué pasó con sus ideas? Y de ahí sale un hombre de cierta edad, con algunas cosas claves en su personalidad.
Mis personajes son reales porque yo les entrego, además de sus características físicas, una historia, un pasado, sin importar que los acabe de crear.
Me inspiran también historias de gente cercana, que me impacten. Aunque a veces soy muy mala con los hechos muy tristes porque me estanco en ellos. Me puedo quedar simplemente llorando y no hacer nada. Prefiero las historias que terminan bien.
Con todo eso empiezo a pensar qué quiero decir sobre esas historias y cómo lo voy a contar a través de los personajes. Ahí es cuando se empiezan a mover todos esos muñequitos en mi cabeza.
¿Cómo han afectado su trabajo los lugares en los que ha vivido?
Aunque siempre he vivido en el Valle de Aburrá, he cambiado catorce veces de casa. Entonces creo que lo que realmente ha influenciado mi trabajo es el cambio: ningún lugar específico, sino el estar cambiando constantemente. Eso me ha abierto la mente muchísimo y me ha dado la sensibilidad tal vez necesaria para hablar de muchas cosas y para entregarle la vida a mis personajes.
¿Cómo es que dice este man, Wittggenstein? “Los límites del lenguaje son los límites de mi mundo”. Hay que moverse todo el tiempo, para poder ampliar el mundo.
¿Qué herramientas y materiales usa como artista?
Las marionetas están hechas de papel o de un termoplástico o de espuma y tela. Hago muchos moldes con arcilla pero, la verdad, como hago personas, todos los materiales son bienvenidos. Así como se puede hacer un ojo con icopor, también se puede simplemente dibujarlo o usar una canica. Aquí todo sirve: cuero, resortes, pelucas, pintura, maquillaje…
Para crear, ¿la noche o el día?
Amo la luz del día. Sí tengo épocas en las que creo por la noche pero tiene que ser porque estoy llena de cosas y no me da el tiempo. Me encanta la luz del día para crear.
En el día lo tenés todo: la luz, el sol que te ayuda a que se seque más fácil, el vientecito. Me entretiene mucho, además, que haya bulla, que haya sonido, que la gente esté por ahí moviéndose.
Consejos para alguien interesado en el arte de las marionetas…
Lo primero que le diría es que haga una marioneta de sí mismo. No tiene que ser desde su propia imagen sino ¿qué tuyo vas a poner por primera vez en tu marioneta? Siento que eso facilitaría muchísimo la hora de la creación. Igual se hace siempre, pero no sé qué pasaría si se hace consciente.
También le propondría que trabaje, por ejemplo, su psicorrigidez en la marioneta. Entonces vas a hacer una marioneta absolutamente psicorrígida: ahí se van trabajando las facciones, el ritmo, la respiración de la marioneta.
Le diría que se tire, que no azara que las cosas queden mal. Lo más importante en una marioneta es la expresión. No importa la técnica sino la posibilidad que tenga esa marioneta de expresarse.
Y por último le advertiría que es un trabajo que necesita mucha humildad, sobre todo a la hora de la manipulación porque nadie te va a ver, todos quieren ver al muñeco. Y hay que tener la capacidad de poner tu energía en otra cosa, ser capaz de abandonarte. Olvidarte de que estás en escena para darle vida a ese ser que estás animando.
Una obra de teatro: Ubú y la comisión de la verdad del grupo Handspring Puppet Company.
Una canción: “Nantes” de Beirut.
Un lugar: Cualquier playa con buen viento y buen sol.
Una película: Cinema Paradiso de Giuseppe Tornatore.
// Texto y fotografías: Natalia Zuluaga S. //
Suscríbase a nuestro boletín
Sin spam, notificaciones solo sobre nuevos productos, actualizaciones.
Dejar un comentario