Anatomía de las pesadillas
Visitan en medio del sueño, toman formas tan impredecibles como nuestros miedos. Las pesadillas han ocupado décadas de estudios e insomnios. Aquí, una mirada de sus formas e intentos de explicación.
Los oscuros pasillos cerebrales entre la rutina y la memoria
Es un espacio oscuro, usualmente un cuarto que no me resulta familiar, y otras veces un pasillo largo (con sus variaciones, como una casa interminable o un hangar). Sé que lo que oigo son pasos, vibran con la reverberación del lugar, y no son los míos. Comienzo caminando, y a medida que el sonido es más fuerte, troto y finalmente corro. El espacio se reduce como intentando abrazarme, digerirme. Respiro con fuerzas y casi siempre, de la angustia, tomo conciencia: por aquí no hay salida, estoy dormido, este pasillo no tiene fin, no sé hacia dónde me llevan los recovecos de esta casa, pero sé que solo hay una forma de salir. Me escondo, tranco una puerta, acomodo un mueble contra ella y entonces lo intento. Grito, pero no sale nada, tomo impulso y me lanzo de costado contra una pared, como intentando atraversarla, pero no pasa nada, grito con todas mis fuerzas... Siempre me despierto sudando en mi cama.
No recuerdo haber tenido pesadillas recurrentes en mi infancia. Llegaron con la adolescencia y desde entonces me visitan de vez en cuando y, a pesar de la angustia que despiertan cada vez, ya no me sorprenden al día siguiente ni me quedo pensando por qué soñaré esas cosas. No le temo a la oscuridad, tampoco he visto en mi vida personas como las que sueño o esos seres sin rostro o hechos de ramaje de espinos, lodo y sombra que a veces me persiguen. Honestamente, nunca he tenido la más remota idea de por qué sueño eso. Apenas me sorprendo con la riqueza de la dirección de arte con que narra mi corteza cerebral mientras duermo. Porque eso sí: no es lo único que sueño. Tengo recuerdos vívidos de sueños familiares, naturales, irreales y fantásticos, muchos de los cuales son hermosos y atesoro, especialmente en el mar. Pero en cuanto a pesadillas, son siempre variaciones de un par de escenas: persecuciones y homicidios.
Las pesadillas son emanaciones de nuestro sueño durante la fase REM, acrónimo para rapid eye movement, uno de los estados que transitamos mientras estamos dormidos y en el cual hay mucho movimiento neuronal y ocular. “Durante esta fase, el cerebro hace una tarea de procesamiento de toda la información del día o pendiente” me dice la doctora Ana Millán, psiquiatra adscrita a Colsanitas. “Se organiza, afianza y elimina toda la experiencia vivida y pensada, según lo que considere nuestra mente. Hay mucho, mucho movimiento y allí es que aparecen los sueños y, claro, las pesadillas.”
Gatillos: los avatares del alcohol, los traumas y el estrés
Se desconoce por qué soñamos o tenemos pesadillas. Lo que sí se sabe es que hay ciertos factores que pueden hacerlas aparecer, aumentar su frecuencia o exacerbarlas: entre las más comunes están padecer ansiedad o depresión, tener patrones de sueño irregulares o desordenados, consumir alcohol o drogas frecuentemente o antes de dormir.
“El alcohol no solo fragmenta el sueño sino que a largo plazo produce insomnio porque el cerebro se deshidrata,” me cuenta la doctora Millán. “Por eso no se recomienda como inductor del sueño. Una cosa es tomarse unos tragos sociales o uno a las 5 pm. El problema es cuando la gente se acostumbra a tomar un trago para dormir. El alcohol interrumpe el sueño, en muy buena medida, porque es diurético: la deshidratación puede disminuir la calidad del sueño, hacernos despertar en busca de agua o con dolor de cabeza y, claro, hacernos ir al baño. Para alguien con problemas de sueño, esto no es justamente una bendición y por eso algunos aumentan la dosis y hasta terminan comenzando un alcoholismo.”
Sin embargo, la relación del alcohol con el mal sueño es apenas una mala coincidencia al lado de un verdadero gatillo de pesadillas infernales: el estrés postraumático. Se ha reportado en todo tipo de situaciones. En hospitales durante la pandemia, en soldados y civiles larga o directamente expuestos a la guerra, en violaciones y todo tipo de situación que pueda dejar la memoria de la persona atrapada en un círculo vicioso alrededor de esa experiencia. De hecho esto podría explicarse por la íntima relación que existe entre ciertas áreas cerebrales y los malos sueños. Se ha reportado que las pesadillas coinciden con un aumento en la actividad neuronal en la llamada hot zone en profunda interacción con el sistema límbico y la amígdala (centros emotivos del cerebro donde brotan el miedo y la ansiedad, entre otras cosas). “Psicológicamente, una pesadilla recurrente parece ser un evento atascado en ese procesamiento de la experiencia, pensamientos y recuerdos que tienen lugar durante el sueño”, afirma la psiquiatra Millán. “Por eso fíjate que volviendo a los soldados: antes los mandaban indefinidamente al frente. Ahora que sabemos todo esto, los soldados hacen jornadas de entrada y salida para que puedan procesar lo que han vivido”, agrega.
“Lo que hay que decir es que los fármacos deben darse solamente a quién los necesita y para eso la persona debe ir en busca de ayuda si así lo siente, pero no automedicarse. Hay que consultar. Un buen consejo es que si la persona solo está atravesando un momento difícil que le desencadena un insomnio transitorio –que es lo más común– intente buscar mantener una buena higiene del sueño mientras supera o enfrenta la situación difícil: acostarse a la misma hora, evitar exponerse a pantallas unas dos horas antes de dormir, procurar comer ligero antes de irse a la cama, soltar el trabajo un buen rato antes de prepararse para dormir, desahogarse con el hábito del journaling e intentar actividades relajantes para ayudarle al sueño a ser más reparador.”
Demonios, mensajes y símbolos
Sin embargo, somos muchos los que igual no sabemos por qué soñamos esas cosas de tanto en tanto. Supongo que por su extraña vivacidad, innato surrealismo, complejidad narrativa y profunda carga emocional es que todas las culturas han desarrollado un sistema para leerlas, como los demás sueños. Y es sorprendente que aún usemos una palabra distinta en muchos idiomas vecinos de Europa, pero que se refiere exactamente a la misma interpretación folclórica de la angustia nocturna. Cauchemar en francés, nightmare en inglés, o el arcaicismo alemán Nachtmahr, entre otras, son palabras que tomaron forma alrededor del medioevo. Se trataba de la visita nocturna de un mare (un tipo de demonio de tradición escandinava) que se sentaba sobre el pecho del desafortunado visitante, para atormentarlo e impedirle respirar. Y siglos más tarde, en plena modernidad europea, se vino a interpretar que esos demonios, quizás, los llevamos por dentro.
Entre las teorías más populares que explican los sueños y por extensión las pesadillas, por supuesto, se encuentran las del psicoanálisis, esa terapia al origen de la psicología moderna y que aún mantiene su vigencia en distintos círculos. Aunque, honestamente, tiene permeada por completo nuestra vida cotidiana: sus palabras habitan nuestro léxico desde hace décadas. Trauma, complejo, deseo reprimido, represión, representación, fantasía, lapsus, son todos los escalpelos con que muchos –desde Sigmund Freud– buscaron operar por medio de las palabras las enfermedades del alma, inventando de camino la salud mental moderna. Según Freud, el sueño es la críptica escritura con la que habla el inconsciente y representa la realización de un deseo reprimido bajo el disfraz de las imágenes oníricas. Y según estudios recientes, no está del todo equivocado: quitando la palabra “deseo” de su definición, parece que el proceso de suprimir de nuestra memoria una experiencia o pensamiento –reprimirlo– tiende a producir pesadillas al respecto, explicando en buena medida la relación entre estrés postraumático y pesadillas.
Por otro lado, nuestra comprensión de las pesadillas también está permeada hoy por las ideas de Carl Jung, popularizadas y profundizadas por investigadores de la mitología y los cuentos de hadas muy respetados como Joseph Campbell y Clarissa Pinkola Estés. El sueño –y las pesadillas– serían expresiones profundas de cosas que el yo consciente no entiende y que el inconsciente intenta expresar tan claramente como puede por medio de símbolos. Esos símbolos formarían un lenguaje común que se podría llamar inconsciente colectivo. De ahí que los estudiosos del psicoanálisis hayan comenzado a estudiar la cultura popular desde los mitos, los cuentos de hadas, la literatura y el cine para intentar entender qué nos dicen nuestras visiones nocturnas. Aunque muy modernos, frente a los sueños actuamos exactamente igual que otras sociedades antiguas: queremos descubrir qué intentan decirnos.
No sé qué podrán querer decirme mis pesadillas, honestamente. ¿Que le tengo miedo a morir, a que me maten, a sentirme acorralado? ¿Quién no? ¿Quién es el que quiere acabar conmigo? ¿Por qué viene detrás mío? No tengo la más remota idea, pero hay una interpretación que me cautiva desde hace años. En El héroe de las mil caras: psicoanálisis del mito, el libro más famoso de Joseph Campbell, dice que todos los mitos y los cuentos de hadas cuentan la misma historia, la del héroe, que no es otra que la de nuestra psique en su camino a madurar, a forjar una personalidad atravesando las crisis que nos enfrentan a nuestros propios deseos y miedos infantiles, el recorrido del amanecer al ocaso, de la luz a la sombra. El momento decisivo del héroe viene cuando está solo y debe enfrentarse a la bestia, a los monstruos que nos habitan. En muchos cuentos y mitos, ese enfrentamiento implica superar el terror y plantarle cara a esa sombría voracidad, domesticarla, entenderla, para dejar de luchar con nosotros mismos. Llevo años preguntándome si algún día sabré qué es lo que debería hacer para dejar de correr por esos pasillos y ver a los ojos esas cosas que me persiguen. Quién sabe. Quizás algún día, todos lo logremos.
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