La ansiedad, mi centro de operaciones
-Marzo 4, 2019
Ilustración
Domar la ansiedad y sacarle provecho para explorar, moverse y crear.
El chiste no está en callarla, en ignorarla, sino en hacerle frente y usarla a su favor.
A
lgún día leí, no recuerdo dónde, que tener ansiedad es como escuchar música de suspenso constantemente, sin que nunca ataque el tiburón, sin que nadie tire la bala y sin que aparezca la muñeca horripilante detrás de la puerta. Esa frase fue una especie de diagnóstico perfecto que explicó lo que siento casi todos los días y me permitió, además, explicárselo a otros. Sin embargo, había una cara de preocupación o lástima cuando decía en voz alta que sufría un trastorno de ansiedad y sí, a veces dan ganas de parar el motor tenaz en el que se convierte la cabeza cuando algo te activa, pero para mí no es siempre terrible. En cambio, se ha convertido —y explicaré cómo— en una fuerza creativa y de efectividad, en un punto de partida, en mi centro de operaciones.A ver explico: no es que me encante sufrir de trastorno de ansiedad, en realidad daría mucho de lo que tengo y lo que soy por lograr un poco de calma y que mi cerebro no ponga el acelerador sin avisarme, pero después de algunas sesiones de terapia (muchas, distintas, dispersas) he encontrado algunas formas de vivir con él y de sacarle todo el provecho posible. Alguna vez le inventé cuerpo, lo puse al frente y le dije: “Ok, nos va a tocar vivir juntos por el resto de la vida, ¿cómo vamos a hacer?”, y llegamos a unas concesiones. Desde ese momento, la mayoría del tiempo, nos llevamos bien.
Para los que no saben qué es el trastorno de ansiedad, que según una investigación de la Universidad de Cambridge lo padecen más de 300 millones de personas en el mundo, el médico psiquiatra Rodrigo Muñoz, adscrito a Colsanitas, lo explica fácil: “Todos tenemos la capacidad de sentirnos ansiosos, es un sistema de defensa, pero el trastorno viene cuando una persona tiene una alta sensación de ansiedad sin que haya un peligro evidente, vive atemorizada sin que exista una amenaza real. Lo que tiene son pensamientos catastróficos e imágenes con escenarios muy negativos y a veces absurdos, y puede llegar a sentir aumento de la frecuencia cardiaca y respiratoria, espasmos musculares, sudoración, cambios en la digestión”.
Digamos, entonces, que en la negociación con la ansiedad “le permití” que a veces saque toda esa artillería y me vuelva añicos, que en mi caso se siente parecido a que pase un viento denso y me revuelque sin descanso. Cuando dejo que la ansiedad salga completa, mi cuerpo tiembla, mi cabeza grita fuerte y rápido sentencias anticipatorias de cosas que no van a pasar o que, peor, ya pasaron y que no puedo cambiar aunque quisiera. Un café sobre la mesa, de repente, no es un café, sino una taza que puede derramarse, quebrarse, cortarme y hacerme sangrar sin parar. Un título para un artículo se convierte en algo más que un simple título difícil y pasa a ser algo que me hará quedar en ridículo frente a mis editores que decidirán nunca volverme a llamar y yo tendré que abandonar la vida que tengo. Un corazón roto es rápidamente un dolor que va a matarme y que me tira en cama. Bajar la maleta pesada del compartimento superior del avión me da pavor porque pienso cada vez que voy a golpear a alguien duro y lo voy a mandar al hospital y jamás viajaré de nuevo. Yes, that escalated quickly.
Los días malos, los ratos cuando la ansiedad está a tope, son paralizantes y abrumadores y me dejan exhausta: no hay familia, no hay amigos y mucho menos productividad y trabajo. Soy periodista y escribir o hacer una llamada se torna imposible. La ansiedad lo ocupa todo, mi cuerpo y mi mente se convierten en tierra yerma para cualquier tipo de proceso más allá de la supervivencia. En esos momentos no puedo juntar una palabra con otra, ni editar un texto, ni pensar una revista, y a veces cuesta incluso concentrarse para la lectura. Mi cuerpo permanece tenso, mis manos tiemblan, me cuesta respirar con calma, hay náuseas y la cabeza está obsesionada con una sola idea y le da vueltas y la soba y la mira y la desbarata, y no he descubierto nada que logre disipar el pensamiento. A veces sirve respirar despacio, contar de cinco a uno, que te abracen fuerte, que te agarren la mano duro, escuchar música a lo que marque.
Pero lo cierto es que la mayor parte del tiempo habito un cuerpo estable y mi mente, aunque ruidosa, me deja pensar. La ansiedad en esos días buenos se convierte, además, en un afán por moverme que, guardadas las proporciones, parece hasta saludable y me permite hacerlo todo. Es una especie de cuchillo sin filo que me hace presión en la parte baja de la columna y da una instrucción precisa que aplica para todo momento: no pares, porque si paras la mente se aburre y la ansiedad sube.
Entonces ese afán me hace trabajar más, leer mucho más, hacer ejercicio y mantenerme ocupada. Esto ha resultado bueno para mi vida de freelance, porque voy a mil por hora y me mantiene alerta y concentrada, me hace sentir culpa si me quedo en cama, si no completo las listas de tareas diarias, si no estoy a las ocho de la mañana ya en frente del computador. Además, me hace estar en una búsqueda constante de temas e ideas nuevas que me obsesionen y me regalen largos períodos de tiempo en los que no pienso en nada más. Últimamente, por ejemplo, he estado escribiendo y haciendo proyectos con reguetón, y si siento llegar la bruma, es solo poner una entrevista con Bad Bunny o “La Player” de Zion & Lennox y es como si le diera un dulce a la ansiedad, la boba cae redondita.
En mi oficio de periodista tener presente siempre el peor escenario también ha sido bastante útil. Me desgasto pensando que tal vez el dato más obvio o más revelador me lo va a dar una fuente que aún no tengo y, por eso hasta el día que entrego un texto sigo haciendo reportería. Tenerle un profundo miedo al dato incorrecto me hace chequear todo cada vez y una urgencia de ganarme a las fuentes, sobre todo, para poder enviarles mensajes con “Hola, oye, quería corroborar…” varias veces al día. La ansiedad me ha vuelto cauta.
Por supuesto que esta utilidad que le atribuyo al trastorno no vino fácil. Toma un esfuerzo y una concentración tenaz entender cuáles pensamientos son destructivos y desobligantes y producto del trastorno. Fue necesario un proceso de autoconocimiento, que aún no termina, para mirar esas pulsiones con buenos ojos. Pero este camino me dejó un superpoder: entender casi del todo cómo la ansiedad funciona en mí, y saber que las posibilidades de canalizarla y domarla son infinitas.
Y si 30 de cada 100 mujeres y 19 de cada 100 hombres viven con esta condición, por supuesto que no soy la única que ha encontrado en su trastorno un impulso y una concentración que hace más fácil su trabajo. A un ilustrador con el que hablé hace poco, le ha ayudado a entregar libros limpios que se someten a decenas de revisiones previas. Tengo una tía enfermera que trabaja en riesgos laborales y son sus fuerzas ansiosas las que la apoyan para determinar el peligro en una situación.
Durante mucho tiempo mi posición frente a la ansiedad era la de temer, y como resultado de eso, cada vez que me asaltaba quería sacármela del cuerpo. Esto, claro, no es posible. Entonces superé el rechazo y la evasión, aprendí a respirar y la acogí como un huésped digno que a veces hace fiestas con la música fuerte y amigos complicados, pero en el día a día es un inquilino que ayuda a llevar a feliz término las tareas básicas.
Todos tenemos ansiedad, es una respuesta salvaje que nos pone alerta y en defensa ante una situación de peligro. El doctor Muñoz afirma que “si uno mira con cuidado, es lo que un cuerpo haría para prepararse para el combate”. Pero pasa que algunos exageramos cuando no hay peligro evidente y tememos a la nada, a la muñeca detrás de la pared, al tiburón y a la bala. Eso también nos hace atentos, prudentes y veloces. Todos los días agradezco, y no, la ansiedad.
Suscríbase a nuestro boletín
Sin spam, notificaciones solo sobre nuevos productos, actualizaciones.
Dejar un comentario