Blade Runner: cine negro del futuro
El clásico ochentero de Ridley Scott es, sin duda, una pieza magistral de la ciencia ficción. Un cinéfilo se detiene en los personajes y en las ideas del bien y el mal para volver a visitar la película en clave de film noir.
n el cine noir es muy común ver un detective duro sentado en su escritorio con copa en mano mientras el humo de su cigarro es bañado por el halo de luz que se filtra a través de la persiana entreabierta. La luz puede caer en la femme fatale que lo acompaña durante el largometraje o reflejar su brillo en la Colt .45 que ha dejado sobre la mesa. Estos clásicos, nacidos de las novelas de Raymond Chandler y James M. Cain, tienen un aire que comparten con Blade Runner, y con otras películas de cine noir como Double Indemnity o un buen pedazo de la carrera de Humphrey Bogart. Todas son historias ubicadas en ciudades que son foco de vicio e inmoralidad y con un narrador afligido por dilemas morales al mando del relato.
Bajo este lente, el gran Ridley Scott nos presenta en su película de 1982, Blade Runner, la ciudad de Los Ángeles del año 2019. Una ciudad habitada por la podredumbre más baja de la raza humana, abandonada por quienes lograron ubicarse en las colonias fuera del planeta. Este ambiente gris, donde nunca vemos el día y la lluvia no cesa, es el hogar de Deckard, interpretado por Harrison Ford, un policía retirado de la unidad Blade Runner, el equipo responsable de reconocer y “retirar” a los Replicantes, androides con look humano que son ilegales en la tierra. Su misión, después de ser forzado a volver a la acción, es encontrar una banda de seis replicantes asesinos, Nexus-6, que ha llegado a la Tierra y de quienes sospechan tienen intenciones de infiltrarse en Tyrell Corporation, la compañía responsable de su creación.
En el cine noir el bien y el mal van de la mano, al punto de ser indistinguibles, la línea que los divide es tan borrosa que hace fútil la tarea de distinguir bandos. Lo mismo ocurre con los personajes de esta distopía de ciencia ficción. Primero, tenemos a los replicantes: androides que son usados en colonias de planetas inhóspitos para trabajos pesados en ambientes hostiles o para dar placer. Está claro que sus vidas son una tortura, son esclavos y, aunque técnicamente no son humanos, pasan por uno más de nosotros. En el otro extremo está al agente de policía Gaff, quien siempre tiene la vista puesta en cuadrar algún torcido y no pierde oportunidad para referirse de modo despectivo a los replicantes. En la mitad está Deckard, un detective privado (personaje central en el cine noir), que se debate entre jugar con el equipo del orden o reconocer la humanidad de los replicantes. Esta complejidad moral del detective es un elemento clave del género, y que es eje central en Blade Runner.
El detective, tanto en el noir como en Blade, navega entre las leyes y el bajo mundo, solo regido por su propio código mientras líquida replicantes y se enamora de Rachel, una replicante con aire de Mary Astor o Ingrid Bergman. De este modo, el personaje de Deckard puede explorar el ambiguo paisaje moral de la historia, al igual que los detectives privados de los noir clásicos.
Sin embargo, los replicantes tienen un defecto, creado adrede por la Corporación: solo tienen una vida útil de cuatro años y nacen con recuerdos implantados de una infancia que nunca sucedió. Al tener una existencia tan corta, ellos tienen como único objetivo hallar el propósito de su existencia, quieren recuperar la vida que les ha sido arrebatada debido al temor de sus creadores. Estos motivos existenciales entran en fricción con Deckard, quien al principio, cumplía su tarea de perseguir y “retirar” replicantes con altas dosis de cinismo (como en cualquier clásico noir), pero que ahora empieza a cuestionarse.
Deckard considera que solo existe para eliminar a los replicantes peligrosos. Sin embargo, al permanecer en contacto continuo con ellos, y particularmente con Rachel, inicia su arco como personaje. Sus palabras justo después de “retirar” a Zhora, una de las replicantes fugadas, confirman esa nueva forma de mirar el objeto de su trabajo:
El informe decía “Retiro rutinario de un replicante”.
Eso no me hizo sentir mejor al dispararle a una
mujer por la espalda.
En este camino, Deckard se convierte en el único baluarte entre la humanidad y los peligrosos humanos artificiales, a quienes empieza a ver no como imitaciones, sino como formas de vida similares a él. De este modo, Blade Runner empieza a plantear el acertijo de lo que significa ser humano. Y también del valor que cobra la vida, una vez considerada esa diferencia.
Una vez planteadas las preguntas, la frialdad del verbo “retirar”, eufemismo que los absolvía de cualquier fechoría moral, empieza a desnudar su cinismo y absurdo. Decir "matar" sería reconocer a los replicantes como humanos. Estos homicidios fueron lo que afectó al detective Deckard.
Aunque los replicantes no tengan ascendencia, pasado o la expectativa de vida de un humano. Su humanidad yace en las ansias de vivir, de que su existencia no quede en el olvido. El Replicante sufre ante esta posibilidad, recorre sus recuerdos con asombro, tristeza y anhelo. El registro de sus emociones se eleva muy lejos de lo artificial:
He visto cosas… que los humanos ni se imaginan.
Naves de ataque incendiándose cerca del hombro de Orión.
He visto rayos de mar… centelleando cerca de la Puerta de Tannhäuser.
Todos esos momentos se perderán… en el tiempo…
como lágrimas…
...en la lluvia.
Es hora... de morir.
Un momento humano por excelencia: darse cuenta de que las experiencias individuales tienen un gran significado para cada uno, pero pueden tener poco o ningún significado para quienes lo ven desde fuera.
La conciencia es un regalo trágico de la vida. El arco del detective Deckard se cierra al escuchar estas palabras. Un Replicante lo transformó, y así, como en el cine noir, el detective reconoce que en la maldad hay bondad. En este noir del futuro, el detective reconoce que en los no humanos hay más humanidad de la que creía.
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