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Carta de amor a Bob Ross

Carta de amor a Bob Ross

Collages

El pintor Bob Ross parece estar detenido en el tiempo. 28 años después de su muerte continúa expandiendo su legado pictórico. Esta es una carta a un alma que se niega a dejar la tierra.

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Maestro,

Quizás los eruditos del arte rechacen sus técnicas, les parezcan burdas, básicas o mediocres. Pero qué va a saber esa gente sobre talento cuando no alcanza a ver más allá del ego engordado a punta óleos profesionales, pinceles de mangosta y lienzos gigantes. 

Su interés nunca estuvo en ser un referente de la pintura, mucho menos en crear un movimiento artístico —aunque este se hizo medianamente realidad—. Ha sido un milagro que mis sueños artísticos sigan vigentes luego de atravesar la infancia y adolescencia, etapas donde se nos recuerda que quizás no somos tan buenos para aquello que amamos. Personajes como usted permitieron que gente como yo accediera a esa libertad de encapsular a brochazos el esplendor y la gloria misma de la vida en un recuadro de 20 cm x 35 cm. 

Y es que la plenitud que se siente en el pecho al crear no se compara con otra actividad humana: ese instante mágico en el que se es consciente de imaginar y materializar los pensamientos hace sentir la existencia menos finita. Como si se pudiera eternizar el paso propio por el mundo.

Hoy, casi treinta años después de su muerte, déjeme contarle que continúa vivo en cuadros de salas, cuartos y caballetes de aprendices alrededor del mundo. Su afro sigue inmóvil y sus brochas se sacuden en los disolventes de aquellos que reproducen una y otra vez los videos de “The Joy of Painting” en baja calidad. El fenómeno Bob Ross se instaló en la memoria de generaciones que nacieron incluso después de su partida. Para ser sincera, era lo mínimo, pues solo un alma tan noble como la suya pudo pintar un espacio propio para la gente común en el mundo del arte.

Después de usted, algunos han intentado democratizar la experiencia de pintar despertando el asombro que genera crear. Cuando era niña, alguien transformó mi infancia desde una pantalla de TV. En las hojas con rayas de algún cuaderno del año escolar anterior, escribía los materiales y el paso a paso de las manualidades que enseñaba este muchacho en su programa “Art Attack”. Aunque la mayoría de mis resultados eran curiosos, irregulares o “chorotos”, él me recordaba al final de cada episodio que “no tenía que ser una experta para ser una gran artista”.

Me gusta fantasear con que Rui Torres y usted se conocen en algún universo paralelo o plano de los no vivos. Quién sabe, quizás en un momento del espacio tiempo al que no podemos acceder conversan y comparten sus chistes malos —o de papá— sobre juegos de palabras o técnicas de arte. No puedo ocultar que me entristece saber que Rui Torres y usted tuvieron un final solitario, ahogados en el dolor y la pérdida. 

Me aterra solo pensar que quienes amo, o yo misma, podemos correr con ese destino fatal de agonizar e irnos en una espera perpetua. Ser una buena persona no asegura una buena vida, pero sí asegura un buen momento para la existencia de alguien más, ese pedacito tan sensato y terrenal es lo valioso que ofrece actuar desde el amor genuino que usted sostenía. 

Hace unos meses vi un documental sobre su carrera en Netflix, una plataforma donde se pueden ver una infinidad de series y películas al pagar una membresía mensual, algo impensable para sus tiempos. No quisiera ser ave de mal agüero, pero lastimosamente sus miedos se hicieron realidad. La avaricia de quienes no pueden ver más allá del dinero aplastó el legado que su hijo Steve intentó mantener intacto. No lo subestime, lidió con diferentes batallas legales en las que pudo más el poder adquisitivo y la manipulación de las leyes de terceros. 

No obstante, su cara sonriente sigue por todas partes, señor Ross. Lástima que las ventas del merchandising con su imagen solo llena los bolsillos de quienes lo exprimieron hasta sus últimos días. A pesar de la injusticia detrás de la comercialización de su afro, su paleta y su ardilla, se conserva la pureza de sus intenciones. Esa dulzura de su voz con la que a pequeños brochazos enseñó a crear fácilmente una obra de arte. 

Paso gran parte de mi tiempo en debates conmigo misma, pienso en cómo podría mejorar el mundo y mi existencia dentro de él. Quisiera ser como aquellos que admiro y he admirado para lograr un propósito como respuesta al sinsentido que regresa cada tanto. Un habitar sin pretensiones de ser mejor que los demás y llegar a convertirme en un espacio cálido, seguro y tranquilo como el que usted me brindó en mi adolescencia. No sabe cómo valoro su imagen en aquellos videos repletos de consejos para pintar bien, pero principalmente, para vivir mejor.

Gracias, maestro. Gracias por regalarle a tantos la certeza de que pueden hacer algo, aunque sea difícil. De permitirse y permitirnos pintar lagos, montañas, rocas y árboles tan increíbles como los reales. Por enseñarnos que cada día puede suceder algo nuevo en el lienzo. Finalmente, gracias a usted no existen errores, solo “accidentes felices”.

Un abrazo en el tiempo desde el 2023,

Mariana.

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Mariana Martínez Ochoa

Periodista. Escribe artículos y crónicas sobre arte, diseño, cultura y salud mental. Entusiasta de la cultura popular, la tecnología y la ciencia. Le gustan las “matas”, las fuentes claras y el chocolate espeso.

Periodista. Escribe artículos y crónicas sobre arte, diseño, cultura y salud mental. Entusiasta de la cultura popular, la tecnología y la ciencia. Le gustan las “matas”, las fuentes claras y el chocolate espeso.

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