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Científicas colombianas entre las estrellas

Científicas colombianas entre las estrellas

Ilustración

Explorar el universo desde un país con poca tradición científica es difícil, y a veces parece imposible cuando se trata de mujeres. Para avanzar juntas en sus carreras, un grupo de jóvenes científicas crearon CHIA: Colombianas Haciendo Investigación en Astrociencias.

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odas son nerds. Algunas dicen con modestia que no, que en realidad es cuestión de persistencia más que de talento nato. Y aunque una cosa no quita la otra, más bien se complementan. Por ejemplo, Andrea Guzmán Mesa. Recién había cumplido 15 años y su plan de fin de semana era ir a Maloka con una amiga. En la taquilla del museo se dieron cuenta de que no les alcanzaba la plata para la entrada, entonces se fueron al centro comercial del frente y se desachantaron comiendo helado mientras miraban cosas que no podían comprar. En un mostrador de revistas, se encontró con un artículo de portada sobre Adriana Ocampo, la mítica geóloga planetaria colombiana que dirige el programa de ciencia de la NASA. La fascinación que le produjo su historia fue tal que Andrea todavía recuerda la frase que le dijo a su amiga: “¡Uff, parce, qué chimba ser como esta señora!”.

Lo dijo en serio. Tan en serio, que cuando llegó a su casa empezó a rastrear todo tipo de información sobre la doctora Ocampo y en esa intensa tarea de stalkeo encontró la que parecía ser su dirección de correo electrónico. Andrea le escribió un mensaje en el que le explicaba quién era ella: una estudiante de bachillerato del INEM en la localidad de Kennedy, Bogotá, que quería saber cómo podía llegar a ser como ella. Clic en enviar, como quien tira una botella al mar. Al día siguiente, Andrea encontró la plegaria atendida por parte de la mismísima doctora Ocampo enviada pocas horas después de recibir el correo, a la madrugada, con una respuesta que tenía varios enlaces que le serían útiles y una palabra clave: persistencia.

Hoy, doce años después, a los 27, Andrea va por la mitad de su doctorado en Astrofísica en la Universidad de Berna, donde investiga las atmósferas de exoplanetas, es decir, planetas que están por fuera del sistema solar –algunos muy parecidos a Neptuno– para encontrar lo que los astrónomos llaman ‘biomarcadores’, o sea, gases asociados a la existencia de vida. ¿Para qué? Para ver si no estamos solos en el universo o, en el peor de los casos, encontrar soluciones a fenómenos que puedan presentarse en nuestro planeta, como cuando los científicos –las científicas– descubrieron y explicaron qué es el efecto invernadero observando a Venus, muchos años antes de que se presentara en la Tierra.

Después de cruzar los límites del sistema solar, Andrea sabe que si ha llegado a lugares tan remotos de las galaxias, en gran parte se debe a  aquel correo electrónico que llegó como un salvavidas por parte de la mujer que se convertiría en su mentora. Porque si algo ha confirmado después de tanto estudiar, es que para llegar a algún lado en la ciencia hay que persistir, sobre todo si se es científica. Mujer, científica y colombiana.

“Los datos dicen que, en los niveles de pregrado, muchas más mujeres que hombres se titulan en las áreas de Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas (STEM). Sin embargo, el número de mujeres empieza a decrecer significativamente a medida que se avanza en la carrera científica. Las diferencias se empiezan a notar cuando avanzamos en los estudios de posgrado (maestría y doctorado) y aún más en posiciones postdoctorales y/o titulares. A ese fenómeno se le conoce como la “Tubería que gotea” (Leaky pipeline)”, explica Andrea.

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Es un hecho comprobado. Las razones que lo causan son muchas y variables: una cultura académica androcéntrica, la pausa a la que casi siempre conlleva la maternidad, diferencias en términos de remuneración y promoción… Pero, al parecer, se trata sobre todo de una discriminación de género basada en sesgos y estereotipos que sitúan al hombre en mejor posición que las mujeres con respecto a las cualidades necesarias para hacer ciencia. Si cabe duda de eso, un reciente ejercicio de la NASA –sí, de la NASA– lo puso en evidencia hace un par de años.

En 2018, de las 489 solicitudes que recibieron para usar el telescopio Hubble con fines investigativos, 138 eran lideradas por mujeres y 351 por hombres. De ese total solo fueron aprobadas 40 propuestas: 12 de mujeres y 28 de hombres. Comparadas con las cifras iniciales, las científicas lograron clasificar un porcentaje levemente mayor de investigaciones (8,7%) que el de los hombres (8%). El año anterior las proporciones de los porcentajes habían sido muy diferentes: 13% mujeres, 24% hombres. El comité de aprobación dedujo que el cambio repentino de un año al otro se debía a una sencilla razón: habían decidido que para 2018 las solicitudes se hicieran de manera anónima.

Si eso pasa en las grandes ligas de la astronomía, en periferias de la materia como Colombia ni hablar. Para ese mismo año, según cifras de Colciencias, de los 13.001 investigadores que había en el país, solo 4682 (37%) eran mujeres. A su vez, de ese total solo 396 se dedicaban a las ciencias físicas, y de ellos solo 56 eran mujeres. En la vida mundana, Andrea lo notaba en las facultades de Física donde todos los profesores o investigadores eran hombres o cuando en los escasos paneles, conversatorios o entrevistas a expertos en medios de comunicación los invitados a hablar siempre eran hombres. “Yo pensaba: ¿en serio estamos tan solas las astrónomas? ¿Somos tan pocas? No puede ser…”, recuerda.

Fue entonces, en diciembre de 2018, cuando contactó a Eliana Amazo, Lauren Flor y Valentina Abril Melgarejo, todas colombianas, fuera del país, menores de 30, cursando doctorados en Astrofísica. Decidieron hacer algo al respecto: juntar a todas las suyas donde estuvieran. La idea era crear un espacio en redes sociales en el que pudieran conectarse, saber las unas de las otras, divulgar sus conocimientos e investigaciones, compartir información sobre convocatorias de trabajos y becas. En  resumen, para apoyarse entre colombianas y hacerse un espacio en un país donde rara vez las llamaban para hablar o hacer lo que saben: ciencia. Así nació una unión que no pudieron nombrar mejor. CHIA: Colombianas Haciendo Investigación en Astrociencias. CHIA, como la diosa luna de los muiscas. Hoy suman una base de datos con más de 60 científicas. Ya saben que no están solas.

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“Creo que no es lo mismo ser científica que científico en Colombia porque todo se basa en un sesgo de nuestra cultura que le dice a las niñas de alguna manera que ellas no son tan buenas para cosas ‘tan difíciles’ como la física o las matemáticas, y en un país donde, de base, el apoyo a la ciencia es muy escaso”, analiza Valentina desde Francia, donde acaba de sustentar su tesis de doctorado en la Aix-Marseille Université. Su tesis: una teoría en la que plantea cómo evolucionan y crecen las galaxias, estudiando el universo desde la mitad de su edad, es decir, unos 7 mil millones de años.

Cuando lo explica, Valentina habla con términos que, entre todos los tecnicismos que menciona, suenan más a fragmentos de sonetos que a enredos matemáticos: acreción de gases, nacimiento de estrellas, cataclismo sideral y halos de materia oscura que ha estudiado por horas y horas en una especie de arqueología sobre la edad del cielo. ¿Y para qué sirve eso? Para encontrar respuestas sobre el origen de nuestro sistema solar y nuestra propia especie. Por eso, los científicos –las científicas– han descubierto cosas tan alucinantes, como que el hierro que compone nuestra sangre se originó hace millones de años tras la explosión con la que murió una estrella. En otras palabras, sí: que somos polvo de estrellas.

Para llegar a dominar ese nivel de conocimientos –en español, inglés y francés, además– Valentina ha estudiado prácticamente toda la vida. Supo que lo suyo era el universo a los seis años cuando vio por primera vez un eclipse total de luna en el parque del barrio Villas de Granada, en la localidad de Engativá, Bogotá. Desde entonces no dejó de hacer preguntas sobre aquella luna roja y luego sobre todo tipo de fenómenos del firmamento, y cuando sus padres ya no tenían respuestas a la mano, la metieron a un club de ciencias para niños en Maloka. A los 13, en un campamento en Boyacá, durante su primera lluvia de estrellas fugaces, vio junto a su madre cómo un meteorito se deshacía lentamente en un incendio de luz verde al entrar en la atmósfera terrestre que iluminó el cielo nocturno hasta culminar con un destello que la convenció de que debía resolver, en serio, todas esas preguntas que le surgían cuando miraba la noche.

Fue por eso que cuando conoció al esposo de una de sus tías, que era alemán y astrónomo, no dudó en preguntarle cómo hacía para ser astrónoma y él le dijo “persistencia” pero con otras recomendaciones: estudiar mucho inglés, porque es el idioma de las ciencias, estudiar mucha física y muchas matemáticas. Pero muy en serio. No fue raro entonces que, cuando cumplió 15, de regalo prefirió cambiar la fiesta por un telescopio. Bueno, y también porque la celebración con vestido esponjado y cambio de zapatilla le parecía una ridiculez, dice.

En octubre de 2020, después de 15 años de un maratónico circuito de estudios profesionales, Valentina dio por culminados sus días de estudiante con una sustentación de tesis que fue aplaudida por los pares evaluadores y fue reseñada por la revista Forbes, donde también apareció la investigación de Andrea y, por supuesto, la iniciativa que crearon: CHIA. Y después de semejante viaje intergaláctico por el espacio-tiempo, lo que sigue ahora es encontrar un lugar, ya sea en la academia o en la industria, en el que pueda seguir ejerciendo como lo que es: una de las colombianas más tesas en astrofísica. Y ese lugar, difícilmente, se puede encontrar en Colombia. Sin embargo, no le cabe duda de que si llegase a encontrarlo, tal vez en gran parte podría ser gracias a CHIA. O si no, todas las Chías –así se autodenominan–, que hoy son más de 150 y que tienen más de 4 mil seguidores en Facebook y más de mil en Twitter, seguramente se verían beneficiadas porque una de las suyas alcanzó algo. Un lugar.

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“La idea de CHIA es visibilizar ese trabajo de colombianas que por lo general no están en el país y realizan investigaciones en astronomía, en ciencias del espacio… que las niñas sepan que pueden dedicarse a esto, pero también que sepan cómo pueden llegar a hacerlo porque también en la astronomía estamos dando una lucha de equidad de género, para obtener esa presencia femenina en los espacios de astronomía, al tiempo que hacemos lo que se debe hacer: ciencia de calidad”, explica Lauren Flor, caleña, 30 años, física de la Univalle, doctorada en astrofísica de la Universidad de Guanajuato.

Lauren regresó al país hace un año, después de pasar cuatro en México pegada día a día peleando con el computador, calculando ondas de luz de estrellas lejanas, entre taza y taza de café, conviviendo con su perra, con otros amigos astrónomos con los que hablaba de cosas del espacio que solo ellos entendían, visitando una y otra vez un telescopio llamado ‘Tigre’ con el que hizo horas y horas de estudio sobre un tema del que ella parece ser una de las pocas expertas en el universo conocido: la vida de las estrellas huéspedes de exoplanetas. O sea, estudió la formación y composición de los soles de otros sistemas solares para saber qué tipo de relación podrían tener con los planetas que los orbitan. Su largo viaje espacial la ha llevado de vuelta a Cali, donde todo empezó, donde está a la espera de un espacio en el que pueda hacer lo que sabe: ciencia dura y pura.

Pero Lauren no es de las personas que se quedan quietas, esperando. Así ha sido desde niña. Cuando salía de viaje por carretera con la familia, su pasatiempo en las largas horas de desplazamiento era resolver problemas matemáticos que le ponía uno de sus tíos. Como no podría ser de otra manera, los números terminaron siendo lo suyo, números complejos, claro, y recuerda en especial que se pasó unas vacaciones enteras resolviendo los problemas del álgebra de Baldor solo por desparche. Sin embargo, esa destreza en las matemáticas parecía que no se le daba tan bien en la Física, por eso su profesora de la materia en el colegio le dijo un día que tal vez esa ciencia no era lo suyo. Solo por desquitarse del comentario y demostrarle lo contrario se retó a sí misma a hacerse una experta y el capricho terminó en un amor por la Física que la llevó a estudiar eso en la Universidad. Entonces fue cuestión de tiempo que vinieran a ella el universo y sus estrellas.

Algo parecido vive ahora. “No podemos ser lo que no vemos”, dice Lauren como enunciando una ley matemática. Con eso quiere decir que ni ella, ni otras colegas, ni otras jóvenes o niñas que quieran ser como ellas podrán obtener el espacio que necesitan en Colombia si no se lo abren por sí mismas. Por eso, gran parte de su tiempo lo dedica a CHIA y también a un proyecto personal de difusión de ciencias y astronomía en el Valle del Cauca conocido como ‘La Lulada Astronómica’ que también se puede encontrar en redes sociales. Es su forma de persistir ahora. ¿Para qué y después de tanto estudiar y persistir? Esa respuesta es sencilla: para obtener los resultados que hoy ostentan las chías y que hace dos años parecían imposibles.

Para dar, por primera vez, conferencias sobre el universo en el Planetario de Bogotá. Para ser llamadas por primera vez a hablar sobre ciencia en un medio de comunicación nacional como en la sección Ciencia Viral de El Tiempo. Para hacerse un espacio en Campus Party con un panel sobre la mujer en la Astronomía. Para que por primera vez un colectivo de colombianas fuera llamado a ser parte de la Semana Mundial del Espacio y de la celebración del Día Mundial del Asteroide. Para atender las decenas de solicitudes que llegan cada semana de profesores de universidades y colegios que las invitan a charlas con sus estudiantes. Para encontrarse correos y mensajes de niñas de los lugares más remotos de Colombia que les piden consejos o les dan las gracias por estar. Para que los niños y jóvenes que hoy son nerds como ellas lo fueron alguna vez sepan que se puede y que el camino es persistir. En fin… Para que cada día las colombianas que se sienten llamadas por el espacio exterior estén menos solas en su exploración del vasto universo.

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OCHO CIENTÍFICAS QUE TODOS DEBERÍAMOS GOOGLEAR

  1. Hipatia de Alejandría
    Matemática, filósofa y astrónoma de la Antigüedad, es una de las primeras mujeres en incursionar en las Astrociencias de la que se tiene registro histórico. Entre su enorme legado, rediseñó los astrolabios e inventó un densímetro.
  2. Vera Rubin
    Astrónoma estadounidense, fue pionera en la medición de la rotación de las estrellas y es la descubridora de la materia oscura estudiando la dinámica de galaxias en el universo local.
  3. Rosalind Franklin
    Química inglesa, realizó aportes imprescindibles sobre el estudio del carbón y los virus. Sin embargo, su mayor logro fue descubridora la estructura del ADN y realizar las primeras imágenes de la doble hélice de esa molécula.
  4. Marie Skłodowska-Curie
    Química polaca, descubridora de dos elementos químicos –el polonio y el radio-, fue la primera persona en hacer estudios sobre la radioactividad (término que ella inventó). Fue la primera mujer en ganar un premio Nobel y es la única que lo ha recibido en dos categorías diferentes.
  5. Hedy Lamarr
    Actriz y estrella de cine de Hollywood, fue además una inventora prolífica. Entre su legado científico está un sistema de guía por radio que desarrolló durante la Segunda Guerra Mundial para los aliados y que hoy conocemos como internet inalámbrico o WiFi. Así como lo lee.
  6. Julieta Fierro
    Física y astrónoma mexicana, investigadora legendaria de la UNAM y gran divulgadora de la Astronomía en Latinoamérica. Su serie de televisión Más allá de las estrellas es algo que todos deberíamos ver.
  7. Adriana Ocampo
    Geóloga planetaria colombiana, es directora del programa de ciencia de la NASA. Descubridora de la Cadena del Cráter Aurounga. Entre sus trabajos en misiones espaciales está el de la sonda Juno (la primera en ser enviada a Júpiter) y la New Horizons enviada a Plutón.
  8. Diana Trujillo
    Ingeniera aeroespacial caleña, es líder de la misión Curiosity de la NASA a Marte. Es la inventora del brazo robótico del rover Perseverance que busca evidencias de vida en ese planeta.
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Adrián Atehortúa

Periodista

"Adrián Atehortúa. Periodista. Lee. Escribe como puede"

Periodista

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