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Clásicos del terror a la colombiana

Clásicos del terror a la colombiana

Ilustración

Un Pennywise costeño y Norman Bates abriendo un glamping en El Tequendama, así son estas versiones muy a la colombiana de tres clásicos del terror.

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Las películas de terror se han convertido en un referente que inspira a las obras audiovisuales de otros géneros y a los disfraces de Halloween. Odiadas por algunos, pero amadas por otros, aquí, tres clásicos del terror reinventados: It, Psicosis y El Orfanato. Con notables diferencias entre sí pero con un objetivo en común: hacer que las crispetas y su corazón salten en el aire con un estruendo y uno que otro grito. Esta es la versión colombiana en Ponedera, Titiribí y Bogotá.

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IT

Uno de los disfraces más comunes en Halloween es Pennywise, el payaso diabólico de la película It. La cual se ambientan en los ochentas, con un grupo de niños que se unen para apoyarse contra los abusadores de su colegio. Tras la desaparición del hermano de un miembro del grupo, todo cambia. Una entidad que reaparece cada 27 años se esconde en las alcantarillas y devora a niños. El grupo de marginados planea acabar con esta entidad diabólica a la cual llaman “eso”.

La vaina

Diez años lleva desaparecido Jorgito Hernando, el menor de los Mosquera. La vieja Ramírez -quien dicen tiene locura senil- fue la última en verlo. Debido a su poca cordura nadie creyó su versión de la desaparición del menor. Según la vieja Ramírez, vio a Jorgito desde su ventana, el niño corría en chanclas hacia el kiosco de Don Conrado, ubicado en las afueras de Ponedera. El menor compró una gaseosa, media libra de salchichón y un Chupi Plum. Luego de recibir la devuelta, procedió a desenvolver su chupeta. Una vez el niño metió el brazo en la caneca de basura con forma de payaso para deshacerse de la envoltura, la manito le fue arrancada de un mordisco. La vieja Ramirez dice que lo vio gritar pero no se escuchó nada, como si estuviera en mute. Luego, fue arrastrado en su totalidad hacia el contenedor. Don Conrado negó este testimonio.

Hace dos meses, en una de las pocas -e inusuales- lluvias, volvió a atacar “Mondawise” o “La Vaina”, como apodaron al terrorífico personaje de la vieja Ramirez. El suceso ocurrió en medio de un aguacero que arrastró todo el tierrero de Ponedera hasta volverlo pantano. Pero si en medio del calor y el tierrero seco no hay nada en Ponedera, en un aguacero no hay una mondá. 

Curiosamente le ocurrió al hermano mayor de Jorgito, William Diomedes Mosquera. Los pelaos y William estaban jinchos cuando les ocurrió la tragedia, por lo que sus relatos no se sabe a ciencia cierta si fueron efecto de la borrachera o un fenómeno sobrenatural. Era el partido del Junior contra Unión Magdalena, se protegían de la lluvia bajo el techo del kiosco de don Conrado mientras escuchaban la narración del partido. Apachurrados y mamando ron, la señal de la emisora comenzó a perderse, y un estruendo les sacó el alma del cuerpo: “el Mondawise nos saltó encima y ajá eso se tranformó’ en una vaina loca compadrito, no sabíamo’ pa’ dónde verga agarrar en ese cule aguacero que ni nos dejaba ver”. 

Dicen que cada pelao vivió su peor pesadilla esa noche; uno vió pasar todas sus mañanas en loop desayunando changua rola, otro viajó en el espacio tiempo a un festival del Binomio de Oro guarachero, pero peor aún fue el susto de William Diomedes, quien estuvo a oscuras por un tiempo incalculable, pues en su realidad alterna Electricaribe se había convertido en el monopolio eléctrico de Colombia. Luego del suceso, la comunidad de Ponedera se quedó sin el único kiosco que había.

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Psicosis 

Una de las obras audiovisuales magnas de Alfred Hitchcock, basada en la novela de Robert Bloch nos ha brindado una de las escenas más recreadas en la historia del cine, el asesinato de Marion Crane en la ducha. Esta nos narra la historia de Norman Bates, un hombre que se disfraza de su madre para asesinar a los huéspedes de su hotel. La trama comienza con Marion, una mujer que hurta un dinero y se hospeda en el hotel de Norman, descubriendo que tiene una inclinación por la taxidermia y está afectado por la relación con su madre, luego, este la asesina.

Loquera

Las malas lenguas dicen que Marionela Castro había llegado al glamping Bates. La secretaria huyó de la capital con la millonaria transferencia de un reconocido empresario, el cual había confiado el dinero al banco donde trabajaba la mujer. Y ella, ni muy corta ni perezosa se fue directamente a la terminal de transportes de Salitre. El camino no estuvo a su favor, pues el bus tuvo que frenar su trayectoria tras encontrarse con un derrumbe cerca a Soacha.

El único lugar cercano donde podía hospedarse en medio de la lluvia era el glamping Bates, el proyecto turístico construido a unos metros del imponente salto del Tequendama y al lado del hotel con el mismo nombre. Los precios de este glamping -y el de todos en realidad-  era muy elevado, por lo que pocas personas se habían hospedado en el lugar. Pero este no fue un inconveniente para Marianela. Al llegar, la atendió un hombre alto, de cabello oscuro y mirada inquietante. Según la policía, Norman Emilio Bates, era hijo de Carmenza de Bates, viuda y propietaria del antiguo hotel El Refugio del Salto, renombrado Casa Museo Salto de Tequendama Biodiversidad y Cultura.

La señora Bates desapareció en los 90, dejando su fortuna y la de su fallecido esposo a hijo. Lo extraño es que Norman Emilio poco o nada había indagado sobre el paradero de su madre. La fiscalía y la policía llegaron al glamping unas semanas después de la fuga de Marionela, pues el reconocido empresario habría desplegado todo el protocolo de búsqueda gracias a sus influencia$. 

Lo que encontraron al indagar la cabaña administrativa de Norman Emilio fue uno de los hallazgos más siniestros en la historia de la criminalística colombiana: un sofá forrado con las pieles de sus huéspedes. 

Norman Emilio fue asesinado en la cárcel La Modelo en 2014, dos años después de su sentencia. Al día de hoy, su deceso sigue siendo un enigma, pues se desconoce al autor material e intelectual del crimen. Cuando lo encontraron en su celda estaba en posición de estrella con los ojos fuera de sus órbitas.

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El orfanato

Esta película española francesa es recordada por muchos millenials, pues el rostro tapado de Tomás no se olvida. En esta, se narra la historia de Laura, una mujer que pierde a su hijo en el orfanato donde creció, pues junto a su esposo compran la propiedad para volverla su casa. Al parecer el lugar está maldito, vemos entonces como la protagonista cae en la obsesión de encontrar a su hijo, llevándola a traer los espíritus de los niños muertos en la casa al plano terrenal. 

El internado

Por allá en los 90s el país nadaba entre la coca y la sangre, el caos ya era un paisaje nombrado en cada noticiero. Y es que si tenían olvidada la seguridad de los citadinos, más llevada del putas estaba la de los campesinos. Luego de pasar por más filtros que Instagram para lograr un puesto en el Magisterio, Clara Elid Gómez había sido contratada para ser maestra y directora de un colegio en Titiribí, un pueblito ubicado en el suroeste antioqueño.

Clara Elid provenía de una familia vallecaucana de clase media, llevaba una vida tranquila y común, arraigada a lo que se esperaba de ella. Todo cambió con su divorcio, luego de varios abortos espontáneos y una relación sin comunicación, se derrumbó su tan planeado proyecto de vida: ser madre, docente y esposa, justo en ese orden de prioridades. La oportunidad de ser una docente en el campo le cayó como anillo - uno nuevo- al dedo. Con la esperanza renovada, dejó todo atrás para comenzar desde cero en un pueblo donde nadie la conocía. Su residencia sería en una pequeña cabaña al lado del colegio El Orfanato, en la inmensidad de los montes antioqueños.

Al llegar al pueblo, recorrió el parque principal y se acercó a una tienda de abarrotes para comprar el mercado de la semana. Aunque intentaba ser sociable con los pueblerinos,estos le respondían con tres piedras en la mano o la ignoraban directamente. Dudó entonces de la tal amabilidad casi lambona que caracterizaba a los pueblos paisas. No le dio mucha importancia al asunto, pues aunque era extraño pensó que se debía a la desazón e inseguridad que rodeaba las zonas rurales del país como consecuencia del conflicto armado y el abandono estatal.

El colegio El Orfanato se encontraba en la vereda Puerto Escondido, a unos nueve kilómetros del pueblo. Antes, fue un internado abandonado tras una inundación que dejó varias víctimas, la mayoría menores de edad. Fue renombrado así en memoria a los niños que habitaron el lugar. La primera semana de clases fue tranquila, sus siete estudiantes parecían niños comunes, hasta que comenzaron a llenarse los pupitres con nuevos estudiantes. Esta situación no alarmó a Clara Elid, al contrario, la llenó de alegría saber que cada vez se acercaban más niños a la institución. Un miércoles por la tarde, al final de la jornada un niño se quedó parado en la entrada del colegio, su rostro estaba cubierto con un costal. Clara Elid pensó que era una broma y lo llamó, el niño no respondió y huyó corriendo.

Al día siguiente, en el descanso volvió a ver pequeño del costal, todos los demás niños jugaban con él. Cuando Clara Elid se acercó para retirarle hablar con él, todos los niños se abalanzaron hacia ella, quien comenzó a gritar desesperada. Un campesino que pasaba por el sector, la vio revolcándose en el patio del colegio y gritando que la soltaran. Cuando le preguntó qué le ocurría, notó que estaba sola. Nadie más podía ver a los niños, solo ella. 

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Mariana Martínez Ochoa

Periodista. Escribe artículos y crónicas sobre arte, diseño, cultura y salud mental. Entusiasta de la cultura popular, la tecnología y la ciencia. Le gustan las “matas”, las fuentes claras y el chocolate espeso.

Periodista. Escribe artículos y crónicas sobre arte, diseño, cultura y salud mental. Entusiasta de la cultura popular, la tecnología y la ciencia. Le gustan las “matas”, las fuentes claras y el chocolate espeso.

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