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Reencuentro con la piel

Reencuentro con la piel

Ilustración

Es una frontera, una armadura, un órgano extenso, un terreno para el abrazo y la caricia. Después de largos meses de aislamiento y tras un cambio global en la forma de establecer contacto físico, en este momento la piel parece querer hablarnos sobre sí misma.

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(...) se olvidó del peligro, agradeciendo que el mundo marque divisiones, para que podamos superarlas sintiendo la dicha de acercarnos al otro más y más (...). De pronto notó que estaba temblando violentamente.

Nicole Krauss

Tacto 1

Tumbada boca arriba sobre sábanas repletas de calor me imagino con la piel escamosa. Soy reptil. En mi mente, los dedos de las manos están unidos por una membrana delgada y translúcida y justo en los nudillos comienza una cubierta de escamas del color del bosque que me recubre todo el cuerpo a excepción de los párpados. Me pensé pez, cocodrilo y alcachofa cuando supe que los motivos para que la piel humana descame son varios. Es posible que se agriete y se vaya cayendo por pedazos y que en esa pérdida se extinga también la suavidad, la tersura.

Hasta entonces no había pensado en la piel cambiando. Además de mi rostro impactado por un acné tímido pero constante y el hecho de estirarse porque solo así se crece, mi piel ha permanecido, a mi percepción descuidada, inmutable. Tengo cierta suavidad que le debo a los genes de mi madre que me han permitido no prestarle demasiada atención, o por lo menos no una extensiva. La piel en sí misma está resuelta, sana. Sin embargo, a veces algo le hace falta.

La piel humana es una armadura, traza una línea clara aunque flexible entre las bacterias y nosotros, las sustancias nocivas y nosotros, las temperaturas que no podemos soportar y nosotros. El límite que debe sobrevenir al pensamiento cuando hablamos del mundo exterior y el mundo interior, es la piel. Ella es, también, la guía de exploración. Solo con ella, órgano extenso, podemos percibir lo rugoso, qué tan duro es lo duro, si algo quema. Ningún otro órgano nos da sensaciones tan heterogéneas.

Entre la epidermis, la dermis y el tejido subcutáneo, que son las diferentes capas de este órgano prolongado, habitan otros: especies de organismos diminutos y vivos. Un ecosistema de hongos, virus, parásitos y bacterias nos defienden de invasores y de su equilibrio depende nuestro bienestar. En el vistazo de nuestro cuerpo desde afuera, en esa imagen que damos, no hay uno solo.

Sin embargo, ese contacto imperceptible es insuficiente para una piel entera. Dicen, quienes han puesto al cuerpo humano a prueba, que el abrazo y la caricia se imponen entre las enfermedades, el estrés, la pena, el miedo, y el frágil sistema que habitamos.

Cuando me pasan unos brazos alrededor del cuello, cuando otro me rodea el cuerpo, cuando me acurruco, cuando me aprietan, cuando eso pasa, algo adentro cesa. El abrazo y la caricia me hacen sentir mansa. “Nada extravagante está por suceder pero siento el cerebro enfocado como una máquina dulce, indolora. ¿Cómo se llama? Esto. Que no es amor ni placidez, pero que es amor y placidez. Esta cosa viva, viva, viva, que se me resbala del corazón como un agua. Este optimismo tranquilo. Esta ausencia de desazón”, escribió Leila Guerriero.

La búsqueda por el tacto, antes que erótica o emocional, es biológica. Pasar nueve meses rodeados de ese líquido caliente que sostiene el cuerpo en crecimiento dentro del vientre materno tan solo es la antesala. La doctora en neurociencias Helena Walsing cuenta que ese contacto temprano que necesitamos cuando somos bebés, nos ayudará a combatir el estrés, a funcionar socialmente, a desarrollarnos con normalidad e incluso a sobrevivir;  a partir de ahí requerimos de otras pieles nos recorran. Aunque reconoce que es en el cerebro donde se albergan las respuestas emocionales al tacto, sabe que no empiezan allí. “Estos aspectos emocionales del contacto están siendo transmitidos por nervios especiales que llamamos aferentes CT (...) estos nervios son más sensibles a tres estímulos: los toques suaves, el movimiento lento y la temperatura promedio del cuerpo humano (30º). Si juntas esas tres cosas vas a tener el equivalente a la caricia humana”.

Tacto 1

Entonces es tal vez por eso que cuando es un cuerpo entero el que se aproxima a esta piel que me empaqueta, el habitar incómodo concluye y dejo que sea otra creencia la que me rija: que allí en ese encuentro masivo de piel soy solo suave y no hace falta –a mí no– nada.

Las crías de bonobos, un tipo de primate, suelen abrazarse cuando duermen e incluso cuando caminan, según la primatóloga Zanna Clay; lo hacen buscando tranquilidad y protección y sobre todo con las crías huérfanas. Cuando los caballos se acicalan, que lo hacen mordiéndose la piel vellosa para eliminar parásitos, su frecuencia cardiaca desacelera: algo parecido a la tranquilidad humana. Acariciar la base de la cola, el pecho y la parte posterior de las orejas de los perros pueden generarles placer. Soy también chimpancé grácil, caballo, perra.

Cuando empezaron las cuarentenas y quedé confinada en el apartamento donde vivía sola, aparecieron una lista de miedos nóveles que sin la amenaza del virus tal vez no hubiesen nacido. El 20 de abril de 2020, semanas después del inicio del confinamiento en Colombia, escribí algo parecido a esto:

No sé aún por cuánto tiempo, pero va a ser así: la única manera de reconocerme, de recordar mis texturas, será con mi propio cuerpo. Solo mi piel podrá tantear cómo se ensancha mi abdomen y solo mis manos podrán agarrarse entre ellas. Mis ojos serán los únicos que verán, contra todo pronóstico, cómo se empalidece más mi piel. No habrá tacto ajeno al mío, ni otra mirada. Tampoco sentiré la sorpresa de una caricia que viene sin alertas, pues todas las caricias vendrán de mí. Eso sí, las propiciaré con juicio para que mi cuerpo no se desacostumbre al abrazo y cuando te vuelva a ver, los vuelva a ver, las vuelva a ver, encuentre familiar cada gesto de ternura.

El miedo era el de desacostumbrarme a ser una persona blanda y sensible al tacto. Que cuando me tocaran ya no sintiera esa especie de llenura, esa saciedad limpia y sin empalago. Cuando estoy sola por mucho tiempo veo la piel que tengo escamada, rugosa. Pienso que la lejanía con otros cuerpos me va a estriar, como si las caricias y los abrazos no fueran gestos, sino lijas humectadas que me van raspando y evitan que la piel descame por desuso.

Pero no pasó, no dejé de tener esa sed suave que cada tanto y ante el encuentro, solo se sacia cuando aparece el abrazo. Tampoco se adelgazó mi piel. Cuando pudimos salir y volvimos a estar cerca, ya el contacto era otro. No éramos los mismos cuerpos pues ya no vivíamos bajo los mismos códigos del tacto. El alcohol o los geles sanitizantes siempre se interponían entre una piel y otra, había –hay– que pedir permiso para el abrazo y una asepsia nueva contribuyó a disminuir las caricias y los contactos ocasionales. Pareciera que el contacto se limitó a lo conocido, a lo familiar, a lo demasiado próximo.

No sé si es posible que la piel descame ante la ausencia de otras que la reclamen. No sé si las grietas pueden aparecer como índices silenciosos que dicen: acá no han tocado lo suficiente, pero sí sé que el único cambio concebible es el que viene por el uso. Esta piel que cargo y que me incluye será impactada hasta que se endurezca tanto por la acumulación de roce o hasta que por lo mismo se vuelva tan fina que acabe por desaparecer. Lo que pase primero.

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Andrea Yepes Cuartas

Periodista. Ha trabajado escribiendo y creando contenidos sobre diseño, ciencia y diferentes formas del arte para El Tiempo, Bacánika, BOCAS, Lecturas y Habitar, entre otras publicaciones. Creó la revista Mamba sobre diseño, un podcast llamado Objituario sobre objetos perdidos pero no olvidados y una marca de libretas, NEA Papel. Le interesan el alemán y el inglés, los libros sobre los que hay que volver, y poner el diseño y la ciencia en entornos periodísticos y museográficos

Periodista. Ha trabajado escribiendo y creando contenidos sobre diseño, ciencia y diferentes formas del arte para El Tiempo, Bacánika, BOCAS, Lecturas y Habitar, entre otras publicaciones. Creó la revista Mamba sobre diseño, un podcast llamado Objituario sobre objetos perdidos pero no olvidados y una marca de libretas, NEA Papel. Le interesan el alemán y el inglés, los libros sobre los que hay que volver, y poner el diseño y la ciencia en entornos periodísticos y museográficos

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