El primer perro
¿Qué tanto cambia la vida de un niño cuando una mascota llega a la casa? Esta es una reflexión sobre la inevitable vejez.
Un día, un cachorro llega a la casa. Es tan pequeño que cabe en una caja de zapatos y tan bonito que parece de peluche. Usted, que también es pequeño, está feliz. Siempre había soñado con una mascota y por fin se la dieron. Sus papás le explican que con el perro vienen responsabilidades; hay que sacarlo de paseo, alimentarlo, educarlo y llevarlo al veterinario. Usted promete que lo va a cuidar y así empieza la primera historia realmente emocionante de su vida.
Le pone un nombre corto, sonoro y muy original, porque la idea no es pararse en el parque a gritar “¡Lucas, ven acá!” y que lleguen cinco perros, un gato y tres niños. También le asigna un lugar en la casa y le compra cosas: un plato para el agua y otro para la comida, un collar, un cepillo, una cama que nunca va a usar y muchos juguetes: huesos, pelotas de caucho y un león de trapo, entre otros.
El sábado, el domingo y el lunes lo consiente mucho porque es un bebé y usted sabe que extraña a la mamá. Pero el martes empieza a educarlo porque tampoco quiere meterse en problemas. Como es su primer perro, no es una sorpresa que algunas lecciones le salgan mejor que otras. Logra que no muerda zapatos ni muebles pero no tiene el mismo éxito enseñándole a saludar a los invitados sin tumbarlos. Consigue que no se orine dentro de la casa, pero no puede evitar que ladre como loco cada vez que huele a los gatos del vecino. Le enseña a sentarse y a dar la mano cuando se lo piden, pero con el juego de traer una pelota y entregársela a alguien el fracaso es rotundo.
Usted crece y el perro también. Él se hace mayor más rápido pero al principio nadie se da cuenta porque usted se gradúa del colegio, aprende a cocinar, estudia una carrera, se enamora, viaja y empieza a trabajar, mientras que él solo come, duerme, juega y ladra. Lo único es que ya no cabe en la caja de zapatos y cuando se sube a las camas ocupa la mitad del espacio. Aun así, usted lo deja dormir en la suya porque le gusta oírlo respirar y saber que está cerquita. Lo lleva de paseo en el carro y baja el vidrio para que pueda asomarse por la ventana. El perro nunca se lo ha dicho pero usted sabe que le fascina sentir el viento en el hocico.
Hace cosas asombrosas, tan raras que cuando usted se las cuenta a amigos que no tienen perros ellos creen que está diciendo mentiras. Por ejemplo: usted le sirve comida al atardecer y él no prueba bocado; por la noche, cuando su familia y usted se sientan a la mesa, él va hasta donde está su plato y se llena la boca de concentrado; lo almacena en los cachetes, como un castor, y camina al comedor. Se sienta a sus pies, escupe la comida que ha traído y empieza a comer. Lo hace tantas veces seguidas que en su casa aprenden a no preocuparse cuando le llenan el plato y él no se inmuta. Ya saben que le gusta comer en familia.
Un día, usted se fija en el empaque del Pedigree Adultos que siempre ha comprado. Nunca había leído el letrero que dice: “para perros entre uno y siete años”. Su perro necesita Pedigree Senior desde hace mucho tiempo y a nadie se le había pasado por la cabeza, aunque él ya no se sube a las camas ni al sofá y cada vez molesta menos a los desconocidos. Nada que hacer. Los perros envejecen más rápido que las personas, sus vidas son más cortas y eso no es fácil de digerir.
La mala noticia es que la vejez de este, su primer perro, le va a doler. Porque lo quiere, porque se preocupa por su salud y porque en realidad a nadie le gustan los cambios. Pero también por otra razón: hace muchos años su perro fue pequeño y usted también. Ambos fueron inquietos, estuvieron un poco locos y necesitaron muchos cuidados y algunos regaños en la misma época. Y es injusto que usted tenga “toda la vida por delante” y a él se le esté acabando el tiempo. Pero la buena noticia es que gracias a eso usted ha podido cumplir con su promesa, lo ha cuidado desde que era un cachorro, lo ha acompañado en todas las edades y jamás ha tenido que preguntarse qué pasará con él cuando usted no esté. Impensable.
Y usted también tiene un tesoro: se sabe la historia completa de su primer perro. Puede que ahora no le sirva de consuelo pero algún día, cuando los recuerdos le calienten el corazón, entenderá. Es un lujo ser el testigo de una vida buena y poderla contar desde el principio hasta el final.
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