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Joyas que salen de las ruinas: así son las creaciones de Escombrazo

Joyas que salen de las ruinas: así son las creaciones de Escombrazo

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En el corazón de Teusaquillo queda el taller de Escombrazo, un espacio de joyería que rescata la ruina y celebra el azar, el paso del tiempo y la conexión matérica entre hombre y cemento.
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En el Parque de la Independencia sobrevive un único edificio de la celebración del primer centenario de Colombia como una república independiente. El Quiosco de la Luz, donado por los hermanos Samper Bush ad portas de la celebración, es un símbolo del progreso tras la expulsión de los colonos cien años antes y marca el hito de ser la primera edificación de concreto que se construyó en el país, además de haber albergado durante años un cable madre de luz que abastecía a la Plaza de Bolívar, el propio parque en el que se encuentra y el espacio público aledaño. A fuerza de resignificaciones y transformaciones en el espacio urbano, su historia lo ha llevado casi a la calidad de ruina, pues hasta el mismo suelo en el que está montado esta réplica de arquitectura francesa, se está hundiendo por el peso de la historia y la terrible responsabilidad de representar el proyecto de una Nación moderna. 

Así como el Parque de la Independencia se ha resignificado durante más de un centenario de historia, Bogotá ha cambiado drásticamente con el paso del tiempo. Los edificios icónicos del centro de la ciudad se han convertido en una sombra de su esplendor pretérito, aunque hay en ellos una magia especial que solo puede ofrecer el barniz del tiempo y de la historia. Aquellas edificaciones que sobreviven a la dinámica de la gentrificación guardan anécdotas generacionales, secretos de habitantes ilustres o discretos, personas de carne y hueso que encontraron albergue en sus entrañas de concreto. Y es que hay una conexión profunda con el pasado que nos precede y un vínculo con el origen en las paredes de los espacios que interesa a Daniela Sáenz Cocunubo, artista boyacense criada en Bogotá, creadora del proyecto de joyería Escombrazo

BCNK articulo Escombrazo 01

Escombrazo es una propuesta emocionante que, desde la joyería, involucra reflexiones en torno a la psicogeografía, el paso del tiempo y la conexión del hombre con la naturaleza y la arquitectura de las ciudades que construye para resguardarse. Sáenz, la joyera detrás del proyecto, es egresada de Artes de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, lugar al que llegó después de estudiar Arquitectura durante dos semestres. “Los referentes que estudié me encantaron y a la hora de ejecutar en alguna clases maquetas o planos todo era opuesto a esa idea romántica de la arquitectura. Se desdibujó todo muy rápido. Estudié dos semestres y en el segundo ya me cansé, sentí que no era capaz. Decía ‘para ser arquitecta tengo que tener mucha plata o un equipo de trabajo gigante para hacer lo que quiero’”, explica la artista. Tras este primer desencanto, Sáenz se encontró con un pensum que parecía unas vacaciones permanentes: Pintura, Grabado, Cerámica, Dibujo, etc. Esta sensibilidad le permitió abordar de manera crítica los materiales con los que ahora trabaja, piedras y ruinas, en los que encuentra una potencia poética particular que la sobrecoge. 

“En ese momento empecé a trabajar con Paulo Licona y a nutrirme de esa independencia suya. Esa insistencia de Paulo en sus temas específicos, en las piñatas, en las tizas, me guiaron para descubrir los escombros”, explica Sáenz sobre los recorridos que realizaba con el artista de Tunja por el centro de la ciudad. Hacia el final de su carrera, Sáenz descubrió la potencia del escombro: “Yo soy de Tunja pero siempre viví en Bogotá y me di cuenta que lo más cercano que los bogotanos tenemos a la naturaleza son los cerros. Siempre que iba por la Séptima en bicicleta quería ver los cerros y sólo encontraba estos edificios inmensos, la arquitectura que había estudiado, interrumpiendo esa conexión. Descubrí los escombros y me pregunté ‘¿Qué puedo hacer con todo esto? ¿Qué queda detrás de esta mole inmensa que están construyendo? Escombros’. En un acto muy espontáneo recogí unos escombros y empecé a hacer unos ejercicios similares a lo que me estaba generando esa sensación de la nueva arquitectura: interrumpir”.

La artista empezó a realizar ejercicios en los que utilizaba grandes escombros para interrumpir la circulación dentro de la ciudad, generando una resistencia entre el material crudo y los transeúntes. “Me fui al Parkway y empecé a poner escombros atravesados, empecé a pintar los escombros con las plantitas que salen de las vetas de las calles. Tuve la necesidad de continuar trabajando con el escombro. Al semestre siguiente empecé a fotografiar los escombros y sucedió que al lado de la Tadeo estaban destruyendo casas antiquísimas y empezaron a construir el Bacatá, por lo que me pateé todo ese proceso de transformación del centro”, explica Sáenz. Esta remodelación del centro, que conlleva una demolición del espacio, le permitió a la artista encontrarse con pisos antiguos de las décadas posteriores a la construcción del Parque de la Independencia, baldosines Samper, fabricados por la misma familia que financió el quiosco y que empezó a explotar minas de piedra caliza a las afueras de Bogotá para producir cemento y baldosas. 

Sáenz siente una fascinación por lo antiguo, por la historia que se esconde en los materiales que dieron forma a las viviendas de lujo del centro de la capital. Coincidencialmente, la artista terminó sus estudios con una electiva de moda en la que se le comisionó como tarea realizar un vestido tipo Imperio, de la era napoleónica. “Me tramó mucho que después de la quiebra de María Antonieta se empezara a estudiar el pasado, inspirándose en el estilo griego y romano. Y, cuando me puse a investigar sobre las joyas, vi que eran joyas hechas con escombros de castillos de la época. Ahí empecé a explorar la joyería. Fui a la Pajarera a comprar anillos de fantasía y a pegarlos con masilla epóxica. Un montón de gente se empezó a interesar por estas piezas y me di cuenta de que este lenguaje de la joyería podía ser el medio para traducir todo esto que yo había llegado a entender del escombro y ya transformarlo en algo mucho más valioso”, concluye sobre cómo empezó a dedicarse a la fabricación de joyas. 

BCNK articulo Escombrazo 01En Escombrazo Sáenz rescata escombros de las calles y las obras para sentarlos sobre metales de formas agrestes que también martilla con escombros para dotarlos de una aspereza estética que se diferencia de la manera como entendemos la joyería, es decir, más allá del acto ornamental. “Al principio la gente me preguntaba por qué no pulía los escombros, no entendía que mi necesidad era intervenirlos lo menos que pudiera”, explica con su voz suave sobre sus ásperas joyas. “Simplemente lo tallo un poquito para poder sentar en la joya, pero no quería intervenir su color, su forma, porque eso era lo que más me gusta. Que fuera un poco rudo, un poco violento, que no tenga esa delicadeza de las piedras talladas. Porque siento que la reflexión es algo como ‘como esta pieza es para el humano, toca afectarla toda y que se vea linda’. Mi trabajo va más allá de lo ornamental: los escombros tienen que ser los protagonistas y el humano, más bien, es quien custodia al escombro por el resto de su vida. No es una pieza para alardear, ni de lujo, es una cuestión de arraigo que se ve agreste”, añade. 

Sáenz siente una conexión profunda con estas piedras que viene también de los estudios que ha realizado en torno a la historia de la arquitectura en la ciudad. Tras darse cuenta de que los mismos Samper del Quiosco de la Luz eran los responsables de explotar las minas de piedra caliza, la sensibilidad de la artista se transformó. “Empecé a investigar de dónde viene el cemento, porque la mayoría de escombros que yo encuentro son de cemento, algunos de mármol y granito”, explica. “Resulta que el cemento está compuesto en su mayoría por piedra caliza y esta piedra proviene de un mineral que se llama carbonato de calcio, que se encuentra naturalmente en la superficie de la tierra. Hay unas partículas que habitan en el océano y estas partículas ayudan a sustraer estos minerales de la tierra, por lo que los animales que habitan en el océano se alimentan de estas partículas, esto ayuda a crear su esqueleto y su exoesqueleto. A medida que estos fósiles marinos se van acumulando durante millones de años, se crean montañas de piedra caliza, que es una roca sedimentaria. Todo esto que nos construye son fósiles marinos”, explica sobre su principal materia, de la que le sorprendió en un primer momento su parecido en olor con el de la arcilla mojada. 

“Al mismo tiempo descubrí el mundo indígena porque yo tenía una necesidad diferente, no desde el modo turista, sino que viene de mi pasado, de la familia Uwa, que son guardianes del Nevado del Cocuy”, reflexiona. “Ese sentimiento que tenía de respeto por los escombros tenía que ver con el respeto que le tengo a la Madre Tierra, porque las piedras para ellos son las abuelas, pues son las que tienen toda la memoria. Las piedras son sagradas. Este mineral lo utilizaban nuestros ancestros para muchas cosas, como desinfectante, por ejemplo. Cuando esto se explota de manera desproporcionada empieza a haber una degeneración del contexto. Empecé a darme cuenta de que los escombros son más sagrados de lo que parece, que no es una cosa citadina que ellos tienen ahí guardados sino que tienen una memoria muy grande del origen de la tierra”, complementa.

Escombrazo logra crear un vínculo emocional con el material que utiliza para la creación de joyas únicas. Muchas personas han empezado a resonar con esta materia y traen pedazos de viejas viviendas familiares o rocas de los lugares en los que se conocieron con su pareja para crear anillos de compromiso únicos. “Cuando uno empieza a querer un escombro y a verle ese significado deja de ser una ruina y se transforma en un objeto querido. La gente le da un sentido”, explica Sáenz. “Lo que más me llamaba la atención ingenuamente era poder ver el interior de la estructura, pues uno siempre ve la fachada. En el interior veía un montón de capas, de colores, a los que llamaba ‘los sanduchitos’, unos micro paisajes construídos a través del tiempo. El escombro nuevo no me va a hablar de estas capas. Así encontré escombros que mostraban tres capas de construcción y que me apasionaba porque era una especie de ejercicio de geología, de arqueología del presente. Me encantó porque realmente esa cosa que no tenía un valor importante, me pareció que tenía una resistencia más hermosa que la esmeralda o el topacio”, explica. 

La deriva, ejercicio situacionista por excelencia, es parte fundamental del proceso de las joyas de Escombrazo, que también se realizan con metales que guardan un sentido arquitectónico como el cobre o del sentido de la economía de las ciudades como es el reciclaje de la plata, que se mezcla con soldadura para crear un material menos pulido, pero que en las piezas de Escombrazo tiene un sentido potente. “A mí me apasiona el pasado, me apasiona recordar a mis abuelos. Por eso desarrollé todo el tema del ‘pensamiento escombrado’, que es una reflexión sobre cómo todos somos un poco el escombro de algo más, lo que sobrevive. A medida que recogía estos escombros de la propia ciudad estaba haciendo un trabajo meditativo de mi pasado. Empecé a generar una memoria que supuestamente está eliminada, pero que si uno la empieza a despertar a partir del recuerdo existe y se activa. A partir de toda esta información entendí por qué me importaban los escombros, porque estaba protegiendo un pedacito de territorio que tenía memoria, un montón de trabajo”, explica Sáenz.  

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Antes que un taller de joyería, Escombrazo es una suerte de laboratorio para la exploración del pasado. Su celebración del escombro no busca plantear un pasado estéticamente hermoso como han hecho la Historia del Arte o la Arqueología, por ejemplo, pues cuando vemos al Partenón o una columna dórica o jónica podemos intuir la forma monumental que ayudaron a sostener. Estas piezas únicas son, antes bien, un llamado de atención a que escuchemos todo aquello que damos por sentado y que nos pasa desapercibido. Después de todo, guardamos una relación en nuestra historia muy fuerte con el azar, con la forma en la que el tiempo y la circunstancia permite que la roca respire y corte. 

“Empecé a entender que los materiales que construían en el pasado se podían trabajar mejor, porque el sudor y el tiempo que tiene el escombro lo vuelve más duro. Y, además, los materiales de antes como eran explotados en estos sitios que te digo tenían una temporalidad inconmensurable”, añade. “Me gustan mucho los suelos, porque tienen capas que me permiten entender que el escombro tiene oídos, tiene una energía que sigue viva. Cuando una ve una montaña de escombros es una cuestión ruidosa, pero si yo escojo un escombro chiquito y lo miro detalladamente me doy cuenta de que empieza a brillar. Brilla porque, para que el cemento pueda ser poroso, tiene cuarzo triturado. Entonces todos los escombros tienen brillo”, concluye. Más allá del hermetismo de la joya pulida, las piezas de Escombrazo respiran y evocan, cuentan historias si aprendemos a escucharlas. Y es que, se ha dicho, hay una grieta en todo: es allí por donde entra la luz.

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Ignacio Mayorga Alzate

Literato e historiador del arte, selector de vinilos y periodista cultural. Aprendió a leer en silencio para que no se lo llevara el Diablo. Fanático de lo periférico, lo terrorífico y lo sangriento. Escribe frases largas y párrafos extensos. No muestra su rostro en video.

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