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Gusti Rosemffet y el arte como herramienta relacional

Gusti Rosemffet y el arte como herramienta relacional

El artista argentino ha colaborado con estudios como Hannah Barbera y ha dedicado buena parte de su trabajo a promover la creatividad entre personas con diversidad funcional. Durante la Feria del Libro de Cali, reunió a un grupo de niños con Síndrome de Down para hacer un mural que celebra el encuentro y la inclusión.

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Gustavo Ariel Rosemffet no ha terminado de alistar sus maletas. Al día siguiente tiene que viajar desde Barcelona a Colombia, para luego ser parte de la comitiva internacional de la Feria del Libro de Cali. Tiene el pelo y la barba cana, unas gafas de pasta dura y gruesa, además de una sonrisa infecciosa que no deja lugar a la sospecha y rompe el hielo con calidez. Tras de sí, en su estudio particular, hay un cuadro en varios tonos de rojo con personajes de formas diversas, allá un hombre hecho con cubos de cuya cabeza brotan lápices como flores, más arriba un caballo que lleva por jinete en el lomo una carpa de circo. En el centro, poderosamente totémico, se erige un cóndor con las alas abiertas como escapado de las líneas de Nazca. Y esta es solo el primer vistazo de la imaginación desbordada del argentino.

Gusti, como lo llaman desde niño, lleva varios años trabajando en el mundo de la ilustración. Aunque estudió Diseño Publicitario, su actividad profesional ha girado en torno al dibujo. Así, se ha convertido en un artista laureado con las máximas distinciones que ofrecen organizaciones pares, como el Premio Nacional de Ilustración de España, el Premio Apel les Mestres o el Bologna Ragazzi Award. Además, es autor e ilustrador de más de 150 libros infantiles publicados en España, Italia o Japón. Sus trazos guardan la ingenuidad lúdica de quien está continuamente descubriendo y reproduciendo el mundo con sus manos, permitiendo que el accidente se convierta en otra forma de creatividad y permitiéndose soltar el control estricto de lo que se ve o no bien.

Desde hace varios años Gusti ha trabajado con personas con diversidades funcionales. A través de talleres de dibujo con colegas y voluntarios ha empezado a convertir el mundo en un lugar en el que el arte funciona como herramienta relacional y de inclusión, acercando a personas diversas en un espacio seguro construido sobre la creatividad y el respeto. Como invitado de la Feria del Libro de Cali, Gusti se unió a la franja de Neuropoderosos como orador, además de participar en la construcción colectiva de un mural en la Biblioteca Departamental, de la mano de una serie de niños neurodiversos y sus familias. Antes, sin embargo, respondió sonriendo un par de preguntas, invitándonos a hacer parte de su universo particular en el que todos los colores suman.

Para empezar, quisiera saber cómo empezaste a interesarte por la ilustración y cuáles fueron tus primeros referentes.

En realidad, me remonto a cuando era bebé, más o menos. Ya decían mis padres que siempre andaba con un lápiz bajo el brazo. Mis referentes eran dibujos animados: La pantera rosa, Bugs Bunny, Disney, todas esas cosas. En casa decían “Gusti, cuando sea grande, va a ser como Walt Disney”. No porque me vaya a morir congelado. Siempre me gustó mucho la animación. Después llegaron las revistas infantiles, en las que había un poco de todo: cómic, historias, enciclopedias, yo qué sé.

El pistoletazo de salida llegó a los trece o catorce años. Justamente porque coleccionaba muchas revistas en la Argentina, muchas historietas, que tenían en la parte de atrás un curso que hacía la Continental School. Salía un muñeco articulado de madera, esos que usan los pintores para dibujar. Me apunté a ese curso por correo y ahí me inyectaron la dosis letal. Terminas el curso y te dan un maletín, todo muy cutre, con dos o tres lápices, unas témperas y una goma de borrar. Y ya está.

Siempre estuve dibujando, pero mi lectura es muy de animación. Me gustaban esas caricaturas a las que, en el dibujo animado, llaman tercera voz. Es una voz que te habla mientras ves la imagen. Entonces cuando estaba ilustrando libros y revistas hacía eso, como que el personaje estaba mirando hacia afuera, como si alguien le hablara. Todavía hago esas cosas.

En ese sentido, quisiera saber también por qué decidiste hacer carrera en Barcelona, para entender también qué pasaba por esa época con la ilustración en Argentina.

En realidad, quería irme a Estados Unidos. Hice todo por irme allá. En ese momento necesitaba una visa y no me la dieron. Había un ilustrador argentino que se llamaba Mordiño que se fue a Francia y triunfó, por ahí en el año 75. Había una cosa que se llamaba el Image Bank, si querías comprar imágenes o fotografías ibas allá e ilustradores había tres, uno era él. En los estudios de animación en los que yo trabajaba siempre había alguien que lo conocía, por lo que me hablaron de él y me dijeron que la pasó muy mal en París y que triunfó. Pensé: “Si Mordillo lo hizo, pues yo también”. Y me saqué un pasaje a París con dos palabras de francés y una carpeta. Nunca había salido de Argentina solo, era mi primer viaje.

Cuando llegué a Francia quise trabajar en una revista que me gustaba y nada. No estaba listo. Al final me pasé toda mi instancia en París tocando la guitarra en el metro para pagarme la vida. No funcionó. Me cansé y me fui a Madrid. Tampoco funcionó. Terminé en Barcelona, donde llevó más de 35 años. Conocía a una persona que me dijo “Ah, si tú vienes, te doy trabajo”. Esas cosas cuando eres jovencito te ilusionan y después te meten un zocotroco en un costado, como diciéndote “Vuélvete a tu país”. No he vuelto porque al principio fue todo muy duro y, además, tuve un sueño en el que estaba muy claro que no tenía que volver a la Argentina hasta que no me fuera bien. Fue muy interesante ese sueño: me estaba cagando de frío en una casa de calefacción, pero soñé eso. Y llevó aquí desde el año 85. Aquí me instalé. Luego volví a Francia, estuve viviendo una temporada en Holanda, me gusta mucho viajar. Si pudiera me iría por todas partes. Pero aquí se está bien.

También trabajaste para Hannah Barbera…

Eso fue en Argentina, justo antes de irme. Durante unos años se instaló ahí Hannah Barbera. Trabajé allí haciendo animación. Pero no era muy bueno animando. Me gustaba más la creación de personajes que el movimiento de las caricaturas. Pero luego tuve mi revancha aquí en Barcelona. Hicimos una serie de televisión que se llama Juanito Jones que fue bastante exitosa, fue un momento de trabajar a lo grande: una súper producción y 3D. Todo. La verdad es que fueron tres o cuatro años increíbles, haciendo lo que a mí me gusta, crear los personajes, el universo. Me sigue gustando. Pero aquí más que nada me dediqué a hacer libros de literatura infantil y juvenil. Y después a dar clases. Doy muchos talleres, cursos, por aquí y por allá. Muy espirituales mis cursos, por cierto.

Hacia allá quería ir, porque me encontré con el curso de Doméstika sobre perderle el miedo a la hoja en blanco. También has dictado talleres para personas que no ilustran y para comunidades originarias latinoamericanas y campesinas.

La verdad es que es todo un viaje. Se mezcla todo. Hace como veinte años, en un viaje a Francia, descubrí las águilas, los pájaros. Siempre me gustaron los animales, veía documentales de una bióloga en Kenia, con los gorilas, qué sé yo. Y decía “Quiero hacer eso”, pero, bueno, ya era tarde. Los pájaros me gustaban, más que los grandes mamíferos. Así es que fui a ver una exhibición en un gran castillo en el que volaban las águilas, halcones y cóndores. Me enamoré. Pensé que si volviera a nacer me gustaría ser ese señor con el guante, con el halcón. Fue impresionante.

La cuestión es que ojo con lo que pides y con lo que sueñas, porque se concede. Al año siguiente, ya estaba en Cantabria, en el norte de España, en un sitio que es una especie de reserva de animales en semilibertad, trabajando con pájaros. Había un montón de gente por ahí y yo soplando el silbato, entrenando pájaros. ¿Qué hace un ilustrador infantil haciendo eso? Está claro que había algo de arriba que empezaba a gestarse. De ahí pasé a trabajar con temas de conservación, con biólogos y fotógrafos de la naturaleza. Siempre dibujando, porque no podía aportar más. Me empecé a meter más en el tema y fui descubriendo un nuevo mundo: el mundo ancestral, el de las comunidades originarias, que me interesa hasta el día de hoy. Eso es todo un aprendizaje, es una manera de ver la vida.

Todo eso lo incorporas. De hecho, en algún momento lo tuve que unir. Es algo espiritual, que no tiene que ver con la religión: unes tu mundo del día a día, con todos estos aprendizajes, lo mezclas y ¡paf! Transmites, recibes, eres un canal de todo esto. A través del dibujo, por ejemplo. Entonces sale gente y dice “Oye, tú hacer arte terapia”. Nunca hice un curso de arte terapia, pero, al final, es lo mismo. Empiezas a tomar consciencia de lo que es dibujar, que no es solo ilustrarle a un escritor su libro, o decorar: tiene más connotaciones. Vas por la vida con una herramienta potente que es el arte.

Cuéntame del trabajo con Windown, que está vinculado con tu hijo Malko, quien tiene una diversidad funcional, el Síndrome Down.

Al final apareció el Malko en mi vida y me pegó otro revolcón, de esos fuertes. No tienes elección, tienes que tirar para adelante. Algunos no lo hacen, se quedan enganchados, porque sienten que no pueden, que es demasiado para ellos. Tiras para adelante y se te reinicia todo. Es súper interesante. De ahí viene esto de ver el dibujo desde otra óptica, el pintar más como una herramienta de comunicación, de poder sacar las cosas para afuera, incorporar cosas para adentro. Todo eso metido en un mundo en el que tienes que vender libros porque si no, no puedes comer. Tienes que ir navegando con todo esto. Se puede, me imagino, ir a tu ritmo. Pero siempre estás más o menos metido en una especie de avenida que va circulando.

Windown fue un proyecto que nació porque un amigo artista mexicano, profesor de la Metropolitana, que trabajaba con comunidades indígenas, vino acá a hacer una exposición. Estuvo en casa y, viendo cómo era la vida con Malko, me dijo “Joder, qué duro, te quiero ayudar. ¿Cómo podemos crear algo fractal, un grupo de amigos que va tomando consciencia y se van creando puentes?”. De ahí salió la idea de hacer una asociación. Ellos trabajan en México, se llaman La Ventana, porque no les gustaba el nombre en inglés, como algo gringo, pero somos lo mismo.

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Nosotros en un principio empezamos a trabajar con personas con diversidades intelectuales, con autismo y otras, pero al final nos dimos cuenta de que podía entrar cualquiera a trabajar. Fueron dos años en los que estuvimos así hasta que entendimos que el endemismo no sirve para nada, que hay que abrirlo. Se hicieron unos talleres abiertos, se hacen, en los que vienen voluntarios. La verdad es que se aprende mucho. Nosotros hacemos algo que llamamos arte relacional, el arte para unir personas.

No es tanto la finalidad que el cuadro sea muy bonito, sino que estás trabajando al lado de una persona con la que quizás no te hayas cruzado en la calle y, al estar pintando juntos, se relacionan. Te das cuenta de que ahí estás en igualdad de condiciones. Es increíble. Descubrí unos artistas increíbles. Pienso que es como ir a trabajar con Basquiat todos los viernes, porque me sorprende. Yo soy el último de la fila, en todos sentidos. Es tan difícil tener en el arte una identidad, porque hay miles que se parecen. Y, sin embargo, te puedo asegurar que, con nuestras personas, después de que vengan un par de veces, ya puedes saber quién hizo qué. Para mí eso tiene un valor muy fuerte.

Es interesante porque se pone en jaque la figura del docente. Tú también estás aprendiendo.  

Nosotros no enseñamos. Facilitamos. Piensa que a las personas con diversidades la mayor parte del tiempo les están diciendo qué tienen que hacer. No van a venir a Windown para que les hagamos lo mismo. Aquí son absolutamente libres. Sí, los estimulas de alguna manera: cantando, con música, haciendo bromas o dando sugerencias. Les vas dando herramientas para que ellos prueben, hasta que ellos mismos van decidiendo. Eso es lo bueno. Evidentemente hay unos que tienen más talento que otros, pero, con tiempo, va haciendo cada uno su mundo. Al final es una fiesta.

Hablo con ellos como hablo contigo. Existe la comunicación de todo tipo. Yo ya no veo diferencias. No comparto esa actitud compasiva. La pasión sí, pero la compasión no. Te pone en un lugar diferente que no es bueno. Todos tenemos alguna discapacidad, algo que no sabemos hacer. Yo no sé silbar, y me gustaría silbar como un pajarito. El otro no podrá pintar con la mano izquierda, no podrá caminar o no podrá ver. Pero, tienen otras cosas que se hacen más fuertes para suplir. Eso pasa mucho con los pájaros pues, cuando se les rompe una pluma, las otras plumas cubren ese espacio. Pero, evidentemente, se empiezan a debilitar. El pájaro, para que vuele, necesita de todas sus plumas. Plumas, grandes, bellas, que todo el mundo quiere. Pero también hay plumas muy pequeñitas, casi que ni son plumas, que, si no las tiene, no puede volar. En este círculo que estamos trabajando todos tenemos una pluma que puede sostener a las otras. 

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Ignacio Mayorga Alzate

Literato e historiador del arte, selector de vinilos y periodista cultural. Aprendió a leer en silencio para que no se lo llevara el Diablo. Fanático de lo periférico, lo terrorífico y lo sangriento. Escribe frases largas y párrafos extensos. No muestra su rostro en video.

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