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La ansiedad frente a las fechas de entrega

La ansiedad frente a las fechas de entrega

Ilustración

Saber que debo cumplir con un plazo y sentirme incapacitado por la inminencia de la fecha de entrega es una costumbre que dispara mi ansiedad. ¿Cómo afecta el estrés por las fechas de entrega a los procesos creativos, especialmente para quienes trabajamos de manera freelance?

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Soy un escritor que no sabe como escribir. Así me siento cuando tengo que entregar un texto, cualquier texto, y no lo tengo listo un día antes de la fecha de entrega. Si el texto es para el viernes en la mañana, lo más probable es que el jueves haya comenzado a escribirlo. También podés apostar que me quedé despierto hasta tarde terminándolo. “Tarde” significa hasta las tres de la mañana, o tal vez hasta las cinco. Una vez terminé un artículo una hora antes de enviarlo a revisión. Me gustaría decir que lo leí detenidamente, pero eran las siete de la mañana y había pasado toda la noche escribiendo. Gracias al cielo por los editores.

Me he visto en esta situación más veces de las que me gustaría, sin embargo, no solía pensar en los motivos que me llevaban a aplazar tareas exigentes hasta el último momento posible. Era algo que simplemente aceptaba como parte de mi proceso creativo. “Soy bueno trabajando bajo presión”, era algo que me decía constantemente. También había cierto orgullo en esa afirmación. Responder bajo presión es una cualidad deseable para muchos periodistas. Las ofertas de empleo en mi campo están llenas de requisitos como este: “debe ser bueno para trabajar bajo presión o en plazos de tiempo reducido”. Hoy sé que detrás de estas frases suele haber horarios de trabajo desordenados, muchas veces abusivos y no siempre bien remunerados.

Me estresan las fechas de entrega. Esa es la afirmación base que motiva este texto. No es una hipótesis, es un hecho y sé que no soy el único que se siente de esta manera. Lo sé en parte porque hablé con otras personas en distintas áreas creativas que han tenido dificultades similares, pero también porque internet está lleno de artículos y guías para combatir la procrastinación. Ese es el nombre elegante que se le da a dejar algo para después, especialmente cuando ese algo es una tarea que percibís como displacentera o tediosa. Sos vos tratando de terminar en un día la ilustración que te pidió el cliente hace una semana, o completando el último capítulo de la tesis por el que reclamó tu asesor. Soy yo escribiendo a las cinco de la mañana.

Si bien todos procrastinamos de vez en cuando, para algunos esta actividad puede convertirse en un hábito nocivo. Ya sé que sueno como un adicto en rehabilitación, pero escuchadme hermanos porque he descubierto la verdad –al menos mí verdad–, y es que procrastinar ha sido para mí una fuente de estrés y culpa que en ocasiones me ha llevado a dejar de lado la escritura por completo.

¿Por qué me cuesta tanto escribir? Lo primero y lo más básico es que me cuesta empezar. No solo a mí, al menos dos creativas con las que hablé mencionaron un problema similar. Lizeth León, alias Cucharita de Palo, y Zay Cardona. Ella es periodista e ilustradora, elle es ilustradore y creadore de una serie de cómics llamados Mariquismo Juvenil en los que habla de género, identidad y cualquier otra cosa que le pase por la cabeza. Ambas trabajan freelance desde hace varios años. Zay resume su proceso de una forma sencilla: el primer paso es conocer el proyecto en el que va a trabajar, el segundo es frustración y desesperación porque odia iniciar.   

Lizeth parece tener las cosas un poco más controladas, tal vez se deba a los más de diez años que lleva trabajando de forma independiente en los que ha aprendido a organizarse por medio de un sistema de agendas, calendarios, tablas de excel y demás recordatorios visuales. No obstante, cuando le pedí que describiera cuál era la parte más complicada de su trabajo, Lizeth me dijo que se le dificulta crear cosas desde cero. Ya sea hacer un nuevo dibujo o trabajar en un nuevo párrafo, el proceso de concebir ideas y acomodarlas de una forma coherente es algo que le toma tiempo. 

Zay y yo nos parecemos en varias cosas: además de la dificultad para iniciar nuevos proyectos, también tenemos problemas con las agendas, ya sean virtuales o físicas. Zay sobrevive laboralmente gracias al trabajo combinado de Siri la asistente virtual de Apple y su propia memoria, la cual, en sus propias palabras, “es una mierda”. Yo uso de vez en cuando el calendario de Google para anotar citas y plazos límite, pero también confío en mi memoria más de lo que debería.

Otra cosa que tenemos en común es que ambos subestimamos frecuentemente el tiempo que tenemos para completar una actividad. A mí me sucede cuando uso frases del estilo “este texto lo puedo terminar en dos horas”, frases que hacen que crea que puedo tomarme un tiempo extra descansando o haciendo algo distinto, pero la realidad es que necesitaba cinco o seis horas para finalizar. Mis cálculos suelen ser errados porque no siempre considero el tiempo que me toma desgrabar una entrevista, leer documentos o simplemente mirar el teclado del computador mientras espero a ver si se me ocurre algo para decir. El solo hecho de pensar qué hacer y de qué forma hacerlo es algo que puede llevarse horas o incluso días.

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Quizás por eso es que varios creativos con los que hablé mencionaron que suelen pedir plazos generosos para culminar un proyecto, entre estos Lizeth y Raúl Orozco, mejor conocido como Raeioul, quien también es ilustrador y trabajador freelance con más de diez años de experiencia en esta modalidad. Para él es importante conocer sus plazos y ser respetuoso del tiempo, no solo del propio sino del de los clientes. Esto significa ser claro con las fechas de entrega y los periodos de retroalimentación entre él y el cliente. Todos los clientes quieren todo para ya, según él, sin embargo Raúl trata de tener cierto margen de maniobra con las fechas. A veces mueve proyectos personales para dar prioridad a trabajos más comerciales y siempre trata de establecer plazos realistas en los que pueda cumplir. 

También está el tema de las distracciones. Para esto mi solución ha sido escribir en cuadernos y con lapicero. La lógica detrás es que así puedo evitar la tentación de abrir una nueva pestaña en el computador para mirar redes sociales o videos en YouTube. No siempre funciona y además está la desventaja de que posteriormente debo reescribir todo para pasarlo a un documento virtual, no obstante es algo que sigo haciendo de vez en cuando, especialmente cuando quiero escribir para proyectos personales y no tanto laborales.

Jose Juvinao hace algo similar para alejar las distracciones. Él es profesor de música y bajista independiente, ha trabajado en múltiples proyectos entre ellos el trailer de la película Encanto de Disney. Su solución es crear distancia de las distracciones, ya sea alejándose de su celular o trabajando en horarios en los que sabe que nadie vendrá a molestarlo. En la práctica esto significa levantarse a las cinco o seis de la mañana porque a esas horas nadie lo llamará o le escribirá. Personalmente no podría despertarme tan temprano para escribir, pero seguro hay más personas que sí funcionan mejor en estos horarios madrugadores.

Cuando yo estoy trabajando a las cinco de la mañana es porque comencé a hacerlo en la noche y no he parado. Ya les describí este escenario: debo entregar algo el viernes, comencé el jueves y estoy tratando de cumplir con un plazo después de haber esperado hasta el último momento posible. También mencioné que escribir es una actividad tediosa. Lo que no he dicho es lo miserable que uno se puede sentir en esa noche de jueves y la madrugada del viernes escribiendo para tratar de no sobrepasar la fecha de entrega. Para mí, el momento en que ya no puedo esperar más y comienzo a trabajar contrarreloj es el peor, ya que allí confluyen todo el estrés y la culpa del tiempo mal utilizado.

La culpa es una de las consecuencias negativas que más me cuesta asimilar y se manifiesta en pensamientos de autorreproche. Soy yo diciéndome que no debería estar despierto en la madrugada escribiendo, yo preguntándome qué hice el miércoles y el lunes y el martes, yo pensando que soy un escritor que no sabe como escribir, que no he dominado el método ni pulido la técnica, que me falta orden y disciplina para triunfar en este oficio. La culpa de sentirme superado por los plazos me ha llevado a no querer seguir escribiendo, porque escribir es una actividad tediosa y al mismo tiempo gratificante, pero cuando está mediada por la culpa la recompensa es opacada.

A pesar de esto, me convertí en un procrastinador habitual. No lo hice en poco tiempo, este es un hábito que he venido nutriendo desde la universidad. Para mi suerte o mi desgracia, frecuentemente daba con profesores que aceptaban que yo entregara trabajos después de la fecha límite. No estoy diciendo que sea culpa de mis profesores, pero creo que sí empecé a sentir una cierta recompensa por procrastinar. Nunca tuve repercusiones académicas ni perdí asignaturas por no entregar un trabajo a tiempo y tampoco estaba entregando malos escritos. La verdad es que a mis profesores no les interesaba a qué hora había terminado el trabajo. Del mismo modo, a mis lectores no les importa si escribo a las cinco de la mañana o de la tarde. Ellos no necesitan saber si esperé hasta el último momento posible para escribir este ensayo (les prometo que no lo hice), lo único que les importa es el resultado.

La recompensa era evidente a pesar de que a la larga me hiciera sentir peor: puedo aplazar una acción implacentera, como escribir un ensayo, por una más placentera como jugar Uno con mis amigos. “Giving in to feel good”, esta es la explicación que hallé en un estudio del 2013 realizado en la Universidad de Sheffield, Inglaterra, sobre la procrastinación como un método para regular las emociones a corto plazo a expensas del bienestar a largo plazo. La frase traducida sería algo así como “ceder para sentirse bien”. El estudio plantea que aplazamos las tareas molestas para evitar el malestar que nos generan y en cambio nos centramos en sentirnos bien ahora mismo.

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La doctora Elizabeth Linares, quien es docente en la facultad de psicología de Unisanitas, describe este proceso como un escape o una evitación de las circunstancias. No obstante, aplazar la tarea no hace que desaparezcan los sentimientos de estrés o de angustia, por el contrario, los suele exacerbar. Según Elizabeth, el aplazamiento también tiene que ver con sentirse incapaz de realizar la tarea asignada, creer que la tarea supera nuestras capacidades o temer a la reacción y la crítica de los demás. La doctora Ana Millán, psiquiatra adscrita a Colsanitas, añade que el aplazamiento puede llevar a la persona a sentirse ineficiente e incluso a infravalorarse.

Para el psicólogo Álex Torres hay un vínculo entre la procrastinación y la autoestima en el sentido de que esta última puede verse socavada por la culpa al ver que la persona no cumple sus compromisos. Él explica que los seres humanos somos una constante entre tener retos y tener logros, pero si uno se la pasa postergando los retos y los posibles logros, esto tendrá una repercusión en nuestra psique. La doctora Elizabeth Linares agrega que las emociones se retroalimentan, algo que también mencionan en el estudio de la Universidad de Sheffield por medio de un ejemplo concreto: aun cuando todavía existe la posibilidad de completar una tarea, así no sea a tiempo, muchos procrastinadores tienden a evitar la acción para mitigar los sentimientos de arrepentimiento por no haberla realizado en el momento correcto. De este modo se perpetúa el ciclo de inacción y evitamiento.

Otros estudios han encontrado vínculos entre la procrastinación y malos hábitos de sueño, ansiedad y una menor frecuencia de prácticas saludables como hacer ejercicio o ir al médico regularmente: quienes procrastinan también tienden a aplazar estas actividades aun cuando no hay una fecha límite para cumplir. Nadie te va a decir a vos que tenés que hacer ejercicio y, a menos que estés pasando por un problema de salud, nadie te va a obligar a ir al doctor, de este modo las personas que procrastinan también tienden a aplazar estas obligaciones al ser vistas como implacenteras.

¿Qué nos queda, dicho todo esto? Para mí solo queda la autocompasión. De nuevo me arriesgo a sonar como un adicto en recuperación, pero creo que este es el primer paso para hacer las paces con mi proceso creativo. Tampoco es algo que me estoy inventando. Nuevamente, hay estudios que respaldan la idea de que ser compasivo con uno mismo trae múltiples beneficios para la salud, entre ellos una disminución en hábitos negativos como la procrastinación antes de dormir. Digo que es el primer paso porque es lo opuesto a la culpa. A veces nos damos muy duro y toma tiempo reconocer el fracaso sin caer en juicios de valor.

Hay consejos prácticos para ser más organizado o para que no cueste tanto comenzar una actividad. Álex Torres propone uno que llama el método de los cinco minutos. Consiste en decirse a uno mismo que va a realizar una tarea solo por cinco minutos y la mayoría de las veces terminará haciéndola por más tiempo, ya que lo complicado suele ser iniciar. También están las agendas, que no funcionan muy bien para mí, pero sí para otras personas. Lo bueno de las agendas es que vienen en muchas formas distintas, algunas son más rígidas y otras más flexibles, las hay en papel, virtuales, en forma de tablero o como notas sueltas. Como dije, internet está lleno de guías para ser más ordenado, solo basta una simple búsqueda en Google.

Sobre mi proceso creativo me queda aceptar que escribo despacio, lo cual no significa que no pueda cumplir con una fecha límite. También que debo reconocer cuándo estoy descansando y cuando estoy procrastinando. Hay quienes padecen de un mal opuesto, que no saben cuándo dejar de trabajar, por esto entiendo que no se trata de ser productivo todo el tiempo, sino de encontrar un balance que funcione. Además, reconozco que me siento más satisfecho con las cosas que escribo cuando me doy el tiempo de terminar y después leer lo que hice. Quizás sea algo obvio, pero para mí parte del bienestar que me trae la escritura es pensar que he creado algo más o menos decente. Seguro no voy a dejar de aplazar las cosas después de este ensayo, pero ahora es jueves y son las diez de la noche. Hoy me dormiré temprano.

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