La arrogancia de la astrología
¿Será que se habla demasiado de los astros? ¿Será que la fascinación por los signos se está volviendo tan tiránica como algunas religiones? Un experto en el Zodiaco, el inigualable Mestre Astral, escribe esta confesión de ocasional hastío.
Todos hemos conocido a alguien que le pide la hora de nacimiento incluso a personas que acaba de conocer, que ignora el tono molesto que a veces toma cuando le preguntan por el cielo y sus designios, que solo envía memes de los signos y que mantiene prediciendo la inmensa mayoría de comportamientos de los demás a partir de dos o tres datos a los que les atribuye la capacidad de revelar el universo de cada uno. Como si de un agujero negro se tratara, su compañía arrastra todas las conversaciones hasta ahí.
Qué cansancio.
En algún momento, yo también fui esa persona y, para mayor ironía, terminé detestando más tarde ser reducido una y otra vez a ese personaje y a ese tema en el que resulté encasillado. Siempre tuve mucho más de qué hablar con tantas personas que conocí durante un par de años, pero hoy sólo sé de ellos su sol, luna y ascendente. Encasillar, de hecho, es una buena palabra para describir lo que pasa ahí. Descubrir todo lo que encaja en nuestras explicaciones nos deja regodeándonos en círculos solitarios dentro de nuestra propia maravilla. Por ese camino, se nos confunde el saber con el olvido del mundo y de las personas por añadidura. Personas que por supuesto pueden no querer darnos su fecha, hora y lugar de nacimiento y que muchas veces han abominado nuestra falta de decoro.
El problema, desde luego, no es la astrología. Somos nosotros.
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Todo este asunto es curioso: aunque podríamos quedarnos en que es indelicado, mamón e impertinente que le preguntemos sus placas astrales a alguien en una primera cita, este vicio puede servirnos para pensar muchas cosas: por ejemplo, nuestra relación con los otros, el tiempo, las ciencias, la historia…
Comencemos con un poco de esta última. La astrología ha tenido varios momentos de amplia aceptación así como periodos de rechazo a lo largo de los cinco milenios de historia que carga a cuestas. Desde mediados de los sesenta se ha venido gestando, justamente, el más reciente de estos auges, donde ha encontrado una enorme acogida más allá de sus confines habituales. Propiciado por la Nueva Era, el interés por los astros y sus designios ha viajado desde los hippies hasta los millennials y centennials hasta invadirlo casi todo: desde la charla con nuestras parejas hasta en el tiempo perdido a través de los memes.
Esto se explica por un segundo factor: la psicología y la autoayuda. Durante el auge de la Nueva Era y el hippismo, justamente, a la astrología le tendieron los puentes que hoy la han acercado en boca de tantos a la superación personal: esos que se han labrado el éxito asegurando que hay que trabajar los planetas, como si hablaran de traumas. Lo cierto es que gracias a esa mirada la astrología se ha convertido en una forma de hablar de nosotros mismos y en especial de reconciliarnos con lo que sentimos, lo que menos nos gusta y lo que menos les gusta a los demás de nosotros. Un camino para reírnos en igualdad, ya que cada signo tiene su sombra y todos tenemos una mezcla de ellas: podemos recogernos, reconocernos allí para dejar de cargar en soledad el peso de nuestras emociones, defectos o rasgos menos agradables.
Hay debates entre expertos y entendidos sobre los efectos de interpretación y recepción que ha tenido la astrología moderna al producir este desplazamiento del centro de atención de los eventos exteriores y los recursos con los que nos enfrentamos a ellos hacia la percepción interna, a la experiencia subjetiva del mundo. Y no me tomen a mal: estas lecturas subjetivas, emocionales y terapéuticas del cielo de cada uno han hecho aportes maravillosos y le han dado pie, entre otras cosas, a un alud de humor memético que no cambiaría por nada. Simplemente hay que saber que fue por aquí que sol, luna y ascendente se volvieron la ruta fácil para “describir” o “descubrir” la personalidad o la esencia de cada uno. Y ahí, tercer factor, la revolución digital nos multiplicó hasta los límites de la imaginación las formas de compartir todo eso en lo que nos sorprendemos reconociéndonos.
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Sin embargo, la astrología es sobre todo mucho más que eso y nosotros, mucho más que una carta astral. Para bien y para mal.
“Yo no creo en la astrología”, me dice el escritor y astrólogo Álvaro Robledo. “Es un lenguaje y no creo en ella como no creo en el alemán o en el inglés; es otro idioma más que uno aprende, no una cuestión de fe”, agrega entre risas. Álvaro ha escrito varias novelas, co-fundó el Peregrino Ediciones y hace más de diez años comenzó a estudiar astrología y saberes afines con distintos maestros en Colombia, los Estados Unidos y el Reino Unido. Le pregunto a qué se refiere con lenguaje. “La astrología es una lectura del tiempo, un estudio de milenios que se ha hecho sobre ciclos y que en su base partió de un calendario agrícola. Es una forma de ver y pensar lo que vamos a vivir, desde que nos siembran y germinamos hasta que morimos, mientras nos van saliendo hojas, flores y frutos, y también mientras nos cae la roya.”
Cuando le pregunto a Álvaro qué tanto puede definir una carta astral a una persona, me dice: “Es la misma distancia que puede haber entre el mapa y el territorio. La carta astral es el mapa, pero meterte en el territorio es la ya la vida misma, lo que recorres con ese mapa.” Le pregunto si puede haber tanto cambios como accidentes a lo largo del tiempo sobre ese territorio… “Claro, porque cada persona va a tener una experiencia particular de esos arquetipos que estudia la astrología. Para seguir con el ejemplo: digamos que tienes un mapa para ir a Pasto. Dependiendo de cómo quieras ir y una cantidad de factores adicionales, incluyendo el mapa, vas a tener una experiencia particular de ese viaje, que puede ser muy placentera o muy accidentada. Dos personas nunca van a reaccionar igual a la misma situación incluso con las mismas herramientas.”
Le pregunto entonces por qué cree que todo termina tan fácilmente reducido: “Es lo que le hace la cultura pop a cualquier cosa. Es muy divertido, pero sin profundidad, esto también se vuelve muy prejuicioso. No salimos de ahí: el escorpión que es malo o es hipersexuado, por ejemplo... Así es una tontería.”
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Hay una frase de Henry David Thoreau que creo que ilumina muy bien todo este asunto: “Todo lo que se ha dicho de la amistad es como la botánica a las flores”.
La astrología puede enseñar mucho sobre lo humano y puede ser una gran herramienta para pensar la vida, además de un tema fascinante para acercarse al otro, e incluso para escoger pareja, pero así como una ilustración botánica y su descripción científica no pueden reemplazar la experiencia de tener una orquídea, un lirio, un nenúfar o un anturio delante, tocarlo, olerlo, verlo interactuar con su entorno, con el calendario, y evolucionar, nacer, florecer y morir, no hay carta astral que pueda reemplazar la experiencia (única, compleja e interminable) del otro, incluso si tienen signos o cartas parecidas a la de gente que ya conocimos.
Por otro lado, dos árboles de aguacate no serán nunca los mismos sembrados a diferentes alturas sobre el nivel del mar o a diferentes latitudes sobre el planeta, y serán ambos dos auténticos aguacateros. Más bien, el conocimiento de esos aguacateros es la base de la definición botánica y no al revés. Pero ninguna definición se puede hacer a partir del conocimiento de todos los aguacateros. Y en astrología es igual. En todos los saberes es así. Es la paradójica fragilidad del conocimiento humano. Y esto es tal vez lo que muchos de nosotros tardamos más en descubrir.
“En la astrología no hay moral, no hay bueno ni malo”, me dijo Álvaro al final de nuestra entrevista. “Lo que parece pésimo puede ser una maravilla y lo que parece una dicha puede ser una desgracia. Por eso hay una posición de no enjuiciamiento que se puede tomar, que se aprende a tomar al ver la vida y cada carta o cada cosa en astrología. Y puede dejarnos unas lecciones muy impresionantes. Es la idea, para mí: es un camino de conocimiento y autoconocimiento. Y uno sí que podría ser más empático con las personas al conocer las cosas que se pueden expresar a partir de una carta.”
La astrología es un estudio que sigue en curso, no está acabado, como la física y la química. Son todas ramas donde hay personas que siguen buscando interpretar y corroborar su lectura de patrones nuevos, buscando explicaciones para cosas que son infinitamente diversas en la realidad. Y así como alguien puede saber mucho de aguacates y cómo cultivarlos sin saber nada de botánica, no hacen falta los astros y los signos para conocer bien a las personas. Es un saber que está ahí, como las ciencias, y puede decirnos mucho sobre el tiempo, nuestra naturaleza, la forma en que vamos a experimentar la realidad y algunas cosas que nos pueden pasar ahí afuera. Pero nunca reemplazará (ni lo ha pretendido) la experiencia de estar afuera, haciendo el esfuerzo de ver lo que tenemos delante, de entender el misterio que ya es cada uno.
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