Sueños del 90
Ese fue el nombre con el que bautizaron un calendario que comprendía 12 fotos mías en vestido de baño, y de cuya evidencia no he podido librarme.
Los sueños del 90 siguen por ahí colgados en tiendas remotas y de vez en cuando uno que otro seguidor me los referencia a través de Twitter, adjuntando por supuesto alguna de las imágenes donde ya no me reconozco. Me había teñido el pelo de negro betún para caracterizar un personaje en una de las telenovelas más alrevesadas que he protagonizado en mi vida –Calamar– y daba palos de ciego para equilibrar mi matrimonio que ya empezaba a dar señales de desvarío. Cada vez que me miro en una foto de esas no puedo más que preguntarme por la persona que era en ese momento y por aquella época para mí algo anodina, a pesar de que Colombia convulsionaba como nunca antes entre los ardores del narcotráfico.
Tal vez yo misma me encontraba todavía más enredada por dentro que mi propio país, que ya es decir mucho, razón por la cual no registraba casi lo que pasaba a mi alrededor y mis ojos perdidos en dudas no podían mirar hacia afuera. No sabía qué hacer como actriz, todavía era lo suficientemente ignorante como para pensar que podía arreglármelas sin prepararme, y mi ego respiraba con el oxígeno de extrema popularidad originada desde Gallito Ramírez, su contundente consecuencia en mi vida personal y de ahí en adelante aventuras temerarias como ser presentadora del noticiero 24 Horas y salir desnuda en Los pecados de Inés de Hinojosa. Yo no podía estar más despistada. Mientras tanto, a la deriva de la juventud me dejaba flotar como esperando a que algo pasara, haciendo campañas de publicidad y alimentando los sueños del 90 que eran en esencia sueños de otros.
Recuerdo esa década como algo ajeno a mí, sin signos de identidad, a diferencia de los años ochenta, a los que considero mi época porque vivía en Cali, bailaba a The Commodores, Earth Wind and Fire, cantaba “Linda” de Miguel Bosé, me vestía de dorado a las doce del día y quería hacer gimnasia como Jane Fonda. De los noventa no puedo casi decir nada en cuanto a su paisaje exterior, no me acuerdo ahora qué música sonaba en la radio, ni cuál era la tendencia de la moda. No estaba disfrutando la vida, probablemente. Mi preocupación fundamental era seguir teniendo éxito, pero esos noventa que tanto ignoré fueron los que me enseñaron a agachar la cabeza a punta de golpes y soledades. Entre sus intrincados minutos encontré los restos que dejó mi divorcio matrimonial y con ellos me quedé en España, uniendo mis desmembramientos y por fin estudiando actuación después de haber participado en Brigada Central, serie española sobre narcotraficantes por la que fui muy criticada. Caracterizar a la hija de un narco fue ofensivo para muchos colombianos. Tristemente, lo que más recuerdo de aquel primer tramo de los años noventa era precisamente la presencia del narcotráfico como una perpetua sombra negra en nuestra identidad como colombianos. Esa fue la era de los traquetos en Cali, el comienzo del derrumbe de esa, mi ciudad, antes plácida y sencilla.
De los noventa no tengo nostalgia ninguna, aunque fueron cruciales en mi carrera por haber enmarcado históricamente uno de mis trabajos más reconocidos: Café con aroma de mujer. Pero continué muy a espaldas del tiempo que vivía el mundo. La cara externa de los noventa me pasó de largo, no me percaté casi de sus ruidos y violencias: yo estaba ausente y por eso no puedo hablar sino desde la burbuja en que habitaba. Creo que los sueños del 90, para mí, aunque se empeñaron en tener tono de pesadilla, fueron un despertar aparatoso a un estado más real. Valieron la pena aunque tengo la sensación de haberme perdido de algo. Me enteraré mejor cuando lea hasta el último artículo que sobre el tema publique esta revista. Será sin duda un buen reencuentro.
Porque los noventa no pasan de moda, llénese de nostalgia y reviva esta época con estos contenidos.
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