A mí me encanta el mal gusto, pero cuando es de verdad, cuando es auténtico: Mario Duarte.
Músico, rockero, actor, escritor y “proyectólogo”. Este es Mario Duarte, o un pedazo de él, una silueta recortada con algunas voces de su vida: sus canciones, sus amigos y sus cómplices.
ario Duarte llega al teatro con media hora de retraso, pero lo hace sin afán. Está vestido con una piyama azul, tenis y gafas oscuras con un toque salsero como las de Héctor Lavoe. Saluda a los actores que estarán compartiendo tablas con él en unas horas y se sienta con la pierna derecha cruzada sobre la izquierda.
Mientas le disparo preguntas, Duarte se sacude y en ocasiones rehúye hablar de sí mismo. Hay hechos, personas y cosas que a veces no sabemos en qué orden o cómo ocurrieron, si uno dijo esto o fue otro, o si hizo todo eso que el mundo dice que hizo. Se ríe. Toma un respiro y sigue la cuerda jugando con ella.
Que sea dueño de este canto alto
porque este es su canto alto.
“Balas de bebé”
Aunque es de Barranquilla, su acento no revela huella costeña alguna. Nació allí por accidente. Su padre Eliseo Duarte es pastor evangélico y viajaba de aquí para allá para regar la palabra. Antes de ser obrero de Dios, fue obrero de la tierra, un campesino en el departamento de Santander. Marlene de La Torre, madre y cantante lírica, contrataba profesores para que les enseñaran a sus hijos teoría musical, y, aunque aprendieron algunas cosas, la anarquía de los niños Duarte fue más poderosa y, uno a uno, los maestros huyeron de la casa.
Cuando Mario tenía tres años, se mudaron a Medellín. Allí, jugó fútbol con niños de su cuadra y se enamoró de las montañas y fincas del Valle de Aburrá. Después de años de estar acostumbrado a piezas clásicas y villancicos, fue en la capital de Antioquia donde escuchó los primeros riffs de rock y punk. “Yo todavía oigo alguna banda pesada y siento nostalgia, pero ya mi cinismo no me permite pensar que eso es para mí”, cuenta entre risas.
// Foto de archivo //
A los catorce, escuchaba The Clash, Pink Floyd y Air Supply –se sabía todas las letras gracias a sus hermanas–, descubrió The Police, según él “una banda superheavy” y le gustaban cantantes como George Michael o Whitney Houston. “Fueron talentosos, pero despreciados. Cuando uno es chiquito, solo piensa en bobadas y critica todo porque no entiende, pero cuando uno es grande, se da cuenta de que hay cosas que le gustan porque sí”, dice.
Las primeras letras que sus ojos devoraron fueron de Gabriel García Márquez, Charles Bukowski, Andrés Caicedo y Truman Capote. De hecho, su primer sueño fue ser escritor y desde entonces tiene unos cuadernos que ha ido botando, guardando y transformando.
Viajó con su familia a ciudades como Manizales, Bucaramanga y Quito hasta llegar finalmente a Bogotá a los diecinueve años.
Y la verdad es que ya no sé
a dónde, a dónde
y la verdad es que ya no tengo destino.
“Alice”
Cuando pisó la carrera Séptima por primera vez, sintió un golpe muy estimulante. Podía andar, fumar, gritar sin que nadie le dijera un pito. Ya no estaba en ciudades en las que no se podía hincar el codo sin que alguien sufriera un síncope de la angustia moral. En la capital, Mario encontró el lugar ideal para perderse.
Vagando entre esquinas y calles, comenzó a frecuentar bares de salsa como La Teja Corrida y el Goce Pagano, donde se subía a los escenarios a tocar con algunos músicos. Además, no se perdía cuanto toque hubiera en la ciudad tuviera o no dinero.
Cuando tenía veinte años, unos amigos le pidieron que hiciera la música para dos obras de teatro. Cuando estuvo lista, Mario Duarte, Monóxido –cantante de Monóxido Bajo Zero– y Carlos Olarte “Panelo” –un amigo del barrio– fueron a grabar al estudio de unos punkeros. Para sorpresa de los dueños, Mario había compuesto dos valses para piano.
En 1992, Duarte y sus hermanos asistieron al Festival Iberoamericano de Teatro en el que presentó Mano Negra. Verlos fue toda una revelación para sus ojos y oídos: la mezcla de hip-hop, ska y rock con congas y trompetas les mostró que el espíritu rockero no dependía de una guitarra eléctrica, una chaqueta de cuero o una cresta, sino del poder de la música en la tarima y en sus letras.
Antes, a Mario solo le habían interesado los libros, los amigos, el sexo y encontrar una chica que lo quisiera, pero después de ese concierto, tomó la decisión de formar una banda con los do, re, mi, fa, sol, la, si que sabía.
Antes de volver a cambiar de canal,
Prefiero dudar,
Prefiero tocar,
De cara a las armas.
“Contra la pared”
“Yo percibí la música como algo urbano, de las esquinas, de la charla con los amigos, de compartir música y también de expresarse, de una necesidad de decir quién eres”, dice.
Con sus taches puestos, Mario formó La Rata Poética junto a sus hermanos Josué y Verne. Pero el impulso no les duró tanto. Tocaron en un concierto en la Universidad Nacional donde no hubo oreja que tolerara su punk y al poco tiempo se separaron.
En 1992, entre cigarro y cigarro, Mario no pudo sacarse de la cabeza la idea de hacer música y les propuso a Francisco Nieto, guitarrista de La Pestilencia, y Juan Carlos “Chato” Rivas, bajista de Distrito Especial, a quienes les venía siguiendo el rastro desde hacía rato, que formaran una banda con él, su hermano Josué y su amigo “Panelo”. Ellos fueron la base de que lo que después se conocería como La Derecha.
// Foto de archivo //
“No había ninguna pretensión de nada, simplemente tocar y mirar qué pasaba pero eso también es de feelings y había una empatía musical muy chévere”, cuenta Juan Carlos “Chato” Rivas.
Los primeros ensayos fueron en la sala de la casa de Mario y Josué en el barrio La Macarena. Al entrar, chocaban sus puños, se cruzaban un par de chistes, refrescaban sus gargantas, estiraban los brazos, conectaban sus instrumentos e improvisaban. Alguno hacía un ritmo o proponía una idea y el resto se iba sumando.
Muchas veces, Mario tenía armados segmentos de la letra o la melodía y entre todos miraban qué necesitaba para terminar siendo una canción. Los primeros resultados de esos encuentros fueron “Contra la pared” y “Alice”, canciones que fueron incluidas en el compilado Nuestro rock de la emisora Radioactiva en 1993.
“Recuerdo que la primera vez que escuché algo de La Derecha estaba en el colegio. Había una fiesta de alumnos y hacíamos pogo con la canción ‘Contra la pared’”, cuenta Luis Daniel Vega, periodista musical y coleccionista.
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En los noventa, era normal pasar por la casa de los Duarte en la carrera Cuarta y sentir baterías y guitarras pelear con el sonido del tráfico. Poco a poco, amigos y vecinos terminaron parchando en el lugar. En algunos ensayos tomaban trago y si había gente, se armaban fiestas de la nada.
Luego de una de esas noches de descontrol e improvisación, Mario y Panelo amanecieron enguayabadísimos y no tenían un peso en sus billeteras por lo que, no habiendo más, decidieron ir al centro y vender una enciclopedia de animales que el cantante tenía en su casa. Con el dinero que obtuvieron por los libros, fueron a una cafetería y se dieron un banquete de diecisiete mil pesos entre huevos, panes y caldos de costilla.
También había otros días en los que se reunían para esculcar bolsas plásticas negras llenas de casetes y discos en vinilo que podían albergar desde el rock psicodélico de Led Zeppelin hasta la música country de Kenny Rogers. “Uno en la vida tiene que tener mal gusto –o lo que la gente dice que es mal gusto– o buen gusto pero no se puede estar en la mitad. A mí me encanta el mal gusto, pero cuando es de verdad, cuando es auténtico”, dice el cantante.
Dime cómo estás, dime cómo vas,
es un muladar este muladar.
“Lola”
Tocaron en bares, en el Teatro Popular de Bogotá y en festivales locales donde poco a poco se fue acercando el público rockero de la ciudad. Pero fue en un concierto en la Avenida Primero de Mayo que entendieron que su música había llegado más allá de los límites de su barrio. “Fue en un sitio donde no podíamos ni respirar. Estaba repleto y tocamos con amplificadores muy chiquitos pero la gente coreaba nuestras canciones. Ese fue el concierto en el que dijimos: ‘Oiga, sí nos conocen’. Para mí fue muy especial”, relata el bajista “Chato” Rivas.
En 1994 sacaron su primer álbum homónimo grabado entre Medellín y Bogotá, producido por Richard Blair. Canciones como “Laguna azul”, “Ay, qué dolor” o “Paraíso congelado” hicieron parte del disco. “Ellos no querían imitar a una banda gringa, sino que tenían un sonido propio”, cuenta Blair. Para promocionar el disco, La Derecha hizo “La gira sin tornillos” en bares de rock de la ciudad.
“Musicalmente no sabría cómo describirlos, es un rock bien crudo con un montón de componentes tropicales y punkeros. También tenían algo chatarrudo, crudo y orgánico a la vez, y uno de adolescente amaba esas propuestas porque uno vivía en una fantasía que se llamó el rock bogotano de los noventa”, afirma Luis Daniel Vega.
Ese mismo año, Mario se unió a Julio Correal y Berta Quintero y crearon el Festival Rock al Parque, un encuentro gratuito en el que se presentan bandas distritales, nacionales e internacionales y es reconocido como uno de los encuentros musicales más importantes del mundo.
Quisiera abrir lentamente mis venas
mi sangre toda verterla a tus pies
para poderte demostrar que más no puedo amar
y entonces morir después.
“Sombras”
En 1996, Carlos Olarte decidió retirarse de la banda y en agosto de ese año falleció en un accidente de tránsito. Mario y la banda quedaron en estado de shock, pero como ya tenían un disco terminado, decidieron sacarlo. “Ese lanzamiento fue en el techo del Planetario de Bogotá como un homenaje a ‘Panelo’, que siempre había querido tocar allí. Fue muy emotivo”, cuenta José Plata, investigador musical. Balas de bebé y otras canciones de cuna dio vida a sencillos como “Si te busco”, “Rubia sideral” o “Sombras”.
Más allá del rock, la fiesta y los amigos, el grupo no fue inmune a los conflictos: la tusa, las infidelidades y las reconciliaciones hicieron mella y en 1997 decidieron separarse. “Yo creo que eso de andar pensando en que todo es muy lindo y muy feliz es una mentira”, afirma Mario.
Gracias a su amor por los bares de salsa y de rock, Duarte conoció al director y actor de televisión Pepe Sánchez, y este, al percibir su habilidad de frontman en la tarima, le propuso actuar en la telenovela La madre, del canal RCN. “Él tenía un ojo clínico para ese naturalismo colombiano en la televisión, que es como que la gente haga de sí mismo. Y yo era un gamín, un vago útil, entonces daba para hacer de gamín”, cuenta Mario. Al principio, no estaba muy seguro de lo que estaba haciendo, pero al ver que otras personas valoraban su trabajo, decidió meterse de lleno.
Para él, lo más importante no era ser famoso sino aprender del oficio, saber decir: yo no sé hacer eso. Fue así que se inscribió a los talleres que traía el Festival Iberoamericanos de Teatro. Un año más tarde, el director Mario Rivero lo invitó a interpretar a Nicolás Mora en Betty, la fea. Ambos se encarretaron construyendo el personaje: su tono, sus mañas y su risa fueron inspirados en las caricaturas de Bacteria y la telenovela terminó convirtiéndose en un éxito mundial.
Ya estoy debajo de mi camisa
Aquella que nunca a estado muy bien vista
Sudando y rodando en la calle
Ya tengo puesta mi mejor sonrisa.
“Golpe de ala”
Después de una década de estar ante las cámaras en novelas como La saga, negocio de familia, La hija del mariachi y en las películas Kalibre 35, En mi reloj siempre son las 5 y 15, y Bogotá 2016, no ha desarrollado un método preferido a la hora de crear sus personajes. Algunas veces los arma a partir de las características del rol y otras, prefiere empezar desde él mismo. “Actuar no se trata de fingir o decir mentiras, es al revés: es sacar eso latente, es decir la verdad”, dice.
Duarte no enterró en el olvido su sueño de hacer música. Cuando estaba en el teatro, no decía monólogo sino solo y en vez de escenas, pensaba en melodías y ritmos. Tan fuerte fue el pálpito que volvió a tocar y en el 2000 estrenó su disco como solista Golpe de ala con canciones como “Oye”, “Religiones” o “Esta no es mi vida”, grabadas en el estudio Sonido Azulado con Felipe Álvarez y David Cárdenas.
La cantante Sol Okarina fue la encargada de hacer los coros de ese álbum. Ella conoció su música cuando era programadora en la emisora del colegio y, para ella, trabajar con él y oírlo contar cómo comenzó La Derecha, fue magia pura. “Tener la oportunidad de trabajar junto a las personas que has admirado, es increíble. Compartimos muchas cosas: tarimas, canciones, fans, celebraciones, disonancias, consonancias, entre otras historias. Me encanta su carácter histriónico, es muy divertido estar en tarima con él”, cuenta Sol Okarina.
Soy un ruta no tengo destinos
un tipo sin tipo contra el camino
un cazador sin su vestido
una pasión en el bolsillo.
“Cinco pistolas”
En 2006, Duarte participó en la cinta Los actores del conflicto, en la que conoció al también actor Matías Maldonado. Desde entonces, han escrito decenas de guiones, incluso han bromeado y dicho que son personajes de teatro que tienen por oficio ser “proyectólogos”: siempre con una idea debajo del brazo.
Aunque muchas obras no han podido ver la luz, otras sí. Durante cuatro años escribieron y montaron la adaptación de la película de Danny Boyle Trainspotting, que estrenaron en 2009 en el Teatro libre de Bogotá. En una de las funciones, durante una escena en la que estaban en un viaje de drogas y Mario tenía que salir del escenario y cantar, decidió ponerse una máscara de Mickey Mouse gigante y continuar con los diálogos. “Su cabeza es como un caballo desbocado, se le ocurren muchas cosas al mismo tiempo sobre una situación o un juego de palabras que no siempre alcanzo a anotar”, cuenta Maldonado.
Duarte es muy consciente de que piensa rápido y se embala como un cohete sin freno, y hacer teatro le ha permitido bajarle un poco a sus revoluciones. Actuar se volvió una terapia que le ha ayudado a lidiar consigo mismo.
A ambos les gusta viajar al campo cuando van a escribir guiones. Hace unos años, en una de esas voladas por carretera, fueron a Ubaté y decidieron pasar por la plaza principal para comprar helados, pero fueron interrumpidos por fanáticos que comenzaron a corear el nombre de Mario sin parar. “Yo estoy acostumbrado a que, como es actor, se le acerquen a pedirle autógrafos, pero esto era un pocotón de pelaos de quince años que eran seguidores de su música y de La Derecha. Ver que veinte años después del boom de la banda, todavía seguían teniendo esa fanaticada, fue muy bonito. A ellos les valía huevo Betty, la fea, les valía huevo la televisión, ellos estaban de rockeros”, cuenta Matías con emoción.
Oh, oh! Pero no hace falta un puñal
Cualquier tipo de puñal para grabarte en el pecho
No estas tan lejos, no estoy tan lejos.
“El puñal”
Para sorpresa de su público, La Derecha regresó en 2011 con el álbum Polvo eres, que incluía canciones como “Ruido”, “El puñal” y “Emociones”, y covers de éxitos como “Tania” de Joe Arroyo. “Fue como volver a esos momentos en los que tocábamos por una vaina pasional y natural. No tocó buscar tanto”, cuenta el “Chato”.
Así como sus integrantes, los ensayos también han cambiado desde las primeras recochas a encuentros más formales en los que alquilan un lugar por horas, a menos de que sea una reunión creativa a la que llegan más relajados.
// Foto de archivo //
En 2016 estrenaron su EP Árbol torcido, con canciones como “El sol”, “La-la-la” y “El dios que adora”. En esta última, Duarte frasea, y hay quienes le han dicho que por qué le dio por hacer rap, pero La Derecha ha jugado con los géneros desde sus comienzos. Canciones de su primer álbum de 1994 como “Lola”, “Be-a-ele-a-de-a” o “Paraíso congelado” tienen elementos de calipso, rap, funk y reggae.
“Muchos me dicen que yo no soy cantante, pero es que yo nunca he dicho que lo sea. Me gusta cantar cuando estoy con mis amigos y está la banda, y canto porque mis canciones nadie me las va a cantar. Aunque, si El Cigala quiere, yo me pondría muy contento”, dice.
// Foto de archivo //
Richard Blair también trabajó en su más reciente producción y, aunque han pasado más de dos décadas desde que produjo su primer álbum, cree que su sonido no ha cambiado demasiado. Para él, los grooves están más sentados y maduros. “Ellos conservan cierta actitud libre, cierta melancolía, la prueba de que el espíritu del rock-n-roll no está limitado a la gente anglo”, afirma el inglés.
En el puente de los aburridos
donde las estrellas están en el mismo piso
puente de los aburridos
si tienes un problema
allá te espero.
“El puente de los aburridos”
Y como si la música y la actuación no le bastaran, Mario se encarretó con la dirección del cine y acaba de grabar una película en la que él es el protagonista.
“Mario es una persona que tiene muy claras sus metas y es muy juicioso en el proceso para conseguirlas. Él escribió y me pasó varias versiones del guion para que las leyera y escuchó mis comentarios con disposición, así le tocara reescribirlo cincuenta veces. Me pareció muy bonito trabajar con alguien a quien admiro y que, además, respeta a la gente con la que trabaja”, dice Camilo Villegas, productor y posproductor audiovisual con quien trabajó en el video de “El puente de los aburridos”.
A finales de 2016, Duarte pudo rodar la cinta, aunque aún no encuentra las palabras precisas para describir su película y alza las manos como diciendo: “¿Ves? No tengo ni puta idea”.. De hecho, uno de los actores le dijo durante de la grabación: “Me parece chévere esta película porque uno va a ver de qué es que se trata”. En este momento están armándola y entendiendo de qué va y se espera que sea estrenada a finales de este año.
No quiero pensar en los motivos casuales,
prohibido pensar en la casa de los jueves,
todo el mundo sabe, todo el mundo lo presiente
es el que más balada, balada.
“Be-a-ele-a-de-a”
Mario tiene el pelo lleno de canas, sus ojos empiezan en un pequeño nido de patas de gallina y tiene que usar lentes cuando está fuera de los reflectores. De hecho, tiene, al menos, tres pares de gafas regadas en su apartamento. “Los cincuenta años traen presbicia”, dice con tono burlón.
Lo que más extraña de otros tiempos son los lugares comunes –en el buen sentido de la palabra–, esos espacios que compartía con sus amigos y sus amores. Ahora le parece más difícil porque ya no hay encuentros casuales sino que toca llamar o escribir para poder hacer una cita –él, hasta hace poco, tenía un celular vieja guardia–. “Yo escribía esas canciones porque eso pasaba, eso de ‘si te busco, te vuelvo a encontrar’, era así, no era difícil, al contrario, había que esconderse”, relata mientras sonríe.
// Foto de archivo //
A sus cincuenta y un años (y medio) a Mario Duarte no le interesa ser retratado como un rockstar o un actor consagrado. No le importa lo que piensen de él. Y aunque siente que jamás cumplió su sueño de ser escritor, sus obras y canciones dicen todo lo contrario.
A diferencia de muchos, “Marioneta”, como le dicen los viejos amigos de La Macarena, no está encerrado en una oficina o detrás de la pantalla de un computador, sino que está pendiente de cada uno de sus proyectos con una disciplina de relojero esté donde esté.
“Algo que me gusta pensar que heredé de don Eliseo, además del gen campesino, es la idea de que no necesito tener un trabajo porque siempre tengo cosas que hacer. Nunca me he planteado retirarme de nada por qué no tengo de qué retirarme”, remata.
Pasa el tiempo
Y no, no estamos viejos
Como la roja flor al mediodía
Pasa el tiempo
Y no, no moriremos
Porque no hay un lugar donde caernos.
"Caernos muertos"
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