Mitos sobre los gatos
Son muchas las leyendas que se tejen alrededor de una mascota tan común. Estas son cinco realidades sobre los gatos.
omo no hay gatos guardianes, ni de rescate, ni lazarillos, ni detectores de explosivos o drogas, ni pastores, ni gatos de trineo, ni de caza, ni jugadores de frisbi, ni que traigan los zapatos… siempre han estado en cierta desventaja social frente a los perros. Durante muchos años sirvieron de control de plagas y aún lo hacen, pero en general los gatos establecen una relación menos utilitaria y apacible, más complicada con los humanos. Más igualitaria, diríamos, pero también por ello más llena de misterios.
A continuación, cinco malentendidos, infundios y misterios sobre los gatos:
Mito: Los gatos son animales solitarios
Si comparamos a los gatos con animales gregarios que viven en manada o rebaño, por supuesto que son animales solitarios. La relación entre gatos dista mucho de la que tienen caballos, vacas y ovejas entre sí, cuyo instinto de asociarse con otros miembros de su especie es mayor, o como sucede por ejemplo con los lobos, que requieren de estrategias de caza cooperativa y por ello viven en sociedad.
Pero en entornos donde no escasea comida, como sucede con las casas donde habitan gatos domésticos, es posible la convivencia entre ellos. De hecho, los gatos que pasan muchas horas en soledad, encerrados en una casa, pueden beneficiarse de tener otro gato por compañero. Es más fácil cuando se crían dos o más desde que son pequeños, aunque también se puede traer un gatito a un hogar donde viva un gato adulto. Es más difícil hacer que dos gatos adultos convivan, se requiere más espacio y paciencia para que cada uno encuentre su lugar y sus formas de interactuar sin agresiones.
De igual manera, los gatos consideran a la gente que les rodea como parte de la familia y lo demuestran de muchas maneras. Si te brindan una de sus presas, te están alimentando; si te masajean con las patas mientras ronronean, te están tratando como alguna vez trataron a su mamá; si juegan contigo, te están tratando como compañeros de camada.
Los gatos necesitan momentos a solas, como los humanos; pero no buscan la soledad a ultranza.
Mito: Los gatos no requieren cuidado alguno
Este podría ser un corolario del mito anterior. Es verdad que los gatos necesitan menos cuidados en comparación con otras mascotas. Su instinto natural para hacer deposiciones y orinar en el cajón de arena los hace ideales para personas que trabajan o viajan, pero los problemas de comportamiento pueden ser frecuentes, y la falta de atención hacia ellos tiene consecuencias.
Es necesario mantener limpio el cajón de arena y proveerles de alimento y agua fresca, así como evitar los factores que les generen alguna inseguridad territorial (que propician el marcaje con orina y aun con heces). Cuando no encuentran compañía y afecto en las dosis que lo requieren, los gatos generan cuadros de estrés que derivan en comportamientos agresivos e incluso en destrucción de algunas cosas.
Los gatos cumplen su parte del trato como mascotas, pero el humano debe hacer la suya.
Mito: Los gatos no pueden convivir con otras mascotas
La relación entre perros y gatos no es fácil, pero pueden llegar a vivir en la misma casa sin problemas.
Si la convivencia se empieza a dar entre dos adultos, lo más posible es que lleguen a cierta tregua tensa que de todas maneras es funcional. El truco está en que cada uno pueda tener un territorio y que durante las primeras interacciones entre ambos el humano intervenga para enseñarle al perro ciertos límites de conducta. Lo más seguro es que poco a poco vayan ajustando rutinas y recorridos para no tropezarse.
La crianza conjunta de cachorros y mininos posibilita, en cambio, que puedan convertirse en muy buenos amigos. Si en las primeras siete semanas de vida del gato y del perro están en contacto, no habrá diferencias de especie para ellos. El perro será una especie de gato, y viceversa. Algo similar se puede lograr entre gatos y conejos.
Otro cantar son las relaciones de gatos con hámsteres, reptiles, peces y pájaros. Lo más seguro es mantener al gato alejado de ellos, pues en el cerebro felino anidan instintos cazadores que no pueden moldearse. En estos casos, los otros animales son presas y el gato siempre es el depredador.
Mito: Los gatos no obedecen órdenes
A un gato pueden enseñársele ciertas cosas, aunque nunca aprenderá tantas como un perro. Entre lo que aprenden con facilidad es beber agua de un grifo, volver a casa, acudir cuando le llamamos por su nombre, llamar la atención para jugar y abrir puertas.
Enseñarle trucos a un gato es tan difícil como hacerlo con un tigre. Los gatos tienen mentes inteligentes y dispuestas, pero para enseñarles trucos hay que aproximarse con la misma técnica que utilizan los profesionales con los animales salvajes. La diferencia estriba en que si tiramos un palo y por casualidad el perro lo trae de regreso, una felicitación y una caricia en la cabeza son suficientes para que aprenda la conducta de traer el palo. Para el caso del gato, todo es más complicado. Primero debe partirse de conductas que sean naturales al gato, que se van modificando a partir de recompensas.
Stephen Budiansky, en su libro La naturaleza de los gatos, cuenta el proceso por el cual se enseña a un gato a saltar un matamoscas. Primero se le dan recompensas (bolitas de comida) cada vez que casualmente pasa por encima del matamoscas. Luego se levanta un poco el matamoscas y se le sigue recompensando cada vez que pasa por encima, luego se levanta un poco más y así progresivamente hasta que el gato debe saltar por encima del matamoscas para recibir su recompensa. Por último, deben espaciarse las recompensas para que el gato vaya apropiándose de dicha conducta.
Mito: Los gatos son inexpresivos
No esperemos que un gato menee la cola al vernos, ni que exprese vocalmente sus emociones de la misma manera que un perro –la comparación es inevitable: mientras los perros se definen por sí mismos, es casi imposible no definir al gato en contraposición al perro–. Sin embargo, hay un repertorio de señales más o menos claras en el gato.
Para empezar están las señales de voz. Los maullidos pueden tener diferentes interpretaciones, esa codificación puede irse afinando en la relación particular con cada gato. Los aullidos son más claros, constituyen una declaración territorial y generalmente significan “largo de aquí”; son comunes cuando hay otros gatos o animales en los alrededores. El castañeteo rápido de los dientes es previo a la aparición de alguna presa (una mosca, un pájaro…). El gruñido y los bufidos indican susto o enfado. El ronroneo, en cambio, es el equivalente a la sonrisa en los gatos; en los momentos felices y de interacción afectiva, aparece este agradable y suave vibrato felino. Es el equivalente a un “te quiero”. De igual forma, hay todo un repertorio de posiciones corporales que indican diversos estados de ánimo.
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