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“Narrar la piel”, un recorrido por el cuerpo de Paola Rojas

“Narrar la piel”, un recorrido por el cuerpo de Paola Rojas

Paola Rojas se ha abierto camino en la fotografía colombiana con autorretratos que cuestionan los estereotipos que rodean al cuerpo femenino. Sus fotografías están expuestas por primera vez en Medellín.

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Al ser más consciente de tu desnudez y de la perspectiva con la que ahora la concibes, te has situado en una postura reflexiva, desde la que observas cómo el cuerpo humano es el resultado de un complejo de normas culturales, las cuales han determinado sus funciones y su identidad”, dice Paola Rojas en una de las inscripciones de la exposición que tiene sus puertas abiertas por estos días y hasta el 9 de agosto en la Alianza Francesa de Medellín.

Cinco años se cumplen desde que Paola empezó a mirarse al espejo, a cuestionar los planteamientos del cristianismo y desde que se abrió camino en el arte y exploró su capacidad de comunicar muchísimos mensajes a través de formatos tan poderosos como la fotografía. Hoy, con 23 años y una primera exposición individual en Medellín, esta artista nos invita a conocer sus formas de narrar la piel para encontrar las nuestras.
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Al entrar a la exposición la primera invitación es muy íntima: mirarse al espejo. Uno pequeñito recibe a los espectadores incapaces de no verse a sí mismos en él. Las preguntas iniciales nacen allí. Las mías fueron simples, superficiales, típicas de la mirada al espejo: “¿Por qué no me había dado cuenta de que estoy tan despeinada?”, “¿Esta camisa sí se me ve bien?”.

La exposición tiene varios momentos, precedidos por el espejo que mira al espectador. El segundo de ellos, tal vez el más atrevido, es uno que invita directamente a la desnudez (total, parcial, física o mental) de quien se atreva a aceptarlo. Una silla azul sobre una tela naranja recibe a quien se sienta libre de quitarse cualquier prenda, escoger uno de los objetos cercanos a la silla (juguetes, todos) y posar para una fotografía que puede ser tomada por un compañero, por otro espectador o por el mismo sujeto que aceptó la invitación.

Los visitantes presentes ese día se atrevieron solo a tomar los juguetes con sus manos, tocarlos, presionarlos, mirarlos y opinar sobre ellos: “¿Qué es esto?”, “Mirá este tan bacano”, “¿De dónde habrá sacado esa pelada todas estas cosas?”. Nadie aceptó la invitación de la silla y nadie se quitó ni una sola prenda. Me atrevo a afirmar que se fueron imaginando cuántas fotos pudieron haber hecho con el material que la artista puso a su disposición.

La exposición continúa con unas primeras fotografías en las que hay desnudos, pero son tratados con una solemnidad y con una crudeza muy diferente a los que vienen más tarde y que se juegan su papel entre la risa, la duda y la diversión estética.

La intimidad caracteriza estas primeras fotografías. Se nota en los colores (azul, blanco, negro, rojo) y en el frío de las imágenes, lo que no significa que no produzcan sensaciones en quien las mira. Sino más bien que producen eso: frío, una sensación de estarse metiendo en la habitación de alguien más a medianoche y sin permiso.

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“Yo concebía el cuerpo como algo íntimo, frágil y muy femenino”, dice Paola acerca de esas primeras fotografías, todas autorretratos de una época en la que la religión cristiana estaba ahí, en su puerta, mirándola directamente y diciéndole al oído que era un cuerpo culpable, pecador y sometido. Un cuerpo que se ve frágilmente cubierto por velos y observado con lupa. La sugestión se asoma de forma tímida por una de esas fotografías, en donde la vagina de la artista es reemplazada por una navaja suiza abierta.

El amarillo encendido, el azul claro, un rojo más parecido al clavel que a la sangre, el rosa pastel y el naranja se vuelven protagonistas de las imágenes que continúan con la exposición y que parecen en un principio divertidas y luego son transgresoras.

Las normas culturales que alguna vez hicieron parte de la vida de Paola en forma de reglas, mandamientos y castigos, ahora las toma de la mano, las explora en su cotidianidad, encuentra sus versiones más populares y las convierte en fotografías: el gallo, la vaca muerta, el chito, “pegarle al peluche” e incluso las flores y los chocolates se transforman en partes del cuerpo (casi siempre situadas en la pelvis) que Paola explora de una manera reflexiva.

El espectador, capturado por el contraste y la saturación de los colores, por la iluminación deliciosa que ofrecen las fotografías y por lo que sugieren los objetos que acompañan a los cuerpos que allí aparecen, empieza, tal vez, a pensar en el cuerpo convertido en arte a través de la cotidianidad de los objetos: un pene cubierto de chocolate, de tocineta, convertido en chito; unas tetas tageadas con estereotipos, una vagina convertida en gallo, en vaca, en pan y arepa.

“Que la gente se confronte con la estética, con la temática”, dice Rojas acerca de las sensaciones que busca generar en aquellos que entran al salón de exposición y se encuentran con su trabajo pintoresco, pero descarnado. La identificación del espectador con los cuerpos que ve en las fotografías es también uno de los principales intereses de la artista: “Que la gente pueda abrirse a la posibilidad de ver el cuerpo desde otra perspectiva. Una muchísimo más libre”, concluye Paola.

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El último momento de la exposición consiste en varios “minivisores” de diapositivas que cuelgan del techo y que están a disposición del espectador para que los disfrute. Los ojos que se asoman por allí llegan al encuentro más íntimo con algunas fotografías que son la cereza del postre: tetas, vísceras y más tetas se ponen ante la mirada del visitante curioso y le preguntan, por última vez, cómo se ve desnudo, qué le molesta de su desnudez y qué le agrada.

Sin embargo, cuando las cuatro paredes de la exposición han sido recorridas, el espectador se mira de nuevo al espejo pequeñito con una pregunta por su desnudez y eso es lo más interesante. Mi pregunta, por lo menos, dejó de ser una de las primeras y se convirtió en esta: “Si en esta sala no hubiera nadie conocido, ¿será que yo sería capaz de quitarme el pantalón y hacer por lo menos una de las fotografías que me estoy imaginando?”.
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Natalia Zuluaga S.

Escribe para salvarse y toma fotos para alimentar su memoria. Para vivir lee y los mejores viajes que ha hecho se los debe a sus libros. Fue editora del Periódico Nexos, de EAFIT y considera ese lugar como su casa. Ama a su cuenta de instagram y es pésima tuitera. De la vida espera poder ser influencer así sea por 1 día y escribir un buen libro, uno solo. 

Escribe para salvarse y toma fotos para alimentar su memoria. Para vivir lee y los mejores viajes que ha hecho se los debe a sus libros. Fue editora del Periódico Nexos, de EAFIT y considera ese lugar como su casa. Ama a su cuenta de instagram y es pésima tuitera. De la vida espera poder ser influencer así sea por 1 día y escribir un buen libro, uno solo. 

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