Tinder no es para perezosos
Martín no esperó a que acabáramos de llegar cuando ya comenzó a confesarse. Me dijo que era casado pero que en realidad se estaba separando, porque las leyes chilenas no lo dejaban divorciarse sino hasta que ya hubiera pasado un año. Yo lo escuché en silencio, mirando mi vaso de sangría. Estábamos en un restaurante del Barrio Italia, el nuevo sitio hip de Santiago, a donde me había llevado para nuestra segunda cita. A Martín lo conocí por Tinder y, hasta el momento, me había gustado la fluidez de nuestras conversaciones.
Al igual que en la vida real, no es fácil encontrar a alguien compatible con quien hablar a través de Tinder. Tienes que pedalear duro. Además de dar muchos likes e insistir en el chat, luego te toca exponerte a enfrentar una cita a ciegas con todas sus posibles consecuencias. Un artículo del New York Times describió a Tinder como la aplicación de los lazy singles que se querían ahorrar el trabajo de tener que coquetear, conquistar y exponerse al rechazo en la vida real. Pero la verdad es que Tinder no necesariamente facilita las cosas. Igual hay que esforzarse y, como suele decir un amigo, “hacer el trabajo sucio”.
Tinder funciona como un catálogo online de fotos de hombres a los que les puedes dar un like o un next. Si no te gusta lo que ves, pasando el dedo por la pantalla lo haces desaparecer y te aparece un nuevo prospecto. Cuando le das like a alguien y esa persona también lo ha hecho se abre un chat para hablar. En los meses en los que he usado Tinder he visto fotos de todo tipo. Hombres jóvenes practicando deportes, hombres en la playa sin camiseta, hombres con sombrero y a caballo, hombres con armas, hombres con serpientes en el cuello, hombres góticos y emos tocando la guitarra. Hombres tímidos en fotos grupales y fotos de carnet de oficinistas tristes, en un rango entre los 19 y los 50 años.
Felizmente cada uno de mis likes fue correspondido. Aunque a la mayoría de mis amigas en Tinder les pasó lo mismo. En realidad no es difícil imaginar que los hombres sean menos selectivos. El tabloide inglés The Mirror lo comprobó con un experimento. Creó un perfil con la imagen del monstruo comegalletas bajo el nombre de James y lo expuso a 101 usuarios hombres hetero de los cuales 33 le dieron el sí. Lo que significa que 1 de cada 3 hombres le da like a cualquier cosa.
Yo, en total, le di like a unos 26 perfiles y chateé con unos 15 tipos. A casi todos les hablé yo primero, incluyendo a Martín. Salí con cuatro, dos lograron llegar hasta mi Whatsapp –donde todavía hoy permanecen– y uno hasta mi Facebook, que ahora ya no está.
Martín es ingeniero, como casi todo el mundo en Santiago, pero también, como casi todo el mundo que he conocido aquí cultiva con disciplina una segunda vocación: también es músico. El día que lo conocí me pareció diferente que en sus fotos; aunque aún no sé si para bien o para mal, simplemente distinto. Más pelirrojo y más extrovertido de lo que hubiera imaginado. Habíamos tenido un primer encuentro tranquilo y divertido. Y después de chismear mutuamente nuestros perfiles en Facebook habíamos quedado en volvernos a ver. Estábamos muy animados. Pero ahora, mientras esperábamos las entradas de jamón serrano, Martín de repente se sinceraba y además de decirme que técnicamente aún estaba casado, me confiaba que la única razón por la cual me había invitado en primer lugar, era porque yo había sido muy insistente en el chat. Y mientras a mí se me atoraba la sangría, y empezaba a sentir un leve malestar en el estómago, recordaba que en realidad yo estaba ahí para escribir un artículo y pensaba que, en el fondo, si no hubiera tenido que escribir nada al respecto, probablemente no habría insistido ni la mitad de lo que insistí. Y seguramente ni siquiera estaríamos ahí.
A ninguna de mis otras citas en Tinder le conté que hacía una nota sobre el tema. Como la aplicación funciona como un juego de citas a ciegas, pensé que a la primera valía ir con las cartas tapadas. En Tinder la gente puede encontrarse con cualquier cosa. Una amiga francesa se encontró con el novio de su mejor amiga. Y Roman, un amigo también de Francia, por poco sale con una chica que en realidad era un travesti. A Mora, mi compañera de casa argentina, le pasó que quedó con un chileno que la llevó a su casa para ver una película y luego se quedó dormido.
Antes de conocer a Martín salí con Israel, Mario y Enrique. Israel era arquitecto y tenía 32 años. Un tipo muy tranquilo que tendía a ser monosilábico. Era agradable y no era feo. Pero me aburrí profundamente con él. Sentí que no tenía la suficiente energía para hacer “el trabajo sucio”. Y tuve que poner mucho empeño y energía para que la salida medio fluyera y por lo menos no nos quedáramos dormidos, como el chileno con la película.
Mario, por su parte, resultó un poco mayor de lo que se veía en sus fotos. No es que hubiera mentido acerca de su edad. Tenía 45 años pero en persona parecía de 60. Me habían gustado sus fotos de aviones y motos. Era piloto comercial, andaba en motocicleta y hacía trekking. Se veía como un tipo activo y enérgico. Seguramente debió de ser muy guapo cuando joven, pero estando con él me sentía como con mi papá.
Por último, Enrique me había decepcionado al comienzo con la única característica que no puedes ver bien en una foto: la estatura. En persona resultó demasiado bajo. Yo le llevaba casi media cabeza. Para rematar, en nuestra cita se emborrachó y, aunque tenía 35 años, era como si estuviera saliendo con alguien de 16.
Así que una vez me hube recuperado del impacto, decidí confiar. Y elegí creer en Martín y en sus palabras bienintencionadas. Seguimos hablando de cosas varias, y cuando después de comer fuimos a tomarnos un trago, me pareció necesario contarle la verdad, en aras de cumplir con la complicidad que habíamos entablado. Que yo era periodista y en principio estaba reporteando. Pensé, en todo caso, que eso no anulaba el hecho de que yo estuviera ahí por voluntad propia. Pero al contarle, ahora el pisco con Coca-Cola se le atoró a él. Y se indispuso de tal forma que inmediatamente se excusó para ir al baño. Cuando salió no me volvió a mirar a la cara. Pidió la cuenta y me dejó en mi casa. Traté de explicarle que eso no cambiaba nada. Que igual le había dado like a su foto porque me gustaba él. Pero en su distancia leí el peso de sentirse traicionado y puesto en ridículo. No es cierto que Tinder le ayude a los solteros a evitar exponerse al rechazo.
Durante todo el camino en el taxi seguí explicándole. Pero mis palabras habían perdido credibilidad. “El problema”, me dijo, “es que no sé qué de lo que me has dicho es verdad”. Le dije que lo sentía mucho y me despedí sin tocarlo. Al día siguiente me levanté como si me hubiera pasado un camión por encima y me conecté a Facebook solo para comprobar que me había borrado. Todo el día le estuve escribiendo por Whatsapp sin ninguna respuesta. Mis amigas me recomendaron que dejara de buscarlo. Que, en todo caso, era un hombre que estaba pasando por un momento muy complicado.
Pero al otro día, de la nada, sucedió un milagro. Martín me escribió una respuesta parca y lacónica que era como un rayito de sol colándose por la ventana: “Ya. Gracias”. Había que seguir insistiendo. Volver a hacer el trabajo de nuevo. No es cierto que Tinder sea para los lazy singles que no quieren mover un dedo. Esta aplicación, que nació en California en septiembre de 2012 como un emprendimiento de unos jovencillos y los volvió multimillonarios, a lo sumo puede servirte para entrar en contacto con completos extraños que, de otra manera, difícilmente podrían haberse cruzado en tu camino.
Según las cifras oficiales de la página web, a través de Tinder se producen al día unos 10 millones de gustos mutuos en todo el mundo, que no es poco, porque 10 millones de likes es como el doble de gente que vive en Santiago. Pero aún no existen cifras oficiales de efectividad o de fracaso. Aunque se hayan reportado matches hasta en Alaska, nadie ha medido qué pasa con esos encuentros. Aunque Tinder provea una ilusión de facilidad e inmediatez, lo cierto es que, como en tantas cosas en la vida, hace falta tiempo y, sí, en el amor también, pedaleo.
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