La mar chocoana: entrevista a Velia Vidal
Aguas de Estuario es el primer libro de esta autora, en el cual rememora el camino de regreso a su natal Bahía Solano y los retos que representa promover la lectura y hacer gestión cultural en el Chocó.
n mayo de 2015, la comunicadora y escritora Velia Vidal le contó a un amigo su decisión tajante de abandonar su empleo y su vida en Medellín para regresar a su pueblo, dejarlo todo para volver a Bahía Solano. Desde entonces, en una serie de cartas, Vidal encontró en su interlocutor un puerto seguro, una ventana donde encontrarse a sí misma, donde hacer catarsis de cargas adquiridas en el proceso que la llevaron a convertirse en la Seño Velia, promotora de lectura en el departamento del Chocó.
Este libro recoge tres años de correspondencia en más de cuarenta cartas que narran con detalles el proceso de gestión cultural que llevó a Vidal a generar espacios de encuentro en Quibdó, Buenaventura, Bahía Solano, Istmina, Guapi y muchos más rincones del Pacífico colombiano. También relata el surgimiento de la Corporación educativa y cultural Motete. El organismo sin fines de lucro tomó el nombre de un canasto indígena propio del Chocó, con el que Velia inició este camino en el cual también nació la Flecho (Fiesta de la lectura y la escritura del Chocó), que en este 2020 celebró su tercera edición.
Este libro es publicado por Laguna Libros y es el ganador de la Beca para la publicación de obras de autoras afrocolombianas, negras, raizales y/o palenqueras del Ministerio de Cultura.
En cada acción cotidiana estamos construyendo cosas, forjando historias. Pero una cosa es decirlo y otra reconocerlo y reafirmarlo constantemente. Así pasa en Aguas de Estuario: una Velia que construye mientras vive, teje, arma, da. ¿Por qué significar tanto estas acciones?
Parte de la reflexión que tuve con mi esposo era que siempre estamos poniendo las cosas con distancia. Voy a hacer en el futuro tal cosa, luego yo me voy a comprar esta otra cosa, más adelante me voy a dedicar a esto, cuando me retire quiero hacer esto, luego quiero estudiar esto, todo el tiempo estamos pensando en el futuro. Fue como un momento de epifanía en el que yo dije ¿y por qué todo allá? Es como si uno fuera corriendo detrás y esas cosas no están ocurriendo. Entonces, un poco el ejercicio fue cómo juntar ese futuro deseado y el presente. Se fue convirtiendo en la vida misma. Nadie tiene en un baúl todo el dinero necesario para hacer la casa de sus sueños. No, empieza y la va haciendo. ¿Cuántas familias hemos estado viviendo así? Nos corremos para atrás mientras se hace la parte de adelante de la casa, luego nos vamos para adelante mientras se construye la parte de atrás. Es el modo en el que en realidad ocurren las cosas, es el modo en el que nos hicieron nuestros abuelos. Eso que va a pasar después no va a pasar si no lo hacemos ahora, no va a existir sino lo construimos. Unir eso se me volvió parte de la vida.
¿Qué tanto está construyendo este libro?
Lo primero que construye es una amistad con el destinatario. También una honestidad muy profunda. Cuando uno empieza a escribir, a verse, a leer eso que escribe y tener devoluciones, porque este libro no tiene las cartas de respuesta aunque existan, eso se convierte en un espejo. Esto en realidad es un tercio de la correspondencia con mi interlocutor, es un reflejo para verme a mí misma y seguir planteándome preguntas. No sé si se vea, pero lo que ocurre es que todo el tiempo yo vuelvo sobre el mismo tema, yo vuelvo a hacer y a reflexionar sobre cosas, y va ocurriendo una especie de evolución en el lenguaje, una evolución en los conceptos, en las ideas. No es necesariamente de inferior a superior, pero es una evolución en mi propia construcción, en mis ideas, en mi forma de ver el mundo. Eso es lo que siento que construí. Yo creo que se puede evidenciar en los textos, comencé este camino de escritora. Es otro ejemplo de hacer mientras se hace. En esa correspondencia me animé a compartir por primera vez un cuento que va a salir publicado pronto y fue como un salto , hablar de la desnudez de exponer lo que uno escribe y perder esa vergüenza. Fui labrando mi camino como escritora mientras escribía.
Velia, Veliamar, Vel, Seño Velia, cada carta está firmada con un nombre diferente. ¿Estaba escribiendo una misma historia o estaba escribiendo versiones de sí misma?
Todo el tiempo estuve haciendo versiones de mí misma, intentando que sean un poco mejores. Al final yo soy y uso todos esos nombres, cada quien me dice de una forma diferente. Los niños me dicen Seño Velia, algunas personas del equipo también me llaman Seño, personas que me han conocido recientemente me dicen Veliamar, algunos amigos también. En mi casa soy Velia o Velita. Todas esas versiones son a su vez relaciones interpersonales: quién soy yo con relación a los niños, soy la que comparte cuentos, la que lee con ellos, la que los acompaña. Para mis amigas soy una hermana prácticamente, casi no usamos el diminutivo porque no me gusta, entonces una amiga acortó el nombre hace tiempo y yo me empecé a sentir muy cómoda con eso, una intimidad, otra relación. Veliamar es un reconocimiento a todo lo que soy, todo el universo que hay en mí, la relación con el mar, con Bahía Solano, con el Pacífico. Cada una de esas versiones no es más que el reconocimiento de distintas dimensiones de la misma mujer.
¿En qué momento Velia y su interlocutor dejan de hacer parte de un vínculo privado y se convierten en personajes que son de terceros, dispuestos para ser leídos por otros en un libro?
Fue un proceso largo de solo considerar que eso pueda servirle a otras personas. Yo recuerdo y ahí lo cuento, una vez me vi con mi amigo (o interlocutor) y nos tomamos algo viendo el atardecer. Estábamos riendo porque las últimas cartas habían tenido cosas muy humanas y él me dijo: “¿Sabes? Muchas personas podrían sentirse identificados con esto, ¿Por qué no las publicamos?”. Yo dije: “No, pues imagínate que esto se convirtiera en un libro”. Y nunca más volvimos a hablar de eso. Un día decidí imprimir toda la correspondencia hasta donde íbamos, hacer una copia para él y una copia para mí. Es un regalo que nos dimos de poder tener eso ahí como si fuera un libro, ahí ya empezó a tomar forma de libro.
¿Y a partir de ese punto, cómo fue el acercamiento con la editorial, cómo entraron en contacto con Laguna?
Mucho tiempo después estaba en la FilBo (Feria Internacional del Libro de Bogotá) en el stand de Laguna Libros y en ese momento llegó el libro de Emma Reyes, Memoria por correspondencia, entre las novedades. Felipe González y Pedro Lemus me empezaron a mostrar libros que manejan ellos como El Rastro, de Margo Glantz, y yo les pregunté de qué trataba, a lo que me dijeron: “Son cartas”. Ahí yo le dije a Felipe que yo también escribía cartas, cartas de la vida. Entré a mi celular, abrí una y le leí un fragmento. Inmediatamente me dijo: “¡Velia, tenemos que publicar esto!”. Me insistió toda esa semana y le hice una copia. Cuando le conté a mi interlocutor se enojó mucho.
Todo quedó ahí pero en la editorial ya tenían una copia. Un día me escribió una editora de Laguna contándome que cuando empezó a leer mis cartas ya no pudo despegarse de ellas. Me puse a trabajar en la correspondencia, había que ajustar muchas cosas para que pudiera ser un libro. Cuando ya teníamos una versión más o menos ajustada en la que no estaba mi interlocutor, le escribí: “mira, este es el libro, aquí está. Tú no estás y queremos hacerlo. Queremos sacarlo adelante, si tú dices que no, no saldrá. Pero si dices que sí, ya está lista la editorial, yo ya estoy lista”. Afortunadamente dijo que sí, que no había ningún problema, que eran mis cartas. Lo dijo con mucha frialdad.
En vísperas del lanzamiento, en la Flecho (Fiesta de la lectura y la escritura del Chocó) de este año, yo estaba muy nerviosa. Tuve que ir al mar antes del evento en el que iba a estar una de los jurados de la beca, Adelaida Fernández Ochoa, una escritora y académica muy exigente. Cuando comenzamos a hablar, ella empezó a referirse al libro como una novela y nosotros estábamos nerviosos sin entender de qué estaba hablando. ¿Será que se equivocó de libro? Luego comenzó a hablar de una novela epistolar. Desde ese punto de vista, ella pensaba que yo me había inventado todo, que yo había creado a mi interlocutor, que al principio era muy fuerte y lo había ido manejando, lo había vuelto un fantasma, hasta hacerlo casi un hilo invisible. Dijo que yo había tejido cada una de estas cosas de manera magistral y que había usado las metáforas de una manera extraordinaria. Después de esa lectura, ella se sorprendió mucho cuando se dio cuenta de que el proyecto Motete y todo lo demás era real.
Eso es lo que pasa con los libros: cada uno hace lo que se le dé la gana con lo que lee. De eso se trata. Ya no es mío, ella lo interpretó de una manera que yo jamás me hubiera imaginado y aún así le pareció fantástico, me escogieron de manera unánime y sin lugar a discusión como ganadora de la beca. Es volver a lo básico de que somos iguales, humanos y todos tenemos emociones y sensaciones. Cuando nos damos cuenta es muy bello.
¿Dónde se separan o dejan de ser una sola las historias de Velia y de la Corporación Motete?
Al final es como si no se separaran. Yo quisiera que se distanciaran, más que por mí, por Motete. Mi sueño es que sea una empresa sólida, autónoma, y cada vez lo vamos logrando. La idea es que tenga su propio rumbo,su propio camino, que funcione sin que la figura de Velia sea importante. Es difícil porque eso nace del alma. Si yo estuviera haciendo un proyecto de cultivo de arroz ya me habría rendido, es una cosa que no tiene que ver con lo que a mí me gusta. Si uno hace lo que le apasiona, eso le da el impulso para que siga, pero a su vez no establece límites. Si trabajara en una arrocera, yo trabajaría de 8:00 de la mañana a 12:00 del días y de 2:00 a 6:30 de la tarde. Eso no pasa. Se sigue fundiendo.
Ahora salió Aguas de Estuario y es Velia la escritora. Yo le preguntaba a una gran amiga que es co-fundadora de Motete: ¿será muy horrible que desde las redes de Motete invitemos a los eventos del libro? Ella me dijo que no, porque lo que estamos diciendo es que vale la pena estar en este mismo camino. Eso que yo estaba haciendo es fruto de estar en este camino y no se puede separar. Y así se va haciendo una cosa inagotable. Tendremos que encontrar un nivel donde la empresa sea independiente.
Hay una Velia calmada como la marea y otra que resiste como el mar en la desembocadura del río San Juan con el Pacífico. Su relación con el mar parece que fluyera más que con otras personas, incluso con su interlocutor ¿Qué siente, cómo funciona ese vínculo tan intenso?
Mi abuela es una parte muy importante en mi vida. Juntas descubrimos que sentíamos algo muy especial con el mar: acá, en Bahía Solano, todo está muy nublado. Si tú vienes viajando en avión de Quibdó o Medellín, vienes entre nubes y después pasas la cordillera, avanzas un poco, y de pronto el avión hace un movimiento donde aparece el mar. Justo en ese instante a mí se me quitan los miedos de que el avión se caiga, de que no aterrice o de que algo no funcione, todo se va. Mi abuela dice que ella siente exactamente lo mismo. A ella no le gusta volar, pero cuando ve el mar y siente que llegó a Bahía Solano, no hace falta aterrizar. Todo se alivia, se alinea.
La semana pasada debíamos tomar una decisión muy importante y lo que hicimos fue ir al mar. Yo siento que todo pasa y todo fluye. Al principio iba al mar con mis tíos y era una gran diversión. Íbamos a comer almendras y muy temprano aprendí a ir al mar sola. Éramos el mar y yo. Yo nací aquí, a 100 metros del mar. Cuando di mi primer respiro, era el aire del mar. La casa donde estoy es la casa donde me trajeron recién nací, ahora está restaurada, pero es ese lugar, esta misma tierra donde me trajeron al nacer. De pequeña lo único que hacía era ir y mirar el mar, estar al frente del mar y salir a caminar con la marea baja por horas . Me iba sola hasta una vereda cerca de Bahía Solano y en el pueblo me veían como esa muchacha rara que se va sola hasta la vereda y camina por el mar sola por la playa. Es una cosa muy natural.
La carta que abre el libro está fechada en mayo de 2015 y habla de planes pensando en cinco años a futuro. Hoy ese plazo ya está vencido. y justamente han pasado cinco años. ¿Alguna parte de esta historia estaba entre planes?
Con mi esposo vinimos en marzo por la pandemia, pensábamos en venir a pasar un tiempo. Estábamos justo antes de hacer Flecho en Quibdó y nos sentamos a decidir cuál era el camino que íbamos a tomar. Compramos pasajes esa misma noche para Bahía Solano y era la idea: nos quedamos hasta junio. Compramos un mercado enorme, la casa de mi abuela materna estaba desocupada y llamé a un tío y le dije que me dejara quedar en la casa de la abuela. Llegamos con unas cosas muy básicas: un colchón en el cuarto, compramos una estufa pequeña, nuestra gata y ya estábamos listos para quedarnos un tiempo. Después caímos en cuenta de que estábamos trabajando bien desde acá. ¿Para qué teníamos un apartamento en Quibdó? Así que lo entregamos y la persona que nos ayudaba en la casa se encargó de empacar y enviarnos las cosas.
Cuando llega mayo, yo empiezo a caer en cuenta de que pasaron cinco años y me fui a buscar esa carta e incluso se la envié de nuevo a mí destinatario. Le decía “mira, esto es increíble y decía que en 5 años iba a estar aquí en Bahía Solano”. Nunca nos imaginamos que fuera a ser así y nunca nos imaginamos que yo iba a escribir esas cartas, que iban a convertirse en un libro, nunca pensé que iba a haber un proyecto como Motete. Solo íbamos a hacer algo que le sirviera a la gente, con lo que nos sintiéramos cómodos, que no sirviera al sistema. Algo bastante hippie. Cuando Adelaida Fernández Ochoa dijo en el evento que sería demasiada magia si todo fuera cierto, yo solo dije “bueno”, yo no dije nada más. Me rendí porque nadie le iba a hacer entender que yo no inventé eso, sino que es mi vida. Yo tampoco lo creería, pero así ha sido.
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