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“Yo vine al mundo a cantar”

“Yo vine al mundo a cantar”

Fotografía

Tiene 74 años y por más de sesenta ha llevado la bandera de la música afrocolombiana.
Su voz, ese tesoro que ella cuida con celo, ha seducido a públicos de todos los puntos cardinales. Sencilla y sin pretensiones, sigue cantando con la emoción de la primera vez.

 

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uando Celia Cruz oyó cantar a la joven Sonia Bazanta Vides, en 1954, quedó impactada. Y eso que no se trataba de una profesional: la muchacha era apenas un miembro más del grupo Danzas del Caribe. Aquella voz potente le gustó tanto a la cubana, que le dijo enseguida a Libia Vides, directora del conjunto y madre de la joven, que la cuidara mucho, porque esa niña iba a ser muy importante. Sonia Bazanta Vides –o Totó La Momposina, como la conoce todo el mundo– supo de ese piropo hace solo diez años, cuando su madre finalmente se lo contó: “Ella seguro estaba esperando que yo hiciera mi trabajo. Mi mamá era muy estricta y muy rígida”.

Y vaya que ha hecho su trabajo: de sus 74 años, Totó le ha dedicado más de 60 a la música. En 1964 formó su grupo Totó La Momposina y Sus Tambores. Ha grabado nueve discos (el más reciente, titulado El asunto, de 2014); sus temas “El pescador” y “La candela viva” son considerados himnos de la música folclórica colombiana; y aún más: esta última canción da nombre a un álbum grabado con el sello Real World, de Peter Gabriel, que contribuyó con la visibilidad internacional de la música afrocolombiana. Totó fue invitada por el músico inglés a participar en la primera edición del festival Womad, un evento cultural que se celebra cada año desde 1982, donde se reúnen exponentes de la música étnica y popular de todo el mundo. Agreguemos que en 2013 Totó recibió el Premio a la Trayectoria en los Grammy latinos.

Totó estudió Técnica Vocal en la Universidad Nacional, Organización de Espectáculos en la Sorbona en París e Historia del Bolero en Cuba. Sus pies descalzos han pisado escenarios de Corea, Rusia, España, Japón, Francia, Alemania y Canadá, por nombrar solo unos pocos países; pero entre todas sus actuaciones, entre tantos conciertos de su larga carrera, uno memorable será siempre el que hizo vibrar a los suecos y a otros invitados de todas partes del mundo durante la entrega del Premio Nobel de Literatura a su paisano, Gabriel García Márquez, en diciembre de 1982. 

No es casual que Sonia Bazanta Vides haya sido apodada Totó por su padre músico: ese par de sílabas retumban como el cuero seco de un tambor, y su nombre se vuelve música con solo pronunciarlo. Una vez, alguien le dijo que en África su alias significa “mujer pequeña de corazón grande”. Y no se equivocan: sobre el escenario, Totó crece y se vuelve altísima; con sus trajes floridos da la impresión de abarcarlo todo. Fuera del escenario, esa mujer llena de curvas, esa morena Caribe, luce más bien menuda y discreta.

* * *

Totó acepta la entrevista a pesar de la gripa que desde hace varios días la molesta. Debe proteger su voz porque tiene una presentación pronto, y hablar mucho está contraindicado. “La voz de uno es un brillante, un tesoro. Los tesoros se tienen que cuidar”.

En la sala de su casa, en el centro de Bogotá, espero a que regrese de unas diligencias. Cuando llega, pregunta si me he quitado los zapatos antes de entrar. Esta casa la compró hace poco, después de vivir en arriendo durante muchos años. Dice que le gustó por la chimenea. Quienes la conocen hablan de su proverbial desapego por el dinero. Un ejemplo: Totó vendió una casa que tenía para hacer el disco La bodega (que salió en 2009), y pensó que con las ventas iba a recuperar el dinero. Pero no fue así.

¿Por qué no tenía casa?

Me fui a Europa a cantar; estuve diez años allá y no me hacía falta la casa. Pero cuando llegué aquí estaba viviendo donde un amigo, en una pieza. Un día se me perdió la llave y eran las once de la noche, así que tenía que esperar a que llegara mi amigo para entrar. Ahí me pregunté ¿por qué estoy en estas circunstancias? Ahí pensé en la necesidad que tenía de tener mi propia casa. Antes no: nosotros los artistas somos altruistas y soñadores.

¿Y usted, como artista, con qué sueña?

Sigo soñando con que el país se empodere de lo que tiene. Es como el desayuno, el almuerzo y la comida. Uno todo el tiempo tiene que ir a comprar el arroz, el azúcar, la panela, la ropa. Pues lo mismo pasa con la música, es necesaria, hay que conseguirla, hay que buscarla, pero antes hace falta que la gente la valore.

¿Le ha faltado eso a Colombia?

Claro que sí. Al pueblo lo tienen acostumbrado a que solo tienen que oír la música vallenata. Porque la gente piensa que como uno hace música ancestral pues que eso sale solo, naturalmente, y no es así: somos diez personas en el escenario, sin incluir al productor de mesa, al productor de escenario. Pero como en la música vallenata no hay esa puesta en escena, no hay esa metodología… quizá por eso también la prefieren. Estoy diciendo la verdad: muchos músicos vallenatos se suben al escenario estén borrachos o estén como estén, y no pasa nada. Con nosotros tiene que haber una mística, respeto. Yo lo hago con mucha pasión.

Usted grabó su primer disco después de treinta años de carrera: ¿Es más una artista de escenarios que de discos? 

Para hacer buen cine se tiene que haber hecho buen teatro y para hacer buen teatro se tiene que haber estudiado filosofía y letras, las obras de teatro salen de los libros. Entonces uno tiene que ser una persona integral, que la gente entienda que uno no es el protagonista porque la protagonista es la música. ¿Quién creó la música?

El hombre…

No, Dios. Nosotros somos un instrumento que él utiliza para hacer buena música, por eso uno tiene que estar bien, porque eso es físico, el canto y la danza son físicos. Cuando uno se desarrolla en el escenario está entregando la historia de lo que hace el pueblo, son ellos los que han creado esas melodías sin haber ido a estudiar a una escuela. Narran el cotidiano vivir de los hombres con notas musicales. La que se muestra es la música, no uno como persona. La música es sagrada; cuando estoy cantando, cualquier escenario es un templo.

No le bastó llevar en la sangre la música de sus ancestros, sino que quiso estudiar, ir a la academia. Y no a cualquiera, sino a la Sorbona de París y a la Universidad Nacional. ¿Qué despertó ese interés?

Siempre digo que lo viejo es lo nuevo y lo nuevo es lo viejo. Si yo pretendía que se conservara la música, pues tenía que prepararme físicamente. Pero preparar el físico no para ser una modelo, una Barbie, sino para ser una cantante, una música, con todo lo que implica hacer música. Para hacer música a través del canto tiene uno que estar preparado psicológica, biológica e interiormente, para desarrollar el ser.

Forma parte de una estirpe de músicos, pero es usted es la más representativa, la más conocida en Colombia y el mundo. ¿Que significa llevar la bandera de la identidad?

Es un compromiso, primero con el país, pero también con una nación, con una cultura, con una tradición. Pero después de eso viene, lo queramos o no, la gran Colombia: cuando un continente habla la misma lengua, tiene las mismas influencias, entonces es la música representativa de un continente.

¿Cómo se lleva con la fama?

Así como me ves ahora: normal. El objetivo no es la fama sino que el país valore su música, se sienta orgulloso por tener una música bonita. Tenemos una música muy bonita y ancestral que tiene resonancias con toda la música de Europa y del mundo entero.

¿Es un sacrificio por la música vivir en Bogotá?

Hace parte. Pero si no hubiera estado aquí nuestra música no se habría proyectado. No son sacrificios, son pruebas.

Ha vivido en muchos países…

Y me han pedido que me quedé en España, en Francia, en Alemania. Pero no.

¿Se iría a vivir a Mompox?

Cuando voy para allá no me quiero venir.

¿Cómo son esos minutos antes de salir al escenario? Todos los músicos los viven de una manera diferente. ¿Cómo son los suyos?

Acabo de pasar una experiencia con los niños de Batuta. Yo no canto bambuco, pero iba a hacer una presentación con ellos y uno de los números era un bambuco. Estaba muy nerviosa, como si fuera una niña, temblaba. No había cantado nunca bambuco y en esos minutos se me olvidó todo. Pero pensé: eso significa que estoy viva. Y salí y canté con los muchachos de Batuta el bambuco. Cuando uno sabe hacer lo que hace, se le mide a todo.

¿Extraña esa época en la que cantaba en bares, en el metro de París, en las afueras del Pompidou? ¿Qué le dejó ese tiempo?

Yo sigo siendo eso, no lo extraño.

Ha dicho que admira la forma como canta Tina Turner, y que le gustaría cantar con ella…

¿No crees que canta muy bonito? Bueno, es así.

¿Ha hecho alguna diligencia para que eso ocurra?

No, pero seguramente en algún momento la tendré que hacer. Es una artista. Sabe lo que hace. Para mí, ella es la reina del pop. Y eso que yo no soy conocedora de ese movimiento.

¿Cómo la cambió la maternidad?

La maternidad no me cambió, me esclareció en el mundo. Una mamá tiene que saber de todo, qué es lo que no le gusta al niño, la manutención, darle teta porque eso es vida, es la otra forma de uno como ser humano de entregar el amor. Mis hijos son tres y sé que son personas que le van a servir a una republica que se llama Colombia. Los formé para eso.

¿Y el papá?

Me separé por circunstancias de la vida… a veces uno se casa sin haber encontrado a su media naranja.

¿Qué falló?

Pienso que los hombres tienen que aprender a manejar sus instintos, los instintos a veces hacen que destruyan lo que no deben destruir. Mi abuelo decía que uno podía ser honesto hasta cuando quería. Uno puede hacer papeles de separación pero hay juramentos que no se pueden transgredir. Yo me casé, me vestí de blanco, fui a un templo y me entregaron un marido y sigo siendo… no sé, hasta que la muerte nos separe.

¿Qué recuerda de su infancia?

Nosotros aquí siempre hemos tenido guerras. Mis papás hablaban de la Guerra de los Mil días. Nosotros vinimos aquí desplazados. He vivido en carne propia todo eso. A mí no me echan cuentos.

¿Le ha servido la música como terapia?

Yo tenía que venir al mundo a cantar. La música y las artes son las que van a salvar a este país. Porque la música no tiene colores políticos. Y los artistas tampoco debemos de tener colores políticos.

Después de varias producciones independientes, ¿por qué se decidió a grabar con Sony?

Lo hice como una experiencia, a ver qué resulta con una empresa grande.

¿Por qué es tan difícil que su música suene en la radio?

Porque hay que pagar para sonar en la radio comercial, y el honor no lo voy a corromper. Antes me retiro.

¿Qué viene después de los aplausos y la euforia?

Hay una cosa que he aprendido. Vienen las adulaciones y no te puedes creer todo. Porque uno tiene que replantearse. Yo siempre hago un análisis de las circunstancias. Claro que viene la satisfacción, uno no puede ser una persona insensible. Me puedo quedar una hora bailando, y como no fumo ni bebo, pues así celebro: bailando y cantando…

¿Por eso aparenta menos edad de la que tiene?

Será por eso… de pronto… Y que le digo la verdad a las personas y al que no le guste lo compongo. separador

María Gabriela Méndez

Periodista

Periodista venezolana radicada en Bogotá. Colaboradora frecuente de la revista Bienestar Sanitas y de otras publicaciones colombianas y venezolanas.

Periodista

Periodista venezolana radicada en Bogotá. Colaboradora frecuente de la revista Bienestar Sanitas y de otras publicaciones colombianas y venezolanas.

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