Vestidos para el límite: breve historia de los uniformes olímpicos
¿Qué se juega sobre las telas que cubren a los mejores atletas cada cuatro años? ¿Qué historia cuentan los uniformes que visten a los capaces de lo extraordinario? La autora nos lleva de la desnudez antigua a las telas técnicas prohibidas en nuestros días en este esfuerzo para entender qué implica vestir a los que aspiran al podio.
Milón de Crotona era un tipo enorme. Han dicho de él que se tomó nueve litros de vino de una sentada y se comió una vaca entera en un día en nombre de Zeus. Fue discípulo y yerno del filósofo Pitágoras y seis veces campeón olímpico de lucha; la primera vez fue en el 540 a.C en la categoría juvenil y luego cinco veces más en la categoría destinada para los adultos, una hazaña que aún hoy 2.470 años después, sigue sin igualarse.
Según el historiador Diodoro Sículo, Milón lideró una tropa de soldados cuando Crotona atacó Sibari y lo hizo vestido de piel de león con una corona en la cabeza y un garrote. Como héroe, murió devorado por los lobos. En sus últimos juegos olímpicos, cuando tenía entre 38 y 40 años, luchó y perdió contra el joven Timasitheos de 28 años que a pesar de su victoria, se unió a los hombres que cargaron el cuerpo sin ropa de Milón y lo alabó. En casi todos los Juegos Olímpicos de la Antigüedad, que se celebraron por doce siglos hasta el 393 d.C, los atletas no llevaban ningún traje para mostrar así el poder de sus cuerpos masculinos.
La historia de los Juegos Olímpicos empieza con cuerpos desnudos.
El distintivo para que se reconociera la procedencia de los atletas de la Antigüedad lo guardaban en sus nombres: Leónidas de Rodas, de quien se decía que tenía la velocidad de un dios, venía del pueblo de la isla de Rodas del archipiélago griego del Dodecaneso. Cinisca de Esparta, la primera mujer de la historia en ganar en unos Juegos, venía de la polis Esparta. Desnudos competían lucha, boxeo, saltos, lanzamientos de discos y jabalinas, pancracio, carreras entre hombres y entre hombres montados en carros. Esto sucedió por muchos años en el santuario de Olimpia, en el Peloponeso, una zona donde crecían olivos silvestres de los que sacaban ramas para convertirlas en coronas y así adornar el cuerpo de quienes salían victoriosos. La corona de hojas de olivo fue, entonces, el primer uniforme. No para diferenciarse entre competidores, sino entre ganadores y perdedores.
Dicen que Nike, diosa de la victoria, usaba sus alas para llevar volando este trofeo hasta las cabezas de los vencedores. Recibían, además, una hoja de palma para sostener con sus manos, fama, respeto y honor hasta su muerte y, solo a veces, ánforas llenas de aceite de oliva. Desde el inicio de estas gestas, los atletas competían en nombre de sus pueblos o ciudades que a su retorno, si el resultado era favorable, los recibían como figuras políticas y poéticas con una vida digna de ser narrada.
Pero la historia en los Juegos Olímpicos modernos es otra.
Fue el 23 de junio de 1894, en el anfiteatro de la Universidad de la Sorbona, que el barón Pierre de Coubertin, un francés, aristocrático e idealista de la educación física, propuso reactivar los Juegos Olímpicos y celebrarlos por primera vez en Atenas dos años después. En esos primeros juegos participaron 241 atletas de 14 países que, cuenta Patricia Reymond –encargada de las colecciones, objetos y artefactos de Le Musée Olympique– en el artículo Get Dressed for the World’s Largest Party: Olympic Uniforms through the Ages, usaron su propia ropa y les fueron asignadas simples insignias, brazaletes o petos para diferenciarse.
Los primeros vistazos de uniformes diseñados para cada delegación, no eran precisamente para competir. Reymond narra que:
El desarrollo de los uniformes de los equipos nacionales refleja la evolución de las ceremonias. Introducido por primera vez en los Juegos Olímpicos de Londres 1908, el desfile de los atletas tuvo un claro impacto en el desarrollo de los uniformes formales, al dar a los espectadores y a los medios de comunicación la oportunidad de comparar las delegaciones.
Se diferenciaron visualmente en traje formal aunque seguía siendo una indumentaria más o menos común en colores básicos como negro y blanco. Con el tiempo, algunos países y diseñadores de indumentaria empezaron a hacer fusiones para potenciar la presencia estética de sus atletas y que así fuera recordado, en el mejor de los casos, el poder físico de sus países.
Pero, ¿cómo se contiene un país en algunos pedazos de tela? El 11 de marzo de 1990 la República de Lituania, un país que había sido ocupado por la Unión Soviética en 1940, firmó su independencia. Los juegos olímpicos que le seguían a ese gesto de libertad fueron los de Barcelona de 1992.
El cirujano Edward Domanskis, médico del equipo lituano de 47 deportistas lituanos que compitieron en 11 deportes, decidió pedirle al diseñador de moda japonés Issey Miyake que dedicara su investigación alrededor de la indumentaria y la materialidad para hacer los uniformes de los atletas, quienes merecían llevar los colores de su recién recuperada bandera. Miyake no solo usó el amarillo, verde y rojo, sino que con colores metalizados, plisados y siluetas pronunciadas llevó al equipo a una sensación de futuro.
Un país se contiene así: mirando el pasado y haciendo traducciones hacia el presente.
En los Juegos Olímpicos de Londres 2012, Cedella Marley, hija de Bob Marley, colaboró con Puma para hacer el uniforme de la delegación de su país, Jamaica. Usó los colores de su bandera para escoger las telas y los estampados, pero el símbolo final era su apellido: en cada trazo el nombre de su padre, ícono innegable de la isla. Cuatro años después el diseñador Christian Louboutin buscó a Cuba, que había acabado de restablecer sus relaciones diplomáticas con Estados Unidos y estaba de moda para diseñar los trajes que los atletas llevarían en algunos eventos del certámen que se celebraba en Río ese año. Hizo abstracciones de la bandera de Cuba y su estrella, diseñó chaquetas con cortes clásicos similares a las que portan en fotos históricas líderes revolucionarios y le puso a cada atleta su guayabera.
La historia de la ropa para competencia no guarda su importancia en el símbolo, sino en la eficacia. Parece que unos centímetros de tela pueden hacer la diferencia a la hora de ganar o no una competencia con los mejores del mundo, cualquiera sea la disciplina.
En los Juegos Olímpicos de Beijing en 2008, Speedo presentó los trajes de baño de poliuretano probados por la NASA. El LZR Racer está hecho con costuras que comprimen los músculos, repelen el agua y ayudan a florar. También ayudan a ganar: ese año el 94% de las carreras de natación tuvieron en el podio un competidor usando esa tecnología.
Un año después, en una reunión de World Aquatics en Dubai, en su momento llamada Federación Internacional de Natación, estableció que los competidores debían conformarse con llevar uniformes de telas tejidas que tuvieran como límite el cuello, los hombros y los tobillos. Los materiales técnicos, que es como se nombran las telas pensadas en laboratorios, quedaron prohibidos.
Se supone que los récords mundiales en deporte marcan el máximo de capacidad que tiene un cuerpo humano, ¿qué pasa cuando el desarrollo tecnológico entra en la ecuación?, ¿es esto una especie de dopaje? Tal vez. A veces, sin embargo, el uso de tecnologías en las telas y los trajes poco tiene que ver con el rendimiento. En los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 algunas imágenes capturadas con cámaras de visión nocturna y rayos infrarrojos causaron polémica pues resaltaban la ropa interior o el cuerpo de las atletas y fueron usadas para publicar contenidos de carácter sexual.
El periodista Philippe Mesmer escribió en Le Monde que en los Juegos Olímpicos de París 2024 la marca Mizuno vestirá a las atletas de los equipos japoneses de voleibol, atletismo y tenis de mesa con telas que absorben la luz infrarroja, “Esta evolución coincide con una creciente tendencia a combatir la fotografía explícita de deportistas, algo que puede tener graves consecuencias para las víctimas”.
La protección hacia los atletas para la no sexualización de sus cuerpos está lejos de ser la norma. Nike, ahora la marca de ropa deportiva, presentó en abril los uniformes que la delegación de Estados Unidos usará en los Juegos Olímpicos de París 2024. Una de las prendas fue una malla a rayas con las letras USA en el pecho pensada para atletismo; tiene un corte alto y pronunciado hacia el centro en la entrepierna que generó comentarios entre atletas y no atletas. ‘Wait, my hoo-hah is going to be out’, escribió la atleta de salto de longitud Tara Davis-Woodhall; la excampeona de atletismo Lauren Fleshman dijo que los uniformes eran una falta de respeto para las atletas.
Nike declaró que era solo una posibilidad de uniforme entre muchas y que habían hecho pruebas para demostrar su eficiencia, pero no se frenó el descontento. Muestra más de la cuenta. Esto, claro, no sería un problema en los Juegos Olímpicos de la Antigüedad.
Cada cuatro años los atletas se reúnen para ver quién tiene el cuerpo más fuerte o más eficaz y las marcas de ropa compiten también por vestir esos cuerpos. Como Nike con Estados Unidos, otras marcas deportivas como Adidas, Asics, Le Coqs Sportif, Joma e incluso de lujo como Giorgio Armani escogieron países para proveerles la indumentaria que usarán a cambio de publicidad. De la desnudez al negocio.
Adidas vistió a Etiopía con prendas de algodón, sudaderas con corte alto y un verde bosque intenso contrastado con crema, Asics participó en los uniformes de Japón con diseños simples donde prima el rojo y el negro y apenas se notan los logos de la marca y del equipo olímpico del país. Giorgio Armani, claro, vistió a su país con azul oscuro elegante que pasaría desapercibido a no ser por el ITALIA que imprimió en blanco el pecho de las sudaderas.
La historia de los uniformes olímpicos parece evolucionar hacia lo distintivo: de nada, a unas insignias menores, a atuendos que innegable hablan del país para el que fueron pensados. De la vulnerabilidad de un cuerpo sin protección a contratos millonarios para hacer pantalones que resistan, sacos que abriguen, camisetas distintivas y mallas, al parecer, demasiado cortas. Sin embargo, el certamen no cambia. Cualquiera sea el ropero y sin importar la firma detrás del diseño y la confección o incluso el escudo que se ostenta, el resultado al final se define por lo que sucede bajo la ropa. Solo suma el que va más rápido, más alto, más fuerte.
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