Antonio Lorente y el arte de (re)inventar los clásicos
Antonio Lorente es uno de los ilustradores más interesantes de su país y del mercado editorial hispanohablante. Sus obras retratan y reinventan los arquetipos visuales de personajes clásicos como Ichabod Crane o Wendy Darling. ¿Cuál es su proceso creativo? Se lo contamos en este perfil del invitado a la franja Ilustra de la Feria del Libro de Bogotá 2024.
Antonio Lorente anota que debe visitar el Museo del Oro y la Colección Botero, aunque es muy probable que su corta estancia en nuestro país no le dé tiempo suficiente. El ilustrador ha emprendido una gira vertiginosa por América Latina que lo llevó primero a Chile, luego a Colombia y después a Argentina como parte de la presentación de su último libro para la editorial Edelvives, una reinterpretación visual del aterrador relato de Washington Irving sobre un jinete sin cabeza, Sleepy Hollow.
La primera edición del último relato que ilustró Lorente, publicada en 1820, no contaba con ningún acompañamiento gráfico, pero muy rápidamente empezaron a aparecer versiones ilustradas por F.O.C. Darley, Will Bradley, Mary Dana o Aldren Watson. Inevitablemente, en 1949, Disney presentó su propia versión del relato y, fascinado por su estética gótica, Tim Burton hizo lo propio en una adaptación libre con Johnny Depp en el papel del temeroso profesor Ichabod Crane. ¿Cuánto de esta larga historia de representaciones incidió en el proceso de Lorente? ¿Cómo enfrentarse a una idea colectiva para proponer desde allí sin traicionar la memoria del escritor?
“Voy a estudiar Bellas Artes”, los primeros pasos
Antonio Lorente nació en un barrio de pescadores humildes de Almería, en Andalucía. Aunque no tiene un recuerdo de cómo se interesó por el dibujo, lo cierto es que cuando hace memoria se ve siempre con un lápiz en la mano. Nacido en una familia que no tenía mayor tradición artística, Lorente era comparado constantemente con su fallecido abuelo, de quien se decía que era un excelente dibujante. “A partir de ahí tuve buenos profesores que hablaron con mis padres y les comentaron: ‘Bueno, mira, tu hijo tiene grandes aptitudes. Está siempre dibujando, no atiende en clase. O no hace nada o ustedes lo apoyan, porque creemos que puede tener una salida muy buena’. Tuve buenos profesores, eso es importantísimo”, recuerda el ilustrador.
“Recuerdo ser un niño y a mi madre decir ‘Tú vas a estudiar Bellas Artes’. No sabía ni lo que era pero, cuando me preguntaban qué iba a hacer de mayor, yo decía ‘estudiar Bellas Artes’”, explica riendo Antonio Lorente.
Lorente estudió Bellas Artes en la Universidad Politécnica de Valencia, recibiéndose como profesional en 2010. Los aprendizajes de su formación son evidentes en su obra, que mantiene un carácter artesanal al revelar el trazo detrás del artificio de la máquina. “Por eso tengo tanta base de pintura, escultura, la base real. Aunque tengo mucho de digital, hay muchísimo de gouache y óleo de manual. No tengo una técnica concreta: soy una mezcla, soy caótico”, reflexiona.
Conforme estudiaba, el almeriense se sintió fascinado por la animación y soñó con crear personajes y fondos móviles. “Mi profesor me dijo ‘Antonio, ven que voy a hablar contigo. Veo que no eres bueno como animador, no brillas como animador, pero eres brillante en imagen fija. Creo que ahí está tu camino’. [Y yo] siempre acepto las críticas, [así que] renuncié a la idea”.
Viajes y aprendizajes: primeros libros
Lorente recibió su primer encargo editorial por parte de una autora independiente. “Aborrecí entonces el mundo editorial por esa mala experiencia. Ella me localizó, pero me hizo cambiar todo mi estilo. No tenía sentido, si ella fue la que quiso encontrarme”. El artista viajó entonces a Londres y residió en la fría Albión durante cinco años. En la capital de Inglaterra, Lorente trabajó repartiendo periódicos, como mesero o fregando pisos, pero nunca abandonó su primera pasión del dibujo. “En el último año, cuando empiezo ya a desarrollarme, entré en el mundo de la galerías y empiezo a exponer y empieza a interesar mi trabajo. Entré en una gran galería, en un sitio muy top, pero no me gusta ese mundo. Lo veo muy elitista”, explica.
En 2016, apareció el primer libro ilustrado por Lorente, La princesa aburrida, sobre un texto que había escrito su hermana mayor, María Jesús. “[Mi hermana] me dice: ‘Antonio, ilústralo que voy a pagar yo la edición’. Y eso fue el rescate. Hicimos La princesa aburrida y fue un súper éxito”, recuerda sobre esta aventura que, a pesar de el ritmo vertiginoso que tomaría su vida hasta ahora, con sus viajes y encargos, es relativamente reciente. Con el primer tiraje del libro, que ahora resulta muy difícil de conseguir, la imprenta cometió un error, por lo que en varios de los libros impresos había una raja en la portada, un error que se puede presentar fácilmente. “Nos quejamos a la imprenta y nos dijeron ‘Ay, disculpa. 500 ejemplares más gratis’”. Los hermanos aprovecharon la oportunidad para enviar los libros a toda Europa, y convirtieron esta primera aventura de Antonio y María Jesús en su camino vital: ella se dedicó a la escritura y él a ilustrar libros. Desde entonces, han colaborado en la publicación de Yago (2017) y Genios (2018).
Rápidamente Lorente llegó a la editorial Edelvives, actual hogar de la mayor parte de sus ilustraciones. Peter Pan, el clásico del escritor escocés James M. Barrie, fue la primera vez que Lorente tuvo que enfrentarse con una larga tradición gráfica asociada a los clásicos literarios. Con la publicación de esta novela para niños en 1911, apareció una serie de ilustraciones de Francis Donkin Bedford, cuyos grabados configuraron la identidad visual del personaje titular: una suerte de fauno o un hada a la manera de Puck en Sueño de una noche de verano. Disney, en 1953, presentó su versión animada de la historia y, desde entonces, el joven eterno ha sido representado con su traje verde, su cabello rojo y una pequeña daga al cinto.
“¿Cómo rompo este cliché tan marcado en un libro como Peter Pan? Porque no era inteligente seguir utilizando ese imaginario. Dije: ‘Pues voy a respetar el texto tal cual’ y lo interpreté como un ser andrógino y, sobre todo, como un elfito de río. Romper con los clichés, sobre todo de Disney, es complicado”, reflexiona Lorente.
La delgada frontera entre la baja y la alta cultura
El arte de Antonio Lorente bebe de muchos lugares de inspiración. Y no todos provienen de la academia. De hecho, cuando nos enfrentamos a la obra del andaluz, es evidente que el fenómeno del lowbrow, o surrealismo pop, ha influido significativamente en su estilo. Esta escuela disidente formada en California en los años setenta por Robert Williams y Gary Panter es un punto de encuentro entre el arte en mayúscula y toda la tradición de la gráfica popular.
Como en el caso del movimiento contracultural del punk, la denominación de esta corriente fue desde un principio peyorativa, aunque en los noventa se convertiría en un súper fenómeno cultural cuando Mark Ryden fue invitado a ilustrar el Dangerous de Michael Jackson o el Blood Sugar Sex Magik y One Hot Minute de los Red Hot Chili Peppers. Lorente tiene estos referentes marcados como parte de la influencia de su estilo. Dejando de lado el lenguaje kitsch de las primeras décadas de esta corriente, el artista conserva rasgos distintivos de estos artistas: ojos grandes a la manera de Ryden y tez pálida, que hace eco en la obra de la italiana Nicoletta Ceccoli.
“Dentro de ellos, tocaría hablar de Margaret Keane, la de los big eyes. Al final, ella es la abuelita del estilo, cuando empezó pintando las y los niños tristes. Me gusta ver cómo ha ido variando en el lowbrow americano”, explica. “Ha sido recoger un poco todo, con Tim Burton también, que me gusta mucho, y crear mi propio universo. Siempre dibujo primero los ojos de mis personajes”. Al final, añade, el artista construye un compendio de todo lo que le gusta y lo apasiona, muchas veces de manera inconsciente, para construir su diferencial. “Ya no sé dibujar de otra manera”.
Esto resulta especialmente cierto en la intersección que plantea Genios. El eco fantasma de sus voces de 2019, también escrito por su hermana, el primer libro que publicó en Edelvives. Constituido por veinte retratos literarios y artísticos de personalidades del siglo pasado que estuvieron adelantados a su tiempo, las ilustraciones de Lorente destacan a Gabriel García Márquez, Frida Kahlo, Freddie Mercury o Federico García Lorca y a sus universos creativos propios. “Entonces vivía en Londres y me dieron una beca en Matadero, Madrid, para hacer este libro. Es como un anecdotario de personajes célebres del siglo XX”.
A pesar de haber expuesto en Italia o los Estados Unidos, Lorente es reacio al mundo de las galerías, aunque parte de sus claves personales se encuentren en su muestra 1987, que inauguró en Almería. “Era mi ciudad y era una muestra pequeñita, en una galería que me gusta mucho de unos amigos, además”, recuerda sobre la muestra. En este espacio, Lorente reunió varios de los personajes que lo habían influenciado mientras crecía, contextualizándolos en un universo propio que los subvertía. “Al final, era como ‘bueno, cojo a todos los personajes que me apasionan, pero lo voy a sacar de contexto. Los voy a sacar de su zona de confort’”. Por ello, Spock de Star Trek aparece haciendo el gesto de Dio característico al mundo del metal, Alf se muestra lleno de piercings y Beto y Enrique, de Plaza Sésamo, comparten un beso apasionado, adelantándose a las declaraciones de los escritores del programa para niños de que, para sorpresa de nadie, los títeres eran homosexuales.
La casa Lorca, una obsesión personal
Recientemente, el artista adquirió una casa en la que Federico García Lorca había vivido de niño en la natal Almería de Lorente. Ya para Genios, que presentó con su hermana, el andaluz había ilustrado a Federico, como cariñosamente se refiere al monumental poeta, en una conversación con su niño interior. Más aún, Lorente había sido lector de García Lorca por su hermana, por lo que siente un amor enorme por el escritor. “Federico siempre ha estado conmigo. Está muy unido a mí. Aparte, es un personaje muy querido en la zona. En el colegio empecé a conocerlo, pero lo que es adentrarme en profundidad obsesiva ha sido este año”, explica.
“Cuando vi la casa, que estaba en venta, dije ‘Esta casa tiene que ser mía, tío’. Sentí un magnetismo. Al principio, quería que fuera mi casa, pero luego, pensándolo, quise compartirlo con la gente. Para poner a Almería en el mapa y que sea una suerte de peregrinaje para los fans de Federico”, agrega Lorente.
Lorente decoró él mismo la casa para convertirla en un bed and breakfast en la que las personas pueden dormir en el mismo cuarto del poeta, acceder a sus objetos y adentrarse en la magia con la que Lorente resuena tan poderosamente. “Todo surgió de una manera muy natural. No lo pensé tanto. Si voy a compartir este espacio, que tiene que ver con la gente, cómo lo puedo hacer. Venga, pues tengo un cuadro ya de Federico. Voy a hacer más’”, recuerda Lorente.
Así, la morada infantil de uno de los poetas más ilustres de la historia de la literatura castellana fue intervenida por un fan obsesivo, creando un mundo particular en el que confluye el pasado y el presente. “Al final, hay que rentabilizarla de alguna manera. Tampoco soy un ayuntamiento. Pero dormir en el cuarto en el que durmió Federico rodeado de sus objetos no tiene precio. Porque, cuando compramos la casa, muchas personas fueron a donar objetos. Ahí está el piano del oficio, un libro antiquísimo, una máquina de coser. Todo había que mostrarlo. Ha sido agotador también porque estaba terminando un libro, el que va a seguir, sumergido en Federico. Ya me volví como medio loco de todo lo que leía. Llegué a soñar con él”.
Al final, Lorente
Antonio Lorente es una persona tranquila y afable. Con los años ha aprendido que lo que más le interesa es su arte y su familia. En sus ilustraciones sobreviven sus dibujos hechos a mano, pues siempre la parte digital complementa el proceso y no es su única herramienta. Quizás sea paradigmático que su primer clásico ilustrado fuera, precisamente, la historia de un niño eterno pues, en esencia, Lorente conserva el don de la sorpresa de la primera infancia, cuando el mundo es un territorio para descubrir y todo fenómeno puede explicarse por el arte de magia.
No conforme con haber creado un estilo perdurable y ser uno de los ilustradores más reputados de su país, Lorente continúa aprendiendo y disfrutando cada nuevo hallazgo. Sin ir más lejos, su libro de Sleepy Hollow incluye el uso de tinta de calamar o café. Además, aparece Washington Irving entre los convidados a la fiesta previa a la desaparición de Crane, para quien sepa observar. Todo en la obra de Lorente parece un juego.
Lorente puede darse ahora el lujo de ilustrar sólo los libros que le interesan. “Tengo la suerte de que en la editorial me cuidan mucho, se ve el cariño que hay”, explica. Pero siempre lo hace desde un respeto por el artista y el escritor que lo precedió. Con Ana la de tejas verdes el ilustrador se llevó una sorpresa, pues cuando su familia recibió la noticia de esta nueva comisión se emocionó sobremanera. Sobre todo sus hermanas, quienes habían disfrutado la historia en su juventud. No es anécdota, es aprendizaje: “Que que tú no lo conozcas no quiere decir que no haya nada detrás, que no tenga valor”, añade. Este último libro vendió más de 30.000 ejemplares en tres semanas. “La vida, al final, es aprender a ver pero, sobre todo, hacer lo que te gusta, tío. Yo tengo la suerte de que lo que realizo me gusta mucho”.
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